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Bastantes discusiones me ha traído el haber “defendido” la entrevista del trapero español en la televisión el otro día. Tal vez, por esa mala costumbre de la izquierda moderna que he ido a coger, la cual trata de explicar todo desde la cultura. Tal vez, porque el chico ha sabido captar la atención de una generación perdida.
Los fenómenos musicales no son nuevos, tampoco los singles de verano. Antes de que nosotros subiésemos a la palestra ya existían estos y cuando nos vayamos, seguirán haciéndolo. Lo nuevo que aporta C. Tangana no está en su música —el mismo lo reconoce cuando habla de su éxito—, reside en su campaña publicitaria. Si merece la pena reconocerle un espacio como representante de algo —lo cual no tiene que indicar que ese algo sea bueno— es por haber sabido captar la atención del público. Claro, que un cartel gigante en la Gran Vía ayuda.
Si una aplicación está llamada a ser la gran aportación a la cosificación de las personas, esa es Tinder. Antes de ella, por lo menos te juntaban por algoritmos y gustos, inquietudes y hobbies, ahora es la foto y tu dedo. La estrategia de dar mil “me gustas” sólo para coincidir —como mi compañero de mesa dice, “la metralleta”— es el entretenimiento de nuestro tiempo. ¿Qué gracia hay en eso? Más allá de los hipotéticos matchs que consigas, los cuales pueden ser por comportamientos como el tuyo.
Si el trapero hace el himno, Tinder representa la acción. La aplicación, aunque también sirva para “conocer a gente”, se basa en la necesidad de validación socialC. Tangana puede representar sobre los jóvenes de barrio de Madrid —los cuales son en mayor medida de clase media— el sueño liberal. Además, él sabe que cumple ese papel. Ha conseguido construir un personaje, que guste o no, triunfa. Su figura, lejos del Antón de barrio que estudió filosofía —aunque no tan lejos—, es un cínico y un chulo… un referente que se burla de sus competidores. ¿Lo hace para incitarles a competir? ¿Qué es de la estrella sin su competencia?
La desmitificación del sexo, la liberalización de los cuerpos. La vulgaridad del “en mi cuerpo mando yo” —Por malas fortunas de la vida, tuve que tener una discusión con un interlocutor potencialmente ausente, sobre estas mismas cosas—. Ni el cuerpo, ni la vida nos pertenece… lo descubriremos tarde o temprano. Si el trapero hace el himno, Tinder representa la acción. La aplicación, aunque también sirva para “conocer a gente”, se basa en la necesidad de validación social. Lo cual, induce todo el circo en el que nos movemos.
Lo sexual es bello. Lo sexual es revolucionario. La revolución de lo “híbrido”… aquí, el joven de Carabanchel sabe cómo hablar y dice, la ya famosa intervención de: “NO SOY NI MACHISTA, NI FEMINISTA. SOY TRANSEXUAL”. Esta hibridez que lleva a la aparición de “rebeldes” en Tinder con fotos provocadoras, tan provocadoras como puede ser un váter. Con biografías tan escandalosas como el no reconocer que se conocieron en esta app o con parejas que buscan un tercer pasajero. Ahora, que los “puros” son conservadores, lo mestizo ocupa todo.
Los millennials hemos nacido sin algo fijo sobre lo que sostenernos. Sin la raza, sin el género, sin la clase. Todas nuestras instituciones están creadas para obviar dichas diferencias, pero claro… lejos de hacerlo desde una reconciliación material, se hace desde una vulgarización corporal. Un respeto, la imposición de un respeto por lo otro. El caos que nos acontece ha ocultado todo lo que podía verse, ahora solo somos nosotros. Descuidando el “yo” inmóvil, el interno, centramos nuestras acciones en lo placentero del cuerpo. Una mala lectura de Epicuro podría decir que estamos en su época.
Y no es que la generación más preparada —cuantitativamente— escuche Trap o se mueva por Tinder, es que la generación más preparada ha abandonado los espacios sociales y se mueve en la sombra de lo cibernético… Algunos se sorprenden cuando conocen a una persona que no tiene Instagram, otros cuando ven que tampoco tiene Facebook ¿Por qué? El no permitir la invasión puntual —con una continuidad en las puntualidades— es un acto revolucionario. El caso, es que nuestra generación ha abandonado dichos espacios y deja que multitud de necesitados de afecto —carne de cañón para esta aplicación o este cantante— sean quienes protagonicen la partida.
Mañana podremos hablar, pero hay que calcular las 24 horas con todo detalle. En 24 horas se puede encontrar el “amor” —sin analizar lo cualitativo de él en términos de Fromm—, un amor que encaja con nosotros, porque debido a nuestra necesidad latente todo encaja. No existen nervios al recibir el match porque “es una persona más en nuestra cama, con la que podemos hacer algo aunque no lo hagamos con ella” —ahora en términos c-tanganeros—. Nuestra generación es la de los metaencuentros, conoces a un chico o a una chica una noche y lo haces con ella o él ¡con la luz apagada! Porque no es el otro quien importa.
Tinder donde “falla” es en la obligación del cara a cara, en la obligación de conocer a la otra personalidad más allá de la pantalla (con los cambios de personalidad que da la pantalla). El fallo de la aplicación es que no puede cubrir esa inseguridad, esa carencia… pero tiene una solución para ello: Las primeras veces será complejo, el resto de veces es más fácil. Una vez alguien me dijo: “Estoy cansada de tener cien veces la misma conversación. Sí, la tuya también fue una más”. No me enfade, me gustó esa contestación. Primero porque me liberaba de toda culpa, segundo porque demostraba que aun estando no se quiere estar. O lo que es peor, no queriendo estar se está. En otra ocasión, me encontré con alguien que confundió la conversación, ella sintió más vergüenza que yo. ¿Cómo se pretende dar exclusividad en este contexto?
Descuidando el “yo” inmóvil, el interno, centramos nuestras acciones en lo placentero del cuerpo. Una mala lectura de Epicuro podría decir que estamos en su épocaUn amor que es mercantilizado desde el momento en el que no se “siente” lo mágico de las emociones, ¿pero qué es lo mágico? Nos pensaremos que ese amor es un abandono al otro, cuando el amor es la debilidad frente al otro. Me hace gracia que a través de la estética se quiera llegar a emociones tan íntimas. Si algo encontramos en las canciones es la ausencia de la exclusividad, ¿cómo entonces pretendemos que exista?
De alguna mala manera, hemos crecido huyendo de todo contacto por miedo al sufrir. Nos podemos caracterizar por la falta de relaciones temporales para impedir las relaciones emocionales. El mundo de los excesos del Trap utiliza toda una hilera de sustancias para evadirnos de esta realidad. El mundo de los, también, excesos de Tinder utiliza toda una hilera de personas para evadirnos del encuentro. El cálculo minucioso de cuando convocar a la otra persona, de cuando realmente aparecer.
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