Ganancias corporativas, pérdidas ambientales: el mayor lago artificial de Europa impulsa olivos intensivos

Una enorme presa construida con fondos públicos en el sureste de Portugal prometió desarrollar una de las regiones más áridas y empobrecidas de Europa. Sin embargo, la agricultura industrial de olivos está destruyendo ecosistemas y provocando la erosión del suelo y la pérdida de biodiversidad, mientras grandes corporaciones obtienen beneficios.
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Presa de Alqueva. Foto: André Paxiuta
19 oct 2025 06:00

Las hileras de olivos recién plantados se extienden hasta el horizonte. Envueltas en plástico blanco, las interminables filas de plantones semejan tumbas en un paisaje convertido en un cementerio de biodiversidad. En un muro de Nossa Senhora das Neves, un pueblo cerca de la ciudad de Beja, puede leerse “Olivar aquí = ††† (muerte)” como protesta contra una plantación intensiva de olivos establecida a pocos metros de las casas. En todo el Alentejo, en el sur de Portugal, grandes olivos antes cultivados de forma tradicional se apilan junto a las carreteras, arrancados para dar paso a plantaciones industriales en seto de gran densidad.

“Estamos rodeados de olivares superintensivos”, dice Eva Barrocas, agricultora ecológica que conserva los olivares plantados por sus abuelos. A medida que las fincas vecinas amplían sus monocultivos, ella se siente cada vez más aislada. “Estamos presenciando el impacto sobre la biodiversidad y la fragmentación de los hábitats”, afirma mientras vigila a sus ovejas, que pastan entre olivos y encinas en Ferreira do Alentejo.

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Olivar de cultivo superintensivo en Quintos. Foto: André Paxiuta

Eva y su familia producen aceite de oliva ecológico y cultivan cereales en una dehesa tradicional, conocida en Portugal como montado, un sistema agrosilvopastoril en el que se combina la plantación de encinas y alcornoques con el pasto de ganado y otros cultivos. Esto permite sostener a cientos de especies, incluyendo al águila imperial y el lince ibérico.

Sin embargo, el mosaico de árboles, pastos y tierras agrícolas de la región, que mezcla producción y conservación de la naturaleza, está cada vez más amenazado. Cada año, Portugal pierde un promedio de 5.000 hectáreas de montado, a medida que los árboles mueren, la tierra se degrada y la agricultura intensiva invade los sistemas agroforestales tradicionales.

El capital español sigue representando alrededor de un tercio de las inversiones en producción de aceite en Alqueva en 2024

En esta región, las plantaciones de olivo irrigadas se han expandido significativamente en las últimas dos décadas,gracias al suministro de agua del Alqueva, una presa construida sobre el río Guadiana. Con un muro de hormigón de casi 100 metros de altura, el embalse puede contener hasta 4.150 millones de metros cúbicos. Se trata del lago artificial más grande de Europa Occidental.

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Eva Barrocas con sus ovejas en el olivar. Foto: André Paxiuta

Financiada por la Unión Europea e inaugurada en 2002, la presa de Alqueva se construyó con la promesa de llevar crecimiento económico a una de las zonas más pobres y secas del continente. Sin embargo, en lugar de ayudar a los pequeños agricultores a mantener la dehesa y los olivares tradicionales, el riego ha beneficiado, sobre todo, a grandes grupos corporativos y empresas de inversión que obtienen ganancias de las plantaciones superintensivas de olivos. “Aquí, en la finca, no tenemos acceso al agua de Alqueva. No llega para todos”, dice Eva, que cultiva productos de secano adaptados al clima de la región. Solo el 15% del Alentejo está irrigado por la presa.

Según EDIA, la empresa pública que gestiona Alqueva, más del 80% del agua de la presa se utiliza para regar plantaciones intensivas de olivo y almendro. El año pasado, esta corporación suministró agua a 74.059 hectáreas de olivares, la mayoría de ellos en sector superintensivo. Unas pocas grandes empresas gestionan la inmensa mayoría de las tierras irrigadas de la región, como las españolas De Prado y Aggraria. Atraídas por la disponibilidad de agua y los bajos precios de la tierra, las empresas españolas fueron las primeras grandes inversoras. Alqueva permitió a los grupos corporativos expandirse desde Andalucía, donde la tierra escaseaba y era difícil obtener concesiones de agua para nuevos olivares.

Expertos y ambientalistas han advertido que el cultivo intensivo de olivos en el Mediterráneo está transformando un paisaje antes diverso en hileras monótonas de plantaciones

Con el tiempo, principalmente en la última década, otras empresas de inversión y fondos de capital comenzaron a invertir en Alqueva, viendo los grandes beneficios en las plantaciones superintensivas a medida que crecía la demanda mundial de aceite de oliva. Aunque otros inversores han acudido a la región, el capital español sigue representando alrededor de un tercio de las inversiones en producción de aceite en Alqueva en 2024. “Preocupa la presencia predominante de empresas de inversión, cuyo objetivo es extraer la mayor ganancia posible antes de marcharse”, dice João Joanaz de Melo, investigador y uno de los fundadores del grupo ecologista Geota. “La codicia a corto plazo está en conflicto con la perspectiva de futuro”.

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Pintada en al que se puede leer "Olivar aquí = ††† (muerte)". Foto: André Paxiuta
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Sistema de riego de Alqueva. Foto: André Paxiuta

Incapaces de competir con estos grandes grupos corporativos, muchos pequeños agricultores se han visto obligados a vender sus tierras. En los últimos veinte años, al menos el 70% de las tierras agrícolas de Alqueva han sido vendidas, y el precio de la tierra se ha multiplicado por cinco.

Intensificarción agrícola

La tecnología utilizada en las plantaciones superintensivas de olivos se desarrolló en España en los años 90 y se basa en la plantación de variedades enanas altamente productivas, como la arbequina, que están adaptadas a la mecanización. Los pequeños árboles se plantan muy juntos en setos, con unas 2.000 plantas por hectárea. La plantación, la poda y la cosecha están mecanizadas, lo que reduce la necesidad de mano de obra y permite alcanzar rendimientos muy altos. Sin embargo, este sistema requiere mucha más agua y agroquímicos que en el cultivo de los olivares tradicionales. En lugar de vivir cientos de años, los árboles duran solo unas pocas décadas y son más vulnerables a fenómenos meteorológicos extremos y plagas.

A lo largo de los años, María José Roxo, profesora de geografía en la Universidad Nova de Lisboa, ha visto cómo se arrancaban árboles para establecer plantaciones de regadío, y luego se volvían a arrancar para plantar sistemas aún más intensivos. “Necesitamos tener mosaicos, refugios para la vida silvestre”, dice Roxo, quien ha sido testigo de la expansión de plantaciones en monocultivo que dependen de riego, maquinaria pesada, pesticidas y fertilizantes, lo que provoca la erosión del suelo y la pérdida de la biodiversidad.

La intensificación de la producción de aceite de oliva ha sido impulsada por los incentivos de la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea y el aumento global de la demanda de aceite de oliva. Entre 2007 y 2020, el sector olivarero de Portugal recibió alrededor de mil millones de euros en subsidios agrícolas. “Portugal es ahora uno de los principales exportadores mundiales de aceite de oliva”, afirma Susana Sassetti, directora de Olivum, una asociación de productores de olivos con unas 50.000 hectáreas de plantaciones. En las dos últimas décadas, las exportaciones de aceite de oliva se han multiplicado por 12 en volumen y por 18 en valor en este país.

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Olivar tradicional arrancado para dar paso a una plantación superintensiva en la carretera de Moura a Serpa. Foto: André Paxiuta

“Las plantaciones de olivos requieren menos agua que la mayoría de los cultivos permanentes y generan mucha riqueza”, dice José Pedro Salema, presidente de EDIA, la empresa pública que gestiona el agua del embalse de Alqueva. Salema afirma que este tipo de cultivos de regadío “puede alcanzar una rentabilidad inmejorable”. “Hoy en día, podemos tener olivares muy eficientes con un impacto ambiental mínimo”, asegura. EDIA planea expandir el riego para abastecer 47.000 hectáreas adicionales. Sin embargo, a medida que crecen las plantaciones intensivas, también aumentan las preocupaciones sobre sus consecuencias a largo plazo.

“Creo que los cálculos económicos son erróneos porque no toman en cuenta el impacto a largo plazo de estas plantaciones intensivas sobre el suelo y la biodiversidad. El costo de la restauración será muy alto”, apunta Barrocas

“He analizado el agua de nuestros pozos, y los niveles de nitrato son diez veces más altos que los niveles seguros”, dice Eva Barrocas, quien ve esto como evidencia del impacto que están teniendo las plantaciones intensivas de olivos de sus vecinos en los recursos compartidos de la región. “Estamos viendo mucha erosión del suelo en la zona. Se han labrado muchas tierras para preparar las nuevas plantaciones y se ha perdido una gran capa superficial del suelo”, añade.

Roxo, geógrafa especializada en desertificación, está preocupada por la escorrentía del suelo de las plantaciones de olivos. “Cuando llueve intensamente, el río Guadiana y sus afluentes se enturbian mucho. El agua está llena de sedimentos, lo que significa que el suelo ha sido destruido. Estamos perdiendo un recurso que es extremadamente difícil de recuperar”, afirma.

“Ecocidio”

Aunque el sistema de riego de Alqueva y las plantaciones intensivas de olivos pueden ser muy rentables para los inversores a corto plazo, muchos temen que los costos ambientales recaigan sobre las generaciones futuras. “Creo que los cálculos económicos son erróneos porque no toman en cuenta el impacto a largo plazo de estas plantaciones intensivas sobre el suelo y la biodiversidad. El costo de la restauración será muy alto y no se está considerando”, apunta Barrocas.

Expertos y ambientalistas han advertido que el cultivo intensivo de olivos en el Mediterráneo está transformando un paisaje antes diverso en hileras monótonas de plantaciones, lo que supone la destrucción de ecosistemas y la contaminación del agua y el suelo con agroquímicos.

Zero, una de las principales entidades ambientales de Portugal, ha denunciado la expansión sin regulación de los monocultivos en el Alentejo como un “ecocidio”. Al respecto, Pedro Horta, responsable de políticas de la organización, afirma que el sistema de riego de Alqueva ha beneficiado principalmente a las plantaciones superintensivas de olivos y almendros, y que ha fomentado grandes concentraciones de propiedad y un modelo de monocultivo a gran escala “que tiene un impacto claro en la biodiversidad”.

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Planta de gestión de orujo de aceituna en Alvito. Foto: André Paxiuta
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Pedro Horta visitando los olivares superintensivos plantados dentro de los límites de seguridad de la ciudad de Beja. Foto: André Paxiuta

Según Zero, la agricultura intensiva en la región de Alqueva ha provocado la desaparición de poblaciones de Linaria ricardoi, una planta en peligro de extinción, y la destrucción total o parcial de al menos 20 estanques temporales mediterráneos, hábitats prioritarios protegidos por las legislaciones portuguesa y europea. También ha agudizado la pérdida de hábitats para aves esteparias, la destrucción de bosques ribereños y la degradación de la dehesa. Las especies autóctonas viven amenazadas. 

Joanaz de Melo: “No creo que sea razonable producir a un precio artificialmente bajo mientras se degradan nuestros recursos más valiosos: el agua y el suelo”

Un estudio sobre la industria del olivo publicado por EDIA reveló que las plantaciones intensivas en seto albergaban solo alrededor de la mitad de las especies presentes en los olivares tradicionales, mientras que investigadores de la Universidad de Jaén descubrieron que las plantaciones intensivas de olivo podrían llevar a la pérdida de una de cada cuatro especies de aves, hormigas y hierbas. De manera similar, un estudio titulado Una primavera silenciosa en el Mediterráneo destaca cómo el cambio hacia sistemas superintensivos está reduciendo drásticamente la diversidad y simplificando las comunidades de aves en los olivares.

La construcción de la presa, un proyecto propuesto por primera vez por el dictador António de Oliveira Salazar en los años 50, también tuvo un grave impacto ambiental. El vasto muro de hormigón que atraviesa el valle del Guadiana inundó una superficie de 25.000 hectáreas, lo que resultó en la desaparición de ecosistemas, del pueblo de Luz y de decenas de yacimientos arqueológicos, así como la tala de más de un millón de árboles. “Se destruyó todo un ecosistema. Se vieron afectados hábitats importantes y varias especies protegidas, como el lince ibérico”, afirma João Joanaz de Melo, quien está especializado en evaluación de impacto ambiental y sostenibilidad.

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Instalación de nuevos olivares. Una línea de agua destruida se transformó en una zanja sin vegetación en Ferreira do Alentejo. Foto: André Paxiuta
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Olivar superintensivo de reciente plantación en Moura. Foto: André Paxiuta

La construcción de la presa costó unos 2.500 millones de euros, financiados tanto por la Unión Europea como por el Gobierno portugués, la mayor inversión pública realizada en agricultura en la historia moderna del país. Además de los gastos iniciales de construcción, hay costos recurrentes asociados al mantenimiento de la infraestructura y al bombeo de agua hacia las zonas de riego, muchas de las cuales se encuentran en niveles más altos que el embalse. El precio del agua también ha sido motivo de controversia. “Si se tuvieran en cuenta los costos de infraestructura, el precio rondaría los 30 céntimos por metro cúbico, pero los agricultores están pagando una media de solo ocho céntimos, una fracción de su coste real”, señala Joanaz de Melo. “No creo que sea razonable producir a un precio artificialmente bajo mientras se degradan nuestros recursos más valiosos: el agua y el suelo.”

Por su parte, el presidente de EDIA, José Pedro Salema, afirma que la empresa cuenta con programas de monitoreo ambiental y ha implementado diversas medidas para apoyar la biodiversidad, como el manejo de cubiertas vegetales para proteger el suelo, la restauración de espacios improductivos en las plantaciones y la instalación de cajas refugio para murciélagos. Defiende, además, que la presa es estratégicamente importante para garantizar el suministro de agua en la región. 

Beneficio rápido, éxodo rural y crisis climática

La península Ibérica ya sufre el clima más seco en al menos 1.200 años, con una crisis climática que golpea especialmente al suroeste europeo. Expertos y ambientalistas advierten que el modelo agrícola intensivo de la región es insostenible en un clima cada vez más afectado por la sequía y los fenómenos meteorológicos extremos. Un estudio realizado el año pasado de la consultora Agrogés determinó que el cambio climático incrementará los requerimientos hídricos de los olivares entre un 5% y un 21%, mientras que las aportaciones medias anuales al embalse de Alqueva se espera que disminuyan entre un 5% y un 10% hasta 2050, y entre un 15% y un 30% hasta 2080. El estudio subraya que las asignaciones actuales de riego “son claramente insuficientes para satisfacer las necesidades de agua”.

Para la geógrafa María José Roxo, este escenario alarmante requiere un modelo diferente para la región. “Necesitamos pensar más allá de la rentabilidad económica a corto plazo”, afirma. “Tenemos que considerar cómo nuestros recursos pueden sostener nuestras actividades en el futuro. Si seguimos por este camino sin prácticas de conservación del suelo y sin preservar la biodiversidad, seremos aún más vulnerables a la desertificación y al cambio climático”.

“Estas empresas priorizan sus beneficios, pero esas inversiones se hacen a costa de nuestro patrimonio y nuestros recursos”, señala Teresa Pinto Correia

El argumento a favor de las grandes presas se ha debilitado en los últimos años debido a la creciente conciencia sobre su impacto ambiental y los efectos del cambio climático. El aumento de las temperaturas incrementa la evaporación en los embalses y estas infraestructuras emiten cantidades significativas de metano. Un estudio de la Universidad de Oxford, que evaluó 245 grandes presas, concluyó que no son rentables, ya que sus costos reales casi duplican las estimaciones presupuestadas inicialmente.

Teresa Pinto Correia, profesora de la Universidad de Évora especializada en paisajes rurales, sostiene que invertir en riego a pequeña escala sería más sostenible. Las presas más pequeñas podrían ayudar a preservar el mosaico de dehesas de la región. “Estamos concentrando el uso del agua en una zona relativamente pequeña, y se está beneficiando principalmente a los inversores extranjeros”, comenta. “No beneficia a la población local”.

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Tumbul Kamara fuma un cigarrillo en el patio de su casa, en la zona industrial de Beja, después de un día en el campo. Foto: André Paxiuta

El problema, añade, no es solo la concentración de la propiedad de la tierra y la distribución desigual del agua, sino también la desconexión de este modelo con el territorio. “Este tipo de actividad económica no tiene vinculación con el lugar. Sigue la lógica de la inversión”, sin preocuparse por la sostenibilidad a largo plazo. “Estas empresas priorizan sus beneficios, pero esas inversiones se hacen a costa de nuestro patrimonio y nuestros recursos”, añade.

“Los olivos superintensivos se plantan para durar 15 o 20 años. Estas empresas vienen a obtener beneficios y luego se van”, lamenta Eva Barrocas

Además, a pesar de las promesas de revitalizar la región, la presa no ha logrado frenar otro de los grandes problemas regionales: el éxodo rural. Las plantaciones intensivas altamente mecanizadas dependen en gran medida de mano de obra temporal y mal remunerada. Entre 2011 y 2021, el Alentejo perdió más de 52.000 habitantes, el mayor descenso poblacional del país. Todos los municipios que se benefician del agua de la presa registraron pérdidas de población

Mientras que los olivares tradicionales crecen de forma natural en suelos secos, con raíces profundas y pueden vivir cientos, a veces miles de años, los árboles en plantaciones superintensivas tienen raíces superficiales, lo que supone apenas unos años de vida. Eva Barrocas, quien cuida los olivos plantados por sus abuelos en Ferreira do Alentejo, destaca la importancia de la planificación a largo plazo: “Los olivos superintensivos se plantan para durar 15 o 20 años. Estas empresas vienen a obtener beneficios y luego se van. El modelo en nuestra finca es completamente diferente. Nos enfocamos en una agricultura a largo plazo que cuida el ambiente. Queremos preservar los servicios ecosistémicos y dejar las cosas mejor de lo que las encontramos”. “Mi olivar puede tener menores rendimientos, pero sé que durará. Seguirá sosteniendo a las futuras generaciones”, finaliza.

Climate Arena
Este reportaje fue apoyado por Climate Arena
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