Universidad
Críticas destructivas en la investigación científica

Los artículos científicos no siempre son aceptados por las revistas. La decisión final incluye informes que señalan los puntos débiles del trabajo, a veces de manera poco educada.
Ética de la investigación 01
Ética de la investigación Jaime Cinca
28 jul 2024 06:00

Una de las sensaciones más satisfactorias que cualquier investigador experimenta durante su carrera académica es la producida tras acabar de escribir un artículo. Meses o años de investigación al fin materializados en un artículo que no sólo presenta los resultados obtenidos, sino que también recoge todas aquellas experiencias y vivencias que permanecen invisibles durante la lectura del artículo: el esfuerzo realizado, el material y las horas invertidas, las charlas enriquecedoras con los compañeros y compañeras, los momentos de felicidad al ver que un experimento da sus frutos, así como también los momentos de frustración.

Tras acabar de redactar el artículo, o incluso antes, se considera dónde enviarlo para su publicación. Generalmente, se hace una selección de revistas en función de distintos criterios. Criterios que han ido variando a lo largo del tiempo. Antes, había una tendencia a priorizar las revistas académicas mejor valoradas, las que más trayectoria en el campo tenían. Aunque esta tendencia sigue persistiendo, ahora se consideran también otros aspectos a la hora de elegir dónde publicar. Ente ellos encontramos el «open-access» o acceso abierto. Ello se debe a que muchas de las revistas más prestigiosas tienen un acceso restringido, esto es, se debe pagar para leer la revista completa o un artículo en particular, sea en formato papel o en línea. Además, las prácticas de «open science», o ciencia abierta, se están imponiendo entre la comunidad científica.

La práctica puede ser distinta a la teoría y no funciona todo lo bien que debería. Esto es, el sistema de evaluación ciego por pares no es perfecto ni objetivo

Durante el proceso de sopesar a qué revista enviar el artículo, se consideran varias. Muchas de las revistas académicas controlan la calidad de los artículos que en ellas se pretenden publicar mediante un sistema conocido como «revisión por pares», lo que se traduce en que no todos los artículos son aceptados. El sistema que comentábamos consiste, en teoría, en que varios expertos en la materia, generalmente dos o tres, evalúan el artículo y deciden si cumple o no con diversos estándares, habitualmente: originalidad, calidad y coherencia. Para sustentar la decisión tomada, los expertos entregan un informe. Muchas revistas, además, implementan dicho sistema «a ciegas», es decir, que, teóricamente, el evaluado no sabe quién le evalúa y el evaluador no sabe a quién evalúa. Hasta aquí la teoría. La práctica puede ser distinta y no funciona todo lo bien que debería. Esto es, el sistema de evaluación ciego por pares no es perfecto.

El universo competitivo académico

Pero empecemos por el principio. La Academia es un lugar en el que cara a cara la gente se lleva estupendamente (salvo en casos muy graves). Ahora bien, por la espalda, la realidad puede ser bastante diferente. En ocasiones, la misma gente que muestra una cara amable y colaborativa en público, puede involucrarse en conflictos y rivalidades intensas: sea a título personal, sea a nivel de todo un departamento/proyecto/laboratorio.

Es un mundo muy competitivo, lo cual no es malo de por sí, al que se le debe añadir el factor llamado «publish or perish», esto es, «publica o perece»: publica todo lo que puedas y todo lo rápido que puedas para engrosar tu CV. Da igual la calidad, se valora la cantidad. Ello implica que las publicaciones realizadas con extrema rapidez no alcancen, en realidad, el nivel de excelencia que en teoría se persigue en la Academia, salvo en casos específicos. No nos engañemos, un buen artículo, una buena investigación, se cuece a fuego lento, no en una plancha de un restaurante de comida rápida. Requiere mucho esfuerzo: recopilación de datos, análisis de datos, escritura del artículo.

El imperativo de «publicar o perecer» es un factor determinante en esta problemática. No es estrictamente culpa de los investigadores aunque juegan un papel crucial en su perpetuación

En el ecosistema generado por el «publica o perece», no nos olvidemos tampoco de aquellos que adornan sus CVs para presentarse como investigadores más competitivos, ni tampoco de las malas prácticas: seminarios presentados como internacionales cuando en realidad no lo son (el factor extranjero que da la internacionalización no está ni se le espera), interveción por parte de un solo investigador externo en el marco de una asignatura presentada por el profesor o profesora a cargo como un seminario, añadir el nombre de un investigador en un artículo u organización de evento porque es amigo, pareja o protegido académico, entre otros.

El imperativo de «publicar o perecer» es un factor determinante en esta problemática. Aunque no es estrictamente culpa de los investigadores que recurren a las prácticas que se han mencionado, sí juegan un papel crucial en su perpetuación. En este artículo no se pretende culpar a los investigadores. Al final, todo lo mencionado es una consecuencia del sistema. Esperamos, con todo, conseguir que se reflexione sobre el mismo, y, de paso, señalar la necesidad de los cursos de ética y moral en la investigación.

Este ecosistema académico encuentra también su materialización en las evaluaciones para los artículos de revistas, directa o indirectamente. Veamos cómo.

Las evaluaciones por pares

Antes, mencionábamos que las evaluaciones por pares se llevan a cabo, por lo general, por dos o más expertos. Algunas revistas suelen señalar en su página web cuántos expertos consideran. A veces, la revista envía el artículo a un solo evaluador. Su opinión, para las revistas, suele ir a misa. Teniendo en cuenta las rencillas que se dan a veces en la Academia, así como la competitividad que antepone la cantidad sobre la calidad en los CVs, ¿es ético dejar en manos de una sola persona la decisión sobre la aprobación o no de un artículo? Sería poco ético no mencionar que la evaluación de artículos generalmente no es remunerada y que los investigadores suelen tener una carga laboral considerable. De este modo, encontrar expertos dispuestos a evaluar un artículo no es una tarea sencilla. Ello está afectando al sistema: hay serios problemas para encontrar evaluadores, mientras que la cantidad de artículos recibidos sigue aumentando. No sería justo culpar por completo a las revistas académicas, especialmente a las de acceso abierto, que no obtienen beneficios por la publicación de artículos. Es un sistema que estamos perpetuando entre todos.

Cuando un artículo es rechazado, a veces se añade un factor más: la posibilidad de recibir un informe destructivo lleno de insultos hacia la investigación y los autores

También hemos mencionado que es común que las evaluaciones se presenten como «a ciegas». La realidad, sin embargo, puede ser distinta. Siempre es a ciegas para el evaluado: nunca va a saber quién le evalúa. Pero para el evaluador no siempre es así. A veces, el evaluador sabe a quién está corrigiendo, ya sea porque la revista se lo ha dicho, porque el evaluado se ha dejado algún indicio que lo delata, porque el evaluador conoce la forma de redactar de los autores del artículo, o porque el tema del artículo lo estudia poca gente. Ello pone al evaluador en una situación de ventaja frente al evaluado y puede condicionar la decisión final sobre el artículo: se aprueba para publicación tal cual, se aprueba con cambios o se rechaza. El colegueo y las rencillas pueden condicionar directa o indirectamente la decisión del evaluador.

Cuando un artículo es rechazado, a veces se añade un factor más: la posibilidad de recibir un informe destructivo lleno de insultos hacia la investigación y los autores. En algunos casos, los evaluadores utilizan el anonimato para expresar sus frustraciones y complejos, ya sea que conozcan o no la identidad del autor, y esto se agrava aún más si la conocen.

En otro ejemplo, se rechazaba un artículo con el comentario despectivo: «esta mierda sólo la puede haber escrito -nombre del investigador/a-». Un ataque personal directo y despiadado.

Entendemos que, por escrito, los comentarios pueden parecer más duros, ya que la entonación oral (ausente en la escritura) ayuda a interpretar las intenciones. Recibir un informe negativo no siempre es fácil de encajar, pero a veces hay que aceptar que el artículo adolece de fallos en algunos de sus puntos. Hay evaluadores, y no pocos, que ofrecen comentarios constructivos que ayudan a mejorar el artículo para futuras publicaciones y a crecer como investigador. Sin embargo, los insultos son insultos, ya sea que se expresen verbalmente o por escrito.

Hace años, se hacía llegar a los autores de este artículo el caso de una evaluación que consideraba que un estudio era «falaz» sin más explicación. ¿Es esto una razón suficiente para rechazar un artículo? Para la revista, que afirmaba evaluar los trabajos con dos expertos, sí lo fue. No hubo informe del segundo evaluador, pues no hubo segundo evaluador. ¿Dónde queda la ética? En otro caso, se calificaba un artículo de «gilipollez». ¿Dónde está la ética y la educación? Y no sólo por parte del evaluador, sino también de la revista. Más recientemente, leíamos un caso donde el evaluador describía un capítulo de libro como «elíptico». Aquí al menos tenemos constancia de que el artículo fue evaluado por un experto en el arte del insulto y gran conocedor de El arte de insultar de Schopenhauer. En otro ejemplo, se rechazaba un artículo con el comentario despectivo: «esta mierda sólo la puede haber escrito -nombre del investigador/a-». Un ataque personal directo y despiadado.

Tantos ejemplos no son, naturalmente, la norma, pero sí son significativos. Este tipo de informes destructivos, insultantes, son más habituales de lo que creemos.

Sin duda, algunos miembros de la élite intelectual que tan bien acostumbrados nos tienen a una sofisticación y educación excelentes, tras las bambalinas se desprenden de sus máscaras de actuación, que guardan cuidadosamente y dejan listas para desenfundar de nuevo en el siguiente congreso, visita a otra universidad o intercambio por correo electrónico.

Podríamos seguir con los ejemplos que algunos colegas han querido compartir con los autores de este artículo, pero no acabaríamos nunca. Tantos ejemplos no son, naturalmente, la norma, pero sí son significativos. Este tipo de informes destructivos, insultantes, son más habituales de lo que creemos. Demuestran que para algunos el imperativo moral respecto al prójimo es, simple y llanamente, humillarlo.

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La humillación puede encontrar su origen (que no justificación) en distintos factores, algunos de los cuales ya hemos visto: rencillas personales (de las que el evaluado a veces ni es consciente), rencillas con el departamento/proyecto/laboratorio al que pertenece el evaluado, que el evaluado haya escrito sobre un tema del que el evaluador se cree propietario (más común de lo que el lector pudiera imaginar), que el evaluador sea contrario a las conclusiones del artículo, que el evaluador se posicione en contra de ciertas aproximaciones y teorías utilizadas por el evaluado o que el evaluador considere que ese tema deba publicarlo él antes, entre otras razones.

La última razón es uno de los motivos que ha propiciado la creación de plataformas académicas virtuales como arxiv.org, destinada a publicar los llamados «preprints» o artículos antes de pasar una evaluación en alguna revista. Su objetivo principal es promover la «open science» o ciencia abierta, pero también dejar constancia de la autoría de la investigación y sus resultados.

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Los insultos no son las únicas estrellas de algunos informes. También encontramos comentarios que demuestran que el evaluador no es experto en el tema y no sabe qué está corrigiendo, pero ha de decir algo. Es improductivo buscar culpables de nuevo. Algunos investigadores creen que pueden realizar evaluaciones de cualquier tema de su campo, y por ello aceptan. Otros aceptan el rol por falta de evaluadores, ya que las revistas a veces no tienen más opciones.

Si hablamos de informes cuestionables, también debemos mencionar los «mansplainings». Como comentábamos, a veces es relativamente sencillo para un evaluador saber quién ha escrito el artículo. Un informe, nos comentaba una colega en este caso, le explicaba detalladamente en qué consistía una aproximación de la que la evaluada era experta. La explicación, además, dejaba patente que el evaluador no era experto en dicha aproximación.

Los informes, una vez transmitidos a los editores de la revista, se transmiten al evaluado, que ha de mentalizarse y prepararse para la posibilidad de leer toda una retahíla de comentarios insultantes y vejatorios

Finalmente, y debido a la posibilidad de rechazo, algunos autores envían sus artículos a las revistas sin adecuar a las normas de formato de la revista seleccionada, con la promesa de adecuarlo tras su aceptación. Muchas revistas no se oponen a ello, facilitando así el proceso de publicación para los autores. Ello ha dado lugar a la aparición de evaluadores que se divierten corrigiendo nimiedades, errores de formato, que son (en teoría) trabajo de la revista comentarlos con el autor una vez aceptado el artículo. Los evaluadores se sirven de estos errores de formato, que tienen a bien señalizar en rojo por muy repetitivos que sean, para presentar el artículo con múltiples correcciones y, así, sustentar visualmente su decisión de rechazar el artículo: «la bibliografía y el sistema de citas no se adecúa al de la revista / no se adecúa al -sistema que el evaluador considere-». Sin esos comentarios, en ocasiones, el informe contendría escasos motivos para justificar un rechazo.

Los informes, una vez transmitidos a los editores de la revista, se transmiten al evaluado, que ha de mentalizarse y prepararse para la posibilidad de leer toda una retahíla de comentarios insultantes y vejatorios, así como comentarios sin sentido que, a veces, dejan patente que el evaluador no era un experto en el tema.

Aunque en pequeños círculos se comenten los informes de este tipo, y los investigadores se consuelen mutuamente, apenas se denuncian. Algunas cuentas en redes sociales, particularmente angloparlantes, parodian al tan temido «evaluador 2» (asociado por el «lore» académico, y con un poco de humor, a este tipo de comentarios).

¿Por qué debemos aguantar los insultos? ¿acaso no merecemos un mínimo de respeto por el simple hecho de ser personas? ¿acaso la salud mental de los investigadores no cuenta? ¿dónde queda la ética de los evaluadores que se esconden tras el anonimato?

«Aguanta, no hagas caso y envíalo a otra revista», repiten los investigadores séniores a los más jóvenes, pero ¿por qué debemos aguantar los insultos? ¿acaso no merecemos un mínimo de respeto por el simple hecho de ser personas? ¿acaso la salud mental de los investigadores no cuenta? ¿dónde queda la ética de los evaluadores que se esconden tras el anonimato? ¿y el de las revistas que dan por válidos tales informes y los transmiten a los evaluados?

No todo es negro, por suerte. Cada vez más, están surgiendo movimientos dentro de la Academia y de las revistas que buscan acabar de raíz con estas prácticas: no transmitir el informe al evaluado o comentárselo indirectamente (aunque aquí cabe preguntarse, todavía, ¿por qué darlo por válido?); habilitar la opción de proponer y vetar evaluadores por parte del evaluado; salir del anonimato por parte de ambos lados una vez finalizado el proceso de evaluación; realizar evaluaciones mediante foros cerrados, donde el evaluado sabe que dos personas de las listadas en el comité de expertos de la revista han evaluado su artículo y, además, los dos evaluadores discuten el artículo en conjunto sin anonimato con el resto del grupo de expertos. Los sistemas anteriores son testimonio de que algo está por fin cambiando y de que las nuevas generaciones, sobre todo, se han cansado de aguantar comentarios insultantes. Pero todavía queda mucho por hacer, pues estas tendencias dentro de los sistemas de evaluación son todavía marginales. De ahí nació la intención de nuestro artículo: visibilizar y denunciar públicamente y de cara a un público diverso, los informes insultantes que podemos llegar a recibir los investigadores.

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