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Reality shifting: introyectar la impotencia
Túmbate en la cama. Separa y estira tus miembros lo suficiente para que no lleguen a tocarse con ningún otro objeto o extremidad. Relájate. Empieza en 100 y ve bajando: 99, 98, 97… hasta 0. Si aún no ha llegado tu tren, empieza de nuevo: 99, 98, 97… Súbete al tren en cuanto pase y visualiza dónde quieres ir porque, al bajarte, habrás llegado a Hogwarts, con Hermione, Pícara, Katniss Everdeen o el personaje de sitcom que prefieras. Antes debes haber elaborado con precisión tu guión, la base de tu nuevo yo en tu nueva realidad: rasgos, complexión, personalidad, interacciones, tiempos y hasta alguna palabra de seguridad para volver al cuerpo que dejaste en tu cuarto, en la deprimente realidad real, o realidad actual.
La cosa va más allá del sueño lúcido, de la meditación y del viaje astral. Lo que los shifters proponen es un verdadero salto a otra realidad. Sea porque sus consciencias han alcanzado tal experiencia, sea a cuenta de una performance global que crea comunidad desde hilos de reddit hasta y las fyp de medio planeta, lo que millares de postadolescentes proponen es un catálogo de técnicas de sí capaces de hacerte transcender tu realidad, valorada desde lo meh hasta lo insoportable, para vivir de forma plena en otra diseñada a tu gusto.
Si una eventualidad tan poco creíble ha podido sentar la base de esta subcultura es por motivos similares a los que explican que millones sigan semanalmente un programa de televisión que combina geopolítica de extrema derecha, abducciones, criptozoología y fotos a humedades. Porque el medio es el mensaje y el algoritmo de Tiktok iguala divulgación low cost de física cuántica, misticismos orientales y occidentales y toneladas de cultura pop que, si han dado para la fanfiction, ¿por qué no van a dar para la fanreality?
Gabriel Ventura ha recogido todos estos elementos en El mejor de los mundos imposibles: Un viaje al multiverso del reality shifting (Anagrama, 2025), donde describe, con extrañeza y ternura, los elementos y antecedentes de estas comunidades como lo más propio de nuestro tiempo, si se atiende a sus condiciones de encierro, aislamiento y espectralidad. Nosotros hemos visto además una invocación hegeliana que no podemos dejar de compartir. Si algo queda claro en “Fenomenología del espíritu” es que la conciencia está llena de cosas, que pueden ser – y no es poco – hasta experiencias, pero que todo eso solo puede realizarse verdaderamente en el mundo exterior, que es donde las ideas tienen efectos. En ese mundo, cualquiera que haya intentado llevar a término una idea se habrá dado cuenta de que esto plantea múltiples problemas: el mundo exterior tiene sus propias características, que no se afectan por tus ideas como éstas querrían o habían diseñado. Incluso es habitual encontrarse con otras personas que también albergaban sus propias ideas, dispuestas a producir sus respectivos efectos sobre el mundo, a menudo en conflicto con los tuyos. Un lío, y una porquería cuando la efectividad de tus ideas es baja, dadas tus condiciones y las del mundo. Por eso, llevamos siglos diseñando vías para enfrentar esta tensión. Caminos como la desafección del mundo –el estoicismo-, la negación del mundo –el escepticismo– o el traslado a otro mundo –el reality sifhting para nuestro caso-.
Por una parte, esto plantea enormes problemas. En último término, se abre una brecha irrecuperable entre lo que tiene valor en mi consciencia pero no produce efectos en el mundo y lo que sí produce efectos, la realidad actual, pero carece de cualquier valor, es despreciable o insoportable. Cuando el mundo social -lo político, lo colectivo- aparece tan obturado que no parece posible afirmarse y realizarse en él. Y, en esa brecha, hay un riesgo enorme de enajenación, de crear mundos fantásticos de alto valor pero impotentes para operar efectos sobre el mundo y los otros. Algo que no les puede resultar extraño si habitan nuestras subculturas políticas.
Sin embargo y, por otra parte, todas estas operaciones resultan de lo más razonable ¿Cómo vivir en este mundo no va a requerir altas dosis de enajenación, artificialidad y fugas? ¿Cómo no intentar introducir un tiempo imaginado como una cuña en el tiempo de trabajo o en el tiempo de vida ahora también invadido por el capital? La clave es que existe un quiebre que podríamos situar en la pandemia de 2020, es decir, en la crisis del neoliberalismo, a partir del cual la consciencia no trata de alterar la realidad que tiene fuera. Ya no busca atraer lo bueno o manifestar lo que sucederá antes de que le suceda, para inclinar el mundo en esa dirección, sino que acepta su condición delirante e inefectiva sobre lo real inmediato para constituir otra realidad deseada que habitar, pero desconetada de la actual. Habitan, así, en esta subcultura postadolescente, los rasgos más significativo de la época, lo que supera con mucho la anécdota.