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Antimilitarismo
José Manuel López Blanco (1967-2022) in memoriam
I
Antes de que llegaran los post-estructuralistas, ya dijo el poeta Emerson que el ser humano era un “haz de relaciones”, “un nudo de raíces cuya floración y fruto es el mundo”. Hermosa imagen la de disolver el “Yo” en el mundo al que hace germinar.
Se me ocurre que, precisamente, un velatorio o un funeral es un observatorio privilegiado de ese haz de relaciones que siempre es un ser querido, la red de caminos que se entrecruzan en la vida única e irrepetible de una persona. Pensé en ello mientras estaba en el velatorio de nuestro compañero y amigo José Manuel López Blanco, Jose (Santiago de Compostela, 2 octubre 1967-Madrid, 19 enero 2022), que reunió el jueves 20 de enero a decenas y decenas de personas en el tanatorio de la M-40 en Madrid. Decenas y decenas de relaciones y caminos que se cruzaron con Jose: desde los múltiples integrantes de los numerosos coros de los que fue director, hasta los también múltiples compañeros y compañeras del mundo antimilitarista y la lucha contra el Servicio Militar Obligatorio (SMO) y la Prestación Sustitutoria (PSS) en España.
Un director de coro al que se le intentó inhabilitar como insumiso: ese es el rastro que podemos encontrar hoy día en un googleo rápido de su nombre y apellidos. Más que un obituario al uso, este texto pretende ser un recuerdo y un homenaje, o quizá algo todavía más básico: tan solo una emoción, la misma que compartimos el pasado jueves tantos compañeros y compañeras de lucha antimilitarista que nos reunimos en torno a Jose. Hacía más de veinte años que muchos de nosotros no nos veíamos, casi desde la suspensión de la mili a principios de este siglo: digo “suspensión” que no “abolición”, ya que aquella vieja espada de Damocles sigue pendiendo ‒ahora invisible‒ sobre las nuevas generaciones. El reencuentro desató el recuerdo emocionado de las veces que coincidimos con él, dentro y fuera de la prisión. Digo “dentro de la prisión” porque habría que recordar aquí ‒en beneficio no ya de millennials, sino hasta de cuarentones‒ que durante años el Estado castigó la insumisión al SMO y a la PSS con la pena de dos años, cuatro meses y un día de cárcel, y después con inhabilitación absoluta para cargo público, penas ambas que tuvieron que arrostrar Jose y otros muchos como él.
II
Precisamente el viernes de la semana anterior a la de su fallecimiento, reunidos algunos amigos con Jose en su casa de San Martín de la Vega, la deriva de la conversación hacia aquellos recuerdos despertó en él una animación y una lucidez que no pudo contrastar más con su deterioro físico. Nos sacó fotos de antiguas acciones del MOC ‒(el Movimiento de Objeción de Conciencia) de los ochenta y los noventa‒ en las que fuimos reconociendo caras y rememorando anécdotas: el haz volvió a obrar la magia de juntarnos. Acciones de protesta noviolenta en forma de pintadas de rosa en edificios oficiales y de la palabra “insumisión” en altas chimeneas; descuelgues de pancartas con fusiles rotos en las puertas del cuartel general del ejército en Madrid; encadenamientos en sedes de fábricas de armas… “Este es Javi El Niño, aquí están Busevín y Nachete; este otro es Mariano, y Maripi, del Grupo Antimilitarista de Carabanchel, con Carlos Rubén…”. En aquellas fotos estaban Jose y los demás, treinta años más jóvenes, aguantando los golpes y las intimidaciones de la policía.
Mucho me impresionó la foto de una acción concreta en la fachada recién pintada de rosa del ministerio de turno, por la juventud de las caras de los y las que agarraban la pancarta. “Vulnerabilidad” fue la palabra que acudió a mi mente al ver esa foto: ¡éramos tan vulnerables! “Flagrante desigualdad de fuerzas” o “absoluta inferioridad numérica” habrían sido eufemismos que ni siquiera habrían podido describir el enfrentamiento de un puñado de jovenzuelos en edad de merecer ‒veintiséis en la presentación “oficial” de los primeros insumisos el 20 de febrero de 1989‒ contra todo un Estado. Y todo porque, como el loco del cuento del rey desnudo, aquellos niñatos se atrevieron a señalar al rey ‒el Estado, el gobierno de turno‒ y a decir NO A LA MILI Y A LOS EJÉRCITOS.
Como el loco del cuento del rey desnudo, aquellos niñatos se atrevieron a señalar al rey ‒el Estado, el gobierno de turno‒ y a decir NO A LA MILI Y A LOS EJÉRCITOS
El precio a pagar fue alto. Si es verdad que la suspensión de la mili coronó nuestros esfuerzos, la experiencia fue ciertamente dolorosa, y de ahí la sensación agridulce que se nos quedó a muchos. Hubo centenares de “presos de conciencia”, según Amnistía Internacional: nunca conseguimos la consideración de presos políticos, por más que lo demandamos (cosas de los Estados democráticos). En 1995 llegó a haber más de quinientos presos repartidos por las cárceles del Estado español, la mayoría, por una curiosa constelación de razones, en Iruña. Para los que recibieron la preceptiva condena de los dos años, cuatro meses y un día ‒recomendación expresa del fiscal general del estado socialista‒, la experiencia se sustanció en varios meses en segundo grado y luego en la sorda represión de una larga estancia en tercero: a dormir a la cárcel. No nos cansaremos de recordarlos: por tener que dormir noche tras noche en prisión se suicidaron el navarro Unai Salanueva, homenajeado apenas el año pasado por sus familiares y amigos, o Enrique Mur en la prisión de Torrero, en 1997 y 1998 respectivamente. En los anales del movimiento antimilitarista recordamos asimismo a una chica, Virginia, atropellada mortalmente durante una concentración ante la cárcel de Topas en 1998. Virginia, por cierto, nos advierte que la insumisión no fue solo “cosa de hombres”, como el Soberano. Porque fueron muchas las mujeres que lucharon junto a los insumisos desde las propias comisiones del MOC y desde los grupos de apoyo, imprescindibles en la atención a los presos, visitas y envío de paquetes, difusión de comunicados, contactos con la prensa, etc. O desde las asociaciones de madres de insumisos, con las veteranas Charo, Eva y Úrsula ‒madres de Quique, Pedro y Ramón‒ a la cabeza…
La insumisión no fue solo “cosa de hombres”, como el Soberano. Porque fueron muchas las mujeres que lucharon junto a los insumisos desde las propias comisiones del MOC y desde los grupos de apoyo
III
En fin, nos habíamos quedado en las fotos, y quiero traer aquí a colación esta de la acción de protesta realizada en la puerta del Cuartel General del Ejército el 9 de mayo de 1995, en Madrid. Encaramado en la farola de la derecha (de la fotografía), con mono azul, se distingue a Jose. No lo debió de pasar muy bien en la escalada libre, pero hasta allí subió. Al pie se ve una aparatosa cohorte de antidisturbios presumiendo de casco sin necesidad, dado que nuestras acciones eran, y son, noviolentas per se.
Esa era la pedagogía de los grupos antimilitaristas: el fin nunca justificaba los medios ‒los medios construyen el fin‒ y la lucha contra la mili y la PSS representaba un ejercicio ‒noviolento‒ de desobediencia civil que se escenificaba tanto en los juicios ‒la defensa política de la legitimidad de nuestra postura en los tribunales y la asunción de las consecuencias‒ como en vistosas acciones públicas como aquella.
La foto, por cierto, resume bien la calidad del enfrentamiento que describía más arriba, la protagonizada por la fragilidad de nuestros cuerpos inermes contra los suyos, bien protegidos y armados: los llamados “Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado”. Y no solo estaban los cuerpos armados: habría que recordar aquí a civiles de traje como los ministros García Vargas y Asunción, para quienes los insumisos eran sujetos “extravagantes” e “insolidarios”: todo valía con tal de cargar contra ellos y desautorizarlos. Pero era ese desigual enfrentamiento el que deseábamos que viera la gente, en vivo o en prensa y televisión, en las puertas de cuarteles y ministerios, en las celdas o en las protestas ante las prisiones, porque sabíamos que solamente podría dirimirse en el debate público, en el apoyo o en la simpatía que la ciudadanía prestara a nuestra causa.
La calidad del enfrentamiento fue protagonizada por la fragilidad de nuestros cuerpos inermes contra los suyos, bien protegidos y armados: los llamados “Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado”
A esa lucha dedicó Jose muchos años de su vida, primero en el MOC ‒el GTI, aquel grupo que tenía nombre de coche, el Grupo de Trabajo de Insumisión‒ y en el Grupo Antimilitarista de Carabanchel, y después, de manera continuada, en Alternativa Antimilitarista.MOC y la plataforma Desarma Madrid, a veinte años de distancia de la suspensión de la mili. Ahí están sus colaboraciones en este mismo medio a raíz de las acciones contra las ferias de armamento FEINDEF y HOMSEC en las que participó.
Los recuerdos de aquellas modestas ‒o no tanto‒ pero tenaces luchas de las que hoy por hoy quedan pocos rastros históricos ‒hablo de manuales de Historia, de monografías, de tesis doctorales: de relatos académicos, en suma‒ siempre me han evocado aquellas florecillas que nacían al borde del camino de las que hablaba Hegel, que terminaban aplastadas por la marcha de la Historia. La cita es esta:
“Las grandes figuras históricas tienen que aplastar muchas flores inocentes, destruir por fuerza muchas cosas a su paso.”
Aplíquese aquí el título de “gran figura histórica” al gusto del lector o lectora. Un candidato puede ser José María Aznar como artífice de la reforma legal que precipitó la suspensión de la mili. O Felipe González, responsable último de aquella represión de los ochenta y los noventa. O el superministro Juan Alberto Belloch, que recuperó para los insumisos el término de “muerte civil temporal”, a propósito de las nuevas penas de inhabilitación absoluta que sustituyeron a las de prisión en el Código Penal de 1995.
Ahora que el haz se ha disuelto, las relaciones que anudó lo testifican: las flores fructificaron
Algunas de esas florecillas ‒no tan inocentes como decía Hegel‒ fueron las que brotaron de ese “nudo de raíces” que fue la vida de Jose, librándose de morir aplastadas. Ahora que el haz se ha disuelto, las relaciones que anudó lo testifican: las flores fructificaron. El tropo, por su rusticidad de aire cristiano, tal vez le hubiera gustado a Jose: ¿cómo olvidar la impronta del cristianismo de base de los primeros moqueros? Eso sí, cristianos a la vez que libertarios: Jose todavía conservaba en su casa un desconcertante cuadro que venía a fusionar la cruz y la A de “anarquía”. Todavía recuerdo el florido discurso con que en su momento me justificó la confluencia y complicidad de ambas tradiciones…
IV
Pero basta ya de trascendencias y solemnidades. Despidamos este texto con una florecilla rescatada por Josemi Lorenzo, gran amigo y compañero de Jose desde tiempos remotos. Ya en su primer encarcelamiento en la prisión de Carabanchel en 1994, en compañía de Juli, Quique, Payá y José Borrell (no el ministro, claro), Jose empezó a acribillar noviolentamente a las autoridades carcelarias a base de “partes”, una vez aprendida la facilona fórmula del “expone-solicita”. Seguiría haciéndolo, por cierto, dos años después, esta vez en compañía de Carlos y de Víctor, en su segunda estancia en la ahora desaparecida prisión madrileña. Y como el humor forzosamente ha de ser compañero de toda rebeldía ‒so pena de fanatizarse‒ este “parte” concreto, en protesta por las deficientes condiciones higiénicas, lo redactó en forma de soneto.
El humor forzosamente ha de ser compañero de toda rebeldía, so pena de fanatizarse
Josemi lo leyó el pasado jueves 20 en la capilla del tanatorio, ante David, el hermano de Jose, Eva, su compañera, una y otro antimilitaristas, y más de un centenar de asistentes. Y Jose, que bastantes lágrimas nos había arrancado ya, volvió a hacernos reír.
[EXPONE‒SOLICITA]
Están todas las duchas atascadas,
pensamos que esto es una guarrería,
por todas partes vemos porquería,
mirándolo, sentimos hasta arcadas.
Debemos plantear pues, estas quejas,
pasamos sin ducharnos día tras día,
tomaros bien en serio esta poesía,
queremos estar limpios tras las rejas.
¿En dónde he puesto, ¡cielos!, las chancletas?
a ver quién va descalzo en este suelo,
aquí no viven hongos, ¡sino setas!
y yo sé caminar… pero no vuelo.
O arreglan estas duchas obsoletas
o acabaremos mal, yo me lo huelo.
Fdo. El interno José Manuel López Blanco (11 noviembre 1994)
* Nota del Consejo editor de Planeta Desarmado: José Manuel López Blanco era miembro de este Consejo editor desde que comenzamos andadura, en diciembre de 2018
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Mil gracias por este recuerdo! El MOC fue una de mis mejores escuelas políticas, de lucha contra gente muy poderosa y cruel, pero no invencible. A los insumisos que se suicidaron tras pasar por la cárcel debemos sumar a Luis Villaverde, mi compañero del MOC de Vigo, unos años después de mudarse a Madrid. Otra maravillosa persona a quién la lucha antimilitarista le pasó factura. Un abrazo!