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Es octubre de 2023 y tienes ocho años, Nur, estás inclinada sobre el libro de matemáticas y un ejercicio te invita a sumar perros y después gatos, comparar resultados, efectuar restas. Mientras, yo pienso en otras cuentas, las que hace poco publicó Save the Children: en tres semanas de bombardeos sin tregua, han sido asesinados más niños y niñas en Gaza que aquellos que mueren anualmente en todas las guerras del mundo. Es octubre de 2023 y es difícil no morir un poco cada día de vergüenza y rabia mientras prosigue el recuento de la barbarie.
Lo dijo el cómico egipcio Bassem Youssef, en un vídeo que se viralizó en los primeros días del exterminio, apuntalando el dolor con sarcasmo: ¿cuál será la tasa de cambio, cuántos palestinos tendrán que morir por cada israelí muerto, esta vez? ¿Qué es una respuesta proporcional para un gobierno que califica a todo un pueblo de animales no humanos, hijos de las sombras? nos seguimos preguntando. Qué pesar imaginar a niñas como tú, Nur, bajo las bombas. A madres como yo, llorando a sus hijas. Pero qué indignación me provoca también restar niños y niñas, sustraer a las mujeres del número total de muertos, que ya superan los 8.000, como si las muertes de jóvenes o de hombres, fuera menos trágica, fuera un precio más legítimo a pagar por las bajas israelíes: Ya sabes Nur, todo el mundo sabe, que el sábado 7 de octubre Hamás mató, según informó Israel, a 1.400 personas.
Hay decenas de vídeos de israelíes que hacen mofa del exterminio, en sus bonitas casas, subvencionadas en muchas casos por la misma política de colonización que expulsa a los palestinos de su territorio, derriba sus viviendas y expropia sus campos
Como en los países de vertiginosa inflación, la devaluación avanza tan rápido que no tiene sentido hacer cuentas. Solo que lo que vemos devaluarse en el mercado internacional de la empatía no es ninguna moneda nacional, es la vida humana, las vidas del pueblo palestino. El ratio más bajo de empatía lo vemos manifestarse en otros vídeos, menos virales que la entrevista a Bassem Youssef, los de decenas de israelíes que hacen mofa del exterminio, en sus bonitas casas, subvencionadas en muchas casos por la misma política de colonización que expulsa a los palestinos de su territorio, derriba sus viviendas y expropia sus campos. Simpáticos civiles que se pintan los dientes de negro y ensucian su cara para representar a aquellos condenados a la pobreza por el mismo gobierno que ahora los bombardea en hospitales, viviendas y carreteras. Jóvenes y familias que se mofan del sufrimiento de los gazatíes bajo el castigo colectivo. La propaganda, Nur, es esquizofrénica: mientras avala la muerte de los otros, divulga términos como Pallywood con el que insinúa que las imágenes de palestinos heridos o muertos son un montaje.
No es necesario que seas uno de los ejércitos mejor equipados del mundo para matar a miles de personas. Es fácil hacerlo cuando los tienes hacinados y encerrados en un territorio mínimo. Es fácil hacerlo cuando los dejas sin luz, comida, agua potable, ni comunicaciones. Es fácil hacerlo cuando los países poderosos del mundo se ponen incondicionalmente de tu lado. Es demasiado fácil hacerlo, cuando has socializado a tu ciudadanía, durante casi un siglo, en la idea de que el derecho a la autodefensa justifica la expulsión de millones de personas de sus tierras, la violencia cotidiana. Y es aún más fácil cuando criminalizas a toda voz discordante, cuando tratas como traidores a tus propios ciudadanos que exigen el fin del exterminio, cuando tachas de antisemita a quienes denuncian las políticas coloniales, el régimen de apartheid y muerte en el que fundamentas tu Estado.
Palestina
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Tanto más valen las vidas israelíes en el imaginario colonial que el mundo clama por los más de 200 prisioneros que Hamás hizo en su ofensiva mientras miles de niños, jóvenes y abuelas palestinas viven detenidos ilegalmente en las cárceles israelíes sin que Israel tenga que justificarse. Porque Israel nunca tiene que justificarse, ni siquiera rinde cuentas por sus propios ciudadanos muertos. 1.400 en un solo día. Nos han contado que fueron asesinados salvajemente por los bárbaros. Pero también nos hablaron de bebés decapitados y violaciones masivas, que luego nadie demostró. Como si matar no fuera suficientemente bárbaro —pues ya mata cotidianamente el país ocupante— la propaganda sionista necesitaba establecer una diferencia entre la forma de asesinar civiles. Hay quienes matan civilizadamente y en defensa propia: con bombardeos aéreos y asedio, hay quienes matan como animales no humanos, aves del apocalipsis que llegan en parapente, que irrumpen de debajo de la tierra. Discretos bárbaros, capaces de preparar semejante ataque durante años, sin despertar las alarmas de los servicios de inteligencia más avanzados de la tierra.
Y entonces llegan las fuerzas de uno de los ejércitos más poderosos, en uno de los países más militarizados del mundo. Tardan horas en llegar, en un territorio equivalente a la provincia de Cáceres. Se trata de un ejército que no está acostumbrado a tener bajas, que bombardea cada tanto desde los cielos a un pueblo sin ejército, que apunta cada día a hombres y mujeres desarmados, que lleva décadas contestando con fuego real a piedras, que combate con el armamento más sofisticado del mundo a milicianos. Un ejército para el que no hay civiles cuando se trata de eliminar al enemigo: ¿qué hizo con sus propios civiles? ¿cuándo sabremos cuántos de esos ciudadanos israelíes murieron bajo el fuego de su propio ejército? ¿Es ilegítimo desconfiar de la versión de un gobierno al que hemos escuchado mentir una y otra vez, un gobierno que es capaz de bombardear un hospital, celebrarlo, y luego acusar del bombardeo al enemigo?
No hay que perder de vista que el poder de sujetos y países se basa en el estado de guerra, en el miedo al otro, en hacer caja del mercado de la muerte, en blindarse tras la propaganda
No se trata de negar la violencia de Hamás, ni quitar valor a la vida de los otros, hija. Pero sí de no dejar nunca de hacerse preguntas, de interrogarse por la historia y el contexto: En este caso es un contexto de colonialismo, esa palabra que ha sobrevivido al siglo XX, y alimenta callejones sin salida. ¿Qué mayor violencia que ser expulsado de tu tierra, vivir bajo el gobierno de un régimen ocupante, perseguido por sus colonos y su ejército, diezmado cada tanto por operaciones militares de pomposos nombres ante la indiferencia del mundo? ¿Cómo se responde a esa violencia? ¿cómo se puede hablar de paz, mientras te tratan como a una bestia, cuando tu vida transcurre entre la negación de tu futuro, la impugnación de tu pasado, y la asfixia de tu presente?
El error radica en pensar que a todo el mundo le interesa la paz, presuponer que lo que guía a los poderosos del mundo es un deseo universal de ausencia de violencia, que la estabilidad es lo mejor para los mercados. No hay que perder de vista que el poder de sujetos y países se basa en el estado de guerra, en el miedo al otro, en hacer caja del mercado de la muerte, en blindarse tras la propaganda. La paz es menos rentable que la guerra, la justicia cotiza a la baja en el mercado de los famosos valores occidentales, pues no hay mayor amenaza para quienes colonizan y explotan, para quienes bombardean y expolian, que la justicia.
Mientras acabas los deberes, leo en las noticias que nuestra ciudad va a conceder la Medalla de Honor a Israel, la misma ciudad en la que miles de personas salimos a denunciar el genocidio contra el pueblo palestino, a clamar por una Palestina libre, como en tantas otras ciudades del mundo, incluso aquellas en las que ondear la bandera palestina, demandar colectivamente un fin al exterminio, está prohibido o es objeto de sanción. Tú que tienes ocho años puedes entender lo infame de esto sin necesidad de que te lo explique. Quizás te preguntes, como nos preguntamos todos, para qué sirve seguir saliendo a las calles, seguir impugnando su mapa racista de la barbarie, seguir demandando una justicia que nunca llega. También a esto hay que ponerle su contexto: no hay opresión en la historia que no haya sido contestada. La resistencia y la solidaridad es lo que nos hace humanos. Es por eso que nos manifestamos Nur, para seguir siendo humanos. Para demostrar que no hay bombas ni propaganda que puedan erradicar la dignidad de los pueblos.
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Y tiene pinta de que si la "operación" que dicen los sionistas no les sale bien y ven peligro de perder, lancen todo lo que tengan en una ataque mas salvaje e indiscriminado si cabe sobre todo y todos. Y aun en ese caso seguirán los políticos,... defendiendo lo indefendible o con ambigüedades o condenando y luego siendo parte del gobierno que los apoya en un movimiento de cinismo,... en definitiva: SIN HACER NADA. Tampoco es que me sorprenda a estas alturas. Mas me sorprende que la gente crea en ellos y sus instituciones.
Saludos.