Antimilitarismo
¿Armas contra el cambio climático? (II). Despilfarro energético, crisis migratoria y destrucción medioambiental

Cuando los grandes ejércitos mueven un pie, hasta las nubes tiemblan
Tanque destruido
(Fuente: Pixabay)
Ecologistas en Acción
29 abr 2022 07:51

Como veíamos en la primera parte de este artículo, cuando los grandes ejércitos mueven un pie, hasta las nubes tiemblan. En el actual horizonte de escasez energética y material, el aumento en la inversión militar disminuye la capacidad material de los países para llevar a cabo la desfosilización de sus economías. El problema es que la militarización constituye la principal estrategia del capitalismo global como respuesta a la crisis climática. Alertar y prevenir el peligro que entraña esta estrategia constituye probablemente la tarea más importante del antimilitarismo en el siglo XXI.

A los cuatro peligros ya señalados debemos añadir otros tres: sus costes económicos y materiales, sus lazos con la militarización de las fronteras y su impacto en los ecosistemas.

5. El despilfarro energético y económico

A escala planetaria, el mundo gasta 1,981 billones de dólares en fuerzas armadas. En 2019, el gasto militar de Estados Unidos fue de 732.000 millones de dólares, el 38% del gasto militar mundial: más de diez veces el gasto militar de Rusia (65.100 millonesde dólares) y más del doble del gasto militar de China (261.000 millones de dólares). Entre 2018 y 2020, los gastos militares de la UE y de la OTAN fueron de casi 35.000 millones de euros. Se emplearon, entre otros fines, en garantizar el acceso continuo a fuentes de energía contaminantes.

Estos recursos económicos y materiales deberían ser invertidos –conforme al dictado del sexto informe del IPCC– en estrategias de mitigación y resiliencia. La alternativa o business as usual es seguir despilfarrando los recursos extraídos de territorios extranjeros favoreciendo que sus poblaciones se vean forzadas a migrar. Este hecho, lejos de ser problemático para el statu quo actual, ha servido para justificar la creciente militarización de las fronteras. ¿No es esta una excelente muestra de economía circular?

Entre 2018 y 2020 los gastos militares de la UE y de la OTAN fueron de casi 35.000 millones de euros

6. Crisis migratoria y militarización de las fronteras

La lucha por el control de los territorios con recursos energéticos planta las semillas de la guerra. Estas semillas se riegan con armas, y estas armas cosechan migraciones. Todo forma parte del ciclo catastrófico de las economías fósiles, que incluye, por supuesto, grandes beneficios económicos. Este entramado posibilita a su vez la relación de las industrias energéticas con las puertas giratorias, las leyes lentas y permisivas con el fraude fiscal, y los túneles aéreos y subterráneos entre las grandes empresas y los paraísos fiscales. Tiene sentido preguntarse: si de una pandemia se puede hacer negocio hasta con las mascarillas, ¿qué negocios no se podrán hacer con las guerras y las crisis migratorias?

La lucha por el control de los territorios con recursos energéticos planta las semillas de la guerra. Estas semillas se riegan con armas, y estas armas cosechan migraciones

La historia nos habla, pero la televisión y los periódicos nos hablan más fuerte. Hoy, la militarización de las fronteras y la violación de los derechos humanos son, como sucede con la trata, un negocio muy rentable. Pero la forma de hacer pasar un negocio sucio por un negocio limpio es, como hicieron Bush, Aznar y Blair con la guerra de Irak, tratarla y exponerla como un problema de seguridad nacional. Lo mismo sucede con la militarización de las fronteras. Salvo para las mafias, nunca en la historia de la humanidad habían sido tan lucrativas las crisis migratorias; y esto significa que en nombre de la Seguridad Nacional estamos normalizando prácticas normalmente asociadas al “crimen organizado”, por ejemplo, sacar beneficio de la necesidad de una familia de cruzar un desierto como el de Arizona o un mar, como el Mediterráneo.

Pongámosle cifras a la infamia. El gasto que Estados Unidos destina a la migración y las fronteras pasó de 9.200 millones de dólares a 26.000 millones entre 2003 y 2021. Desde 2003: ¿qué han hecho las personas migrantes que justifique tales inversiones? Al mismo tiempo, la agencia de la guardia de fronteras de la UE, Frontex, aumentó su presupuesto de 5,2 millones de euros en 2005 a 460 millones en 2020, y ya tiene reservados 5.600 millones de euros para el período de 2021 a 2027. ¿Acaso la criminalidad de las poblaciones migrantes se ha incrementado en un 1.000% durante las últimas dos décadas?

La forma de hacer pasar un negocio sucio por un negocio limpio es tratar la guerra y exponerla como un problema de seguridad nacional. Lo mismo sucede con la militarización de las fronteras

7. Destrucción y contaminación crónica de ecosistemas socionaturales

El impacto medioambiental total de la militarización es, por sus ramificaciones ecosistémicas, imposible de calcular. Si es posible, sin embargo, contabilizar los efectos de las operaciones militares aéreas, navales y terrestres; nacionales e internacionales, costes de mantenimiento e infraestructura; efectos directos y colaterales a corto y a largo plazo. De lo grande a lo pequeño, merece la pena recordar que el planeta Tierra ha soportado más de 2000 detonaciones de armamento nuclear –véase el vídeo 1945-1998 de Isao Hashimoto–. Desde Hiroshima y Nagasaki, los ensayos nucleares han seguido cobrándose la vida de millones de seres vivos; el impacto de la radiación (rayos gamma y neutrones) en la flora, la fauna y el subsuelo, genera profundos daños ambientales que llevan décadas siendo estudiados.

Atendiendo a los efectos locales y regionales, el principal problema reside en la composición química de los materiales empleados por los ejércitos antes, durante y después de los conflictos. Por ejemplo, para la producción de explosivos y misiles, tanto el RDX (ciclotrimetilentrinitramina), como el perclorato de amonio tienen el efecto de disolverse fácilmente, contaminando el agua y la tierra, y propagándose por vías subterráneas. El famoso TNT (trinitrotolueno) es un explosivo muy tóxico para los seres vivos, que resiste la degradación biológica. Su presencia en Europa y Estados Unidos remite a las guerras mundiales y a las fábricas de armamento.

A estos daños globales y locales, deben sumarse aquellos que suceden incesantemente, como la contaminación acústica generada por las aeronaves y los ultrasonidos de los barcos, los cuales generan graves daños en la fisiología animal (i.e. daños auditivos, desorientación y muerte). En las operaciones terrestres, los impactos de explosivos y minas antipersona, incendios, bombardeos, destrucciones de presas y diques hidroléctricos acarrean la destrucción de ecosistemas enteros y pérdidas de vidas humanas y no humanas durante décadas. Tal y como ha documentado el Observatorio de Conflicto y Medioambiente –The Conflict and Environment Observatory, CEOBS– la guerra ha jugado un rol crucial en la transformación antropogénica del planeta Tierra.

Junto a la comunidad científica, los movimientos sociales y las organizaciones ecologistas exigen la toma inmediata de decisiones para la disminución de las emisiones de gas de efecto invernadero
Conclusión. Contra la (in)seguridad climática

Las actuales estrategias de “seguridad climática” no están orientadas a prevenir el cambio climático, sino a garantizar los flujos de recursos estratégicos en los escenarios de una Tierra antropogénicamente modificada. Más allá de la defensa cínica de los intereses nacionales y corporativos, la militarización de la crisis climática se legitima y justifica a través de dos presupuestos perversos: primero, que los otros seres humanos (aquellos que se van obligados a migrar; aquellos que enfrenten la escasez de agua y alimentos) constituyen la principal fuente de peligros actuales y futuros. Y segundo, que los intereses estatales y corporativos deben primar sobre los intereses de los seres vivos que habitamos y que habitarán la Tierra.

Recientemente, la Rebelión Científica tiñó de rojo el Congreso de los Diputados para denunciar el silencio estratégico de los gobiernos frente a la crisis climática. Junto a la comunidad científica, los movimientos sociales y las organizaciones ecologistas exigen la toma inmediata de decisiones para la disminución de las emisiones de gas de efecto invernadero. La militarización de la crisis climática avanza en la dirección contraria, generando bucles de retroalimentación –ver la gráfica inferior– que agravan los problemas que aspiran a solucionar.


Literal y figuradamente, lanzar armas contra el cambio climático es apagar el incendio planetario con gasolina. Debido a la interconexión de los sistemas terrestres, la actual crisis climática constituye lo que Nick Bostrom califica como un “riesgo catastrófico global”, algo que –como la comunidad científica y ecologista lleva medio siglo denunciando; y como recoge el movimiento Extinction Rebellion en su nombre– ya es una amenaza para la supervivencia de una gran parte de la humanidad. La triple alianza entre la industria militar, el extractivismo y la quema de combustibles fósiles constituye, además, una fuente de desigualdad planetaria que afecta directamente a la vulnerabilidad diferenciada de poblaciones y regiones. Porque el cambio climático gestionado con la lógica militar aumenta las diferencias económicas, geográficas, étnicas, sexuales y de especie.

La alternativa a esta espiral de violencia y de destrucción medioambiental pasa por una constatación básica: la crisis climática no tiene por qué ser concebida ni confrontada desde el prisma de la seguridad militar. Porque la crisis climática no es, en sí misma, un problema de falta de seguridad militar[1]  militar: sobran armas; falta seguridad alimentaria, acceso al agua potable, resiliencia de las infraestructuras frente al aumento del riesgo de fenómenos meteorológicos extremos; sistemas sanitarios que no se desangren por la corrupción e instituciones democráticas resistentes al poder corruptor de lobbies y empresas multinacionales; faltan corredores humanitarios y protocolos internacionales para asegurar la dignidad de las personas migrantes, pero no armas. También nos falta un sistema capaz de asegurar la transición a modelos de organización social más justos y sostenibles. Para ello resulta imprescindible que la destrucción de nuestra casa común –el planeta Tierra– deje de ser un negocio rentable. Mientras tanto, seguirá vigente la vieja máxima:

 après moi, le deluge.

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