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Reino Unido
El contradictorio ascenso de Rishi Sunak acentúa el conflicto entre horizontes económicos mundiales
En mayo de 2015, a pocos días de celebrar elecciones generales, el conservador Cameron hablaba así de su contrincante laborista: “Gran Bretaña confronta una decisión simple e inevitable – estabilidad y un gobierno fuerte conmigo, o caos con Ed Miliband”. En las elecciones de 2017 y 2019, Corbyn devino el espantajo definitivo para movilizar y atraer nuevos votantes, como los propietarios jubilados del centro y norte de Inglaterra beneficiados por el boom inmobiliario.
Qué paradoja que hayan sido finalmente los Tories los que casi hayan hundido la libra, la credibilidad fiscal, el mercado hipotecario y la solvencia de los fondos de pensiones británicos. Tras el fracaso de Truss y el frenazo a Johnson, es ahora Rishi Sunak el que ocupará el despacho de Primer ministro.
La segunda paradoja es que se elija a Sunak, el perdedor de las primarias conservadoras hace unas pocas semanas. Al ministro de Economía con el mayor gasto en tiempos de paz, se le encomienda ahora ajustar las finanzas públicas. Con una subida inmediata del FTSE100, el principal indicador bursátil británico, los mercados parecen apostar por el nuevo ocupante de Downing Street.
¿Cómo entender estas contradicciones? Por un lado, podemos leer los giros en torno al Brexit, la pandemia o la inflación como puro electoralismo adaptado a las encuestas del momento. El Partido Conservador es una coalición de intereses enfrentados con un solo objetivo compartido: gobernar a largo plazo. Si el paradójico castigo económico a sus votantes no puede evitar la derrota ante los laboristas en 2024, el no menos paradójico regreso del popular Sunak garantizaría una derrota dulce. La promesa de este último es unificar el partido y recuperar la estabilidad económica.
Si el progresismo vive en la sombra de sus derrotas históricas del siglo pasado, por vía de Thatcher y sus seguidores, este giro confirmaría la derrota del neoliberalismo y el paso a un nuevo contexto
Una mirada alternativa es la que percibe un giro mayor, sistémico, en torno a los principios que ordenan la gestión económica en el país que vio nacer la última gran revolución. Si el progresismo vive en la sombra de sus derrotas históricas del siglo pasado, por vía de Thatcher y sus seguidores, este giro confirmaría la derrota del neoliberalismo y el paso a un nuevo contexto. Un “momento Mitterand” a la inversa.
Entre la inmediatez electoralista y las visiones de transformación sistémica, quizá sea más sencillo centrarse en la propia crisis interna del Partido Conservador. Las primarias de Truss y Sunak han sido, en realidad, una batalla entre dos almas del bloque conservador por definir horizontes económicos a nivel mundial.
La fe del converso de de Truss contra la restauración de Sunak
Las paradojas no terminan con las circunstancias de la sucesión gubernamental. También en las trayectorias diametralmente opuestas que han seguido Truss y Sunak. Los padres de la primera eran, respectivamente, profesor y enfermera. Truss fue a un colegio público del Norte de Inglaterra, logrando plaza en Oxford y apuntándose al partido Liberal-Demócrata. Como muchos recordaron durante el reciente funeral real, llegó a defender posiciones republicanas. Después, trabajó como contable y se afilió a los conservadores. Sunak, por su parte, se formó en colegios privados del Sur de Inglaterra, logrando también plaza en Oxford donde trabajó como estudiante en prácticas para el Partido Conservador. Después entró en Goldman Sachs y trabajó en varios fondos de capital riesgo. Su carrera antes y después de entrar a política ha sido lucrativa: su fortuna combinada con la de su mujer alcanza los 730 millones de libras, estando entre las 250 personas más ricas de Reino Unido.
En resumen: Truss es hija de la clase media o media alta, mientras que Sunak está unos cuantos peldaños más arriba. De ahí que casi se pueda ver al proyecto Truss como el resultado de la fe de un converso. Truss y Kwarteng, su defenestrado ministro de Economía, redactaron un panfleto llamado Britannia Unchained donde defendían una liberalización profunda de la economía para estimular el crecimiento. En sus declaraciones podemos encontrar los lugares comunes del radicalismo libertario. Por ejemplo, en un verano caliente de huelgas paralelo a las primarias conservadoras, Truss sugirió invalidar derechos sindicales imponiendo por ley servicios obligatorios. Seguramente animada por las cámaras de eco de una derecha cada vez más instalada en la fantasía, tras su victoria Truss anunció su famoso “mini-presupuesto”, incluyendo 45 mil millones en rebajas fiscales para los ricos sin contrapartidas. El anuncio fue suficiente para que colapsase la libra y los bonos británicos, trasladando un riesgo de insolvencia a los fondos de pensiones contra el que el Banco de Inglaterra tuvo que actuar. Y el “mini-presupuesto” solo se había anunciado, no había llegado a aprobarse.
El contraste con la libertad de acción que tuvo Sunak como ministro de Johnson, que sí llegó a implementar sus presupuestos abultados, es notorio. Ciertamente, siguió la estela de otros gobiernos occidentales ante la pandemia. Sin embargo, la aplicación del mayor programa de gasto público de postguerra sigue siendo paradigmático para un conservador. Los programas de nacionalización de salarios, ayudas empresariales, y otras inversiones llegaron al entorno de los 350 mil millones de libras. Todo ello sin ser compensado, como en el caso de Truss, por un aumento de los impuestos o una reducción de otros gastos. Siendo Sunak un redomado conservador, su desempeño reveló pragmatismo para romper con el escepticismo Tory hacia el activismo estatal.
¿Por qué esa diferencia? Más allá de donde recaiga el peso del estímulo (afectados por el Covid, en un caso; los más ricos, en el otro), hablamos en ambos casos de política expansiva, de aumento del gasto público. ¿Fueron los contextos clave para determinar la libertad de acción? ¿Aceptaban “los mercados” un Estado activista ante la pandemia, que ya no toleran en tiempos de guerra e inflación? La inconsistencia entre ambos casos arroja dudas para los viejos admiradores de Truss en España, que ahora sugieren que fue el desajuste entre ingresos y gastos los que determinaron el fracaso de la rebaja fiscal. De ser así, tanto Sunak entonces como otros gobiernos deficitarios habrían sufrido crisis similares. Pero tampoco confirma esta crisis la transición definitiva hacia un sistema post-neoliberal, puesto que los ataques financieros contra la divisa y la solvencia pública podrían usarse igualmente contra las políticas expansivas de un gobierno progresista.
Una diferencia clave entre ambos momentos es la actitud de las autoridades monetarias. Como señalaba el reportero de la BBC Andy Verity, la actitud del Banco de Inglaterra fue muy diferente en ambos casos. De 2020 en adelante, su función fue respaldar al tesoro británico, abriendo canales de acceso al dólar con la Reserva Federal y asegurando que tanto el cierre como la reapertura tras el Covid19 evitasen un colapso financiero similar al de 2008. De ahí que importantes analistas macrofinancieros, como Daniela Gabor, hayan vinculado el “momento Truss” a un intento de los bancos centrales por reimponer su autoridad sobre la gestión económica. De hecho, el discurso de Sunak rima de manera natural con el giro antiinflacionario de los líderes del Bank of England o el BCE, el órgano supervisor del euro.
Entre tantas diferencias, recordemos, esta es una crisis con una firma 100% conservadora y de los think tanks libertarios adyacentes. Los Tories llevan doce años gobernando en coalición o en solitario, respaldados por su actual mayoría de 80 diputados. Las raíces de la baja productividad, innovación, e inversión de la economía las han asentado sucesivos gobiernos conservadores. Con una oposición moderada, sindicatos todavía por debajo de máximos históricos, y la prensa en manos de amigos del partido, los “enemigos del crecimiento” señalados por Truss han tenido poco que ver con el desastre.
Análisis
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La definición de horizontes económicas es cuestión de política, no ciencia
Cuando pretenden prescribir, las voces dominantes en la economía suelen presentarse como ciencia pura: lo relevante es el empleo de metodologías probadas que permiten el avance teórico y práctico. El líder político, banquero central o regulador simplemente aplicaría las lecciones de un consenso bien entendido para que la economía de mercado funcione correctamente. La realidad es, por desgracia, mucho más imprecisa y parte precisamente de la incertidumbre.
Para empezar, hay programas políticos que no tienen base empírica. Pensemos por ejemplo en la extendida creencia de que bajar impuestos a los ricos, por sí solo, se traduce en mayor inversión privada y empleo. Cualquiera con mínimo conocimiento científico y práctico del desarrollo económico argumentaría que la inversión privada depende tanto de zanahorias como de palos para su movilización. Pero no: desde los años 80, artefactos pseudocientíficos como la “curva de Laffer” junto a cuentos como “el dinero en el bolsillo del ciudadano” justificaron reformas fiscales más favorables a los que más tienen. Mientras, el grueso de los ciudadanos perdía bienestar en forma de servicios dilapidados.
A la inversa, están aquellos problemas reales que preocupan poco al grueso de la disciplina. Por ejemplo, hasta la llegada de Keynes, los economistas ortodoxos negaban la posibilidad del desempleo involuntario. Es decir, los modelos clásicos asumían una tendencia inherente al pleno empleo, y que los desempleados lo eran voluntariamente (por pereza, o cualquier otro motivo). Los pánicos bursátiles y desempleo estructural de los 20 y 30 británicos (“la economía práctica”) inspiraron a Keynes a cuestionar supuestos de la ciencia económica, transformando los horizontes de posibilidad de la política económica posterior.
Desde la burbuja de los tulipanes en la República Holandesa del siglo XVII, hasta los colapsos financieros más recientes, las rupturas han motivado transformaciones profundas en las aproximaciones a la economía. Como vimos durante crisis recientes, gobiernos y bancos centrales se ven obligados a actuar sin precedentes, improvisando herramientas como las compras masivas de bonos. De hecho, el desarrollo de bancos centrales o sistemas de protección frente al desempleo precedió a su formulación teórica exacta por los economistas. De acuerdo con estos hitos históricos, la atribución de responsabilidades económicas al Estado ha variado enormemente.
En lugar de un claro “momento Truss”, lo que vemos es un combate por decidir para imponer un nuevo horizonte económico a los Estados
En lugar de un claro “momento Truss”, lo que vemos es un combate por decidir para imponer un nuevo horizonte económico a los Estados. Aunque el idealismo suele atribuirse a la izquierda, proyectos conservadores de medio mundo están hoy enfrascados en un duelo quijotesco. Sobre todo, porque ambos lados carecen de soluciones frente a las duras realidades económicas desplegadas por la pandemia y el conflicto geopolítico. Por un lado, Truss y sus acólitos interpretan el Thatcherismo como una verbena de pueblo a los Rolling Stones: con el mismo entusiasmo para aplicar una terapia del shock, sin activos estatales que pueda malvender a su audiencia en el sector privado. Frente a ellos, encontramos a los que desean regresar a la senda previa a la crisis del COVID-19. Es decir, una economía con instituciones que funcionen para el 1%, pero que deje las soflamas libertarias a Youtubers, presidentas de Comunidad Autónoma y figuras marginales del partido. Después de todo, se necesita al Estado para barrer los platos rotos tras el colapso. Ese era el subtexto de la campaña de Sunak, en línea con las declaraciones de banqueros centrales que hoy aplican subidas de tipos y piden represión salarial; poco se habla de los beneficios empresariales extraordinarios.
Lo lejos que llegue el actual empeño por apretarnos a todos el cinturón depende, como siempre, de los límites materiales reales. Mucho más que un “momento Mitterand” (o momento Truss), nos encontramos ante un largo proceso de reajuste que responde a la naturaleza incierta de la gestión económica. El propio Mitterand dejó el cargo pensando que había construido una Europa social y unida; no que hubiese dado una estocada final a la socialdemocracia continental. De la misma manera, será la estructura y no la coyuntura la que marque el paso a Sunak y sus sucesores, sea cual sea su partido político. Así, la “policrisis” material es el enemigo por batir para los que deseen plantear una alternativa factible a la terapia del shock y la restauración conservadora. Es decir, subrayar la incapacidad conservadora de enfrentarse a la inflación, la degradación climática, el subempleo y otros problemas debe ser el punto de partida del que desee verdaderamente un momento Mitterand del neoliberalismo. Paradójicamente, la opción triunfante combinará el idealismo político de Truss, con el pragmatismo de Sunak.
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Voy a dejar aquí un enlace de un vídeo de TV3 que hace un breve análisis de la figura del nuevo Primer Ministro del Reino Unido, Rishi Sunak.
"Rishi Sunak, la màquina de fer diners que Downing Street necessitava?" por Genís Sinca:
https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/tot-es-mou/rishi-sunak-la-maquina-de-fer-diners-que-downing-street-necessitava/video/6182698/
El vídeo dura 9' 45''.