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En las últimas dos semanas hemos visto estallidos episódicos de malestar social, de diferente signo e intensidad, a lo largo de la geografía española. En Linares (Jaén), con un paro juvenil del 50%, más de 500 personas se manifestaron en las puertas del juzgado tras la paliza de dos policías a un vecino y a su hija. La concentración acabó convirtiéndose en una batalla campal que terminó con 14 detenidos, dos de ellos menores de edad. En Jaén, justo ese mismo día, miles de personas se manifestaban en coche reclamando oportunidades para la provincia. A esto se suma las constantes protestas contra la encarcelación de Pablo Hasél y a favor de la libertad de expresión, protagonizadas en su mayoría por jóvenes, que presentaban en una pancarta el lema “nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil”, en respuesta a la crítica a los disturbios vividos en Barcelona. El derecho a la libertad de expresión se ha convertido en el protagonista del debate público, pero tras las movilizaciones existe una corriente subterránea de descontento y un clima antipolítico en auge.
Existe un ruido de fondo de una España que se siente abandonada, especialmente los jóvenes, que cada vez esperan menos de la política y de aquellos llamados a ejercerla en las instituciones. Todas las protestas de estos días se suceden bajo el contexto de una crisis de expectativas y frustraciones que se manifiestan en un claro nihilismo, en una oposición sin el respaldo de un programa político. La crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia de la covid-19 ha aumentado la desafección de muchos sectores sociales cada vez más alejados de los partidos políticos y de la política en general.
Ninguna democracia es, ni puede ser, plena, en la medida en que siempre existirán conflictos y disputas que terminarán en acuerdos o, por el contrario, se prolongarán en el tiempo indefinidamente
Los últimos datos que disponemos sobre el estado de la política y su conexión más directa con los ciudadanos son del CIS postelectoral de las elecciones gallegas y vascas del pasado verano. En Galicia un 54,7% afirmaba que la campaña electoral le interesaba poco o nada, mientras que en Euskadi aumentaba hasta un 62,1%. Además, al contrario de lo que cabría pensar, el principal motivo para no votar en las elecciones de Galicia y Euskadi no fue el miedo al contagio, sino más bien que ningún partido o candidato inspiraba la confianza suficiente, con un 21,5% y un 19,5% respectivamente. El segundo motivo era el hartazgo con la política y con las elecciones, en el caso de Galicia (20%), y la falta de una alternativa que satisficiera, en el caso de Euskadi (15,9%). Ambas elecciones tuvieron una participación muy baja, especialmente en el caso de las elecciones vascas con tal solo un 52,86% frente al 58,88% de las elecciones gallegas.
No es país para jóvenes
Se contempla un espacio de descontento generalizado que no es más que el resultado de un deterioro democrático, a pesar de que muchos sectores lo nieguen, y de una acumulación de situaciones precarias por las que se toma partido, se sale a la calle y se dan a conocer las diferentes realidades. A menudo se ha culpabilizado y criminalizado a las personas jóvenes por las recientes protestas e incluso por el aumento de los contagios en cada una de las olas. Ante ello, cabe señalar la frustración que viven por las dificultades para iniciar un proyecto de vida, la inestabilidad laboral, las dificultades a la hora de emanciparse y la incertidumbre política a la que se han acostumbrado como generación.
Los más jóvenes están sumergidos en la inactividad involuntaria, siendo el 40,13% de ellos quienes se encuentran en situación de paro en la actualidad, sumado ello a la inestabilidad laboral ocasionada la temporalidad, con el 49% de los empleos no indefinidos. Lo que hace que independizarse no sea una opción, o por lo menos una opción a corto plazo, teniendo en cuenta que la gran mayoría lo hacen a los 29,5 años de media, en datos de 2019. Por lo tanto, el proyecto de vida de la juventud se ve retrasado. Y esto sumado a los demás problemas del escenario político y social no hacen más que acentuar sus malas condiciones de salud mental que cada vez se ve más mermada.
Salud mental
Salud mental Generación de cristal, ¿por lo frágil o por lo transparente?
La covid nos ha dejado consecuencias tanto sanitarias, económicas como sociales, que en ocasiones algunas son subestimadas como es el caso del empeoramiento de la salud mental a causa sobre todo del confinamiento, que además afecta a los más vulnerables. Por tanto este escenario aún de incertidumbre, junto sus riesgos y otras problemáticas hacen que el 31,7% de los jóvenes se encuentren en situación de exclusión social.
Este es el ejemplo que expone la realidad en la juventud. Pero esta negatividad e insatisfacción es una cuestión general palpable en el espacio público y que tiene como reacción el salir a las calles para visibilizar este descontento social.
¿Existe una democracia plena?
Paralelamente a las protestas de estas semanas, se ha ido desarrollando un debate en la opinión pública en torno al estado de la democracia en España. Por un lado, la mitad mayoritaria del Gobierno, el PSOE, junto con los partidos de la derecha y los grandes medios de comunicación defendían el buen estado de salud del sistema democrático en España haciendo alusión a un índice de The Economist que situaba a nuestro país como una democracia plena. Por el contrario, desde Unidas Podemos, Más País y los partidos nacionalistas e independentistas se criticaba el actual estado de anormalidad democrática poniendo de ejemplo la corrupción de la monarquía, el aumento de la censura a través del despido de un trabajador de RTVE y el encarcelamiento de Hasél, la normalización de Vox o la violencia policial. La cuestión no pasa tanto por la afiliación que cada uno tenga hacia los partidos que se posicionan a este respecto sino por el concepto mismo de democracia. Una democracia es un régimen político sometido a constantes cambios, a avances y retrocesos, que se enfrenta, a su vez, a múltiples retos, muchos de los cuales aparecen a partir del desarrollo tecnológico, cambios culturales o situaciones extraordinarias como la que vivimos en la actualidad.
La sensación es que los perdedores de la crisis de la covid-19 son los mismos que hace una década, justo cuando se iniciaba la crisis financiera de 2008
Ninguna democracia es, ni puede ser, plena, en la medida en que siempre existirán conflictos y disputas que, a través de la política y sus actores, como partidos o movimientos sociales, se llegarán a acuerdos o, por el contrario, se prolongarán en el tiempo indefinidamente. Es, por tanto, un sistema abierto, no cerrado. Afirmar su plenitud implica no reconocer la existencia de conflictos, es decir, supone negar la política en sí misma. La anulación del conflicto es una práctica común desde hace décadas en las democracias europeas, buscando opacar la disputa ideológica que existe en cualquier sociedad y todos los cambios en el sistema que se pueden producir como consecuencia de ésta. Este es precisamente el problema fundamental: gobierne quien gobierne apenas hay cambios sustanciales en las condiciones de vida de muchos grupales sociales en situaciones de vulnerabilidad.
La violencia policial indiscriminada y la falta de control sobre este tipo de acciones representan un agravio para muchos ciudadanos. La sensación es que los perdedores de la crisis de la covid-19 son los mismos que hace una década, justo cuando se iniciaba la crisis financiera de 2008. De esta manera, el debate sobre la libertad de expresión y, en general, sobre la democracia pone de relieve las múltiples grietas del sistema en este contexto de crisis.
Descontento y reacción
En relación a ello, se vienen dando múltiples focos donde se plasma este descontento social. No se trata de un “15-M hacia Pedro Sánchez” como señalan algunas personas, sino más bien de una serie de variados y deslocalizados sucesos que no son más que la articulación del malestar que ya se venía dando desde hace varios años. Por tanto, no se debe de caer en afirmaciones deterministas que relacionan directamente y de forma simplista este descontento con el actual gobierno.
Son muchos los sucesos recientes que muestran este malestar popular. Como hemos mencionado anteriormente, uno de estos últimos son las protestas por la libertad de Pablo Hasél. En ellas los manifestantes piden libertad para el rapero con premisa de la libertad de expresión en un país que se llena de orgullo al hablar de su calidad democrática.
En las imágenes que dejan estas concentraciones se puede observar la abusiva represión por parte de los agentes policiales, quienes tomaron una actuación completamente desproporcionada contra los manifestantes. No se debe olvidar que el motivo de estas concentraciones es pedir la libertad del rapero y la libertad de expresión del mismo y de muchos otros artistas que ya anteriormente también fueron juzgados por las letras de sus canciones. Y es esto mismo lo que se viene denunciando. Pero parece incluso que protestar por la libertad de expresión te puede llegar a costar un ojo de la cara literalmente.
La represión y violencia que se han dado estos últimos días en la calle es una cuestión política, que podemos comprobar con la actuación policial reciente. Cabe anotar que esto se debe contrastar con la falta de acción en otros escenarios protagonizados por otros manifestantes. Dándose una arbitrariedad represiva, que no es más que otro signo de la falta de calidad democrática y del hecho que la violencia no está libre de prejuicios.
Así se busca tambalear los principios de dominación asentados mediante esta actuación popular para ampliar aquello que entendemos por política y restaurar la balanza democrática. Es decir, hay una serie de sucesos que nos llevan a esta actuación mediante el enfado e insatisfacción en el espacio social y político que nos deja la actualidad, a lo que hay que sumarle la crisis sanitaria que ya lleva con nosotros un año y el consecuente estado de crisis económica. En definitiva, hay un estado de crispación continuo con diferentes frentes abiertos que intentan desde distintas formas de actuación poner fin a tal malestar y restablecer una esfera pública que no esté contaminada.
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...y se me olvidaba: también se lucha por las lenguas vernáculas, se lucha por la independencia nacional, se lucha por el lenguaje inclusivo, por las banderas, por el maltrato animal, se lucha contra el armamentismo, contra la caza, contra los toros, contra el patriarcado, contra los automóviles, contra la especulación urbanística... ¡Todo muy justo y loable!
¿¿Pero queda alguien en este santo país que se acuerde de luchar por el trabajo?? Es hasta raro el silencio, cuando es la “piedra filosofal” de una sociedad feliz. Algo más profundo y grave sucede, porque ese vacío es escandaloso y terrible.
(...Digo yo).
El artículo acierta al señalar la precariedad de los medios de vida, del trabajo, como nudo esencial de la injusticia para con los jóvenes.
¡Pero nadie se manifiesta ni hay protesta por la situación laboral! Se protesta por el rey, pero aunque fuera condenado a perpetua, no influye en las condiciones del trabajo. Se protesta por Hasél, pero la libertad de los raperos tampoco afecta a lo laboral para los jóvenes. Se protesta por la autodeterminación de género, pero eso ni roza lo del trabajo y sueldo. Se protesta por el deshielo del planeta, pero no por la explotación diaria y la vida en precario. Se protesta para cambiar estatuas y la nomenclatura de las calles, pero no para cambiar las leyes laborales.
Supongo que esta generación está siendo continuamente alienada, y que se les ciega la urgente necesidad de luchar por el derecho a trabajar y ser feliz con el producto del esfuerzo, en condiciones dignas. Y los “creadores de opinión”, los agentes sociales, los políticos, y el gobierno, NADA dicen ni hacen por lo esencial.
Se tiene a la gente discutiendo por el color de las cortinas de la casa que no tiene agua ni luz y está llena de mierda.
Si nos cargamos el planeta, que parece ser la tendencia, solamente nos quedarán problemas sociales. Se hace cada vez más irrespirable el mundo que hemos des/construido y que últimamente mira a una salvación tecnológica que no deja de maquillar nuestros afanes antropocéntricos de libertad, dejando de lado el resto de Seres Vivos que complementan nuestra raquítica existencia.