Opinión
Reflexionando sobre la obra de Steve Bannon y sus consecuencias

La estrategia global de Steve Bannon para reforzar la llegada al poder de personajes como Trump, Salvini, Orbán o Bolsonaro se sujeta en la hábil manipulación y el aprovechamiento del desafecto por una mala situación económica. Éste último ingrediente es el que pudiera agriar el cóctel-Bannon.

Donald Trump en Arizona
Gage Skidmore / Wikipedia El entonces candidato republicano Donald Trump en marzo de 2016.

El 8 de noviembre de 2016 tuvieron lugar las 58 Elecciones Presidenciales de los Estados Unidos que enfrentaban a Hillary Clinton (Partido Demócrata) y Donald Trump (Partido Republicano). El día anterior acudí al último acto de campaña de los demócratas en todo el país, fue en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, en Raleigh. Quince importantes votos electorales (sistema electoral norteamericano) se jugaban en este ‘swing state’ (uno de los once estados claves en estos comicios que podían bailar los resultados hacia uno u otro candidato, como así ocurrió).

Quedé impresionado por el nivel de movilización de los demócratas, miles de personas, un público muy heterogéneo, muchísima gente joven haciendo largas colas para entrar al recinto donde recién llegados de Philadelphia, iban a ofrecer su ‘último show’ la familia Clinton al completo, Bon Jovi y Lady Gaga (quizás muchos de los que entendieron aquello como un concierto-espectáculo, luego no votaron o directamente votaron a Trump). Me acompañó un profesor norteamericano de aquella Universidad que más en serio que en broma me anunció que si ganaba Trump se marcharía a hacer una larga estancia a una universidad canadiense. A muy pocos metros de allí, en la sede del Partido Republicano escondían, literalmente, a su candidato que hizo buena parte de su campaña al margen del aparato de su partido, de los medios y herramientas tradicionales de la comunicación política. La mañana del 8 de noviembre de 2016 pude visitar la sede del Partido Demócrata de Carolina del Norte donde activamente se trabajaba hasta el último segundo en la petición del voto por varias vías (eso de la jornada de reflexión es una entelequia).

Me entrevisté con varias personas, entre otras la presidenta del Partido Demócrata de Carolina del Norte, quien tuvo a bien mostrarme los últimos sondeos que manejaban en las horas previas y que les daban vencedores en este estado y en el conjunto del país. A últimas horas de la tarde de ese 8 de noviembre, el NCDP preparó su fiesta electoral en un céntrico hotel de la ciudad. Ocho años antes tuve la oportunidad de vivir en directo y en el mismo lugar la explosión de júbilo que supuso la llegada al poder de Obama; en esta ocasión, como saben bien, el desenlace fue bien distinto.

Hillary Clinton ganó las elecciones con un 48,18% de los votos frente al 46,09% de Trump. Los casi tres millones de votos ‘reales’ que sacó la candidata demócrata al candidato republicano se tradujeron en 227 populares por los 304 del republicano que le llevaron a la Casa Blanca. El ideólogo de todo este proceso, Steve Bannon había cumplido su primer objetivo y a partir de ahí se puso en marcha la maquinaria para llevar el populismo neofascista a gobiernos latinoamericanos y consolidarlo y ampliarlo en la vieja Europa.

Volviendo al ‘funeral’ demócrata en aquel hotel en aquella noche de Raleigh, me preguntaban algunos colegas por el caso español como ejemplo de país sin ese populismo neofascista y yo explicaba que era falsa esa percepción que nosotros teníamos una formación política que históricamente había atrapado ese voto, el Partido Popular. La excepción europea siempre dije que la teníamos cerca, en Portugal, y así sigue siendo. También me tomé en serio lo de poder asociar al ‘trumpismo’ la etiqueta neofascista y para ello me entrevisté con algunos prestigiosos académico norteamericanos que confirmaban empíricamente la relación de términos. Tomaba actualidad el discurso del alemán Thomas Mann, exiliado del nazismo cuando en el Claremont College, de Los Ángeles, en 1940, dijo aquello de: “Déjenme decirles la verdad, si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”.

Este domingo 28 de abril sabremos si el comportamiento electoral de los españoles sirve como freno a la estrategia de expansión de la internacional neofascista de Trump en Europa

El noviembre pasado, los americanos tuvieron las mid-term, las elecciones de medio mandato, un contrapeso de poder que le supuso a Trump la pérdida del control de la Cámara de Representantes (nuestro Congreso) y de muchos gobernadores (nuestros presidentes autonómicos). Mucha gente arrepentida dio marcha atrás y cambio el sentido de su voto. Muchos votantes de Trump entendieron que el populismo neofascista no era buena ni para los Estados Unidos, ni para el conjunto de la comunidad internacional.

Una socialdemocracia clásica y avanzada como Finlandia aguantó por los pelos, hace bien poco, el envite Bannon. Siguiente parada España. Este domingo 28 de abril sabremos si el comportamiento electoral de los españoles sirve como freno a la estrategia de expansión de la internacional neofascista de Trump en Europa o nos unimos a la tendencia consolidada en Italia, Polonia, Hungría, República Checa, Reino Unido (Brexit), etc. Y todo ello con las vistas puestas en una nueva e importante cita electoral, como son las Elecciones al Parlamento Europeo que se verán influenciadas, irremediablemente, por el sentido del voto que predomine este domingo.

La España hastiada de papanatas y paparruchas debe votar. La España hastiada de histrionismo y teatralidad exagerada. La España hastiada de tensión y confrontación, esa España el 28 de Abril y el 26 de mayo debe acudir a las urnas masivamente.

El momento económico de España no es malo, y no parece muy probable que los partidos nacional-católicos sean capaces de pescar en caladeros de clases trabajadoras como ocurrió en Estados Unidos o en Brasil

La estrategia global de Steve Bannon para reforzar la llegada al poder de personajes como Trump, Salvini, Orbán o Bolsonaro o para conseguir que triunfara el relato discursivo de Nigel Farage en el Brexit, se sujeta en la hábil manipulación de personas simples y crédulas, demasiado cándidas y fáciles de engañar (papanatas), a partir del estratégico manejo de las noticias falsas y desatinadas que se esparcen entre el vulgo (paparruchas). El cóctel de paparruchas para conseguir el voto de papanatas se sustenta en buenas dosis de populismo asociado a nacionalismo, religiosidad y aprovechamiento del desafecto por una mala situación económica. Éste último ingrediente es el que pudiera agriar el cóctel-Bannon porque el momento económico de España no es malo, y no parece muy probable que los partidos nacional-católicos sean capaces de pescar en grandes caladeros de votos de clases trabajadoras, tal y como ocurrió en Estados Unidos o en Brasil, más recientemente.

Más bien al contrario, las elecciones andaluzas vinieron a demostrar que el voto de la ultra derecha y de la derecha ultra sigue siendo un voto muy ‘señorito’ en Andalucía. España es un país muy clasista, y las tesis de Bannon sobre la desideologización y el fin de las clases sociales asociadas a unas determinadas ideologías pueden picar en piedra.

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