Opinión
Arquitecturas de lo posible

El anuncio de la primera cooperativa de vivienda en cesión de uso expande nuestro imaginario y confirma que otros modos de habitar y otros regímenes afectivos dejan de funcionar como futuros abstractos para convertirse en prácticas concretas.
agrocuir 2025
Iris Justo Souto do Caracacho no Agrocuir 2025.

Profesora na UDC e escritora.
@xela.paris

7 dic 2025 05:30

Desconozco cómo lo entiendes tú, que estás leyendo este artículo, pero para mí lo queer va mucho más allá del género o de la sexualidad. Lo queer es posibilidad, herramienta con la que observar los andamios con los que se decidió construir el mundo y el orden que lo sostiene, aquello que me hace caminar sabiendo que nada de lo que se nos presenta como natural lo es realmente, que todo fue erigido por un sistema con una intención clara. Esa consciencia de la realidad como una ficción moldeada es, ante todo, profundamente liberadora.

Desde esa mirada que abre grietas en la apariencia de lo inevitable, lo queer se convierte en verbo, en acción, con la que interrogar de manera permanente la norma y sus límites. Queerizar el mundo significa darle la vuelta a un sistema que se beneficia de la desigualdad y que no duda en aplastar lo que no encaja. En esta línea, queerizar no persigue la felicidad, un concepto tan desbordante de cisheteronorma, sino algo mucho más radical: la tranquilidad, la vida vivible.

Desde esa perspectiva, invito a celebrar el anuncio de la primera cooperativa de vivienda en cesión de uso en Galicia. Esta noticia expande automáticamente nuestro imaginario y confirma que otros modos de habitar y, por tanto, otros regímenes afectivos, dejan de funcionar como futuros abstractos para convertirse en prácticas concretas. El porvenir deja de ser una promesa difusa y se convierte en un gesto que rompe con la lógica de la propiedad privada y de la familia nuclear.

Sin embargo, que la celebración no nos haga perder el foco. No se trata de romantizar una solución que sigue atravesada por las desigualdades materiales. Que existan cooperativas no significa que este modelo sea accesible para la mayoría ni que resuelva la precariedad estructural, sino que la imaginación política puede ponerse en práctica, que existen fracturas reales en el muro de lo inevitable.

Más allá de esto, interpretar estas cooperativas como algo moderno o como una innovación importada sería olvidar que en Galicia lo común tiene raíces profundas. Los montes vecinales en propiedad común, espacios gobernados colectivamente y transmitidos a lo largo de las generaciones, recuerdan que habitar juntos no es una excentricidad, sino parte de nuestra memoria. Recuperar modelos cooperativos es, también, un acto de justicia histórica y de reivindicación de una tradición que el capitalismo nos robó. Quizá los nuevos modelos de vivienda no sean tanto una novedad como un regreso a lo común.

En mi experiencia, siempre surge el debate sobre las no-monogamias o la abolición de la familia como apuesta política, aparece con frecuencia una sensación profunda de desasosiego. Pensar formas de vida que descentralicen la pareja parece, a menudo, utópico o irrealizable. Y no es extraño que así sea: aquello que nos enseñaron como vida adulta está en otro lugar, y quien se aparta de ese guión se enfrenta a menudo a la soledad y a la percepción de ir contra corriente. Las amistades pueden apoyar el discurso, pero “a la hora de la verdad” la mayoría acaba en un proyecto de vida centrado en la pareja. ¿Qué puede hacer, entonces, quien no quiere vivir así?; ¿qué opciones tiene quien elige la soledad no como tránsito, sino como destino? El mercado inmobiliario ahoga y empuja a elecciones impuestas, alejadas de los deseos reales.

Sin embargo, abolir la familia no significa privar a nadie de un hogar o de un tejido afectivo. Bien al contrario, significa liberar la vida de una estructura presentada como natural, única, posible. Por eso, lo más próximo a la abolición de la familia es, precisamente, un edificio donde las personas comparten espacios, responsabilidades y afectos sin depender de la lógica de la sangre ni de la pareja. Las no-monogamias llevan tiempo recordándonos que el amor puede tener múltiples centros, y la vivienda cooperativa nos dice ahora que la casa puede convertirse en un paisaje afectivo construido entre muchas.

Si estos proyectos nos parecen frágiles, arriesgados o improbables, es porque vivimos instaladas en un único modelo y confundimos hábito con seguridad. Nos educaron en la pedagogía del miedo: miedo a lo común, a lo colectivo y a todo aquello a lo que no podamos ponerle un pronombre posesivo. Un edificio cooperativo se mueve, crece, cambia: ¿existe algo más queer que eso?

Quizás el verdadero escándalo no sea imaginar otras formas de vivir, sino aceptar que solo hay una. Cuando una casa se abre a lo común, la pregunta ya no es si esto es viable, sino: ¿cómo podríamos permitirnos no hacerlo?

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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