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¿Agentes libres? Sobre el discurso de la soberanía ucraniana

Estudios exhaustivos sugieren que los ucranianos están divididos sobre la cuestión del alto el fuego. El apoyo a un alto el fuego es significativo entre la población desplazada, rondando el 40 por 100 en las regiones más afectadas por la guerra.
Ucrania Kiev y Chernobil - 8
Muchos monumentos son protegidos con sacos de arena para evitar ser dañados. Al fondo el Monasterio de San Miguel de las cúpulas doradas. Raúl Moreno
27 nov 2023 10:13

«Agencia» podría ser la palabra de la década a día de hoy. Cuando se aplica a la guerra de Ucrania, el término suele interpretarse en el sentido de que debemos seguir la línea de conducta y las directrices de los propios ucranianos: guardar silencio sobre las conversaciones de paz, enviar más armas y apoyar los objetivos maximalistas del gobierno de Kiev. John Feffer, director de Foreign Policy in Focus, ha calificado a los partidarios de la diplomacia de «estrechos de miras y arrogantes» y les ha instado a «escuchar a nuestros hermanos y hermanas progresistas de Ucrania» en lugar de proponer «un conjunto u otro de principios abstractos». En Foreign Policy, Alexey Kovalev ha condenado la supuesta «retorcida visión del mundo» de los activistas por la paz para quienes «los ucranianos no tienen poder de decisión y Rusia es víctima de una guerra por delegación». Para estos analistas no hay necesidad alguna de desentrañar el complicado contexto histórico en el que se produce la guerra ni de sopesar los intereses ucranianos en conflicto; simplemente podemos apagar nuestros cerebros y delegar la totalidad de los procesos de toma de decisiones en las manos de quienes están siendo atacados. Este discurso prevalece en todo el espectro ideológico, incluida la izquierda. En el mejor de los casos, ha servido como un código tramposo para perpetrar innumerables trucos intelectuales concebidos con el fin de eludir las complejidades del conflicto; en el peor, ha clausurado el debate y silenciado la disidencia. ¿Cuáles son sus premisas subyacentes? ¿Y se ajusta su imagen de Ucrania a la realidad?

Los analistas favorables a la guerra tienden a contemplar la «opinión ucraniana» como una entidad monolítica, encarnada por quienes se oponen a las negociaciones con Moscú y están a favor de luchar hasta que las fronteras del país vuelvan a ser las que eran antes de 2014. Esta noción es particularmente prominente en Estados Unidos y en el Reino Unido, donde las culturas políticas marciales han alimentado las imágenes públicas de un pueblo ucraniano unificado que «nunca se rendirá» con independencia del precio que deba pagar por ello. Tras un reciente viaje a los hospitales militares de Leópolis y Kiev, Boris Johnson escribió que los ucranianos heridos «no quieren oír himnos entonados a una juventud condenada a muerte ni lamentos sobre las miserias de la guerra. Quieren seguir matando rusos y expulsando al invasor de su tierra». Cualquier occidental que les contradiga es acusado de condescendiente o de hostil.

Una serie de encuestas realizadas desde entonces muestran que la mayoría de los ciudadanos de Crimea están satisfechos con la perspectiva de seguir formando parte de Rusia

Es cierto que la mayoría de las encuestas muestran a una ciudadanía ucraniana que apoya abrumadoramente la continuación del esfuerzo bélico, lo que no es sorprendente en una nación que ha sufrido la agresión injustificable de su vecino. Pero estas encuestas suelen excluir a los habitantes de las zonas ocupadas por Rusia o controladas por los separatistas, así como a los millones de personas que han huido del país, muchos de ellos habitantes del sur y del este de Ucrania. Estudios más exhaustivos sugieren que los ucranianos están, de hecho, divididos sobre la cuestión del alto el fuego, cuando se tienen en cuenta estos datos demográficos. El apoyo a un alto el fuego es significativo entre la población desplazada, rondando el 40 por 100 en las regiones más afectadas por la guerra.

En Crimea el separatismo, ya signifique unirse a Rusia o convertirse en un Estado independiente, ha oscilado desde el colapso de la Unión Soviética. Quizá tal opción no fuera mayoritaria en 2014, cuando Putin recurrió a un dudoso referéndum para justificar la anexión del territorio. Sin embargo, una serie de encuestas realizadas desde entonces muestran que la mayoría de los ciudadanos de Crimea están satisfechos con la perspectiva de seguir formando parte de Rusia, lo cual probablemente se halla relacionado con las represalias ucranianas lanzadas contra la región después de esa fecha, que han incluido el corte del suministro de agua y la provocación de una situación de escasez crónica para sus residentes. Aunque la anexión de 2014 fue un claro acto de agresión, sería difícil argumentar que una reincorporación militar de la región a Ucrania sería legítima. Desde luego, sería contraria a la voluntad o «agencia» del pueblo. (Según Zelensky, al menos 200.000 crimeos se enfrentarían a cargos de colaboración si el territorio fuera recapturado por Kiev).

Algo más del 50 por 100 de los encuestados del Donbas estaban de acuerdo con la afirmación siguiente: «No me importa en qué país viva: todo lo que quiero es un buen salario y una buena pensión»

El panorama es más complicado en el Donbas, pero incluso allí, «escuchar» a los ucranianos plantea ciertas dificultades. Cuando entrevisté a dos comunistas en Donetsk el otoño pasado, Svetlana y Katia, ambas me dijeron que los bombardeos ucranianos sufridos por sus comunidades desde el estallido de la guerra civil en 2014, había empeorado significativamente desde el inicio de la invasión rusa. «Esto se debe principalmente a las entregas de armas de Occidente a Ucrania», dijo Katia. «Ya no quedan lugares seguros en Donetsk». Svetlana recordó un incidente en el que un bombardeo mató a una niña y a su abuela en el centro de la ciudad y expresó su frustración por el constante deterioro de las infraestructuras. Cuando hablé con ella, las fuerzas ucranianas acababan de bombardear las instalaciones locales de suministro agua. «Cada vez que nuestros trabajadores arreglan algo, al día siguiente está totalmente destruido».

Aunque ninguna de las dos sentía ningún aprecio por Rusia ni les agradaba en absoluto la invasión de Putin, explicaron que este tipo de sucesos, junto con lo que Katia describió como una «donbasofobia» prolongada y cada vez más extendida en el oeste del país, les había dejado fuera de sintonía con el estado de ánimo nacional. Ambas eran partidarias del mantenimiento de conversaciones de paz y de que cesasen los combates, aunque se mostraban pesimistas en cuanto a ambos desenlaces. Hay buenas razones para pensar que las opiniones de Svetlana y Katia no son únicas. En el Donbas, la opinión pública sobre el resultado político más deseable, ya sea la autonomía dentro de Ucrania, la absorción por Rusia o la independencia absoluta, es fluida. La mayoría parecía estar a favor de algún tipo de secesión de Ucrania en 2021, mientras que las encuestas más recientes, realizadas en enero de 2022, revelaron que algo más del 50 por 100 de los encuestados, tanto en las zonas controladas por Kiev como en las separatistas, estaban de acuerdo con la afirmación siguiente: «No me importa en qué país viva: todo lo que quiero es un buen salario y una buena pensión». Es muy posible que este sentimiento se haya intensificado durante estos meses de guerra sangrienta.

*

También hay muchos ucranianos que no desean luchar. Tras la invasión, el gobierno prohibió inmediatamente a los hombres de entre 18 y 60 años que abandonaran el país. Muchos de los que intentaron huir fueron detenidos por las autoridades, separados de sus familias y devueltos para ser reclutados. Desde entonces, decenas de ucranianos han desafiado la orden, recurriendo a elaborados planes en ocasiones costosos y a veces poniendo en peligro su vida, para escapar a través de la frontera. Miles de ellos se enfrentan a procesos penales por hacerlo y cientos ya han sido condenados. Un funcionario ucraniano reveló en junio que la Guardia de Fronteras detenía hasta veinte hombres al día que intentaban hacer el viaje ilegal, mientras que la BBC descubrió recientemente que desde la invasión 20.000 hombres han huido para evitar el servicio militar obligatorio.

Escuchar las voces ucranianas, dada su diversidad, es más complicado de lo que sugieren los comentaristas occidentales favorables a la guerra

Quienes aún permanecen en Ucrania han hecho todo lo posible para no ser reclutados, manteniéndose alejados de las calles, recurriendo al soborno y consultando canales de Telegram, algunos de los cuales cuentan con más de 100.000 miembros, creados para ayudar a la gente a evitar a los reclutadores militares. Los informes sugieren que los reclutas recientes son en su inmensa mayoría pobres, mientras que quienes cuentan con recursos han podido comprar cada vez más la exención del servicio militar. Una petición contra las estrategias agresivas de reclutamiento logró recoger el año pasado más de 25.000 firmas, cifra que supera el umbral necesario para obtener una respuesta oficial del presidente. Nada de esto dibuja en absoluto el panorama, dicho en palabras de Condoleezza Rice y Robert Gates, de un «socio totalmente decidido», que se muestra «dispuesto a asumir las consecuencias de la guerra», ni el escenario de un pueblo que «no teme una guerra larga, sino una guerra inconclusa», como señaló un antiguo oficial de la CIA. Tampoco indica la existencia de una población que considere uniformemente las conversaciones de paz y las concesiones como males mayores que el derramamiento prolongado de sangre.

De hecho, hay un número considerable de ucranianos que creen que «incluso una paz “mala” es mejor que una guerra “buena”». Tras la invasión destacados políticos y figuras de los medios de comunicación pidieron negociaciones y, en un caso, la rendición pura y simple. ¿Deberíamos haberles escuchado simplemente por su nacionalidad? ¿O de hecho deberíamos haber escuchado a la minoría de la población que apoya activamente a Rusia? Los ucranianos de izquierda que se oponen a la diplomacia y al alto el fuego son citados en ocasiones en la prensa occidental y presentados como paradigma para sus camaradas occidentales; pero sus opiniones no son en absoluto unánimes. Volodomy Chmerys, el respetado defensor de los derechos humanos que desempeñó un papel destacado en múltiples revoluciones ucranianas y se opuso firmemente a la invasión de Moscú, ha pedido a Zelensky que negocie desde el comienzo de la invasión. Cuando le entrevisté el año pasado, se quejó de que «varios grupúsculos que se denominan o se llamaban a sí mismos “de izquierda” en realidad se han convertido en personal al servicio de las autoridades de Kiev, mostrando su apoyo al imperialismo y la guerra, negando la existencia del nazismo en Ucrania y mostrando su regocijo ante la represión desatada contra activistas de izquierda y la prohibición de partidos de izquierda». Grupos marxistas como el Frente Obrero de Ucrania y destacados activistas como los hermanos Kononovich han adoptado, por otro lado, posiciones antibelicistas similares. Escuchar las voces ucranianas, dada su diversidad, es más complicado de lo que sugieren los comentaristas occidentales favorables a la guerra. Se trata de un ejercicio inevitablemente selectivo y requiere un ejercicio de juicio político para decidir entre puntos de vista contradictorios. ¿Cómo podría no ser así?

Conviene no olvidare que la «agencia» de una población, o lo que normalmente llamaríamos opinión pública, no es obviamente estática. Está influenciada por diversos factores y sujeta a manipulaciones externas. Las opiniones ucranianas sobre la guerra han surgido en un entorno de intenso patriotismo y elevada represión gubernamental en el que pacifistas e izquierdistas se enfrentan a la persecución, el encarcelamiento e incluso la tortura por sus opiniones políticas. Los partidos de la oposición han sido prohibidos en masa y los medios de comunicación cerrados o sometidos al control del gobierno, mientras el Parlamento ucraniano ha votado recientemente a favor de fortalecer el sistema de censura estatal.

Como me dijo el activista por la paz Ruslan Kotsaba, ahora radicado en Estados Unidos tras haber sido perseguido por sus opiniones antibelicistas, «todas las figuras de la oposición que antes promovían la resolución pacífica del conflicto con Rusia han huido o están en la cárcel», lo cual confiere a las conversaciones de paz el aire de «jugar a favor de Putin» o de ser «obra de agentes enemigos». Cuando visitó Ucrania en marzo, Anatol Lieven descubrió que los ucranianos dispuestos a ceder Crimea como parte de un acuerdo negociado no se atrevían a dar a conocer su opinión públicamente. El «consenso» belicoso reinante en el país refleja esta dinámica. Dado que las posturas disconformes se hallan marginadas por los medios de comunicación y la clase política, la opinión pública está moldeada por los funcionarios de Kiev.

La mejor ilustración de esta maleabilidad son las actitudes ucranianas hacia la OTAN, otra cuestión citada con frecuencia por los partidarios occidentales de la línea dura, que defienden el «derecho soberano» del país a unirse a la Alianza. Hasta 2014 sólo una minoría de la población se mostraba partidaria de la adhesión (desde la desintegración de la URSS ha habido más partidarios de sellar una alianza militar con Rusia). Históricamente, la mayoría de los ucranianos ha considerado a la OTAN como una amenaza. El intento de George W. Bush de atraer al país al pacto militar fue recibido con airadas protestas en las que se prendió fuego a banderas estadounidenses en las calles de Kiev. Los cables diplomáticos publicados por WikiLeaks revelaron que los funcionarios ucranianos, desconcertados por la magnitud de la oposición, se unieron a sus homólogos estadounidenses y de la OTAN para insistir en la necesidad de organizar «campañas de educación pública» para persuadir a la población ucraniana de la bondad de tal adhesión. Esto constituía una clara violación de la agencia ucraniana, pero resulta difícil encontrar analistas del establishment, entonces o después, que se opusieran a ello aduciendo tales razones.

*

A lo largo de la guerra, la «agencia» ucraniana sólo ha sido invocada por los gobiernos occidentales, cuando coincidía con sus intereses geopolíticos e ignorada firmemente cuando no lo hacía. En varias ocasiones, los Estados de la OTAN y sus medios de comunicación clientelares han estado más que dispuestos a desafiar a los dirigentes ucranianos. Durante meses después de la invasión, Zelensky ha pedido, tanto en público como en privado, el apoyo de Occidente en las negociaciones con Moscú sin obtener éxito alguno al respecto. Incluso tras el descubrimiento de los crímenes de guerra cometidos en Bucha, Zelensky insistió en que «no tenemos otra opción» que la diplomacia. En mayo de 2022, la mayoría de los ucranianos encuestados por el National Democratic Institute, una entidad cuasi gubernamental vinculada al Partido Demócrata estadounidense, se mostró favorable a las conversaciones de paz. Sin embargo, curiosamente, quienes insistían en que Occidente se atuviera a los deseos ucranianos no amplificaron las súplicas de Zelensky. No expresaron su indignación por esta negación de su agencia e ignoraron el hecho bien corroborado de que los gobiernos estadounidense y británico trabajaron para echar por tierra el acuerdo de paz provisional que Zelensky estaba negociando. En cambio, se pasaron meses argumentando en contra de un acuerdo negociado y a favor de una victoria militar total. Demostraron estar dispuestos a pasar por alto tanto al presidente como al pueblo ucranianos en pos de este objetivo, independientemente de los riesgos que entrañara.

Durante casi dos años la agencia ucraniana sólo ha contado cuando significaba prolongar la guerra, no cuando podía significar poner fin a la misma. El término tampoco se aplica a los designios de las multinacionales occidentales sobre los recursos naturales de Ucrania, ni a los planes de la UE de utilizar la abultada deuda nacional del país y los costes de reconstrucción, que crecen con cada semana que dura la guerra, para imponer la consabida terapia de choque neoliberal al país. Pocos invocaron la soberanía nacional y la agencia de Ucrania cuando Estados Unidos y Europa presionaron a los dirigentes ucranianos para que impusieran una austeridad brutal a su propio pueblo y abrieran sus tierras de cultivo a la propiedad extranjera. Hoy en día los informes sugieren que Washington podría estar finalmente empujando a Kiev hacia conversaciones de paz, sólo que ahora lo hace en contra de los deseos de Zelensky, cuya vehemente oposición al compromiso ya no se alinea con la evolución de la visión de Washington de la guerra como una causa perdida, que está desviando recursos de un futuro enfrentamiento con China. En cada uno de estos casos, los analistas occidentales no han tenido ningún reparo en anular la sagrada autonomía de Ucrania. Parece que ciertas formas de injerencia externa, a saber, las que proceden de la potencia hegemónica mundial y de sus adláteres, se consideran totalmente legítimas.

En un país tan dividido y durante tiempo como Ucrania, cuyas líneas divisorias se han intensificado tras años de guerra civil, la opinión pública es compleja y diferenciada. Que los entusiastas de la guerra occidentales se nieguen a reconocerlo y no muestren ningún interés por las opiniones de ucranianas como Svetlana y Katia, no es especialmente sorprendente. Al igual que otros conceptos que han migrado de la política identitaria liberal a la arena internacional, como el «Westsplaining» y la epistemología del punto de vista, la invocación selectiva de la «agencia» nunca pretendió realmente reflejar los matices del pensamiento ucraniano. La mayoría de las veces estas palabras de moda se utilizan simplemente para aplanarlos. El resultado es un discurso político asfixiado y una visión rígidamente conformista de la guerra tanto por parte de la derecha como de la izquierda.

Lo que está en juego es más importante que Ucrania, lo cual nos da una idea de su magnitud. Antes incluso de que esta guerra termine, se está gestando otro conflicto entre grandes potencias, que implica a Estados Unidos y a China. Una vez más, la «agencia» y las «voces» de los que están atrapados en medio del mismo, esta vez en la isla de Taiwán, se esgrimen para azuzar a los occidentales bienintencionados a favor de la agresiva política exterior de Washington a pesar de que son esas mismas personas las que más sufrirán por su imprudencia.

En este punto, deberíamos detenernos a pensar si la «opinión pública», mutable, inestable, sujeta a presiones ideológicas y circunstanciales, puede ser una piedra de toque fiable para la izquierda. También deberíamos cuestionar la sensatez de fundamentar nuestras posiciones políticas en determinadas identidades o experiencias que se dice que poseen una autoridad epistémica particular. En cuestiones de guerra y paz, nuestro juicio político debería basarse en la «opinión pública»; pero al igual que en la esfera doméstica, esto sólo puede hacerse reconociendo su heterogeneidad e interrogando a los complejos factores que dan lugar a la «opinión mayoritaria». Pedirnos que sigamos acríticamente a esta última puede ser simplemente una cuestión de conveniencia política para Washington y sus filiales, pero viniendo de izquierdistas, ello es una exigencia de cobardía intelectual.

Sidecar
Artículo original: Free Agents, publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Volodymyr Ishchenko, «¿Voces ucranianas?», NLR 138 y Susan Watkins, «Cinco guerras en una», NLR 137.

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Solo hay una certeza, que Zelensky va a salir del gobierno de Ucrania en caja de pino con algún "accidente imprevisto"( como los que les suele pasar a gente contraria a el y a los suyos) antes de que se celebren las elecciones americanas. Y dejarle con vida no es una opcion por parte de los yankis,ingleses,... porque sabe demasiado.

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