Opinión
Salvar España

Para el autor, el nuevo ciclo político no consistirá en salvar España de neoliberalismo, fascismo, populismo o independentismo, pues sólo son derivados de un mal mayor. A España, como al alma humana, hay que salvarla del dualismo destructivo.

Mas Madrid
Manuela Carmena e Íñigo Errejón, fundadores de Más Madrid.
Es politólogo.
12 jun 2019 12:50

Se dice que el mal milenario de este país es el guerra-civilismo, el enfrentamiento entre dos Españas irreconciliables, el pensamiento cainita del Caín que mata a su hermano Abel, y una mentalidad de odios y envidias. Hay que matizar que esta narrativa es una cantinela típica de una derecha que azuza esa misma división hablando de ‘la Anti-España contra los españoles de bien’, una derecha igual de acomplejada que la peor izquierda, una derecha que considera cualquier oposición como un motín y confunde cualquier ánimo crítico con auto-odio, que prefiere fantásticos relatos de fratricidios a un análisis realista de pasados conflictos entre pueblo y opresores, y que protesta por la ‘leyenda negra’ en la Historia española mientras alienta cualquier libelo contra la época de Al-Ándalus o los tiempos de la República.

Nosotros, por el contrario, creemos que hay en el pueblo español un poso común que ha sabido reconciliar todos los opuestos desde el principio de los tiempos: lo norteño y lo mediterráneo, lo celtíbero y lo romano, lo germano y lo latino, lo moro y lo cristiano, el pequeño fuero y el gran imperio, el viejo continente y el nuevo mundo, la diversidad de culturas nacionales y la unidad de proyecto estatal. Pero este sentimiento es el del pueblo español, y no el de las mediocres élites que han reinado sobre él. Reyezuelos, señoritos y caciques han tenido la histórica ocupación de dividir al pueblo español en base a sus particulares conflictos de intereses, y muchas veces para dirimir con nuestra sangre conflictos extranjeros. España ha estado largo tiempo sometida —esto es lo cierto— a sistemas turnistas, en que un par de grupos de poder semejantes en fondo se iban alternando con el pretexto de diferencias en forma. Cánovas y Sagasta, Sagasta y Cánovas. Y, en el régimen del 78, el canovismo de PP y PSOE.

Lo que parecía ser un sano ensanchamiento de las opciones parlamentarias se ha quedado en una estrecha bipolaridad. En vez de mejor diálogo hay mayores ‘líneas rojas’

La eterna lucha del pueblo español ha sido levantarse contra estas tiranías de la falsa elección, que nos exigen decidir entre “los hunos y los hotros” (Unamuno), escoger entre “o nosotros o el caos” —pero también el caos son ellos— (Hermano Lobo). El 15M fue la enésima reencarnación de esta batalla, en esa ocasión contra el ‘bipartidismo PPSOE’, dos siglas que servían a un mismo poder bancario e institucional. Entonces irrumpió Unidos Podemos (UP), Ciudadanos (Cs) acompañó su crecimiento, y finalmente ha llegado Vox. Pero los poderes inelectos —expertos en restauraciones— han sabido llevar este nuevo escenario al pecado de siempre: someter la envidia de UP a la soberbia del PSOE, y situar bajo la pereza del PP la avaricia de Cs, así como la ira de Vox.

El resultado es, una vez más, dos bloques alienados, dos compartimentos estancos que parten al electorado por la mitad, y que vienen a reemplazar el bipartidismo por el bi-bloquismo. El único programa de un bando es ‘detener a la ultraderecha’, el único programa del otro es ‘frenar a las izquierdas’. Lo que parecía ser un sano ensanchamiento de las opciones parlamentarias se ha quedado en una estrecha bipolaridad. En vez de mejor diálogo hay mayores ‘líneas rojas’; en lugar de más debates, más ‘cordones sanitarios’. Tras todos los procesos electorales de 2019, el panorama es claro. Volvemos a los resultados de la década de la Transición: el PSOE, Alianza Popular, la Unión de Centro Democrático, el Partido Comunista y Fuerza Nueva. De nuevo en la casilla de salida. Se trata de otra transición hacia ninguna parte, una travesía sin rumbo por el desierto. Se nos presentan cuatro años atrapados en el mecanismo de dos tiempos de una oligarquía de partidos.

Pero una ocasión de acabar con esta guadaña pendular apareció con la propuesta de Más Madrid (MM) de establecer contactos con Cs, más allá de sus respectivos ‘bloques’ —y pasando por el PSOE—: contactos entre Carmena y Villacís —pasando por Pepu Hernández—, y entre Errejón y Aguado —pasando por Ángel Gabilondo—. El propósito era impedir que un gobierno del PP reactivase en ciudad y región su Operación Púnica, con Vox distraído en las Guerras Púnicas. Aunque finalmente no haya habido acuerdo, ha quedado señalada una nueva técnica para romper con el moribundo pero persistente eje izquierda-derecha, y se ha reabierto un camino de alta política y calidad parlamentaria, el mismo camino que parecía cerrado desde que UP, Cs y PSOE bloquearon en 2015 cualquier pacto entre ellos.

Desde entonces, escasamente habíamos visto en el panorama español alguna muestra de generosidad política, o de audacia a la hora de ir más allá de los espacios delimitados. En muchas ocasiones, tales actos respondieron a un interés meramente estratégico, o quedaron interrumpidos. Hemos visto a Vox —más astuto que Podemos en 2015— renunciando a sus exigencias más sonoras para apoyar en Andalucía un gobierno de PP con Ciudadanos, aunque ahora vemos al Vox más exigente en Madrid. Hemos visto a los independentistas apoyar a Pedro Sánchez en la moción de censura sin exigir concesiones, pero también les hemos visto tumbar presupuestos progresistas por reclamaciones inasequibles. Y acabamos de ver a Manuel Valls ofrecer sin condiciones el apoyo de Ciudadanos a Ada Colau en Barcelona, aunque ya vemos a Rivera resistiéndose. Si todas esas fuerzas —que son ajenas a la izquierda— han sido capaces de conceder y pactar, corresponde a Más Madrid demostrar que en el ‘espacio del cambio’ también hay amplitud de miras, y además la hay desde el desinterés, y con voluntad de permanencia en el tiempo.

Existe otro mundo más allá de la política cava-trincheras de unos y la política veleta de otros: el mundo de las ideas firmes con acciones flexibles

Desde el desinterés, porque el objetivo no ha sido mantener el asiento consistorial de Carmena, ni ganar una silla vice-presidencial para Errejón. Más Madrid tiene un resultado suficientemente potente y una expectativa de crecimiento suficientemente grande como para no tener que fiárselo todo a conseguir sillones: no se trata de aquella Susana Díaz que apeló desesperadamente a que Cs y PP salvasen su cortijo, ni se trata de Pablo Iglesias pidiéndole a Sánchez algún salvavidas. La única finalidad ha sido alejar el Ayuntamiento del sucesor de Esperanza Aguirre y su Caso Gürtel, y alejar la Comunidad de la sucesora de Ignacio González y su Caso Lezo. Tampoco resultaba aceptable que este PP ofreciese cargos a Vox en Madrid, cuando —a la vez— se teme el poder de ERC en Barcelona: significa una ruptura por ambas partes del alivio al conflicto catalán que supuso la cordialidad entre Carmena y Colau. No se ha tratado de salvar a Manuela o a Íñigo, se trata de salvar España en su cuerpo físico.

Permanente en el tiempo, porque no sería una situación excepcional o un momento táctico, sino el inicio de un nuevo estilo político que inaugurar en el país. Existe otro mundo más allá de la política cava-trincheras de unos y la política veleta de otros: el mundo de las ideas firmes con acciones flexibles. Ya conocemos bien a los idealistas capaces de renunciar a sus posibilidades por orgullo, así como a los oportunistas capaces de vender sus principios por poder; y entre ambos se sitúa un espacio inexplorado: el de aquellos que, firmemente anclados en verdades irrenunciables, navegan libremente sobre decisiones coyunturales. El de aquellos dispuestos a conceder en lo superficial para avanzar en lo esencial. Dialogar no significa renunciar a ninguna idea, ni respetar la idea ajena significa compartirla, ni compartir con otro un espacio significa perderlo. Como en la Biblia, hoy se enfrenta la moral farisea (cuyo dogmatismo condena al prójimo por el más mínimo detalle) contra la ética cristiana (cuyo sacrificio se hace generosamente incluso por el mal menor). En esta infinita batalla, una vez más, se trata de salvar España en su dimensión espiritual.

Y, en un plano más prosaico, se trata también de hacer política de manera más inteligente: de ahora en adelante, la mejor forma de neutralizar el crecimiento de Ciudadanos va a ser obligarles a escoger públicamente entre lo que dicen ser y lo que son. El 28A, hubo en Madrid sorpassos por parte de Cs tanto a PP como a UP, pues Cs ha conseguido —pese a su giro a la derecha— mantener una imagen de ‘partido reformista’ y ‘nueva política’ que resulta una amenaza para el espacio del cambio. Si se sigue poniendo a Cs ante decisiones como la de apoyar a PP-Vox o abstenerse ante Más Madrid, ¿cómo podrán decir que son un partido regenerador si han preferido el PP de la financiación ilegal a la alcaldía de las cuentas transparentes? ¿cómo podrán decir que son un partido centrista si han preferido la ‘ultraderecha de Vox’ a la ‘izquierda amable’ de Errejón? ¿cómo podrán decir que son un partido ecologista si han preferido la Ayuso de los atascos a la Carmena de la contaminación reducida? ¿cómo podrán decir que son un partido moderno si, tras tanto feminismo liberal y banderas arcoíris, se han sentado con los que quieren retirar a los LGTB de las calles? ¿cómo podrán decir que son un partido renovador si quisieron sacar al PSOE de Andalucía tras más de 30 años, pero no han sacado al PP de la Comunidad de Madrid tras casi 30 años?

Tras cerrarse con grandes derrotas el ciclo político del asalto populista, debe inaugurarse con pequeñas victorias un nuevo ciclo de posición republicana —pese a los reveses iniciales—. La nueva idea es una política capaz de sentarse con todos aquellos representantes electos de los diferentes sectores de un mismo pueblo. Por lo tanto, también sería erróneo presentar cualquier entendimiento con otros como ‘un mal menor contra el fascismo de Vox‘, sino que entenderse con los otros es en sí mismo el bien mayor, en cuyo nombre uno podría incluso llegar a entenderse con el propio Vox —siempre y cuando hubiese algún terreno programático común (reducir el peso burocrático, aumentar los permisos de paternidad, bajar el IVA farmacéutico...)—. Recordemos que, si hoy se ha de bloquear a Vox, no es porque sean la vanguardia del nacionalismo español, sino porque son la retaguardia de la corrupción pepera; no es porque quieran volver 40 años atrás a un pasado previamente sufrido, sino porque quieren llevarnos a un futuro nunca antes visto en que las pensiones ya no son públicas y el interés nacional más básico queda en manos de inversores extranjeros.

De alguna forma, excluir hoy a Vox es una forma de salvar a sus votantes neo-conservadores de su cúpula neo-liberal. Y evitar el gobierno del PP en la Comunidad hubiera sido, dándoles tiempo a regenerarse en la oposición, salvar a su propio partido de una dinámica ininterrumpida de incentivos perversos. Los más veteranos en el proyecto de Más Madrid ya lucharon en 2017 para salvar a UP de su deriva ultra-izquierdista, lucharon en 2018 para salvar al PSOE de su deriva socio-liberal, luchan en 2019 para salvar a Cs de su deriva derechista, y durante todo el siguiente ciclo político habrán de luchar, en suma, por salvar a España entera de su deriva decepcionada y resignada.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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