Ocupación israelí
Discriminación institucional y discurso de odio: un caldo de cultivo para la violencia contra la minoría palestina en Israel

La espiral de enfrentamientos que ha tenido lugar en las últimas semanas dentro de Israel es fruto de una larga historia de marginación y violencia contra la minoría palestina de Israel, que representa el 20% de la sociedad israelí.
Soldados israelíes
Soldados durante la demolición de casas y estructuras palestinas, a las afueras de Jerusalén. Fadi Atta
27 may 2021 06:00

“Perdimos completamente el control de la ciudad, y las calles están siendo testigo de una guerra civil entre árabes y judíos”. Así definía el alcalde de Lod, Yair Revivo, la situación en esta localidad israelí, a 15 kilómetros de Tel Aviv, el pasado 11 de mayo después de que la violencia intracomunitaria se desatara en esta ciudad con población mixta (árabe y judía) y Revivo pidiera decretar el estado de emergencia y el despliegue de la policía fronteriza israelí.

La noche anterior, un vecino árabe de Lod (donde una tercera parte de la población es palestina) fue asesinado a tiros por judíos israelíes y, en respuesta, palestinos-israelíes quemaron cinco sinagogas de la ciudad. Esto inició un estallido de violencia callejera que se extendió a otras ciudades de Israel con poblaciones árabes significativas como Lod, Haifa, Acre, Jaffa o Nazaret.

Las chispas que hicieron saltar la aparente convivencia entre árabes y judíos en Israel fueron las protestas organizadas desde el 9 de mayo por miles de ciudadanos de la minoría árabe, que suman alrededor de 1,9 millones de personas y representan el 21% de la sociedad israelí.

“Muchos palestinos en nuestra tierra natal comenzamos a protestar pacíficamente en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas de Jerusalén, mientras que las fuerzas de ocupación israelíes y los colonos comenzaron a agravar la agresión contra nosotros”, cuenta a El Salto Adam HajYahia, activista palestino con ciudadanía israelí y residente en Haifa.

“Cuando salimos a las calles el 9 de mayo en Haifa, Akka, Lydd y Jaffa, fuimos atacados por las fuerzas policiales israelíes con granadas aturdidoras, gases lacrimógenos y balas de acero recubiertas de goma”, continúa. “Decidimos organizar otra protesta pacífica el 11 de mayo, pero en ella fuerzas policiales israelíes nos volvieron a atacar, mientras civiles israelíes armados rodeaban el área listos para linchar a cualquier palestino. La policía comenzó a reprimir la protesta con violencia y los palestinos quedaron atrapados en medio de una zona de linchamiento, temiendo ser atacados por la policía, pero aterrorizados de abandonar el lugar de la manifestación por lo que les esperaba en pequeños callejones y carreteras”, cuenta HajYahia.

“Los palestinos quedaron atrapados en medio de una zona de linchamiento, temiendo ser atacados por la policía, pero aterrorizados de abandonar el lugar de la manifestación por lo que les esperaba en pequeños callejones y carreteras”

Los choques no tardaron en estallar y en cuestión de días los enfrentamientos entre judíos y palestinos israelíes dejaron dos muertos (un ciudadano árabe-israelí y otro judío-israelí), decenas de personas resultaron heridas y varias viviendas, vehículos y negocios fueron quemados.

Sin embargo, la violencia entre las dos partes, al igual que el conflicto entre israelíes y palestinos, ha sido profundamente desigual. Hasta el momento casi todos los acusados por los enfrentamientos son árabes (más del 90%) y se ha iniciado una operación de arrestos a gran escala contra aquellos palestinos israelíes que participaron en las manifestaciones.

Por otro lado, a diferencia de los árabes, las turbas de judíos radicales que atacaban a transeúntes y propiedades palestinas al grito de “¡muerte a los árabes!” habían llegado de manera organizada desde asentamientos ilegales en Cisjordania, como respuesta a los llamamientos en redes sociales a reunirse en grupos para atacar a los árabes. Todo ello ante la pasividad de la policía israelí, que conocía los planes de estas pandillas y no hicieron nada por frenarlos.

Los eventos de las últimas semanas dentro de Israel han eclipsado la ofensiva de Gaza en los medios israelíes y han hecho saltar las señales de alarma entre los dirigentes de ese país. Distintos líderes israelíes, encabezados por el presidente Reuven Rivlin, evocaron el espectro de la guerra civil en Israel. Los medios de comunicación lamentaban la pérdida de la coexistencia entre judíos y árabes y el alcance de las manifestaciones ha sorprendido a muchos analistas políticos que suelen hablar sobre estos palestinos como parte del tejido social y político israelí, separados de los palestinos en Cisjordania o Gaza.

Sin embargo, en muchos de estos análisis se ha ignorado que los enfrentamientos son parte de un panorama mucho más amplio. Y es que, aunque los desalojos en Sheikh Jarra, los asaltos policiales en la mezquita de Al-Aqsa durante el Ramadán y la ofensiva del Ejército israelí contra la Franja de Gaza hayan sido las chispas de la actual ronda de hostilidades, la causa de la violencia remite a raíces más profundas.

La discriminación arraigada a la que se enfrentan los ciudadanos palestinos de Israel (a pesar de que portan la plena ciudadanía israelí) y la retórica antiárabe de la clase política hebrea, que a menudo cruza la línea de la incitación, han servido como hervidero para la violencia de estos últimos días.

Los palestinos de la Palestina histórica

Durante la guerra árabe-israelí que marcó la fundación del Estado de Israel en 1948, más de 750.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares o huyeron a otras áreas de Israel, la Franja de Gaza, Cisjordania, y a los estados árabes vecinos, convirtiéndose en refugiados.

A aquellos que se quedaron en el territorio tomado por Israel de forma permanente se les concedió la ciudadanía y son conocidos como “árabes israelíes”; a pesar de que la mayoría no está de acuerdo con esta denominación y prefieren llamarse a sí mismos “los palestinos en Israel” o “los ciudadanos palestinos de Israel”, según una encuesta de la Universidad de Haifa.

Los aproximadamente 150.000 palestinos que permanecieron dentro de las fronteras del Estado judío y sus descendientes son actualmente 1,95 millones de personas de los 9,2 millones de habitantes de Israel, alrededor de un 21% de la población total israelí. Eso si se incluye a los habitantes de Jerusalén Este, que no tienen estatuto de ciudadanía sino solo de residencia (y revocable).

De estos casi dos millones, alrededor del 83% son musulmanes suníes, mientras que el resto se identifican como cristianos (9%) o drusos (8%), aunque también hay una pequeña comunidad de beduinos (250.000 personas seminómadas que habitan en el desierto del Néguev y son también suníes).

Desposesión y aislamiento

Tras el establecimiento de Israel, las autoridades veían a la minoría de palestinos que permanecieron en su tierra natal como una amenaza demográfica para el moderno Estado judío. Así, aunque a la mayoría se les concedió la ciudadanía en 1952, los palestinos que permanecieron en suelo israelí fueron sometidos a un régimen de excepción bajo control militar entre 1949 y 1966.

La imposición de la ley marcial sobre estos ciudadanos implicaba que los palestinos de Israel dependieran de permisos para viajar fuera de sus lugares de residencia y, por tanto, no pudieran contactar directamente con familiares que habían acabado fuera de las fronteras de Israel. También servía como excusa para las deportaciones sumarias, los arrestos sin cargos, la demolición de viviendas, la confiscación de propiedades privadas, la prohibición de adquirir tierras o la imposición de toques de queda.

La desobediencia de estas leyes a menudo se castigaba de forma brutal, como en 1956 cuando en el pueblo palestino de Kafr Qasim 49 hombres, mujeres y niños fueron ametrallados cuando regresaban de su jornada de trabajo, sin saber que la aldea había sido puesta bajo toque de queda unas horas antes.

En 1966, la ley militar finalmente fue levantada. Desde entonces los palestinos de Israel vieron resurgir la conciencia de su identidad palestina y una mayor involucración en la oposición política para que Israel se convirtiera en estado de todos ciudadanos.

Esta ola de conciencia y activismo político alcanzó su cénit, primero en las manifestaciones y la huelga general del Día de la Tierra el 30 de marzo de 1976 para frenar las expropiaciones de tierras de los palestinos en Galilea y, 25 años más tarde, con las protestas tras el estallido de la Segunda Intifada. Ambos eventos fueron duramente reprimidos por las fuerzas de seguridad y socavaron la idea de que los ciudadanos palestinos podrían lograr la plena igualdad en Israel.

Las prácticas discriminatorias contra la población palestina de Israel van desde la exclusión de los pueblos y aldeas árabes de los beneficios de desarrollo y vivienda que se otorgan a las poblaciones mayoritariamente judías, hasta la destrucción de viviendas y pueblos enteros

Ciudadanos de segunda clase

Aunque, en teoría, actualmente a los palestinos israelíes se les garantiza los mismos derechos que a sus coterráneos judíos, en la práctica, son tratados como ciudadanos de segunda.

Como parte de un esfuerzo por asegurar la mayoría judía creada tras la limpieza étnica de 1948, los sucesivos Gobiernos israelíes han formulado una serie de leyes y políticas para limitar el crecimiento de la población palestina restante y marginarla políticamente.  

“Nunca ha habido ninguna forma de aceptación hacia nosotros, como palestinos. Además, como supuestos ciudadanos de Israel, existen más de 60 leyes que nos discriminan”, asegura Hajyehia. Estas normas restringen los derechos de los israelíes palestinos y afectan “a prácticamente todos los aspectos de sus vidas”, explican desde el Instituto para la comprensión de Oriente Medio (IMEU).

Las prácticas discriminatorias contra la población palestina de Israel van desde la exclusión de los pueblos y aldeas árabes de los beneficios de desarrollo y vivienda que se otorgan a las poblaciones mayoritariamente judías, hasta la destrucción de viviendas y pueblos enteros o la falta de recursos dedicados a estas comunidades, que se refleja en altas tasas de delitos violentos dentro de la sociedad árabe y en una peor calidad de la educación que reciben los niños árabes palestinos con respecto a la que reciben los niños judíos.

Asimismo, las políticas de segregación afectan a los palestinos de Israel en decisiones tan personales como dónde vivir o con quién casarse, ya que la Ley de los Comités de Admisión (2011) y la Ley de nacionalidad y entrada en Israel (2003) permiten rechazar a los ciudadanos que buscan residir en localidades mayoritariamente judías y prohíben la reunificación familiar de israelíes casados con residentes en los Territorios ocupados, respectivamente.

Finalmente, la política estatal de discriminación de Israel contra la minoría palestina fue codificada constitucionalmente en 2018, cuando entró en vigor la “Ley Básica del Estado-Nación Judío”.

Esta “ley de las leyes”, capaz de invalidar cualquier legislación ordinaria, “garantiza el carácter étnico-religioso de Israel como exclusivamente judío y afianza los privilegios de los que disfrutan los ciudadanos judíos”, al mismo tiempo que “otorga mayor legitimidad a las políticas discriminatorias contra los palestinos y exige que las autoridades ejecutivas, judiciales y de otro tipo las apliquen bajo el imperio de la ley”, afirma Adalah-El Centro Legal para los Derechos de las Minorías Árabes en Israel.

Retórica antiárabe e incitación contra los palestinos

A la discriminación generalizada que sufren los palestinos de Israel hay que sumar un ambiente en el que las declaraciones en las que se expresan ideas extremas contra los árabes se han convertido en el discurso habitual de un número importante de figuras públicas israelíes.

Ya en los albores del Estado hebreo, los oficiales israelíes empleaban una retórica denigrante y excluyente, en la que se identificaba a los palestinos con una cultura del terror y con la creencia de que valoraban menos la vida que sus vecinos israelíes. Sin embargo, ha sido especialmente durante el Gobierno de Netanyahu cuando el discurso de odio y el mito de “nosotros” contra “ellos” ha calado en la conciencia nacional de la mayoría judía en Israel.

Tanto el actual primer ministro de Israel como la coalición de partidos judíos ultraortodoxos y de la derecha ultranacionalista, que le han mantenido en el poder durante 12 años, se han pronunciado de forma racista contra los palestinos en general; y en muchos casos han atacado directamente a sus conciudadanos árabes, a quienes pintan como una quinta columna.

Ha sido especialmente durante el Gobierno de Netanyahu cuando el discurso de odio y el mito de “nosotros” contra “ellos” ha calado en la conciencia nacional de la mayoría judía en Israel

Para Nadim Nashif, director y cofundador de 7amleh (El Centro Árabe para el Avance de las Redes Sociales) el problema es que “la sociedad judía israelí en general está girando más y más hacia la derecha. Apenas hay izquierda en la escena política israelí y el sistema político está controlado por los movimientos de colonos y de ultraderecha, con políticos como Naftali Bennet [líder de la coalición Yamina y exministro de Defensa] o Smotrich [cabeza de la alianza de extrema derecha y antiárabe Sionismo Religioso, que actualmente apoya el gobierno de Netanyahu]”.

“El movimiento de colonos ha ganado la opinión pública israelí y ahora es la corriente principal. Esto ha provocado que el discurso de odio se haya convertido en un fenómeno extendido y normalizado dentro de la sociedad israelí”, explica Nashif en conversación telefónica a El Salto.

Precisamente, la instigación racista está detrás de las revueltas violentas contra palestinos que han sacudido las ciudades de Israel en los días que siguieron al bombardeo israelí de la Franja de Gaza. El jefe de la policía israelí acusó directamente a un diputado de la Knéset, el ultranacionalista Itamar Ben Gvir (parte del bloque político heredero del partido abiertamente racista Kach que apoya a Netanyahu) de azuzar la violencia.

“Lo que hemos visto en las últimas semanas es una enorme incitación contra los palestinos, que incluye no solo un discurso de odio y racista en general, sino también llamadas a cometer actos de violencia”, señala Nashif. “Grupos judíos de extrema derecha como Lehava [organización kahanista cuyos miembros han sido condenados por ataques incendiarios contra escuelas mixtas árabe-judías] o La Familia [la hinchada ultra nacionalista del equipo de fútbol Beitar Jerusalén] se organizaban a través de Telegram o WhatsApp para atacar a ciudadanos palestinos en las ciudades mixtas”.

Nashif cree que después de estas últimas semanas en Israel, tomará mucho tiempo hasta que vuelva a haber confianza entre palestinos y judíos. “La gente todavía coexiste, pero la pregunta es cuánta desconfianza, miedo y odio hay”.

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