Sexualidad
¿Pueden las mujeres cosificar a los hombres?
Shannon Ridgway explica las diferencias entre objetivización y deseo sexual.

¿Puede un hombre ser cosificado por una mujer? La pregunta surge una y otra vez en círculos feministas y la respuesta no es sencilla. Mirado de manera simple, una podría pensar que sí. Porque si definimos la objetificación sexual como la consideración de una persona tan sólo como la suma de sus partes y para lo que esas partes pueden servirnos sexualmente, entonces, por supuesto, las mujeres pueden objetificar a los hombres.
Al fin y al cabo, hay mujeres ahí afuera que “usan” a los hombres sin apreciar sus personalidades, sentimientos o deseos, tal y como lo hacen los hombres. Este anuncio de Kraft es sólo uno de tantos ejemplos de un nuevo patrón comercial conocido como “hunkvertising” (publicidad a través de hombres ‘cachas’).
Obviamente estos hombres –aquellos utilizados para fines sexuales y aquellos expuestos en su gloria desnuda para la apreciación de mujeres en el mercado heteronormativo– están siendo cosificados, ¿no? Desgraciadamente, la respuesta no es tan simple.
La diferencia entre la objetificación sexual y el deseo sexual
La objetificación sexual y el deseo sexual no son lo mismo. El deseo sexual y la atracción que conlleva es una parte normal y natural de la vida. Implica a dos (o más) personas afirmando su deseo de la una a la otra, ligado a un consentimiento de mutuo acuerdo que se establece previamente a cualquier actividad sexual. Se sobreentiende que el deseo permanece deseo y no lleva a la acción a no ser que se tope con otro deseo recíproco.Así que, en esos casos en los que se habla de una persona que “usa” a otra con fines sexuales consensuados, realmente no se trata de cosificación ya que ambas personas han acordado previamente la actividad sexual.
La cosificación sexual, en contraposición, implica que una persona adquiera el rol de sujeto y la otra el rol de objeto; y en el caso de relaciones heterosexuales estos roles se reparten a menudo de manera que el hombre toma la posición de sujeto, y la mujer la de objeto.
La objetificación sexual requiere que una persona elija unilateralmente lo que quiere sexualmente y la otra se someta a esos estándares. Y esta forma de pensar está tan permeada en nuestra cultura que a veces ni si quiera la reconocemos como objetificación sexual. Para entender cómo funciona esta cosificación, tenemos que poner la mira en el nivel macrosocial.
La cosificación social como el status quo
El status quo, la norma predominante en torno a la cosificación sexual, coloca al hombre en el lugar de sujeto y a la mujer en el lugar de objeto. Profundamente arraigado en nuestra sociedad, lo encontramos día a día. La cosificación sexual está en todas partes.Lo vemos en la publicidad cotidiana. Las compañías utilizan modelos apenas vestidas para vender sus productos –y esto se ve tanto en revistas de hombres como de mujeres–. Lo vemos en la televisión: los personajes femeninos –incluso aquellos personajes de mujeres poderosas como puede ser la administradora del hospital Dr. Lisa Cuddy en House– llevan ropa apretada y faldas cortas mientras que sus contrapartes masculinos visten trajes o ropa suelta.
Aparece también en los discursos cotidianos sobre la vestimenta adecuada para hombres versus mujeres, con las contradictorias presiones que aparecen en las escuelas donde se les dice a las chicas que no lleven ropa que pueda “distraer” a sus compañeros.
Dicho todo esto, aunque la objetificación del cuerpo masculino se pueda dar de manera ocasional –normalmente en un contexto publicitario–, no podemos olvidar el contexto en el que opera.
A menudo, la cosificación del cuerpo masculino se lleva a cabo a través de referencias irónicas en anuncios que llevan siglos objetivando los cuerpos de mujeres.
Y aun cuando los anuncios cosifican a un hombre, este se suele mostrar de cuerpo entero con plena conciencia de sí mismo a diferencia de las mujeres, a quienes se les suele mostrar de espaldas o cortándoles la cabeza de la imagen, deshumanizándolas en la práctica.
Los hombres objetificados en las imágenes publicitarias parecen estar diciendo: “Ven aquí y verás lo que puedo darte”, mientras que las mujeres de las imágenes suspiran: “Esto es para ti”.
¿Sexismo a la inversa?
Aunque en ocasiones el hombre pueda ser cosificado, no se compara con la vida diaria bajo una estructura de opresión. Se puede comparar a instancias donde personas blancas afirman que existe racismo a la inversa: no puede equipararse. Porque la gente blanca nunca ha experimentado una opresión sistemática y secular, tal y como lo experimentan las personas de color. Y los hombres no han experimentado una opresión sistemática y secular por su condición de hombre, mientras que las mujeres sí.¿Se puede dar que los hombres se sientan insultados o menospreciados por mujeres que hacen comentarios sobre penes grandes o abdominales enormes? Claro. De la misma manera que un hombre blanco puede sentirse ofendido si una mujer negra le llama cracker [nota de El Salto: término despectivo hacia las personas blancas]. Pero esas instancias no son ni de cerca tan frecuentes, ni contribuyen a un sistema más grande de opresión como el sexismo o el racismo. Si empezamos a referirnos a estas instancias como instancias de opresión, entonces estaremos trivializando y reduciendo la cosificación y el racismo sistémicos institucionalizados a meras riñas interpersonales.
O, como dijo Jamie Utt en su increíble artículo ¡Eso es racista en contra de los blancos! Una discusión sobre privilegio y poder: “Necesitamos reconocer que no todas las palabras o acciones dañinas son equivalentes cuando algunas están sostenidas por una historia y un presente sistema de dominación, violencia, opresión, represión, deshumanización y humillación”.
Cosificación Sexual y Su Rol en la Misoginia
La cosificación sexual no sólo forma parte del satus quo, sino que además juega un papel en la corriente subyacente de misoginia que recorre nuestra sociedad. La misoginia se define como el “odio hacia las mujeres”, pero se trata de algo mucho más complejo que eso. Es deshumanización.La misoginia niega que las mujeres puedan tener pensamientos, sentimientos y derechos. Les roba todo lo que nos hace humanos. Y cuando reducimos a las mujeres a la suma de sus partes físicas –eso es misoginia–, se equipara a la creencia de que sus pensamientos, sentimientos y opiniones no tienen valor, que lo único que tiene valor es su cuerpo. Cuando se utiliza a la mujer para propósitos puramente sexuales y se la desecha, la estamos desestimando como persona.
Esto, francamente, no sucede con hombres –por lo menos, no al mismo nivel–, porque no existe ese sistema de opresión hacia los hombres que existe hacia las mujeres.
De nuevo, esto no quiere decir que no haya alguna mujer que use a algún hombre para satisfacer sus necesidades sexuales y nada más. Pero esto cae más en una categoría de excepcionalidad y menos dentro de un marco de cosificación y opresión.
Por lo tanto, ¿es posible que las mujeres cosifiquen a los hombres? Posible a un nivel micro e interpersonal. Pero como la objetificación sexual está tan imbricada con la cultura de la misoginia, sería una falsedad equiparar la objetificación del cuerpo masculino con el del cuerpo femenino.
A fin de cuentas, aquellos comentarios del tipo “¡Eh! Los hombres también pueden ser cosificados” tan sólo nos distraen del problema real: la misoginia y la opresión sexual de las mujeres profundamente arraigadas en nuestra sociedad.
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