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Y tú, ¿qué pintas aquí?

No hemos entrevistado a ninguna pintora de brocha gorda, pero seguro que a muchas de ellas también les han preguntado eso de “¿qué pintas tú aquí?”. Varias mujeres con profesiones tradicionalmente masculinizadas relatan sus vivencias.

Heteropatriarcado en el trabajo
Heteropatriarcado en el trabajo Emma Gascó
4 may 2017 15:08

Susana estaba en un domicilio particular. Tenía que desatrancar las tuberías de desagüe de la cocina cuando el propietario se acercó para hacer unas fotografías. Ella se apartó pensando que necesitaría imágenes de la avería para el seguro, pero se equivocó. “No, no, no te quites”, dijo él ante su incredulidad. Ella se negó sin titubear. Poco después, escuchó cómo cerraba con llave la puerta de la casa y se le acercó con unas cervezas: “No trabajes tanto, guapa”. Ella ya había recogido sus herramientas, excepto una maza que agarró con fuerza:

—Abres la puerta o te abro la cabeza.

Han pasado muchos años desde entonces, pero sigue recordando la escena con total nitidez. Susana está curtida de trabajar en obras, de pelear por ser reconocida como fontanera, de lidiar con compañeros machistas, con miradas de desaprobación y cuestionamientos; y harta, muy harta, de que le pregunten dónde está el fontanero cuando toca un timbre cargada con su caja de herramientas. Hay una que utiliza especialmente para su trabajo: el feminismo. No es infalible y, durante meses tras haber vivido aquella situación, si era un hombre el que abría la puerta sentía un vuelco en el estómago. Quedamos en la Eskalera Karakola, un espacio feminista de Madrid, en el que Susana milita, crece y del que conoce bien todas las tuberías.

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"En una obra, solo había un vestuario y, qué casualidad, pero siempre que entraba a cambiarme tenían que venir todos a recoger algo que habían olvidado" (Susana, fontanera).

Invitamos a la cita también a Chini, que lleva más de 15 años trabajando como electricista. Ella no recuerda situaciones de acoso sexual como la que narra su colega, pero a lo largo de su carrera profesional ha sufrido también los estragos del sexismo. Trabaja con su compañero sentimental, mano a mano, como oficial de primera. El rango pasa desapercibido si eres mujer porque, en alguna ocasión, ha tenido que escuchar cómo le preguntaban a su marido: “¿Te has traído a la mujer o qué?”, suponiendo, tal vez, que ella no tendría nada mejor que hacer que acompañarle al trabajo porque, claro, ¿qué pinta ella allí?

En las obras en las que trabajan a la vez muchos gremios, los cuestionamientos se multiplican en proporción a las personas que estén trabajando en ella. “Es un mundo de hombres”, dicen en varias ocasiones. “Le dices a un albañil por dónde tiene que hacer las rozas y te cuestiona o, simplemente, no te hace caso. Al principio igual intentaba adaptarme a lo que hubiera hecho, pero ya me harté. Si no lo hace como lo necesito, tendrá que repetirlo”, cuenta Chini. Lo que tienen que repetir mucho ellas es su currículum.

Más allá de los cuestionamientos, más o menos evidentes según la ocasión, las situaciones desagradables se suceden. “En una obra, por ejemplo, solo había un vestuario y, qué casualidad, pero siempre que entraba a cambiarme tenían que venir todos a recoger algo que se les había olvidado. Un día salí del vestuario y colgué mis bragas a la vista para que no tuvieran que entrar una y otra vez”, recuerda Susana. “¡Aquí las tenéis!”, gritó. Su tono denota ironía, pero también lamenta haber tenido que adoptar formas de saludo más frías que los besos que le gustaría dar para que le traten como a una más: “Si a mi compañero le dan la mano, pues a mí también, ¿no? Eso si me hablan, claro, porque todavía me acuerdo de un arquitecto al que acabé dando la espalda para que se diera cuenta de lo que estaba haciendo conmigo. Solo se dirigía a mi socio, pero es que la encargada de la obra era yo”.  

El trabajo con mimo

Rakel tiene un pequeño taller de carpintería en Bilbo. “Cualquier trabajo es para quien quiera hacerlo”, dice, pero durante su carrera la condescendencia y la desconfianza han estado tan presentes como la madera o la sierra. Estuvo trabajando durante años en una empresa de muebles empotrados. En el taller tenían el calendario de Pirelli, quiso que lo retiraran, pero solo consiguió que lo escondiesen en la oficina. “Es un trabajo duro. Hoy, por ejemplo, he hecho diez viajes a una casa con material muy pesado, pero las mujeres tenemos más fuerza de la que creemos”, cuenta. ¿Y si no puedes con algo? “Pides ayuda, igual que hacen ellos”. Casi todas sus clientas son mujeres. En esto coincide con Susana, quien cree que puede deberse a que resulta más cómodo “meter en tu casa a otra tía”. A Rakel, conocida como “la carpintera”, no le falta trabajo, pero reconoce con timidez el apuro que siente al hacer presupuestos o cuando tiene que hacerse publicidad. Su aspecto andrógino, al que atribuye no haber vivido situaciones de acoso sexual, no evita que ella también haya sido educada en la falta de asertividad que arrastran muchas mujeres cuando se trata de hablar de dinero.

"A todas nos molesta el trato paternalista que nos dan: te explican las cosas porque dan por hecho que no las entiendes. Te tratan como si fueras imbécil" (Sabrina)

A Sabrina lo que le hace falta para montar un taller de mecánica en Barcelona es, precisamente, dinero. Los traspasos son carísimos y su situación económica no le permite poder lanzarse, junto con otra compañera, a crear su propia empresa. Paga sus facturas ejerciendo la prostitución, pero siempre ha estado vinculada al mundo del motor. En ese ámbito trabajaba en México, su país natal. En 2012, ya en Barcelona, estudió mecánica de competición. Ahora, algunos fines de semana, se encarga de la mecánica de un piloto de 16 años, que compite en el campeonato catalán de kárting, pero en su horizonte sigue presente la idea de montar su propio taller con atención preferente a mujeres y población LGTB. “Los hombres tienen cincuenta mil talleres a los que llevar sus coches, esos sitios en los que se les ilumina los ojos al ver aparecer a una mujer porque creen que no sabemos de mecánica y van a poder engañarnos. A todas nos molesta el trato que nos dan: paternalista, condescendiente; te explican las cosas porque dan por hecho que no las entiendes o, simplemente, no te dicen qué han hecho con tu coche. Te tratan como si fueras imbécil”, dice. Recuerda con cierta guasa situaciones que demuestran la falta de reconocimiento a la que se enfrentan estas mujeres: “No, no, tú no cargues con eso”, le decían durante el curso. “¿Pero cómo no voy a cargar? ¿Qué estamos haciendo aquí entonces?”, respondía ella. A veces, reconoce, se olvidan de la diferencia de género: “He estado trabajando con cuatro tíos debajo de un coche escuchando sus batallitas de machitos, como si yo no estuviera allí”.  

Lo cierto es que no estamos. La presencia de mujeres en los distintos cursos de Formación Profesional ya no es tan minoritaria: son el 28,6% del alumnado en formación básica; el 43% en los grados medios y el 47,7% en los superiores; pero se recoge que las principales diferencias pasan por qué tipo de formaciones eligen hombres y mujeres. Así lo recogen los últimos datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística. No hay sorpresas: ellos siguen siendo mayoría en instalación y mantenimiento, transporte y mantenimiento de vehículos, electricidad y electrónica. Las mujeres arrasan en imagen personal, servicios socioculturales y a la comunidad, y sanidad.

En el Estado español, durante el pasado curso académico, más de 3.600 centros impartieron formaciones profesionales: 2.525 centros públicos y 1.090 privados. Ana Pérez, del sindicato vasco de educación STEE-EILAS, muestra su preocupación por el rumbo que están tomando los planes de educación, más enfocados en satisfacer las necesidades de las empresas que del alumnado, algo que afecta también directamente a la lentitud con la que las mujeres se están incorporando en las formaciones profesionales típicamente masculinizadas. Lamenta, también, que el profesorado que trata de animarlas a formarse en estos oficios tenga que asumir que las está abocando a formar parte de un mundo que todavía las rechaza.  

Más allá de arreglar los atascos, como hace Susana; de las instalaciones eléctricas de Chini; de las escaleras a medida que construye Rakel o de las ruedas que cambia Sabrina, todas ellas rompen de un plumazo con los roles de género más tradicionales. Esa idea infundada de que las mujeres no podemos dedicarnos a ciertos oficios, que no tenemos fuerza suficiente o que nuestra naturaleza nos acerca más a otro tipo de profesiones se neutraliza con sus testimonios, que coinciden en un punto: más vale técnica que fuerza. Sus historias son anecdóticas en términos cuantitativos, pero su presencia se traduce en referentes para otras mujeres. El patriarcado pesa más que una caja de herramientas.

Válvula de escape en Durango

–Esto también lo tienen las aspiradoras, ¿verdad?
–Sí, es un filtro de aire.

Las alumnas de Paz Carbajosa enfrentan el frío del taller de Durango (Bizkaia) donde reciben formación sobre mecánica básica entre risas cómplices. El Área de Igualdad del Ayuntamiento ha apostado este año por promover el empoderamiento de las mujeres a través de una serie de talleres que tienen como objetivo conocer cómo funcionan sus coches y, para ello, cada semana, una de ellas lleva el suyo.

La mecánica, hasta ahora, era cosa de ellos. “Hay que romper con la idea de que somos torpes o de que no se nos dan bien estas cosas”, dice Carbajosa, mientras recuerda que ella aprendió a desarrollar estas habilidades a base de montar y desmontar su moto cuando aún era una chavala. Luego, enseguida supo que aquel mundo no le pertenecía y se olvidó de la idea de ser mecánica hasta muchos años después: “No tenía dinero para llevar mi furgoneta al taller”, recuerda sonriente. Ahora, consciente de la importancia de la autonomía para las mujeres, imparte talleres sobre mecánica básica, fontanería, carpintería o electricidad. Aprenden a cambiar ruedas, sí; pero, en este taller, eso es lo de menos.

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