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Pequeñas grandes victorias
Parole, parole, parole
Recordaréis quizá la canción italiana. Mina y Lupo a dúo. Él dice frases del tipo “te miro y es como la primera vez” o “eres mi ayer y mi hoy, y mi siempre, la inquietud”. Ella pregunta “¿qué eres?” y dice “nunca cambias”. Él no hace caso, la compara con el viento que trae violines y rosas. Ella no quiere imágenes de rosas o violines, pero él insiste en seguir hablando y se desencadena el estribillo: palabras, palabras, palabras. Obras son, en fin, amores y no buenas razones.
Durante décadas hemos escuchado las palabras de una práctica política que decía una cosa y hacía otra o, como en la canción, no hacía. Ahora, entre tanto discurso sobre la ultraderecha, hablemos de las máscaras, de lo que ocurrió cuando se usaban y de la pequeña gran victoria que una propuesta pudo tal vez conseguir.
Parole, parole, palabras socialdemócratas en nuestro país, defensa retórica de la igualdad pero refuerzo cotidiano a la desigualdad concertada. Mientras proliferaban declaraciones sobre el apoyo a quienes menos tienen y a quienes más necesitan, se ponía el dinero extraído de lo común al servicio de colegios concertados que garantizaban la reproducción de clase para un sector que ya parte con ventaja y se practicaba la agresión a quienes han sido apartados con atropellos: postergación de la enseñanza pública que, si bien no podía garantizar la igualdad, era bastante más que nada, segregación en peores condiciones de quienes están fuera del sector de la población enriquecida a costa de otros.
Hablaban de hacer políticas sociales pero elegían seguir pagando la sanidad privada de determinados funcionarios nada precarios, usaban el Estado para perpetuar la desigualdad y no para combatirla
Hablaban de hacer políticas sociales pero elegían seguir pagando la sanidad privada de determinados funcionarios nada precarios, usaban el Estado para perpetuar la desigualdad y no para combatirla. Había ejemplos en cualquier ámbito: emigración, vivienda, cambio climático, o el doble rasero en la política internacional, palabras y violines de los líderes europeos mientras aceptaban que un país matase a población civil adrede violando todas las leyes de la guerra.
Entonces llegó al poder una ultraderecha que se arrancaba la máscara y la pisoteaba. ¿Por qué podía permitirse decir, de nuevo solo ejemplos, que no quería apoyar a las personas migrantes, que estaba a favor de quienes más beneficios obtenían mediante la explotación y otras formas de abuso, o que le daba igual el cambio climático? No diremos: la retórica fue la única culpable. Ahora bien, tampoco digamos: no tuvo nada que ver.
La existencia de supervillanos no convierte en bueno ni en bien hecho lo demás, tanta inacción, tanta conformidad y tanto poner el Estado al servicio de quienes quieren perpetuar las relaciones desiguales
Años de escuchar palabras hipócritas contribuyeron a que su significado perdiera valor. Hoy, la necesidad de combatir las afirmaciones falsas y los hechos dañinos de la ultraderecha no debiera impedir pensar en cómo se llegó hasta aquí. La existencia de supervillanos no convierte en bueno ni en bien hecho lo demás, tanta inacción, tanta conformidad y tanto poner el Estado al servicio de quienes quieren perpetuar las relaciones desiguales.
Nuestra propuesta encontró eco en algunas personas de algunos partidos. La gran mayoría no quiso, pero organizamos turnos de traducciones para adecuar las palabras a las cosas. La retórica, propusimos, la persuasión de emergencia, el inflamar los corazones con palabras que debían conducir a la acción, se utilizaría cuando respondiera a hechos reales de un valor excepcional. Los meros hechos correctos serían solo descritos. Y el someterse por miedo o por falta de intención se declararía como tal: no hicimos esto porque en realidad no es lo que nos importa o porque no sabemos cómo. Quisimos hacer esto otro pero como no abrimos camino para modificar estructuras ni modos de producción, no pudimos.
Poco a poco, empezamos a presentir una potencia distinta. Pues quien sabe a qué atenerse puede más que quien acepta el embaucamiento. Hoy contamos con un nuevo punto de apoyo: palabras, esta vez sí, quemantes, palabras que bufan en los acantilados, palabras tallo que sostienen las hojas y los frutos. Cuando llegue el momento serán, todas ellas, aliento para quienes respetan el sentido de lo que dicen en el camino hacia una emancipación real.