Elogio de la normalidad en la moción de censura a Rajoy

La moción de censura ha enfrentado al presidente actual con los líderes de Unidos Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero. Rajoy ha defendido la recuperación económica y se ha mostrado poco dispuesto a entrar en el cuerpo a cuerpo con Iglesias.

Irene Montero Pablo Iglesias Congreso
Dani Gago Irene Montero y Pablo Iglesias, en primer término, aplauden en un momento de la moción de censura.

Debajo de las redes sociales estaba el Debate sobre el Estado de la Nación. Tras las bambalinas del espectáculo, en el que tan bien se manejan –por más que sus estilos sean distintos– el presidente Rajoy como Irene Montero –ponente hoy de la moción de censura– y Pablo Iglesias –líder de Unidos Podemos–, se ha podido hallar la propuesta política para los próximos años de dos de los tres partidos que pueden optar a mayorías a día de hoy.

El comienzo espumoso y directo ha dado paso a las intervenciones largas y por momentos repetitivas. Cuando el número de espectadores en Youtube decrece, cuando otros asuntos se cuelan en la agenda mediática y clarean los escaños en el hemiciclo, es cuando comienza a hablarse de una cosa distinta a la corrupción.

El PP es corrupto (y eso no es noticia)

La moción de censura que se ha celebrado hoy, 13 de junio, en Madrid ha tenido esas dos velocidades. La primera, acelerada y vehemente, ha tenido como protagonista única a la corrupción. En este marco, Unidos Podemos navega a favor de corriente. Es simple, la enumeración funciona. El PP es un partido profundamente corrupto. Algo parecido a una organización criminal. Prácticamente ninguno de sus miembros más prominentes se ha quedado sin su ración en la andanada de hostias (verbales) que ha dado Irene Montero desde la tribuna del Congreso.

Las redes sociales celebran la intervención de Montero. Se recuerda que es la primera mujer que habla en una moción de censura. Se celebra la contundencia, el lenguaje no verbal, la dureza y la templanza de Montero leyendo la cartilla al PP. Las crónicas del crimen siguen escandalizando porque cada semana aumenta el listado de imputados, de sospechosos, de corruptores y corrompidos.

La defensa de Rajoy, débil en este asunto, consiste en victimizar a su partido. Eso pasa por presentarlo como un inocente recluso de algunas manzanas podridas pero, sobre todo, por denunciar una causa general contra el PP. Entre los quiebros de hoy en el capítulo de "no nos merecemos esto", Rajoy ha comparado a Montero con los puritanos, los inquisidores o con el censor florentino Girolamo Savonarola. Ha usado la ironía y la condescendencia. Pero, al margen de la retórica victimista, Rajoy no ha introducido novedades en el discurso sobre la corrupción. Quizá porque no lo necesita.

El PP sabe salir de ese embate. El marco corrupción indigna pero en el Congreso sólo ha servido para marcar los fracasos continuados de los adversarios de Rajoy. Le pasó al PSOE, con su viraje del no a Rajoy al no a Sánchez. Le pasó a Ciudadanos con la devaluación de su propuesta regeneradora que le permitió evitar las terceras elecciones. Le ha sucedido a Unidos Podemos hoy porque así estaba escrito. El resultado del chorreo: el mismo de la semana pasada en Madrid. El mensaje ha quedado claro por las dos partes. La corrupción del PP es estructural y aún así el partido venció en las urnas y consigue que en el hemiciclo no haya unidad contra ellos. El presidente del plasma consiguió que parte de la sociedad mirase hacia otro lado. Cifuentes consiguió que no se le relacionase con Esperanza Aguirre ni c0n Ignacio González, y que Ciudadanos mirase para otro lado.

Terminado el primer acto con el resultado previsto –cada bancada y cada sector tuitero contento con sus líderes– era necesario un plan b para que Unidos Podemos aprovechase la moción para algo más que para el levantamiento de las pasiones tuiteras. El único plan b posible era que la presentación de Pablo Iglesias como posible –¿como futuro?– presidente sonase verosímil. Comenzar a destejer el cordón sanitario establecido en torno a él desde noviembre. "Seducir", en argot de la nueva política, a los otros grupos parlamentarios. Poco a poco, con argumentos y tono sosegado. E Iglesias se ha afanado en ello. Y Rajoy se ha afanado en que eso no ocurra. Y así han pasado seis largas horas.

Iglesias con chaqueta

Casi un año de trabajo parlamentario ha generado toneladas de papel en formato de Proposiciones No de Ley en el grupo de Unidos Podemos en el Congreso. La mayoría no han sido aceptadas. Algunas han sido calcadas y aprobadas después por otros partidos (PP, PSOE o Ciudadanos). El secretario general de Unidos Podemos ha destilado el contenido de ese trabajo en su presentación como candidato y ha planteado uno tras o otro planes y medidas, proyectos y perspectivas de futuro. Una serie de “decálogos” de los que Rajoy ha pasado en patinete. El presidente ha devuelto su discurso a Iglesias en los términos del debate anterior: titulares, frases hechas para Twitter, Venezuelas, ironía y condescendencia.

Incluso después de la primera réplica, cuando la tarde y el presidente invitaban a retomar el espectáculo, Iglesias ha sacrificado el protagonismo en las redes sociales por presentarse a sí mismo como posible presidente. El tono lo ha mantenido a lo largo del día, a pesar de la virulencia con la que se han despachado contra él los diputados canarios, de Foro Asturias y de UPN.

Iglesias sabía que, al final del día, hiciera lo que hiciera, no tendría números para ser presidente, de manera que la opción de aparecer como un candidato noble y sensato en la derrota tenía varios objetivos que cumplir: acercarse a otros grupos, detener con un golpe de efecto el deterioro que apunta el barómetro del CIS, presentar como alternativa de Gobierno la gestión de los “Ayuntamientos del cambio” (y asociarla a su proyecto) y –relacionada con ésta– desarticular el discurso de recuperación económica sobre el que ha gravitado la defensa de Rajoy.

También, desde la intervención de Montero, se había quedado una buena mañana para que Iglesias mostrase la que es la principal novedad política de Unidad Podemos. Su defensa de la plurinacionalidad y el derecho a decidir rompe con la primacía de la izquierda jacobina en el hemiciclo, vigente desde 1978, y señala la principal diferencia con el PSOE. Ese factor que fue determinante para que no hubiese acuerdo posible en la ya lejana primavera de 2016.

Pero la situación en Catalunya sigue siendo, al menos oficialmente, secundaria para el Ejecutivo, que confía en que la cohorte de abogados del Estado dirigida por Soraya Sáenz de Santamaría y la propia corrupción de Convergència aporten una solución, por temporal que sea, al desafío planteado –si se quiere, puesto en escena– por el Parlament. A Rajoy le va bien moviéndose poco.

El milagro de Rajoy

En 1997 el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar se encontraba en el momento de mayor subidón de su carrera. Ese año, el presidente, que llevaba un año en el cargo, marcó paquete con dos frases: una que se hizo trending topic de la época, “España va bien”, pronunciada en un mitin en Ávila; otra, para el siempre indiferente –en estos temas– público estadounidense: “Yo soy el milagro”, publicada por el Wall Street Journal. Veinte años después, ambas frases han recorrido, como un fantasma, el Congreso de los Diputados durante las intervenciones de Rajoy en materia económica.

La aplicación del PP en el seguimiento de la doctrina de Alemania, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo ha permitido al presidente enarbolar números hoy. Creación de empleo, aumento del PIB... incluso, decrecimiento de las desigualdades. El cambio de tendencia en el discurso de la UE –“los vientos de cola” económicos (la bajada de los tipos de interés en la UE, la expansión cuantitativa del BCE y la caída de precios del petróleo) de los que ha hablado Iglesias– siguen meciendo a Rajoy en el dolce fare niente.

El problema vendrá cuando soplen duros vientos.

Pero no era prudente que nadie jugase a ser Cassandra hoy. Rajoy, que sabe que las curvas de la crisis no han terminado, ha hablado de una salida de la crisis que es como un bibelot, perecedero de tan frágil. Sólo estará a salvo, dice el presidente, si está cuidada por él y por el guardián más longevo del Tesoro, Cristóbal Montoro. Tampoco Iglesias puede impugnar completamente la recuperación si no quiere pasar por cenizo, algo de lo que le ha acusado su rival hoy.

Por eso el secretario general de Podemos ha rodeado el “España va bien” sin augurios y con datos, sobre el aumento de la tasa de pobreza, el desmontaje del Estado de bienestar, el paro, la precariedad y la brecha salarial entre hombres y mujeres. La principal crítica de Iglesias ha sido la impugnación del proyecto económico nacional patrimonialista del Partido Popular, algo que Iglesias ya esbozó en una entrevista dada a El Salto. El secretario general de Podemos ha presentado como imprescindible un cambio de modelo y ha apuntado a una recuperación “a la portuguesa”, pactada pero abierta a confrontaciones con la troika, ese concepto que ya no suena en estos debates ni en unos escaños ni en otros

Con el aval del eje Bruselas-Frankfurt-Berlín, Rajoy mantiene un Gobierno interino, que se deja llevar por la corriente generada en los centros de poder de la UE. Pero el “España va bien” de Rajoy parte de una situación de desventaja con respecto al de Aznar por el simple hecho de que la crisis del desarrollismo no es tan profunda como la que abrió la caída de Lehman Brothers en 2008. Si el bibelot se rompe, las críticas de Iglesias al modelo económico cobrarán más sentido. Hoy, sin embargo, Rajoy ha manoseado su recuperación con menos chulería que Aznar pero con la misma convicción.

¿Quién es normal?

Ahí es donde entra en juego el segundo factor. Rajoy no se considera a sí mismo un milagro, sino que se arroga el campeonato de la “normalidad”. El antecedente, entonces, no es el ciclado Aznar, sino un político más “normal”, el italiano Giulio Andreotti. Como el factótum de la Democracia Cristiana, Rajoy es de la doctrina de que el poder solo desgasta a quien no lo tiene. Como él político de la trama italiana, el presidente hace de la relativización de las capacidades de su adversario su principal activo político.

Por la mañana, Montero ha querido impugnar el territorio conquistado por el PP en el que el partido, que comienza y termina en Rajoy, es la fuerza del orden, de lo serio y lo sensato. La posibilidad de quitar el poder a Rajoy es que una parte importante de la población de los territorios más "normales" –aquellos en los que el PP obtiene la diferencia fundamental en escaños para ganar las elecciones– deje de pensar que la sensatez está debajo del ala de Rajoy.

Corrupción. Leña. El partido de los poderosos y no el de la gente “normal”. Pasadas las primeras horas, Rajoy ha devuelto el golpe: Podemos es lo opuesto de lo normal. Iglesias, contenido, lo ha negado. Varias horas después está visto que todo saldrá como estaba previsto, lo que no quiere decir que sea normal.

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