Opinión
Horror en Gaza: genocidio, bioética y salud pública

En la película La zona de interés (2023) del director inglés Jonathan Glazer, se retrata la cotidianidad de la vida de una familia junto a un campo de concentración nazi. No hay primeros planos de sus protagonistas, únicamente los observaremos desde la distancia, como tampoco veremos los rostros de las víctimas del exterminio. Solo nos llegará el sonido de la atrocidad.
Desde el 7 de octubre de 2023 hemos asistido en directo a la matanza de más de 65.000 personas en Palestina, aunque según estimaciones de algunas fuentes esta cifra puede ser incluso entre tres y quince veces mayor, si sumamos el número de muertes indirectas debido a la destrucción de la infraestructura sanitaria, la grave escasez de alimento y agua o el aumento de enfermedades en general, tanto transmisibles como no transmisibles.
No solo hemos oído los disparos, golpes, gritos y explosiones retransmitidos por los medios de comunicación, sino que también hemos visto los rostros y los cuerpos: el Gobierno de Israel inaugura la publicidad abierta de las violaciones de los derechos humanos en directo, como si se tratara de un videojuego.
Ante estos sucesos, es necesario elevar una reflexión conjunta y pública. Entre otros aspectos, nos preguntamos: ¿cómo actuar frente a este genocidio?, ¿trabajar en temas de ética nos hace más responsables?, ¿cómo posicionarnos como profesionales que investigamos en ética y en salud pública?, ¿debemos implicarnos en este asunto, sobre otros, en esta catástrofe humanitaria intolerable?
La ocupación ilegal y el control de Gaza por parte del ejército de Israel infligen consecuencias fatales para la vida y la salud de la población, como es tristemente notorio. Ello es, sin duda, un asunto inherente a la ética de la salud pública, y como tal ha sido denunciado. Todos los conflictos bélicos —y no son pocos los que tienen lugar en nuestro mundo actualmente— atañen a la salud de la población y por ello es imprescindible analizarlos desde ese prisma.
Afirmar que se trata de un problema de “salud pública” puede resultar, incluso, baladí, ya que estamos hablando de un genocidio donde el todo, cualquier forma de vida o cultura, se ven amenazados y aniquilados
En el caso de Gaza, la situación es especialmente dramática. Lo es desde hace años, empezando por el colapso del sistema sanitario. Los informes de entidades como la Organización Mundial de la Salud, UNICEF, Médicos sin Fronteras, OXFAM o la Federación Mundial de Asociaciones de Salud Pública confirman lo que está ocurriendo en la franja de Gaza: destrucción intencionada y sistemática del sistema de salud, epidemias, hambruna, torturas, crímenes contra la Humanidad y todo tipo de atrocidades que nos permiten calificar la situación como genocidio, pero también epistemicidio, escolasticidio, culturicidio, ecocidio, infanticidio o femigenocidio, entre tantas caras posibles del poliedro.
Afirmar que se trata de un problema de “salud pública” puede resultar, incluso, baladí, ya que estamos hablando de un genocidio donde el todo, cualquier forma de vida o cultura, se ven amenazados y aniquilados.
Por ofrecer ejemplos concretos, la destrucción intencionada de hospitales es, de hecho, un ataque frontal a principios humanitarios fundamentales; nos estamos refiriendo, sobre todo, al principio fundamental en ética del primun non nocere, que se ha visto perversamente sustituido por el primun nocere, es decir, “primero dañar”, a tenor del tipo de política del Gobierno de Netanyahu de dejar morir por inanición y no permitir la entrada de ayuda humanitaria. Todo ello afecta a personas en situación de extrema vulnerabilidad, como es el padecimiento de alguna enfermedad, y que, por esta situación, son incapaces de cualquier tipo de desplazamiento.
La ocupación ilegal de Gaza por Israel es, en definitiva, un conflicto entre el respeto y la protección de los derechos humanos, de un lado, y los intereses económicos de distintos actores empresariales y financieros, del otro lado. En junio de 2025, el informe del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas señalaba qué corporaciones internacionales y empresas se han estado lucrando con la economía de la ocupación y, ahora, con la economía del genocidio. El desplazamiento, la desposesión y la limpieza étnica del pueblo palestino son rentables para compañías de distintos países —muchas de Estados Unidos, algunas españolas— y entidades financieras. Para que rindan cuenta de todo ello y sean sancionadas, es crucial la presión que ejerza la sociedad civil internacional.
Todos los asuntos mencionados han sido y son asuntos capitales en bioética: esta no puede desentenderse de los problemas que generan las guerras en tanto que suponen un problema de salud pública y, por tanto, atañen a la salud y los valores humanos de una forma estructural, esencial.
El abordaje de este tipo de situaciones puede plantearse conforme a seis grandes principios, (1) Salud justa, distribución equitativa de beneficios y cargas relacionadas con la salud; ello implica también una especial responsabilidad con las poblaciones más vulnerables a los impactos adversos en la salud. (2) Rendición de cuentas por parte de los contendientes respecto a los efectos de la guerra en la población civil, responsabilidad que se extiende a la comunidad internacional. (3) Vidas dignas, lo que supone dar pasos razonables para asegurar que las poblaciones en zona de guerra puedan desarrollar vidas dignificadas, basadas en sus capacidades centrales, tal como las propone la filósofa M. Nussbaum. (4) Sostenibilidad de la salud pública, un requisito de mantenimiento de la capacidad de asegurar la salud para las poblaciones que reciben el impacto de la guerra, tanto durante como después de ella (algo que es especialmente desafiante cuando la guerra es asimétrica). (5) Limitación de los efectos dañinos de la guerra sobre los no combatientes. (6) Maximización de la salud pública, que exige realizar un análisis de consecuencias de la guerra en términos de salud pública, evaluando alternativas eficaces para la protección de los derechos humanos y de la equidad.
¿Qué podemos y qué debemos hacer, en definitiva? El silencio y la inacción no son una opción. La neutralidad, siquiera tácita por omisión, es una forma de complicidad. Siempre lo fue. En septiembre de 2025 ha insistido en ello la Federación Mundial de Asociaciones de Salud Pública, reclamando el alto el fuego, la protección de infraestructuras y personal sanitario, entre otras medidas. La salud pública ha de estar siempre basada en la equidad y la justicia. Se impone, además, la responsabilidad ineludible de proteger a la población ante crímenes de guerra, limpieza étnica y genocidio, imperativo que corresponde a toda la comunidad internacional en su conjunto, tal y como veíamos arriba.
Este principio, como es lamentablemente visible, no se ha respetado en Gaza. A lo largo de dos años no han asumido esa responsabilidad directa quienes tenían la capacidad de intervenir o mediar para poner fin a la ocupación ilegal y el genocidio. Lo perpetrado en Gaza es, sin duda, un fracaso político y moral. Queda todavía la responsabilidad indirecta de proteger: corresponde ahora como antes a toda la sociedad civil, en todos los países. Desde 1998, perseguir y sancionar a quienes hayan perpetrado crímenes contra la Humanidad, apartheid y genocidio es responsabilidad propia del Tribunal Penal Internacional.
El conflicto bélico que todavía sacude Gaza es una cuestión bioética y de salud pública, entre otros tantos rostros de la complejísima situación. Pese a las últimas novedades sobre el conflicto, su potencial resolución y (ojalá) el posible fin de la guerra, las inmensas e irreparables pérdidas, la gravedad suma de lo que todavía sucede, permanecen sobre el tablero.
Deseamos manifestar, al fin, nuestro profundo y absoluto rechazo hacia el genocidio de que está siendo víctima el pueblo palestino. Queremos terminar con un homenaje y un canto de esperanza a través de la poesía. El primero, el homenaje, es para la joven poeta palestina Hiba Kamal Abu Nada (asesinada en Gaza en 2023 víctima de un bombardeo israelí), citada al inicio de este texto, y en memoria de su novelaEl oxígeno no es para los muertos (2017), que acabó siendo horriblemente premonitoria.
Y el canto de esperanza lo entonamos de la mano del poeta palestino Marwan Makhoul, y sus versos que han llegado a ser proclama insigne en estos días oscuros:
“Para escribir una poesía que no sea política,
debo escuchar a los pájaros,
Pero para escuchar a los pájaros,
los bombardeos deben cesar”.
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