Opinión
Desbrozar

Tal vez alguna parte de la cultura inesencial pueda ocuparse de una tarea modesta: desbrozar. Identificar la retórica que mata o matará, la que confunde y ciega.

45 días a la sombra - 5
Álvaro Minguito La calle San Vicente Ferrer, en el madrileño barrio de Malasaña, vacía al atardecer durante un viernes de confinamiento.
23 jun 2020 06:00

10.000 análisis, 10.000 millones de análisis, predicciones, consideraciones acerca de lo que no era normal y lo que no ha de serlo pero, probablemente, lo sea. “Lo que no valorábamos”, se escribe una y otra vez, se oye en los anuncios, en las entrevistas.

Y, sin embargo, ¿quiénes “valorábamos”? ¿Cómo en estas circunstancias es posible asumir con cierta impunidad un nosotras implícito que está roto por dentro, en cuyo interior arden las pérdidas de forma tan distinta? No puede haber un nosotros si, para que una parte de esa primera persona del plural goce, la otra tiene que sufrir y aguantar, si estos dos hechos no coexisten sino que uno es condición del otro.

Ha aumentado la retórica como capa que recubre lo inaceptable, lo inconcebible, como paredón que ciega y al que, sin embargo, se refuerza precisamente cuando más riesgo hay de que la desesperación lo tire abajo

“Las preguntas nunca son peligrosas hasta que las contestas”, dice Toby Esterhase, el agente de inteligencia de origen húngaro personaje de varias de las novelas de Le Carré. En estos días he vuelto a ellas quizá para contrarrestar la inflación de retórica del momento. Ha aumentado la retórica como capa que recubre lo inaceptable, lo inconcebible, como paredón que ciega y al que, sin embargo, se refuerza precisamente cuando más riesgo hay de que la desesperación lo tire abajo.

“No trafico con narcóticos ni con esperanzas”, afirmó el autor teatral Heiner Müller en una entrevista con Carl Weber realizada en 1984, publicada en el cuadernillo editado por César de Vicente Heiner Müller, el teatro como poética de la revolución. Se enorgullecía Müller, con razón, de ese su no traficar. Podría ser hoy una piedra de toque, un criterio con que juzgar discursos, formaciones políticas, textos de ensayo o de ficción. Lo es, a mi modo de ver.

Ahora bien, ¿cómo evitar pasarse al otro lado, al del cinismo despiadado o al del cinismo a secas? Entre el narcótico, el “llámese cobardía a esta esperanza” de Anders, la mentira piadosa y la inflación retórica como refugio de los canallas, ¿habrá algo que ayude a vivir? ¿Qué hacer cuando no se tiene nada, o casi nada, y el mismo narcótico que entorpece y desorienta, parece que alivia, y la misma esperanza que mata, parece complacer?

Cuesta saber hasta qué punto es legítimo el deseo de no renunciar a una persuasión de emergencia, a la compañía exacta de unos sentimientos pensados que devuelven los golpes cuando no hay otra cosa

Hay quien dice que la retórica, cuando es honesta, nace de lo urgente; que llega porque no queda tiempo para argumentar, porque ciertas formas de realidad aplastan y, entonces, antes de que todo se hunda, la persuasión es un camino. Aunque, por otro lado, el uso de la retórica es inversamente proporcional a la vulnerabilidad, la incertidumbre, el hambre de quienes soportarán sus consecuencias. Y cuesta saber hasta qué punto es legítimo el deseo de no renunciar a una persuasión de emergencia, a la compañía exacta de unos sentimientos pensados que devuelven los golpes cuando no hay otra cosa.

Tal vez alguna parte de la cultura inesencial pueda ocuparse de una tarea modesta: desbrozar. Identificar la retórica que mata o matará, la que confunde y ciega. Al mismo tiempo, dar cabida a esa otra retórica de urgencia que exige un acto, cantos de quienes menos tuvieron, resistencias de los cuerpos débiles, o la angustia de quienes ven que no la vida, no, sino una clase concreta de relaciones sociales, les empuja a la maldad y quieren dejar constancia, y quieren entenderlo y, aun con todo, muchas veces, rompen lo probable y consiguen no ceder.

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