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Esconde esa mentirijilla

Los acontecimientos posteriores a la victoria de Biden no han sido favorables a la promesa del octogenario titular de la Casa Blanca de “devolver la transparencia y la verdad al gobierno”.
Fuga Gas Nord Stream
Fuga de gas en Nord Stream 2 vista desde un caza de la Fuerza Aérea Danesa. Foto: Forsvaret
28 mar 2023 06:00

En los Estados Unidos de Joseph Biden abundan los enigmas. Un mes después de su victoria sobre Trump, el presidente electo sufrió una extraña lesión; como él mismo aclaró posteriormente, se había roto el pie al intentar tirar de la cola de un perro mientras salía de la ducha. Al poco tiempo, la primera familia del país abandonó a Major, su pastor alemán, después de que el grupo de interés conservador Judicial Watch destapara, utilizando las prerrogativas contenidas en la Freedom of Information Act, una serie de ataques, con mordiscos incluidos, al personal de los servicios secretos empleados en la seguridad del presidente y el consiguiente «encubrimiento» de los hechos por parte de la Casa Blanca. Los acontecimientos posteriores no han sido más favorables a la promesa del octogenario titular de la Casa Blanca de «devolver la transparencia y la verdad al gobierno». Actualmente el presidente Biden está siendo investigado por el manejo inadecuado de documentos clasificados (hecho convenientemente revelado después de las elecciones del pasado noviembre) encontrados en una casa de Wilmington alquilada por su hijo adicto al crack, que a su vez es objeto de otra investigación del Departamento de Justicia (revelada al público la mañana de las elecciones de 2020) sobre nebulosos negocios en China y Ucrania.

El desconcierto no se limita a los garajes y las cajas de seguridad bancarias de Delaware. A principios de 2023, el North American Aerospace Defense Command dio a conocer la existencia de naves no identificadas, que habían sobrevolado el territorio continental de Estados Unidos. Cuatro de ellas fueron derribadas por pilotos de las Fuerzas Aéreas en las primeras semanas de febrero, todo ellos con un coste total estimado de 8 millones de dólares (los misiles AIM-9X Sidewinder utilizados cuestan 400.000 dólares cada uno). La identidad de los dirigibles sigue sin estar clara: el principal, derribado sobre la costa de Carolina del Sur, era un dirigible meteorológico –las autoridades advirtieron de la presencia de aviones espía chinos– y al menos uno parece haber sido un «picoglobo» de corte festivo lanzado por aficionados en Illinois. El Gobierno ha reconocido que los otros dos tenían probablemente un «propósito benigno». «No duden –declaró el comandante en jefe–, que si algún objeto representa una amenaza para la seguridad y la protección del pueblo estadounidense, lo derribaré».

Días después de que un F-22 Raptor Top Gun derribara a su primer enemigo hinchable, saltó la noticia de otro enigma, la explosión de los gasoductos Nord Stream en septiembre de 2022. Se trataba, según había informado The New York Times a finales de año, de un auténtico «misterio bélico». ¿Cómo consiguieron los autores ejecutar sus atentados y escapar sin dejar rastro en una de las vías navegables más vigiladas del planeta? ¿Cuál pudo ser el motivo? Las declaraciones iniciales de los políticos de la OTAN insinuaban que Moscú era el culpable, pero no se encontraron pruebas que corroboraran la acusación y la idea de que Rusia destruyera una infraestructura propia de importancia crucial para sus intereses –y fuente potencial de influencia sobre Europa Occidental– ofendía incluso a las almas más devotas a la causa. La noticia hecha pública en diciembre de que Nord Stream AG, la sociedad de propiedad mayoritariamente rusa dueña del gasoducto, estaba solicitando diversos presupuestos para reparar las tuberías dañadas no hizo sino aumentar la confusión. En medio de tal perplejidad, un artículo de cinco mil palabras del legendario reportero Seymour Hersh en el que afirmaba que el sabotaje era una operación de la CIA, ejecutada por orden del presidente de Estados Unidos, podría haberse considerado una bomba. Sin embargo, la respuesta al artículo, autopublicado en Substack el 8 de febrero, fue silenciosa. Durante la semana siguiente a su publicación, The New York Post fue el único diario estadounidense que trató la historia de Hersh como una noticia, mientras que una pieza provocadora pero representativa publicada en el sitio web de Business Insider, propiedad de Springer, apareció bajo el siguiente titular: «The claim by a discredited journalist that the US secretly blew up the Nord Stream pipeline is proving a gift to Putin» [La afirmación de un periodista desacreditado de que Estados Unidos voló en secreto el gasoducto Nord Stream está demostrando ser un regalo para Putin].

A mediados de febrero, el editorialista de The New York Times Ross Douthat rompió el silencio imperante. Titulada «U.F.O.s and Other Unsolved Mysteries of Our Time» [OVNIS y otros misterios sin resolver de nuestro tiempo], la columna de Douthat identificaba una serie de fenómenos –del reciente susto de los globos y los supuestos avistamientos de vida extraterrestre a los orígenes del virus SARS-CoV-2– como «uno de los patrones de nuestra era, que es lo que podríamos llamar la revelación incompleta». «En ocasiones –escribía Douthat– un fenómeno pasa de ser objeto de teorías extravagantes y conversaciones confidenciales a convertirse en una corriente de opinión predominante, pero sin llegar a explicarse o descifrarse por completo». Otras veces, añadía, «una controversia ocupa el centro del escenario durante un tiempo, parece que hay mucho en juego en torno a la respuesta, luego no se resuelve y parece olvidarse». Las actividades y la muerte del difunto Jeffrey Epstein constituyen un ejemplo de ello, los atentados del Nord Stream, otro.

La historia de Hersh, con su fuente anónima y «varias cuestiones fácticas y de verosimilitud pendientes de dilucidación», puso a prueba la imaginación. Pero, ¿quién voló los oleoductos? Douthat admitió que no podía aducirse ningún argumento serio que implicara a Rusia. Pero si bien Estados Unidos tenía claramente un motivo para hacerlo, la Casa Blanca no sólo había negado su implicación, sino que el sabotaje «habría sido un acto de imprudencia por parte de un gobierno que se ha mostrado muy prudente en sus relaciones directas con los rusos». Para Douthat, a menudo mordaz y capaz de mostrarse escéptico sobre el papel de Estados Unidos en el conflicto ucraniano, esta incursión suponía una estrepitosa equivocación. Cristiano devoto, el columnista admite un «cauteloso interés por las espiritualidades extravagantes». Pero aquí se trata de ideología, no de ocultismo. (Curiosamente, Douthat, cuyo último libro trata de su propia lucha contra la «enfermedad crónica de Lyme», una dolencia no reconocida por la medicina moderna, no encontró espacio en su vademécum para el «síndrome de La Habana», una queja abstrusa lanzada por los oficiales de inteligencia estadounidenses destacados en el extranjero, desde que se determinó, tras una investigación de años de la CIA, que era de naturaleza psicógena).

Aunque los críticos cuestionaron los detalles del relato de Hersh, que describe cómo buzos de la Marina estadounidense aprovecharon las maniobras militares BALTOPS de junio de 2022 para colocar cargas explosivas, posteriormente detonadas a distancia desde la costa de Suecia, este construyó su verosimilitud a partir de un cúmulo de pruebas circunstanciales. La política energética a lo largo del litoral báltico ha sido un crisol de tensiones entre Rusia y el denominado Occidente durante décadas. Después de que Moscú suspendiera brevemente el flujo de gas a través de Ucrania a principios de 2006, el senador Richard Lugar propuso en los prolegómenos de la cumbre de la OTAN celebrada en Riga, que interrupciones de este tipo deberían activar la disposición del Artículo 5 del Tratado de la Alianza Atlántica para la defensa colectiva. El auge de la industria estadounidense del fracking dio un nuevo impulso a las iniciativas encaminadas a sustituir el gas ruso transportado mediante gasoductos por gas natural licuado, alentadas posteriormente por la crisis ucraniana de 2014, que vio cómo las sanciones estadounidenses torpedeaban otro proyecto de gasoducto (el South Stream, que habría atravesado el Mar Negro) y cómo el Congreso se movilizaba para acelerar las exportaciones en nombre de la «seguridad energética» de Europa. La insistencia de Trump a los líderes europeos para que pusieran fin a su dependencia de los combustibles fósiles rusos provocó las risas por lo bajo de la delegación alemana ante la ONU en 2018. ¿Quién se ríe ahora?

Rescatado de la insolvencia por la elección de Trump, The New York Times suprimió rápidamente el cargo de defensor del lector y despidió a la mitad de los editores justo en el momento el que se embarcaba en su particular yihad contra las «fake news»

Al año siguiente, después de que Washington impusiera sanciones al Nord Stream 2, el secretario de Energía estadounidense, Rick Perry, anunció que Estados Unidos esperaba duplicar su capacidad de exportación para 2020. Setenta y cinco años después del desembarco de Normandía, señaló Perry, «Estados Unidos está entregando de nuevo una forma de libertad al continente europeo. Y esta vez no en forma de jóvenes soldados estadounidenses, sino en forma de gas natural licuado». Polonia ha maniobrado con especial brío para posicionarse como centro de reexportación del «gas de la libertad» estadounidense. Antes de la construcción del Nord Stream 1, el entonces ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radosław Sikorski, comparó el gasoducto con el Pacto Molotov-Ribbentrop. Cuando empezaron a circular noticias sobre su destrucción, Sikorski publicó en su cuenta de Twitter una fotografía de la columna de metano resultante –la fuga de este tipo más catastrófica de la historia–, acompañada de la leyenda: «Thank you, USA».

Como observa Hersh, los funcionarios estadounidenses amenazaron repetidamente con destruir los oleoductos. En enero de 2022, Victoria Nuland –arquitecta del gobierno de Kiev posterior a las protestas del Maidan y figura similar a un Zelig del belicismo bipartidista– prometió en una sesión informativa del Departamento de Estado que «si Rusia invade Ucrania, de un modo u otro el Nord Stream 2 no seguirá adelante». En una rueda de prensa junto al canciller alemán Olaf Scholz, efectuada a principios de febrero de 2022, un Biden inusualmente convincente reiteró la amenaza. Los comentarios posteriores a la explosión han sido apenas más suaves: el secretario de Estado, Antony Blinken, calificó el sabotaje de «tremenda oportunidad» para «destetar» a Europa de su siniestra dependencia de los hidrocarburos rusos, mientras que en una comparecencia ante el Congreso efectuada a principios de este año la incontenible Nuland expresó su satisfacción, en nombre de toda la Administración estadounidense, por el hecho de que el Nord Stream 2 no sea ahora más que «un trozo de chatarra en el fondo del mar».

Los espías, como se solía llamar a la «comunidad de inteligencia», tienen su propio término artístico para la «revelación incompleta» de Douthat: un lugar de reunión limitado. Mientras las operaciones clandestinas se desarrollan según lo previsto, están protegidas por una historia de tapadera. Sin embargo, cuando esta tapadera salta por los aires, pueden desplegarse estrategias alternativas: la divulgación, por ejemplo, de información parcial para confundir o despistar. También pueden inventarse sucesos o escándalos totalmente ficticios para distraer la atención de un escrutinio inoportuno. En palabras de un manual del Government Communications Headquarters sobre «diseño de acciones engañosas», filtrado por Edward Snowden, «el gran movimiento cubre el pequeño movimiento».

La historia alternativa de The New York Times sobre el asunto del gasoducto, publicada a principios de este mes, invita a especular en una línea similar. Recordemos que en un principio las autoridades estadounidenses negaron cualquier conocimiento o implicación en el sabotaje del Nord Stream. Ahora resulta que los funcionarios estadounidenses creen que un «grupo proucraniano» llevó a cabo la voladura. Se han ocultado pruebas en este sentido, se nos dice, por temor a que «cualquier sugerencia de implicación ucraniana, ya sea directa o indirecta, pudiera alterar la delicada relación existente entre Ucrania y Alemania, agriando el apoyo de la opinión pública alemana, que se ha tenido que tragar los altos precios de la energía en nombre de la solidaridad». Cualquiera que sea la verosimilitud de la versión de The New York Times, complementada por la cobertura alemana –se afirma que los buzos fueron transportados a bordo de un yate fletado más pequeño que el Stugots de Tony Soprano–, el momento en el que aparece esta información no deja de causar la más absoluta perplejidad. ¿Por qué ahora? ¿Y cuál es la sustancia de la potencial discordia entre Berlín y Kiev? Hersh, por su parte, ha presentado su propia réplica: la versión de The New York Times, según una fuente bien informada, es en sí misma una invención de la CIA (junto con el Bundesnachrichtendienst [Servicio Federal de Inteligencia alemán]) ideada para «realinear y gestionar la percepción de las opiniones públicas» y desviar en consecuencia la atención de los hallazgos de Hersh.

La breve carrera del Disinformation Governance Board, adscrito al Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, es sintomática. Creado la primavera pasada por el régimen de Biden, fue abandonado semanas después bajo una andanada de críticas

En Alemania, la «primicia» de The New York Times, fortalecida localmente por los esfuerzos combinados de Die Zeit y las cadenas públicas ARD y Südwestrundfunk, provocó más malestar que alivio. El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, aventuró que «bien podría haber sido una opción de bandera falsa montada para culpar a Ucrania», mientras que Annalena Baerbock, la belicosa ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, afirmó igualmente que el gobierno no sacaría «conclusiones precipitadas». El propio reportaje de Hersh, ignorado en Estados Unidos, había suscitado una mayor alarma en la Bundesrepublik. Die Linke, la CDU y Alternative für Deutschland presentaron solicitudes formales de información sobre las explosiones de los gasoductos, incluida la ubicación de las fuerzas aéreas y navales de Estados Unidos y la OTAN en el teatro de operaciones en ese momento. Como ha señalado Wolfgang Streeck, estas solicitudes fueron desestimadas por motivos de raison d'État. Ralf Stegner, diputado del SPD y presidente de la comisión parlamentaria de supervisión de los servicios de inteligencia en el Bundestag, expresó su incredulidad ante el hecho de que «un atentado terrorista como éste, efectuado en aguas internacionales, en un mar que es observado por muchos sistemas de vigilancia diferentes [...] pudiera ocurrir sin que nadie se diera cuenta». «Es difícil de creer», observó Stegner. «No fue un atentado en Marte, sino en el Mar Báltico».

Alexander Cockburn comentó en una ocasión que el propósito de las correcciones de los periódicos es persuadir al lector de que el resto del contenido de la noticia es cierto. Rescatado de la insolvencia por la elección de Trump, The New York Times suprimió rápidamente el cargo de defensor del lector y despidió a la mitad de los editores justo en el momento el que se embarcaba en su particular yihad contra las «fake news». Los resultados no pueden haber sorprendido. Cuando Hersh se dio a conocer como el mejor periodista de investigación estadounidense de su generación, informando sobre los crímenes de Estados Unidos en Indochina y la intromisión de la CIA en los asuntos internos de otros países, las operaciones psicológicas seguían obedeciendo a la lógica clásica, esto es, el consentimiento fabricado mediante el envío de propaganda con fines específicos. Las mentiras se coordinaban de forma centralizada y se desplegaban a lo largo de ejes claros. Hoy en día, la ataxia desorganiza un escenario dividido en función de las facciones enfrentadas de los aparatos estatales. La simulación engendra «mensajes», la «narrativa» compite con la «conversación», pelotones de «explicadores» lanzan ataques aéreos contra el cuartel general de la compañía. El engaño tiene su propio ejército móvil. La contradesinformación, como principio operativo y garantía moral, no requiere ni la pretensión de neutralidad ni la farsa de la divulgación. Mientras que la fobia a la «intromisión» extranjera promueve la politización de los servicios de inteligencia y la interpenetración de la Außen- e Innenpolitik [la política interior y exterior], la guerra de la información recluta a los medios de comunicación como voluntariosos soldados de infantería en la frontera militarizada de la falsedad.

La breve carrera del Disinformation Governance Board, adscrito al Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, es sintomática. Creado la primavera pasada por el régimen de Biden, fue abandonado semanas después bajo una andanada de críticas. De acuerdo con sus atribuciones, este organismo debía contrarrestar tanto la influencia rusa como los incentivos a los migrantes refractarios presentes en la frontera sur. Su directora, Nina Jankowicz (exasesora de comunicación del Ministerio de Asuntos Exteriores ucraniano y veterana de la «ayuda a la democracia» estadounidense a Rusia y Bielorrusia) publicó en TikTok un prospecto realmente aventurado en forma de cancioncilla compuesta al son de la melodía de «Supercalifragilísticespialidoso», el éxito del musical de Disney de 1964 Mary Poppins:

El blanqueo de información es realmente feroz.
Así sucede cuando un mercachifle toma algunas mentiras y las hace sonar precoz
diciéndolas en el Congreso o en un medio de comunicación convencional
Así que los orígenes de la desinformación son un poco menos atroces.
Así es como escondes una pequeña mentira, una pequeña mentira.
Así es como se esconde una pequeña mentira, una pequeña mentira.
Así es como se esconde una pequeña mentira, una pequeña mentira.
Cuando Rudy Giuliani compartió mala información reservada procedente de Ucrania.
O cuando los influencers de TikTok dicen que Covid no puede causar dolor
Están lavando desinformación y realmente deberíamos tomar nota
Y no apoyar sus mentiras con nuestra cartera, voz o voto... ¡oh!

Golpeada por la controversia en Estados Unidos, Jankowicz se marchó al Centre for Information Resilience, financiado por el Foreign Office británico, donde dirige el llamado «Proyecto Hypatia» – así llamado por la filósofa platónica y astróloga, que vivió a caballo de la Edad Antigua y la Edad Media y fue asesinada por los cristianos por bruja–, que pretende «documentar la relación existente entre la desinformación de género y la actividad hostil coordinada por los Estados en Internet». En una entrevista concedida a la CNN, Jankowicz explicó que el malogrado Disinformation Governance Board estadounidense había caído presa, al igual que Pharmakon, de la amenaza que pretendía disipar. «Desafortunada y paradójicamente», se lamentaba, «nos deshicimos de este organismo precisamente por una campaña de desinformación de gente que evidentemente quiere poner nuestra seguridad nacional por detrás de sus ambiciones políticas personales». El fracaso podría abogar por la urgencia de la misión. Si ojeamos las noticias, cabe preguntarse si no sobraba realmente dadas las circunstancias.

Véase Seymour Hersh y Alexander Zevin, «How to Blow Up a Pipeline», NLR-Sidecar.

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Artículo original: Hide a Little Lie, publicado en Sidecar, blog de la New Left Review, y traducido con permiso expreso por El Salto

 



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