Opinión
G20 en Sudáfrica, la alargada sombra de un Trump ausente

Después de 10 años de negociaciones, y más de 140 países participando, los Estados Unidos rompen las reglas del juego.
G20 en Sudáfrica 2
Acto inugural de la Cumbre del G20 en Sudáfrica. Foto: G20.
21 nov 2025 07:00

Este es el primer G20 en Sudáfrica, el primero en el continente africano. Una cumbre también atípica porque por primera vez no acudirá el presidente de los Estados Unidos, tal y como ya ha anunciado públicamente. Sin Trump en la foto de familia, pero muy presente. Ayer mismo amenazó a Sudáfrica para que no haya un comunicado de jefes de Estado, sentando un precedente inédito en toda la historia de los G20 desde que se reinventaron como espacio de coordinación global en respuesta a la crisis financiera de 2008. En su línea habitual, Trump ha ido más allá, y ha llegado a declarar que “Sudáfrica debería salir del G20”.

La agresividad de los Estados Unidos desde principios de año ha amenazado y condicionado todas las negociaciones: bloqueando avances, vetando temas y tratando de imponer sus reglas. Y ahora pone en jaque las conclusiones mismas y cualquier avance de esta cumbre, pero también los principios básicos del multilateralismo.

Sudáfrica, que tomaba el relevo en la presidencia del G20 tras Brasil, no lo ha tenido fácil. Dos presidencias consecutivas del G20 en economías emergentes del Sur Global, con voluntad de aprovechar el momento para impulsar cambios. Los retos no eran pocos, la reforma del sistema financiero internacional, la búsqueda de una solución adecuada a los abultados niveles de deuda, el impulso de una agenda de desarrollo estancada y de lucha contra el hambre, la revisión del sistema fiscal internacional.

Pierde África y vuelven a ganar las oligarquías y las grandes corporaciones que revolotean en el entorno del poder

Esta era una oportunidad de llevar una mirada panafricana a la agenda internacional, que deje atrás el paternalismo que impregna las relaciones Norte-Sur y para acordar medidas concretas como, por ejemplo, el alivio del coste en el acceso al capital para no limitar la capacidad de invertir en políticas públicas de los países en desarrollo. Desafortunadamente, y aunque Trump no esté finalmente en la sala negociando, es probable que veamos finalmente pocos avances. Pierde África y vuelven a ganar las oligarquías y las grandes corporaciones que revolotean en el entorno del poder.

Desde la cumbre del G20 en Río de Janeiro, en 2024, el patrimonio combinado de los superricos residentes en los países del G20 ha crecido un 16,5%. Es decir, en tan solo doce meses, su riqueza conjunta ha pasado de 13,4 billones a 15,6 billones de dólares. Este incremento sería más que suficiente para para sacar de la pobreza a 3.800 millones de personas (1,65 billones de dólares) que viven con menos de 8,3 dólares al día. Estamos más cerca de ver como llegamos al absurdo récord de tener antes al primer billonario del planeta que de acabar con la pobreza en el mundo. Un billonario es nada más y nada menos que alguien con un patrimonio por encima del billón de dólares (con B….). Es decir, el equivalente a dos veces el PIB de Sudáfrica. De hecho, la junta de accionistas de Tesla ha acordado hace pocas semanas un paquete retributivo a Elon Musk de un billón de dólares, lo que le coronaría sin duda en el ranking mundial.

La desigualdad extrema no es solo que unos pocos puedan comprar cada vez más cosas, por grandes que sean, yates más grandes, mansiones más lujosas o caprichos como un paseo por el espacio o alquilarse una ciudad como Venecia para celebrar tu boda mientras a una gran mayoría de personas les cueste llegar a fin de mes. No. Desigualdad es poder, y el poder de comprar y subvertir democracias, medios de comunicación e influir en la opinión pública o la política. Y eso es lo que están haciendo. Ahora con más descaro.

Desde la llegada de Trump, los Estados Unidos han ido saliendo sistemáticamente de todos los procesos y espacios de coordinación sobre fiscalidad internacional

El año pasado, la presidencia brasileña del G20 logró que todos los jefes de Estado y de Gobierno reconocieran en su comunicado final la necesidad de abordar la lucha contra la desigualdad, porque amenaza el desarrollo, el crecimiento y la sostenibilidad. Y logró un acuerdo histórico al acordar la necesidad de abordar una agenda compartida de tributación a estos individuos de altos patrimonios, a los superricos. Porque la realidad es que, en promedio, estos milmillonarios pagan apenas un 0,5% en impuestos, de tipo real. Mucho menos que la mayoría de trabajadoras y trabajadores del planeta. Al menos, afirmaban, logremos que empiecen a pagar.

El de Brasil fue sin duda un acuerdo histórico, el pistoletazo de salida para una agenda global que tendría que haber retomado el testigo este año en el G20 Sudáfrica, pero que ha quedado temporalmente en una especie de limbo por el bloqueo de los Estados Unidos. Desde la llegada de Trump, los Estados Unidos han ido saliendo sistemáticamente de todos los procesos y espacios de coordinación sobre fiscalidad internacional, ya sea en la OCDE o en Naciones Unidas. En junio pasado, incluso logró que el G7 les concediera algo inédito, que las corporaciones norteamericanas quedaran exentas de la aplicación del 15% de tipo mínimo global que se suponía tenía que ser la gran medida estrella para acabar con las prácticas abusivas de evasión y elusión fiscal de las grandes corporaciones. Después de 10 años de negociaciones, y más de 140 países participando, los Estados Unidos rompen las reglas del juego.

Con Trump, presente o no, dar un paso atrás en la defensa de principios básicos de reglas de juego internacionales sería catastrófico

Sin duda alguna, la frustración de muchos países, especialmente en el Sur Global, ante estas formas y el insuficiente alcance de las propuestas, llevaron a la Unión Africana a impulsar que las negociaciones sobre la agenda de cooperación fiscal internacional se plantearan en las Naciones Unidas, entorno a una Convención Marco sobre Cooperación Fiscal Internacional. Supone un paso de gigante y determinado para replantear una arquitectura fiscal internacional, tanto en lo referido a la tributación de grandes corporaciones como de grandes fortunas. Curiosamente, esta misma semana también se está negociando en Nairobi el contenido de esta Convención Marco.

Cuando los líderes del G20 se reúnan esta semana en Johannesburgo tienen una misión clara: decidir si dejan que Trump marque las reglas, o si renuevan su compromiso con, entre otras, una agenda global de tributación a los superricos y de reforma de la arquitectura fiscal internacional en Naciones Unidas. Con Trump, presente o no, dar un paso atrás en la defensa de principios básicos de reglas de juego internacionales sería catastrófico.

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