Opinión
¿Quién puede vivir en el paraíso?

Un supremacismo de supervivencia. Para Naomi Klein y Astra Taylor, la ideología de la extrema derecha actual ha abandonado la esperanza de un mundo mejor y se lo juega todo a la supervivencia. En su estupendo artículo para The Guardian,“El auge del fascismo del fin de los tiempos”, observan que se trata de una corriente que da por hecho que el fin del mundo es inminente, por lo que su propósito es prepararse y salvar a los suyos. Tratar de evitar ese desenlace está descartado, ya que precisamente muchos de quienes promueven este fascismo “están comprometidos financiera e ideológicamente con el agravamiento de esas amenazas”.
Aunque el sueño de islas-Estado no sujetas a ninguna ley estatal de magnates como Peter Thiel o la construcción de lujosos búnkeres bajo tierra con todo lo necesario para sobrevivir a una catástrofe nuclear son algunas de las imágenes más exclusivas de esta corriente, también hay versiones low cost. Taylor y Klein señalan con acierto que el fascismo del fin de los tiempos es un hilo que une las fantasías más extremas de Silicon Valley con la defensa de naciones fortificadas que expulsan a los indeseados, a la vez que reclaman y conquistan con violencia la tierra y esquilman los recursos. En las diatribas de Steve Bannon, el búnker en el patio trasero combina a la perfección con la visión de Estados Unidos como nación bunkerizada. En ambos casos, la salvación está solo al alcance de unos pocos.
El auge del fascismo del fin de los tiempos va acompañado de una producción cultural poblada de distopías. Las visiones utópicas parecen desterradas, como se lamenta a menudo desde la izquierda. Pero este anhelo a veces pasa por alto que muchas visiones utópicas a lo largo de la historia se han fundado sobre la exclusión, y se asemejan más bien a un paraíso fortificado. En El jardín contra el tiempo (Capitán Swing, 2024), Olivia Laing recupera el origen de la palabra “paraíso”, que proviene de la lengua avéstica que se hablaba en Persia en el 2000 a. C., y que significa “jardín amurallado”. Y cita a Toni Morrison, que advertía que “todos los paraísos, todas las utopías, están diseñados por quien no está ahí, por la gente a la que no se permite entrar”.
Laing parte de su propio jardín para explorar la ambivalencia presente en la búsqueda de un paraíso, desde la creación de jardines exclusivos y cerrados, al jardín como utopía comunitaria: “Un jardín es un ejercicio de equilibrio que puede adoptar la forma de colaboración o de guerra encarnizada”. La autora recorre jardines señoriales en Inglaterra que fueron construidos gracias a la explotación de mano de obra esclava, o a través de los cercamientos que despojaron al campesinado de sus tierras. Pero también encuentra versiones del Edén no fundadas en la exclusión, sino pensadas como “un reino de interdependencia y de apoyo mutuo”, entre las personas, pero también de estas con las especies vegetales y animales.
Laing nos invita a pensar el jardín en la estela de William Morris, como algo que no solo es útil sino también hermoso, reivindicando la belleza y el deleite como elementos fundamentales para la revolución. Pero, también, a abandonar las utopías reducidas a islas o paraísos vallados, para establecer jardines por todas partes, como parte de un preciado patrimonio común.
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!