Siria
Noura Ghazi: “Muchos consideran que Siria en sí es una gran prisión”

Noura Ghazi ejerce de abogada en Damasco desde 2004.

Noura Ghazi
Noura Ghazi, entrevistada por El Salto. Álvaro Minguito
3 abr 2017 15:05

La lucha por la defensa de los derechos humanos y de los presos políticos marca la vida de Noura Ghazi, una joven de Damasco que ejerce la abogacía desde 2004. Pero esta inclinación e historia vienen de lejos. Ella es hija de un importante sindicalista y miembro de la Unión Socialista Árabe Democrática en Siria, detenido en nueve ocasiones, la última de ellas, desde 1992 hasta 1994, durante la tercera década de poder en el Gobierno de Hafez al-Assad, padre de Bashar, actual presidente sirio.

“Cuando tenía doce años, llevaron a mi padre a juicio. Al verle quise abrazarle, pero un oficial me empujó y me gritó para impedirlo. En ese momento le dije que un día sería abogada para defender los derechos de gente como mi padre”, así cuenta Noura el origen de su vocación, aprovechando su visita a Madrid, invitada por Amnistía Internacional.

El caso de su padre no es anecdótico, ya que asegura que todos sus amigos han pasado por prisión, y en su familia el marido de su mujer ha sido arrestado tres veces desde el inicio del conflicto en Siria. “Quizás soy la única de mis amigos que no ha sido encarcelada –explica con cierto asombro, aunque no se libra de la represión–. Por ejemplo, entre 2006 y 2007, quise recuperar información de niños y niñas que vivían en la calle para poder buscar una solución. Se trataba de un tema social, pero fue algo que no le gustó al Gobierno y por ello me detuvieron e interrogaron”.

La vida de Noura, como la de tantos sirios y sirias, sufrió un cambio importante en el año 2011. Una transformación que no sólo notó en el día a día de su trabajo, cuando acudía a un tribunal en el que aumentaba sustancialmente los retenidos, llegándose a contabilizar entre 150 y 200 diarios; sino también en el plano personal.

Durante el primer mes de protestas populares desencadenadas a lo largo y ancho del país árabe, exigiendo derechos sociales al principio y más tarde la caída del régimen, conoció al amor de su vida, Bassel Khatabri, un chico palestino sirio conocido por su activismo social y por defender la libertad de información en internet. Llegó a ocupar el puesto 19 dentro de los 100 Top Global Thinkers (los 100 pensadores más relevantes) de la revista Foreign Policy, por “insistir en todas las opciones de revolución pacífica en Siria”.

Cuando Noura pronuncia su nombre o habla de él, le cambia el gesto de manera repentina y constante. En cuestión de segundos pasa de la sonrisa a un llanto ahogado en la garganta. “Nos conocimos durante la revolución, en Duma tras las manifestaciones. Después nos encontramos varias veces por casualidad y no sólo nos hicimos amigos, también éramos cómplices en actividades de defensa de los derechos humanos”. Así se convirtieron en compañeros de amor y de lucha, por lo que planearon casarse pronto. Pero dos semanas antes de la fecha prevista para el enlace, el 15 de marzo de 2012 –primer aniversario de las protestas en Siria–, Bassel fue arrestado y Noura no supo, hasta pasados nueve meses, que su prometido se encontraba en la cárcel de Adra después de haber pasado un mes en la prisión de Saydnaya, recientemente en el punto de mira por un informe publicado por Amnistía Internacional en el que recoge testimonios de supervivientes de torturas en este centro penitenciario situado a 30 kilómetros de Damasco, y donde, según señala la ONG, han sido ahorcadas hasta 13.000 personas desde 2011 hasta 2015.

No sabíamos cuándo sería liberado, o si alguno de los dos iba a morir, o si yo iba a ser la siguiente en ser arrestada…
Vivir bajo la incertidumbre que empezaba a engullir la vida en Siria les animó a retomar sus planes frustrados de boda, y finalmente se casaron en diciembre de ese mismo año, durante el cautiverio. “No sabíamos cuándo sería liberado, o si alguno de los dos iba a morir, o si yo iba a ser la siguiente en ser arrestada… Entonces decidimos no esperar para cumplir nuestros sueños”. Un anhelo estancado desde el 30 de septiembre de 2015, la última vez que se vieron. Desde entonces no tiene noticias de su paradero, aunque se teme que haya sido ejecutado.

Su recuerdo siempre la acompaña. Aunque no sabe dónde está, siente que está con ella “en todo momento”. Desesperada, pero con entereza, asegura que ha intentado dar con su paradero “una y otra vez”. “Tengo miedo de saber la verdad sobre lo que le ha ocurrido, no puedo creer que está muerto”.

Estando Bassel encarcelado, él fue testigo de todas las visitas que Noura hacía a otros presos, para darles apoyo y a la vez para recopilar sus testimonios y poder reclamar justicia. De sus más de diez años de experiencia como abogada en centros penitenciarios, reconoce que se ha encontrado con gente que le “ha impresionado mucho por atravesar situaciones muy delicadas”. Y sin hacer mucho esfuerzo para recabar en su memoria, pone como ejemplo a un señor de unos 60 años que no sabía nada de su familia y al recibir la visita de Noura se agachó dejando caer la cabeza sobre sus pies, deshaciéndose en lágrimas. “Ni Bassel ni yo pudimos evitar el llanto”, relata con un tono de voz quebrado por el recuerdo. “No puedo separar mis sentimientos de mi trabajo, porque vivo con esta gente y ellos viven conmigo”, y a la vez lamenta que es “muy triste porque tratas con muchas personas que están destrozadas y te sientes mal y responsable de ellas”.

Desde el principio del conflicto en Siria, son muchas las voces que denuncian las detenciones y desapariciones forzosas. El pasado mes de febrero una ciudadana española se querelló ante la Audiencia Nacional contra nueve altos mandos de las fuerzas de seguridad y de inteligencia militar sirias a los que acusa de detener ilegalmente, torturar y ejecutar a su hermano en Siria en el año 2013. Por otro lado, la Red Siria de Derechos Humanos estima que hay 106.000 detenidos en Siria, de los cuales 90.000 están bajo custodia gubernamental, mientras que el resto está a cargo de grupos armados opositores, también responsables de abusos.

Las cifras que baraja Noura sobre el número de personas encarceladas asciende a las 200.000, pero “no se puede probar que sean presos políticos, porque están acusados de estar relacionados con el conflicto; sin embargo, el 70% de la gente desaparecida ha sido arrestada por pertenecer a regiones que están bajo control de otros grupos de oposición o por tener familiares que están luchando en algún grupo”, explica la abogada.
El 70% de la gente desaparecida ha sido arrestada por pertenecer a regiones que están bajo control de otros grupos de oposición o por tener familiares que están luchando en algún grupo
Además, puntualiza que la situación que se vive entre rejas “depende de si se trata de centros de detención custodiados por policías y donde no se sufren demasiados abusos. Pero en los otros tipos de prisiones, como las secretas o las militares, la situación es muy mala, se practican torturas de manera sistemática, alrededor del 30% están muriendo debido a las malas condiciones de vida dentro de los centros de detención”.

Al mismo tiempo recuerda que mujeres y niños no están exentos de esta realidad. “En la Prisión Central en Damasco, que tiene un sector para mujeres, la situación no es muy mala, pero lo peor es que la mayoría están con sus hijos dentro. Ahora hay 36 niños, de los cuales cuatro han nacido en la cárcel”.

“Pero en otros centros de detención muchas mujeres están sufriendo las torturas como los hombres. También los niños; ahora sabemos del caso de 10 niños arrestados. Todos son torturados y algunos tienen sentencias de muerte”.

Pero la vida fuera no está libre de peligro. “Muchos consideran que Siria en sí es una gran prisión”, dice Nura. Aunque a pesar de las dificultades y del entorno hostil, ella asegura que intenta “llevar una vida lo más normal posible” porque, aunque se queje de llevar más de 45 días sin suministro de agua en Damasco, “no sabemos qué pasará al día siguiente”.

Al hacer balance de estos seis años de conflicto en Siria, que tuvieron una antesala de cuatro décadas de represión, Noura comparte las reclamas de la sociedad siria. “Pedimos justicia. Antes teníamos sueños de vivir en un Estado de derecho, pero todo eso se ha evaporado”. Lo dice alguien que participó en las primeras manifestaciones y que si pudiera volver atrás en el tiempo “volvería a hacerlo”, aunque con amargura lamenta: “Nos han robado nuestra revolución”. “Nosotros avisamos a la gente de que no usaran las armas porque íbamos a perder si hacían eso, pero desafortunadamente fue lo que ocurrió. No es nuestra culpa, aunque quizás tuvimos errores; es culpa de las agendas internacionales en Siria, que tristemente nos han llevado al punto en el que estamos ahora, pero no me arrepiento de haber formado parte de esas manifestaciones, porque era algo que tenía que ocurrir”, sentencia.

Hay que detener esta violencia y exigir responsabilidad sobre quienes la han provocado, para así llegar a la reconciliación
Con el devenir de la tragedia que asola el país, Noura cree que “hay cosas en Siria que nunca volverán”, no obstante, el camino de la justicia para ella pasa por dos puntos: “Detener esta violencia inmediatamente, ya hemos sufrido bastante en el pasado, y exigir responsabilidad sobre quienes han provocado esta violencia y llegar así a la reconciliación”.

Su posicionamiento no cae sobre papel mojado, todo lo contrario. Además de recopilar testimonios de vulneración de derechos y víctimas de guerra, Noura creó junto a otras cinco mujeres familiares de detenidos y desaparecidos forzosos un grupo que han bautizado como Familias por la Libertad, para hacer “demandas humanitarias y legales” y que presentaron en la sexta ronda de Conversaciones de Ginebra.

Unas reivindicaciones que no sólo están transmitiendo a instituciones como Naciones Unidas o la Unión Europea, sino que también quieren hacer llegar a Rusia, aliado principal de las fuerzas gubernamentales, porque consideran que “es quien tiene el poder fáctico sobre Siria”. En este sentido explica que, desde Familias por la Libertad, tienen que “hacer presión sobre el Gobierno y otros grupos armados en Siria para exigir justicia por los detenidos y desaparecidos, y una forma directa de hacerlo es presionando a las autoridades que tienen el poder y una presión real sobre el régimen sirio”, como es el caso de Moscú, y a la vez pone como ejemplo a Turquía como influyente potencia sobre grupos opositores.

Noura se agarra a la esperanza para hacer frente a un futuro que la asusta y en el que cree que, para que “Siria vuelva a ser de los sirios y de las sirias, se necesita un milagro”.
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