25 jul 2025 00:02
Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.
Rodolfo Walsh

Ningún debate político es ingenuo. Desde luego no lo es el que arrastramos en los últimos tiempos: la evaluación del ciclo político iniciado en las plazas hace casi 15 años. ¿Se cerró con el gobierno de coalición? ¿o antes, con la Conjura de las Madalenas? ¿o antes, en Vistalegre II? ¿o en el I? ¿o estamos hablando más bien de una ficción nacional que hemos elevado al nivel de la Transición? Cada respuesta viene con su pliego de cargos, su picota, su ya-lo-decíamos-nosotros y su solución sospechosamente parecida a la misma que aquel que habla ha repetido siempre. Pero si en algo coinciden algunas de las lecturas de mayor circulación sobre el cierre del ciclo es en su contribución a abonar el lema de nuestro tiempo: no se puede. Ya sea en la versión involución largoplacista ‒creceremos en la derrota‒, tan movimientos fin de siglo XX, o en la del presentismo sanchista ‒no se puede ganar: soñemos con el empate‒, tan cara a los partidos de la Transición.

A lo que nosotros pensamos: What the fuck?. Incluso, reforzando la ficción de que sabemos inglés:fuck you. Es triste cuando se cierra un ciclo político, pero más triste es no aprender nada de ello. La derrota es triste, pero es simplemente infinita cuando no se sabe qué es ganar. Cuando no se sabe celebrar las victorias que llegan ni rememorarlas con orgullo.

Al hablar, en el último capítulo de esta temporada, con Vicente Rubio Pueyo sobre su libro, Un país entre dos tiempos (Lengua de Trapo 2025), queríamos hacer lo contrario, como ya hicimos en nuestra charla con Marta G. Franco sobre las victorias y robos de internet. Queremos repasar algunas victorias, los aprendizajes del ciclo. Las victorias de esta época no son grandes avances, consolidados después en cambios constitucionales, nuevas infraestructuras sociales y vidas más tranquilas por generaciones, sino aquellas innovaciones epistémico-políticas que abren escenarios y relaciones antes imposibles.

Muchas de estas relaciones se formaron en torno al municipalismo. Aquí se produjo una identificación, incorporada ya al acervo político, de la ciudad como una capa relevante de la máquina de crecimiento y expolio, de cosas y de almas, pero también la más dependiente de la acción popular. La apuesta municipalista puede verse como la realización, hasta el último rincón del país, de un caudal político desbordante, pero también como un elemento clave de la reforma democratizadora y plurinacional del país, un esfuerzo que intenta atraer más asuntos políticos hacia las esferas en las que más evidente es el devenir plebeyo del poder ciudadano-vecinal desde el siglo XIX.

Otras se sustanciaron en Podemos et.al. y el asalto al poder territorial autonómico y estatal, de corte tan populista como tecnocrático. Tiene sentido pensar hoy que esta hipótesis se formula como la inversión del no se puede, es decir, como el conocimiento de que la crisis no solo se transforma en shock y desposesión, sino que puede tener una salida maximalista o que puede tenerla solo en esos términos sin techo.

Si esta apuesta no ha sido capaz de ganarle al PSOE y a otras opciones progresistas el pulso de ser una alternativa capaz de canalizar hacia una segunda Transición a fuerzas políticas que se mueven dentro y fuera del espacio conocido de la izquierda, sí ha podido medir las lindes del régimen del 78, hacerles tambalearse hasta un punto de no retorno y expandirlas un tanto. Sin ese intento ingenuo, en el sentido literal de pensarse y operar como si no hubiera límites, no hubiéramos sumado, a lo que sabíamos de los bancos y la gran trama financiera-UE, lo que sabemos hoy de los medios de comunicación, el lawfare o las interioridades del Estado.

En último término, la política desde 2020 dibuja, con una claridad totalmente ausente en el viejo reino del bipartidismo anterior, que existe en el país un bloque político viable de transformaciones a largo, en el que eventualmente podemos ser minoría, pero que solo vive en tanto lo empujamos.

Cerrar un ciclo no es, en este caso, motivo de alegría, pero sí el inicio de una conversación sobre el presente y lo que sigue. Si las derrotas son siempre sufridas, más odioso resulta no poder identificar, ni cuando se tienen delante, las victorias. Los aprendizajes que nos permitan distinguir los errores de las derrotas, y unos y otras del catalogo de prácticas y aprendizajes con los que armar un nuevo ciclo. Buen verano.

Sobre este blog
Pol&Pop es un podcast donde agitamos en la misma coctelera política, pop y actualidad para intentar entender un poquito mejor el mundo en el que vivimos. Política en serio en tiempos de memes, whatsapp y gifs de gatitos. Dirigido y presentado por Raúl Royo y David Vila.
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