¿Alto el fuego? Todo lo que sigue yendo mal en Gaza

El Plan de paz se aprobó en un momento de máxima movilización social por el fin del genocidio y con una imagen de Israel a nivel internacional claramente erosionada
Ruinas en Gaza
Un hombre sobre las ruinas de una de las casas destruidas en Gaza por el ejército israelí (Fot. Jaber Jehad Badwan) CC BY-NC
Bretxa. Observatori de fronteres
13 nov 2025 21:00

El 5 de octubre de este año, Israel y Hamás aceptaron el “Plan de Paz para Gaza”, impulsado por Trump, aunque con muchos puntos a revisar por ambas partes. El plan de 20 puntos propuesto dista enormemente de ser una solución para un conflicto que se remonta a 1948. El acuerdo, aunque plantea la posible autodeterminación del Estado palestino, no se acerca a aportar una solución inmediata, sino un horizonte hipotético y lejano. Desde luego, es un acuerdo sin duda efectivo para dar un respiro a la población de Gaza. Pero, con poco significado de futuro para la comunidad palestina que, tras demasiadas décadas bajo ocupación y apartheid ve, una vez más, sus aspiraciones emancipatorias, pospuestas.

El Plan, de inicio, compra el relato de que todo empezó hace dos años. Por tanto, la narrativa que se desplegó sobre “implementar” una paz en Oriente Medio estaba lejos de ser un análisis certero de la situación. Con todo, hay que reconocer como necesario cualquier esfuerzo de intentar frenar un genocidio como el que se estaba dando. En este sentido, entre los puntos establecidos se incluía la aceptación del fin de la guerra por todas las partes, se aprobaba la entrada de ayuda humanitaria y se establecía que Gaza sería reconstruida y que las personas residentes podrían quedarse en —lo que quedase de— su hogar.

Estos puntos eran necesarios, pero forman parte de un listado que, en su conjunto, plantea grandes errores de análisis, que lo conducirían al fracaso que estamos viendo apenas un mes después. Por un lado, plantear el conflicto como si el problema de fondo fuese la existencia de Hamás, vinculando el éxito del acuerdo a una desintegración de la organización. Y volvemos a la cuestión estructural de fondo, deshabilitar Hamás sólo servirá de manera puntual porque Hamás es un síntoma.

En este mismo sentido, no se planteaba ningún punto que hiciese a Israel frenar su dilatado historial de agresividad hacia la población palestina o hacia sus vecinos. Sin esto último, cualquier plan de paz está destinado a fracasar. Por no hacer mención de la gravedad de algunas de sus acciones, que constituyen crimen de guerra, y que el tratado no plantea sancionar. Tal es el caso del bombardeo de instalaciones civiles básicas, el asesinato de periodistas y agentes humanitarios, o utilizar ayuda humanitaria como un arma de guerra para matar de hambre a la población.

Por otro lado, y enlazado con lo que se acaba de puntualizar, el acuerdo plantea conseguir una “coexistencia pacífica”. En el papel está muy bien, pero no tiene en cuenta la situación de violencia estructural que dura décadas, con las ocupaciones y anexiones territoriales ilegales, los bulldozers destrozando casas y cultivos para levantar muros fronterizos y otras vulneraciones de derechos humanos que vive la población palestina.

Se plantea el conflicto como si el problema de fondo fuese la existencia de Hamás, cuando simplemente es un síntoma

Pero, sobre todo, lo que hace esa “coexistencia” imposible, es revestir de cierta normalidad la propia existencia de un territorio como es la Franja de Gaza —una prisión al aire libre, con entradas y salidas controladas por Israel—. La mera existencia de Gaza es de una violencia extrema, que requiere en sí misma de un replanteamiento territorial completo, si se quiere, de verdad, consolidar un plan de paz.

En este sentido, el Plan sólo concreta todo aquello que podría hacer posible volver a la situación de dos años atrás, sin Hamás y con un grupo internacional supervisando el gobierno y la reconstrucción de la Franja de Gaza. Pero ¿qué hacemos con los muertos? ¿qué hacemos con las pérdidas emocionales y materiales? ¿con los agravios mutuos? ¿Con las dolencias físicas y psicológicas de la guerra? Es muy ingenuo pensar y esperar que la gente simplemente olvide. Hace falta implementar medidas de justicia restaurativa, como mecanismo de prevención de las violencias que pueden volver.

Dos meses después, los bombardeos sobre Gaza no han cesado y su población cuenta con otras  doscientas sesenta pérdidas humanas. Ya se han detectado avances del ejército de Israel más allá de la “línea amarilla”, donde debía retirarse. Y conociendo el historial de Israel con, por ejemplo, la Línea Verde, todo apunta a que no será tan fácil que se retire de esta posición, devolviendo territorio a las personas de Gaza como estipula el plan.

Pero ¿qué sí ha conseguido este plan? Desde luego, no se le puede negar su gran ingenio estratégico. El plan se aprobó en un momento de máxima movilización social por el fin del genocidio, con gobiernos avanzando en el reconocimiento de un Estado palestino, con el foco mediático sobre la situación y, sobre todo, con una imagen de Israel a nivel internacional claramente erosionada —como debía estarlo hace décadas—.

La narrativa se ha desplazado de lo urgente y necesario a la espera de si todo vuelve a un estado que podamos aceptar

El Plan no ha logado la paz y está lejos de lograr algo semejante. Apenas ha dado un respiro de días, sin bombardeos y con ayuda humanitaria llegando a la población de Gaza. También, ha conseguido mostrar una supuesta “estabilización” de la situación y, con ello, la narrativa se ha desplazado de lo urgente y necesario a la espera de si todo vuelve a un estado que podamos aceptar. Es decir, volver a la relativa calma en la que vive la comunidad internacional ante la extrema y brutal violencia rutinaria en la que vive la comunidad palestina. Lo que mejor ha hecho el plan es sacar a Palestina del foco mediático, de los despachos y de las calles.

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