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Que la monarquía está en crisis es un hecho. Vive el peor momento de su historia reciente y ya no estamos ante una mera hipótesis. La foto del momento que muestra la encuesta publicada por 40dB para la Plataforma de Medios Independientes arroja múltiples datos sobre las creencias y sentimientos de los españoles hacia la Corona. Y también nos indica, por enésima vez, que hay un elefante en la sala y no es el de Botswana.
Sí, los datos son meridianos. Una de las mayores certezas que tenemos permite afirmar que la crisis institucional que atravesamos es real, es grave y más visible como consecuencia de los estragos de la pandemia. Y más aún, sabemos que en este club de instituciones en crisis, a nuestro pesar, la monarquía no está sola. Ojalá la Casa del Rey y su familia fueran una excepción, pero la crisis atraviesa de manera feroz a las principales instituciones del Estado: el Parlamento, el poder judicial, los medios de comunicación o los sindicatos también fomentan, sufren y padecen una fuerte pérdida de confianza y de credibilidad. Y en esta lista, también a nuestro pesar, siempre hay una que se lleva la palma, que resiste con vigor y robustez en la peor posición, muy de lejos, sin despeinarse y, sin embargo, logra pasar desapercibida ante propios y extraños.
¿Son mejores los partidos que la monarquía? A ojos de la ciudadanía, no
No, no nos vamos a llevar ninguna sorpresa. Me refiero a los partidos políticos, esas organizaciones opacas que no se sabe muy bien qué hacen más allá de pensar en las próximas elecciones, permanecer en una campaña electoral constante y trabajar para mantenerse en el poder de turno. Pero parece que no toca hablar de esto o que no hay mucho que decir. O peor, que no hay mucho que hacer. Y es que, ¿son mejores los partidos que la monarquía? A ojos de la ciudadanía, no. Incluso podemos especular con que una parte de ella quisiera su desaparición, de manera tan legítima como de las que desean una república. Y entonces, ¿qué consecuencias tiene que las organizaciones encargadas de garantizar una participación política plural de la ciudadanía estén en una situación peor que la propia Corona?
Las comparaciones son odiosas, pero no deja de llamar la atención el contraste de ver cómo el legítimo y democrático enfado de los representantes públicos ante la falta de ejemplaridad de la monarquía se convierte en condescendencia y resignación cuando se trata de asumir que los partidos no cumplen con su papel constitucional, como si de un determinismo divino se tratara. Y sin comparación, ¿qué responsabilidad tienen ante esta crisis sus aparatos, que de facto canalizan el poder hacia el Estado para que se mejore nuestra maltrecha institucionalidad? En cualquier caso, las personas que prometen la regeneración del Estado, la modernización de la monarquía o, en su defecto, una nueva república, a su vez se alimentan, crecen y se desarrollan dentro de unas estructuras que echan para atrás a la mayoría de los ciudadanos.
Son los partidos los lugares de los que salen casi el 100% de las personas que nos legislan y nos gobiernan. Quienes van a drenar la crisis de las instituciones
El rechazo viene de lejos. Abruma tanto la falta de confianza que inspiran, como la falta de atención a esta cuestión y, aún más, comprobar que poco o menos se hace para paliar esta circunstancia estructural de nuestra democracia. Los partidos son un problema que está en el top tres de las preocupaciones de la mayoría de los españoles desde hace más de una década, llegando en 2020 a un nivel de desapego nunca registrado en el histórico de las encuestas del CIS desde 1985. Sin embargo, esta cuestión no entra dentro de la agenda setting de los medios ni mucho menos dentro del debate político.
Son los partidos los lugares de los que salen casi el 100% de las personas que nos legislan y nos gobiernan. Quienes van a drenar la crisis de las instituciones. Para el caso de la Corona se piden cambios legislativos profundos que permitan desde que el Jefe del Estado sea juzgado por sus actos, que la rendición de cuentas se extienda y se normalice también en la casa del Rey, y hasta la convocatoria de un referéndum sobre la forma del Estado. Y hasta ahora, más que trabajo sobre estas propuestas o un debate serio y riguroso en el que se involucre toda la sociedad, desde los partidos, cuáles buitres carroñeros, más bien se empecinan en esforzarse para sacar tajada de la situación. Se encuentran, unos más que otros y con más o menos acierto, a la caza del voto monárquico o republicano. Todo lo demás... ya se verá.
Y el elefante seguirá ahí. La urgente transformación que requieren los partidos culminará cuando se conviertan a ojos de la ciudadanía en unas organizaciones sanas y respirables, que fomenten la participación política, un debate público que no sea una quimera y colaboren en revertir el clima de polarización y crispación al que han contribuido más de lo esperado. Esta transformación fundamental va más allá de las leyes, de los programas y de los cambios en el código ético de turno. Se trata de poner todos los recursos disponibles para engendrar en su interior una cultura democrática que podamos palmar para llegar a confiar de nuevo en los partidos por lo que hacen, y no tanto por lo que dicen que hacen o que van a hacer. Hasta entonces, quizás llegue la III República, pero los partidos y el resto de animales de nuestra particular selva patria seguirán ahí.
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Muy buena columna, dando en el clavo de la crisis de representatividad. Ojala leyeran esto todos los partidos y se aplicaran el cuento.
El rechazo en este país a la clase política como concepto siempre ha sido generalizado. El discurso del 3 de octubre y sus posteriores muestras de apoyo incondicional a la derecha más rancia han posicionado claramente a Felipe VI como miembro de esta misma clase política.