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Sidecar
El embrollo de Baluchistán
El nivel de ignorancia presente en la cobertura occidental de los enfrentamientos fronterizos entre Irán y Pakistán no debería sorprender. Tampoco debería sorprender la declaración del Departamento de Estado estadounidense de que la respuesta de Pakistán ha sido «proporcionada», afirmación que suscita inquietantes comparaciones con la matanza masiva que está perpetrando otra entidad financiada y armada por Estados Unidos situada no muy lejos de allí. Para tener una idea clara de los últimos ataques –Irán atacó el martes [16 de enero] la base de un grupo separatista armado, el Jaish al-Adl [Ejército de la Justicia], ubicada en la provincia paquistaní de Baluchistán; dos días después, Pakistán desencadenó un ataque con aviones no tripulados contra «escondites terroristas» de militantes baluchíes localizados en el lado iraní de la frontera– tenemos que disipar el entramado de mentiras y mistificaciones que rodea a estos hechos.
Baluchistán es una región montañosa partida por la frontera que separa Pakistán e Irán, al igual que las tierras pastunes están divididas por la correspondiente frontera afgano-pakistaní. Los nacionalistas baluchíes llevan mucho tiempo sufriendo el control, a menudo brutal, ejercido indistintamente por los gobiernos iraní y pakistaní. Históricamente, sin embargo, mientras que los dirigentes baluchíes iraníes eran políticamente conservadores, los principales líderes tribales baluchíes pakistaníes eran todos progresistas, próximos en algunos casos a las corrientes comunistas tradicionales características del subcontinente. Antes de la revolución clerical iraní de 1979 se habló incluso de unificar las dos provincias en una república autónoma.
He participado en innumerables conversaciones con líderes tribales y activistas radicales baluchíes en esa época. Había una corriente marxista independiente, activa en las diversas tribus, dirigida por intelectuales baluchíes de izquierda y sus aliados no baluchíes de las provincias de Punyab y Sind. Su revista, Jabal (Montaña), publicó algunos de los debates más interesantes sobre la cuestión nacional, repletos de referencias a los textos de Lenin sobre la autodeterminación nacional. La analogía de la división entre Etiopía y Eritrea se discutió incesantemente en su páginas. Una figura destacada de ese periodo, Murad Khan, argumentó que con el derrocamiento acaecido en 1974 del régimen proimperialista de Haile Selassie en Addis Abeba, las condiciones objetivas de la lucha eritrea habían cambiado y la situación socioeconómica en ambas regiones bien podría desarrollarse en la dirección de una unidad de clase que trascendiera el puro nacionalismo. La mayoría de los baluchíes también querían algún tipo de autonomía política o, en su defecto, la independencia.
Pakistán estaba sometido a fuertes presiones del sah de Irán para aplastar la insurgencia baluchí. A Teherán le preocupaba que las corrientes radicales pudieran cruzar la frontera. Zulfikar Ali Bhutto, entonces primer ministro, capituló y el ejército pakistaní aplastó a los rebeldes. A partir de 1977, Pakistán fue dirigido por una feroz dictadura militar respaldada por Estados Unidos (como lo es ahora, en lo que respecta a Baluchistán, bajo el actual gobierno «provisional»). En 1979 los militares ahorcaron a Bhutto, el primer líder elegido democráticamente en Pakistán, lo que brutalizó la cultura política nacional. Mientras tanto, en Irán, la nueva República Islámica suscitaba esperanzas populares y el nacionalismo baluchí se vio obligado, durante algunos años, a pasar a un segundo plano.
La geopolítica aplastó todas las visiones utópicas originadas en Baluchistán. El colapso de la Unión Soviética provocó la implosión de los grupos de izquierda baluchíes en Pakistán. Los mulás iraníes afirmaron su autoridad en su lado de la frontera. La represión en el Baluchistán pakistaní fue feroz e implacable. La ejecución de Bhutto desató una situación de turbulencia en todo el país y pronto toda una tribu baluchí, los marris, liderada por Sardar Khair Baksh Marri (de inclinación semimaoísta) escapó cruzando la frontera hacia Afganistán, donde acamparon y recibieron refugio, alimentos y armas del gobierno prosoviético del Partido Democrático Popular de Afganistán. Se afirmó que Marri y sus principales colaboradores habían volado a La Habana vía Moscú en busca de asesoramiento de Fidel Castro, aunque este hecho nunca ha sido confirmado por ninguna de las partes. Esta fase terminó con la llegada del gobierno civil a Pakistán, pero el ejército pakistaní siguió gobernando prácticamente la provincia.
La represión del pueblo baluchí ha sido atroz durante las últimas décadas. El alivio temporal de esta situación bajo algunos gobiernos civiles nunca duró mucho y recientemente la represión se ha intensificado. Hace unas semanas me pidieron que firmara otro llamamiento a la solidaridad con los baluchíes, después de que la policía disolviera en Islamabad una concentración totalmente pacífica y relativamente pequeña de disidentes baluchíes y sus partidarios pastunes y punyabíes, detuviera a sus líderes y apaleara brutalmente a algunos de ellos. Mi primera reacción fue «¿por qué ahora?». En aquel momento, semejante brutalidad arbitraria tenía poco sentido. Ahora sí lo tiene. Es obvio que la inteligencia militar pakistaní tenía órdenes de impedir cualquier muestra de disidencia baluchí en Pakistán. Optar por provocar a Irán justo ahora sólo causaría más quebraderos de cabeza a Washington. Al mismo tiempo, por supuesto, ello dividiría aún más al mundo musulmán en un momento en que Yemen, aunque no Egipto, Arabia Saudí o los títeres que gobiernan los Estados del Golfo, está ofreciendo una forma sorprendentemente eficaz de solidaridad con los asediados palestinos.
Dudo que este intercambio de fuego cruzado entre los dos Estados se convierta en una guerra en toda regla. Pakistán, que ya es un Estado huérfano del FMI, sufriría más. Y China ha hecho un llamamiento a ambos países para que procedan a un alto el fuego inmediato. China tiene cierta influencia. Tiene una gran base económico-militar en Gwadar, ciudad situada en la costa baluchí de Pakistán, y mantiene estrechos lazos económicos con Irán. La caballería de Pekín estará trabajando duro entre bastidores, pero las implicaciones políticas de este estallido son dignas de mención.
El grupo atacado por Teherán, el Jaish ul-Adl, es una filial de Al Qaeda, que lleva más de una década operando desde el Baluchistán pakistaní. El grupo mantiene estrechas relaciones con Ansar al Furqan [Partidarios del Criterio], su equivalente suní en Irán. ¿Quién financia estas organizaciones? ¿Por qué la Dirección de Inteligencia Interservicios de Pakistán, que se muestra tan diligente en hacer desaparecer a nacionalistas baluchíes desarmados, no se ocupa de estos fanáticos suníes bien pertrechados? Son ellos quienes han atacado y asesinado a las fuerzas de seguridad iraníes, incluyendo el último ataque contra la sede de la policía en Rask, la ciudad fronteriza iraní, en el pasado mes de diciembre. Irán ha suplicado a Pakistán en numerosas ocasiones que ponga fin a estos atropellos. Ninguna respuesta, salvo palabras melifluas. ¿Hay alguien financiando a este grupo terrorista? ¿Israel? ¿Los saudíes? ¿Algún interesado? No lo sé, pero nada sorprendería en estos días en los que nadie se toma demasiado en serio los dobles raseros occidentales en materia de «derechos humanos» y en asuntos de «derecho internacional» excepto los colegas también incluidos en nómina.