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Después de las elecciones italianas de 2013, Mario Draghi dijo: “Que nadie se preocupe, la economía europea avanza, continúa con el piloto automático”.
El avance del Cinco Estrellas mostraba que la austeridad financiera iba influenciando los equilibrios electorales y en el ánimo de los electores, pero con su inteligente sonrisa melancólica, Draghi sugería que la sociedad tiene derecho a expresar su opinión y su voluntad a través de las elecciones democráticas, pero esto al final, no cambia nada: las finanzas son una cosa seria y no se dejan influenciar por el voluble sentimiento de la gente.
Como hemos visto en los últimos diez años, Mario Draghi tenía razón. Millones de personas salieron a las calles en 2011 para protestar contra el recorte de sus salarios y de las pensiones efectuado por el sistema bancario. Pero ese recorte no solo no se ha interrumpido en ningún momento, sino que se ha constitucionalizado bajo el nombre de fiscal compact. En 2015, el 62% de los griegos votaron No al Memorando de la Troika pero Tsipras tuvo que agachar la cabeza y tirar la toalla. Medio millón de jóvenes griegos abandonaron el país mientras se hundía en la depresión.
Esto ha ocurrido en todas partes: una pequeña minoría se está apoderando de la riqueza producida por la sociedad y los trabajadores han perdido la mitad de su renta, se han visto privados de los servicios sociales con los que lograban tener una vida aceptable, y han sido obligados a trabajar en unas condidiones cada vez más precarias. Al final, la sociedad ha perdido la calma. ¿Cómo no entenderlo? El pueblo se ha rebelado.
Y el pueblo solo quiere una sola cosa: venganza. Y la tendrá. La venganza no quiere escuchar razones, así que es inútil explicar, argumentar, intentar convencer o disuadir. Quien quiere venganza está listo para cualquier horror, y también para acabar ciegamente en el abismo. Por eso, resignémonos: no está claro en qué abismo acabaremos, pero quien tenga la desventura de vivir durante los próximos diez años no se librará del abismo.
¿Quién ha preparado las condiciones para el abismo? ¿ La mueca gruñona de Matteo Salvini o el melancólico y sonriente Mario Draghi?
El piloto automático es la razón sujeta al algoritmo. Ahora el pueblo está enfadado y no desea escuchar más a la razón. La razón está apagada, habla el pueblo.
Naturalmente, el pueblo no existe. Es una abstracción romántica que finge ser muy concreta. Tiene los músculos tensos, espuma en la boca, los ojos fuera de las órbitas y está sediento de sangre.
El pueblo es la sociedad que ha perdido el bien del intelecto, la sociedad privada de la capacidad de la palabra, de análisis y de síntesis. El pueblo es la sociedad cuando la complejidad del conflicto y de la mediación ha sido borrada por el automatismo de las finanzas y la riqueza de las formas de vida, es reducida a la identidad.
Como Hitler y como Mussolini, que al principio protestaron contra las finanzas para convertirse al final en sus hijos predilectos, Matteo Salvini sabe bien que el piloto automático es un enemigo demasiado fuerte para él. Así que si inventa enemigos débiles, o en realidad, escoge a los débiles de entre los débiles, a aquellos que no tienen la energía para defenderse ni para reaccionar, aquellos a quienes el colonialismo blanco ha reducido a la miseria y las guerras euro-estadounidenses, han arrojado al caos. Aquellos que arrastrados por las olas buscando un puerto seguro, se encuentran con la guardia costera libia.
Pero Salvini no es el primer asesino que ha ocupado el puesto de ministro del Interior. Sin remontarnos a Mario Scelba, recuerdo que hace 40 años un ministro del Interior mató a un amigo mío que se llamaba Francesco Lorusso. Y recuerdo que en los últimos tres años, otro ministro del Interior decretó, con gran aprobación de todos los demócratas, que los inmigrantes fueran golpeados mientras se ahogaran, o que fueran entregados a los torturadores libios.
El asesino de turno en Interior es únicamente más estúpido, más fanático, pero no por ello menos peligroso. De hecho, lo peligroso no es Salvini, es la ausencia de una alternativa a su demencia criminal.
Los liberal-demócratas creen (o fingen creer) que el nacional-socialismo es una tormenta temporal y que al final volverá la democracia razonable. Se hacen ilusiones: la democracia está muerta y no resurgirá ni en Italia ni en Estados Unidos.
Pronto, aquellos que votaron por Trump o por Salvini entenderán que sus salarios no han dejado de disminuir y que la precariedad y la desocupación no van a desaparecer, pero no por ello volverán a votar por los patéticos políticos de la izquierda. Los nacionalsocialistas buscarán, más bien, un chivo expiatorio, de hecho ya lo tienen al alcance de la mano: las víctimas de los cinco siglos de colonialismo que presionan en las fronteras de Europa y ya están encerradas en campos de concentración alrededor del Mediterráneo.
La memoria del Holocausto del siglo XX está destinada a palidecer frente al Holocausto que se está preparando. La diferencia es que hoy parte de los nazis están en un Estado que se define como judío.
El proceso que ha llevado al triunfo al nacionalsocialismo en una gran parte de Occidente se parece mucho al que se produjo durante la década de 1930, pero el final será diferente.
No será la resistencia la que nos llevará fuera del abismo, solo lo hará la emergencia de una subjetividad colectiva consciente que sea capaz de desmantelar el piloto automático, de sustituir el automatismo financiero capitalista con un programa útil socialmente.
Pero una subjetividad a la altura de la catástrofe solo podrá emerger de la conmoción que la catástrofe está preparando. Mientras tanto, es necesario, en primer lugar, no renunciar a comprender y para ello es necesario multiplicar a los justos entre las naciones: aquellos que no se reconocen en ninguna raza ni en ningún pueblo, aquellos que no se doblegan ante la infamia y siguen siendo humanos, silenciosa o ruidosamente.
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Son demasiadas las coincidencias entre los años 30 y estos tiempos de neofascismo prebélico.
Aún así siguen habiendo posibilidades de tomar el desvio hacia un mundo sin propiedad privada, ni un euro que encarcela la economía europea para provecho de Alemania.