Siria
Alauíes en Siria, el estigma de la confesión de Al Asad

Muchos habitantes del Sahel, la costa de Siria, no olvidarán nunca los tres días de caos, pillaje y matanzas de principios del pasado mes marzo. “Un día, de madrugada, llamaron muy fuerte a la puerta. Sabíamos que eran las milicias y no abrimos. Teníamos mucho miedo. Entonces derribaron la puerta”, recuerda M.A. una escritora de la ciudad de Latakia, la capital del Sahel.
Los instantes de pánico fueron pocos, pero se hicieron eternos. “Nos pidieron que nos identificáramos, y enseguida se dieron cuenta de su error. Buscaban a una prima de Bachar Al Asad, que vive en el piso de abajo. Se la llevaron a ella y a su hijo”, explica M. A., que es de confesión alauí, una rama del chiísmo y la confesión religiosa del ex dictador Al Asad. Las tensiones sectarias representan uno de los principales desafíos del nuevo Gobierno del presidente Ahmad Sharaa, antiguo líder de HTS, una milicia islamista radical.
Tres días de caos y matanzas
Los “hechos de marzo” empezaron la noche del 6 de marzo con un ataque coordinado en varios pueblos y ciudades de la costa por parte de hombres armados afines al antiguo régimen contra comisarías y puestos de control de las fuerzas de seguridad, formadas ahora por miembros de las milicias rebeldes que derrocaron a Al Asad. La mayoría de los insurgentes estaban integrados en el grupo Brigada Escudo del Sahel, fundada por Miqdad Fatiha, un ex comandante de la Guardia Republicana de Al Asad. En total, se calcula que unos 300 miembros de las fuerzas de seguridad fueron abatidos aquella noche.
“Fatiha está en el Líbano, pero desde allí incita a los antiguos militares y policías, agraviados por cómo les ha tratado el nuevo régimen de Damasco”, asevera Hussein, un funcionario de la vecina ciudad de Jableh. En los medios sirios, algunos testimonios han apuntado que la comunidad alauí del Sahel sabía con antelación la existencia del ataque, pues muchos comercios cerraron antes de lo habitual. “Yo no lo sabía, pero es posible que otros lo supieran”, admite Hussein, un hombre de mediana edad. Se estima que los alauíes representan entre un 10% y un 15% de los cerca de 25 millones de sirios.

Los días siguientes centenares de milicianos islamistas sedientos de venganza y vinculados al Gobierno se abalanzaron sobre las zonas donde se produjeron los ataques. Muchos de ellos no hicieron diferencias entre civiles y milicianos. Eso sí, se ensañaron solo con los alauíes en una región que cuenta con numerosos pueblos y barrios cristianos y suníes.
Aquellos días se registraron todo tipo de exacciones; pillaje en tiendas y apartamentos, quema de coches y comercios, palizas y asesinatos a sangre fría. Según un informe del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, en aquellos tres días murieron asesinadas más de 1.700 personas, muchas de ellas, civiles alauíes. Cinco meses después, la región continúa sumergida en el terror.
La comisión de investigación creada por el presidente Sharaa presentó sus conclusiones a finales de julio, y en ellas se establece que las matanzas de marzo “no fueron organizadas”, ni ordenadas por la cúpula militar del país. En total, estima la cifra de víctimas mortales en 1.426, y asegura haber identificado a más de 500 personas de ambos bandos responsables de los abusos. No obstante, no hizo públicos sus nombres.
“Aquí, en Jableh, asesinaron a personas concretas, pero el pillaje fue generalizado. Por suerte, nosotros vivimos en un barrio heterogéneo, y cuando llegaron los milicianos, los vecinos suníes les dijeron que no había alauíes, y se fueron”, comenta Hussein, un hombre de mediana edad y con dos hijos. En Jableh, una pequeña ciudad costera, aún son visibles los estragos de la violencia. Pero las peores masacres contra civiles tuvieron lugar en los pueblos del interior.
Según un informe del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, en aquellos tres días murieron asesinadas más de 1.700 personas, muchas de ellas, civiles alauíes
Numerosos testigos atribuyeron los peores desmanes a milicias afines a Turquía, coaligadas con HTS para derrocar a Al Asad. De hecho, a causa de la matanza, la Unión Europea ha sancionado a tres de estas milicias y dos de sus responsables, Mohamed al-Jasim y Seif Abubaker. “No sabemos exactamente quiénes eran, ni tampoco quienes continúan cometiendo los abusos. Habitualmente, usan pasamontañas. Pero creemos que son miembros de las fuerzas de seguridad. Ahora bien, sabemos que hubo algunos civiles de los pueblos suníes del Sahel que se sumaron a los peores abusos”, desliza Hussein. Y es que, aunque la situación actual es mucho más tranquila que en marzo, los abusos y la represión indiscriminada contra civiles alauíes continúan siendo habituales.
Miedo a las represalias
“No pude ir al funeral de un amigo de infancia porque no me atrevo a ir al pueblo. Pocos se atreven. Allí, la situación es más tensa que en la ciudad. Cuando corre la voz que vienen las milicias, la gente, sobre todo los chicos jóvenes, huyen a las montañas y se esconden”, explica F.Q. un activista social de la ciudad de Latakia. Como el conjunto de las personas entrevistadas en este artículo, no quiere ser identificado con su nombre completo por miedo a represalias.
Los movimientos aún están más restringidos en el caso de las mujeres alauíes, que solo salen para los quehaceres indispensables, y nunca tras anochecer. En un reciente reportaje, la agencia Reuters cifraba en decenas las mujeres alauíes que han sido secuestradas o han desaparecido ante la pasividad de las autoridades. “En los puestos de control en las carreteras te puede pasar cualquier cosa si eres alauí. Hay secuestros, robos, abusos... Internet está lleno de vídeos en los que obligan a alauíes a ladrar como si fueran perros para humillarlos”, apostilla F. Q.
Vincular a los alauíes con Al Asad
Durante casi 14 años de brutal guerra civil con un fuerte componente sectario, caló entre algunos segmentos de la oposición una narrativa que vinculaba toda la comunidad alauí al régimen de Al Asad; sobre todo, por estar sobrerrepresentada en las fuerzas de seguridad. Por eso, muchos ahora quieren saldar cuentas pendientes sin hacer demasiadas distinciones. “No es cierto que la mayoría de alauíes fuera pro-Asad. Y si muchos entraron en el Ejército fue porque era una salida para prosperar para una comunidad tradicionalmente pobre, formada, sobre todo, por campesinos", sostiene la escritora M. A., una opinión compartida por la mayoría de entrevistados.
Muchos ahora quieren saldar cuentas pendientes sin hacer demasiadas distinciones
“Es verdad que hubo muchos alauíes dieron un apoyo tácito al régimen porque creyeron en su retórica de que su caída implicaría el ascenso al poder de extremistas suníes. Pero lo mismo sucedió con otras minorías, como los cristianos”, apunta el responsable de un histórico partido político en Latakia, que niega cualquier tipo de privilegio hacia el Sahel: “Se beneficiaron solo aquellos que tenían conexiones con Al Asad. ¿Has visto en qué estado está la ciudad?. Y no le falta razón. Las calles de Jableh o Latakia tienen los mismos socavones y los mismos rincones con pilas de basura que el resto de ciudades de este país devastado.
“Por experiencia propia sabemos que si eras opositor, no te librabas de la represión por tu condición de alauí, más bien al contrario, porque el clan de los Asad no quería que emergieran otros centros de poder”, añade el político, que habla en voz baja a pesar de estar sentado en un rincón aislado de un café. Por eso, en su opinión, hay un vacío político en la comunidad alauí. En diciembre, el régimen intentó usar a los clérigos alauíes como interlocutores de la comunidad, pero no funcionó porque los alauíes no son especialmente religiosos. Además, tras la matanza de marzo se ha roto toda comunicación con el régimen.
El nuevo Gobierno interino ha purgado a miles de funcionarios de esta comunidad, además de aquellos que formaban parte del Ejército o de la policía, con la excusa de que el cuerpo de funcionarios estaba hinchado
Otra de las quejas más habituales entre los alauíes es que el Gobierno ha purgado a miles de funcionarios de esta comunidad, además de aquellos que formaban parte del Ejército o de la policía, con la excusa de que el cuerpo de funcionarios estaba hinchado. Aunque Hussein, hasta ahora, ha podido conservar su trabajo en la delegación de un ministerio, da credibilidad a las acusaciones de discriminación. En un país con un sector privado anémico y que avanza lentamente en su reconstrucción, esto ha llevado a miles de familias a la indigencia. “Si no se soluciona este problema, habrá nuevos ataques de la insurgencia. No faltará gente que quiera luchar por su dignidad si el Gobierno no se la proporciona”, advierte con gesto muy serio.
El Salto ofrece una serie de cuatro artículos que analizan la actualidad de Siria a partir de las minorías que habitan el país.
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