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Personas refugiadas
Una cafetería para ser libre en el campamento de refugiados palestinos de Beddawi
Está a punto de llegar el verano a Beddawi, campo de refugiados palestinos en el norte del Líbano, cuando cuatro mujeres entran en el café Achefak. “Es la primera vez que nos sentamos en una cafetería en el campamento”, sostiene casi al unísono el grupo de veinteañeras. Se pasan de una a otra la arguile mientras beben refrescos de mora. La más joven conocía el lugar porque recibió clases de refuerzo aquí hace años.
Con una terraza que recoge del bullicio de las más de 21.000 personas que habitan el campamento Líbano, las paredes del local están forradas con recortes de periódicos que llaman a la libertad de Palestina. En apenas unos minutos la conversación pasa de la falta de espacios para mujeres en una sociedad en la que lo público se formula en masculino, a la situación de los refugiados palestinos en el Líbano, al genocidio en Gaza.
En una mesa cercana, escucha e interviene de vez en cuando Hatem Mekdadi (41), dueño de la cafetería y activista independiente palestino. “Por estos momentos insistí en sacar adelante el local”, sonríe satisfecho. El nombre de su negocio es en árabe un juego de palabras que significa ‘Lo que tú quieras’, lema que abandera del espíritu del local: un espacio de libertad y encuentro donde generar conversaciones sobre política, religión, género… en un campamento de refugiados que es un gueto donde el tiempo se escapa entre callejuelas húmedas y la necesidad de sobrevivir.
Mekdadi nació en 1983 en Beddawi en plena guerra civil libanesa y en una de las épocas más oscuras contra el exilio palestino: llegó al mundo un año después de las masacres israelíes de Sabra y Shatila y uno antes del comienzo del periodo que es conocido como la Guerra de los Campamentos, cuando la milicia Amal (hermana mayor de la chíita Hezbolá) sitió los barrios palestinos en el oeste de Beirut.
“Todas las guerras del Líbano… las he vivido”, señala con media sonrisa irónica el activista, quien recuerda que su familia huyó del campamento para buscar refugio en la ciudad durante aquella época. Otra ironía. La Nakba expulsó a sus abuelos de Haifa y con la creación del asentamiento en 1955 por parte de las Naciones Unidas se instalaron en Beddawi.
Sobre una colina que domina el Mediterráneo, el enclave es una ciudad marginada de casas abigarradas y calles rotas en las que el suelo pareciera estar a punto de abrirse. El estado libanés cedió la autonomía y seguridad de la docena de campos oficiales a las formaciones palestinas, por lo que la entrada está custodiada por soldados de Al Fatah, partido mayoritario de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
La guerra en Gaza, sin embargo, ha hecho que las desgastadas banderas amarillas de la formación de Arafat estén cediendo terreno a las verde oscuro de la islámica Hamás. A cualquiera que pregunte, Mekdadi le dará su opinión más honesta: “el principal problema de los palestinos son las facciones que les gobiernan”. “Respetamos su lucha y las armas que empuñaron en el pasado, pero no son capaces de frenar la sangre de los niños en Gaza. Y aquí, en el Líbano, es su corrupción la que nos corta la electricidad y deteriora nuestras infraestructuras”, continúa el activista.
La vida de Mekdadi, como la de cualquier palestino, está atravesada por momentos históricos. En 2007, otra guerra, la del Ejército libanés contra el campamento de Nahr el Bared
Durante la entrevista el poste de luz más cercano a la cafetería, abarrotado de cables desordenados, empieza de repente a echar agua y a soltar chispas; nadie se inmuta. Más allá de los límites del campamento, los refugiados palestinos sufren la violencia diaria de la política libanesa, que les niega derechos básicos como la nacionalidad o el ser propietarios de sus viviendas o negocios.
Extranjeros en el país en el que han nacido, existe además una lista de trabajos clave como la medicina, la ingeniería o la abogacía de los que están vetados, forzando a los profesionales de estas áreas a malvivir aceptando salarios más bajos que sus compañeros libaneses. “Partidos corruptos, el Estado libanés que nos priva de derechos y la UNRWA (la agencia de las Naciones Unidas encargada de los refugiados palestinos), que lleva 75 años con programas de emergencia mientras los servicios más básicos dentro del campo siguen sin funcionar…”, resume con enfado Mekdadi. “Siendo pobres y dependiendo de ayudas internacionales no podemos ejercer nuestro derecho al retorno a nuestra tierra”, añade el licenciado en sociología, título que consiguió gracias a becas que obtuvo por ser un alumno sobresaliente.
Nacido en el seno de una familia con pocos recursos, su camino hacia la política comenzó a forjarse siendo muy joven. Era el mayor de seis hermanos y su padre sufría de una discapacidad, lo que le empujó a empezar a trabajar a la edad de seis años. Madrugaba para revender en el campamento frutas y verduras que compraba en Trípoli, recogía latas del suelo para ganar unas monedas con el reciclaje o vendía dulces entre el tráfico en hora punta. Ya en la secundaria, hasta donde llega la educación de la UNRWA, toda su familia comenzó a trabajar en una fábrica de chocolate. “A un lado tenía mis libros, al otro iba envolviendo bombones”, rememora. Fue en esa época cuando “empezó a convertirse en Hatem”, sostiene.
A punto de entrar en la universidad estalló la primera Intifada en septiembre del 2000. Dio la vuelta al mundo el asesinato en directo de Mohammed al Durrah, palestino de 12 años al que su padre trataba de proteger escondido tras un cilindro metálico en mitad de las protestas y el fuego israelí. Todo el campamento se volcó en manifestaciones que inundaron el Líbano, y Mekdadi se erigió como uno de los principales líderes estudiantiles. “Empecé a involucrarme de lleno en temas políticos y a pensar en qué podíamos hacer como refugiados, hasta cuándo y de qué manera seríamos refugiados”, apunta.
Tratan de mandarte constantemente el mensaje de que no tienes permiso a vivir y desarrollarte, de que mejor si no estás”, reflexiona Mekdadi
La luz del atardecer comienza a caer sobre la cafetería y a atraer a los incómodos mosquitos, alguien pone una música demasiado alta. La vida de Mekdadi, como la de cualquier palestino, está atravesada por momentos históricos. En 2007, otra guerra. La del Ejército libanés contra el campamento de Nahr el Bared, vecino de Beddawi. Mekdadi había empezado a trabajar en el campamento con una organización humanitaria cuando estalló el peor conflicto tras la guerra civil libanesa: un grupo de terroristas islámicos atacaron a soldados libaneses, dando lugar a cien días de conflicto en los que el Ejército redujo prácticamente a escombros el campamento.
“Aquello fue una lección, vi más que nunca cómo se manejaba lo que estaba ocurriendo sin tener en cuenta a los palestinos. Y el racismo, el señalamiento y los arrestos posteriores que todos tuvimos que sufrir en los checkpoints del Ejército”, señala Mekdadi.
Compara la ocupación israelí en los territorios palestinos ocupados con la burocratización y el régimen de Apartheid que impone el estado Libanés a los refugiados. “Tratan de mandarte constantemente el mensaje de que no tienes permiso a vivir y desarrollarte, de que mejor si no estás”, reflexiona. Con su activismo e iniciativas de organizaciones humanitarias sacó adelante la cafetería en 2016, conectada a través de la iniciativa Red Palestina, un movimiento de jóvenes que trabajan por mejorar las condiciones de los campos y crear espacios de diálogo y escucha al margen de la institucionalidad de los partidos políticos. “
Las facciones actuales equivalen a corrupción. Asi que sí, estamos en contra de las facciones. Queremos una regeneración que sí nos represente”, sostiene. “Nos mantienen pobres y en estas ratoneras para que estemos ocupados y no protestemos, mientras nuestros líderes se aprovechan de los sueldos de los Acuerdos de Oslo. Creé este café para compartir ideas y soluciones, cada persona que se marcha ha hablado, ha escuchado nuevas ideas, es portador de un mensaje”, mantiene el activista político, quien se mantiene optimista: “La guerra de Gaza está cambiando las dinámicas mundiales, hay cierta esperanza de que el mundo está despertando ante las atrocidades israelíes”.
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Es una pasada la capacidad de resistencia que tienen todos los palestinos, desde los que viven en el territorio histórico como en los que lo hacen en la diáspora. Respecto a la OLP, hace mucho que se vendió al ocupador a cambio de un puñado de mierda. Ahora más que nunca hace falta fortalecer la unidad política y militar entre todos los palestinos, haciendo caso omiso a los intentos de Israel y occidente de dividirlos.
Palestina Libre!