Música
Reynols, la banda argentina que derritió las fronteras de la experimentación y la inclusividad en la música

Con motivo de la publicación en España de una compilación de “no-éxitos” en el sello Beat Generation, repasamos la fascinante historia de este grupo de culto liderado por Miguel Tomasín, una persona con Síndrome de Down. Pauline Oliveros, Thurston Moore, Damon Suzuki y Henry Rollins son solo algunos de los artistas que han declarado su admiración por estos maestros de la vanguardia sonora.
Reynols
La banda experimental argentina Reynols.
3 sep 2024 06:00

Reynols siempre fue un verso suelto, incluso para los parámetros de los músicos más excéntricos de su generación. “Éramos demasiado rockeros para los compositores académicos contemporáneos, y demasiado experimentales para los rockeros. Pero estábamos muy enfocados en nuestro universo, por eso nada nos impidió seguir adelante”, comenta el guitarrista Alan Courtis, miembro de la banda argentina fundada en 1993 junto al bajista Roberto Conlazo y Miguel Tomasín.

El grupo irrumpió en la escena internacional gracias al amadrinamiento de la compositora brasileña Pauline Oliveros, precursora del minimalismo norteamericano y creadora del concepto de deep listening o escucha profunda. Tomaron contacto con ella durante un taller que esta artista pionera ofreció en Buenos Aires en 1994. El flechazo fue mutuo e inmediato: Reynols se consideraba la “Heavy Deep Listening Metal Band” de Oliveros, y ella se autodenominó a sí misma como la “Astral Grandmother” de la banda bonaerense. Esta relación fructificó en varios discos —Pauline Oliveros In The Arms Of Reynols, The Minexcio Connection: Live! At The Rosendale Café y Half A Dove In New York, Half A Dove In Buenos Aires— que proporcionaron a los argentinos una proyección internacional insólita.

Paradójicamente, el deliberado rechazo de Reynols hacia cualquier tipo de academicismo los llevó a convertirse en uno de los grupos fetiche de la intelectualidad de los años 90

La naturaleza extrema de Reynols, y su capacidad para derretir cualquier formato —incluso el más amorfo de todos, el de la improvisación—, levantó alrededor de la banda una fiebre coleccionista por su discografía, integrada actualmente por más de 150 lanzamientos publicados a través de sellos de Japón, Europa, Oceanía, Latinoamérica y Estados Unidos.

Paradójicamente, el deliberado rechazo de Reynols hacia cualquier tipo de academicismo los llevó a convertirse en uno de los grupos fetiche de la intelectualidad de los años 90. Thurston Moore (Sonic Youth) y Henry Rollins son solo dos de los fans acérrimos de esta singular banda, que a lo largo de su extensa y prolífica trayectoria ha colaborado con artistas como Lee Renaldo, Damon Suzuki (Can), Michael Snow, N U Unruh (Einstürzende Neubauten) o Acid Mothers Temple. Lo han hecho, además, en todo tipo de escenarios: desde un festival de boy scouts a la mansión de un multimillonario en Ohio; desde un búnker de la Segunda Guerra Mundial al mismísimo Lincoln Center de Nueva York.

La excentricidad orbital de Reynols ha suscitado el interés de algunos de los medios más prestigiosos del mundo, como el New York Times o The Washington Post, y ha protagonizado la portada de revistas como la británica The Wire, hito que posiciona a cualquier artista como la crème de la crème de la vanguardia sonora contemporánea. “La frontera de Reynols es, en lo que a auténtica creatividad sonora, estética y conceptual se refiere, una extensión infinita. No se libera de las barreras, sino más bien las evapora”, escribió recientemente Marc Masters, colaborador de la publicación especializada norteamericana Pitchfork.

Un libro, una exposición itinerante y varios recopilatorios

Con motivo del trigésimo aniversario de Reynols, sus archivos sonoros, audiovisuales, fotográficos y documentales han dado forma a diversos recopilatorios, un voluminoso libro —Minexcología— y una exposición itinerante que ha pasado por instituciones como el Art en Marges Musée (Bruselas), el Lincoln Center (Nueva York), el MALBA (Buenos Aires), el Círculo de Bellas Artes (Madrid), y la Gallery Soap (Kokura, Japón).

En España, ha sido el sello Beat Generation el que ha tomado la iniciativa con la publicación de una compilación de “no éxitos” titulada Reynols: Minecxio Greatest No Hits, que incluye ocho de las composiciones más extravagantes del grupo, bautizadas con títulos inescrutables como “Rasoyo Jisos Repuliom Alfrazado”, “Yomulido Doble Pechuas”, “Sojos Abriero 1956” o “Un Tiermo Exsina Concinado Cahubo de lo Panso y Ronil Fermo Acarriones Nindio lor Minecxio Alcapulco Moros”. Títulos que nos dan una idea de la insólita inventiva, no solo musical, sino también lingüística, del baterista, cantante y autoproclamado líder de la banda, Miguel Tomasín.

No se trata de un proyecto “conmovedor” en virtud del cual dos músicos neurotípicos dan espacio a una “persona diferente” para llevar a cabo una buena obra. Nada más lejos de la realidad

“Hicimos la selección y remasterización rescatando temas que nos gustaban especialmente y que estaban en compilados editados en los primeros años del nuevo milenio”, explican Alan Courtis y Roberto Conlazo en declaraciones a El Salto. “Pero eran ediciones que ya estaban mayormente agotadas y hacía tiempo que no circulaban. A eso le agregamos material inédito del mismo periodo. También trabajamos detalladamente el arte y el insert, ya que no nos gusta dejar nada librado al azar en este campo. En la tapa estamos sosteniendo tres piedras que homenajean a Sister Rosetta Tharpe, Bo Diddley y Jimi Hendrix”.

La banda de rock “más inclusiva” de todos los tiempos

Una de las razones por las que Reynols ha pasado a los anales de la historiografía musical —además de figurar como caso de estudio en diversos manuales de neurodiversidad— es el hecho de que Tomasín nació con Síndrome de Down. En muchas ocasiones se les ha descrito como “la banda de rock inclusiva más relevante de todos los tiempos”, hecho por el que han recibido reconocimientos como el Premio Viscardi Achievement Award 2021. Sin embargo, cometeríamos un grave error si analizásemos a Renolys desde una perspectiva condescendiente. No se trata de un proyecto “conmovedor” en virtud del cual dos músicos neurotípicos dan espacio a una “persona diferente” para llevar a cabo una buena obra. Nada más lejos de la realidad.

El objetivo de Reynols no ha sido nunca la ejemplaridad ética, sino el arte por el arte. De hecho, Miguel Tomasín (Buenos Aires, 1968), ese tipo con gafas oscuras y rictus de tough guy que vemos en las imágenes promocionales del grupo, es el canalizador, el médium, el chamán que ayuda a Alan Courtis y a Roberto Conlazo a saltar sin paracaídas al abismo de la “no música”, del “avant-garde noise”, el “avant-dadá”, como sea que queramos llamar a esta banda inclasificable, que unas personas reverencian y otras —todo sea dicho— consideran insoportable. Quizás el que mejor supo describirlo fue el propio Tomasín: “Es música para dientes”.

“Miguel no necesita de la valoración de nadie —corrobora Courtis—. Él sabe quién es como artista y como persona en todo momento. Esa seguridad la tuvo desde el primer día en que lo conocimos, cuando incluso se nos presentó a Roberto y a mí como ‘un gran baterista famoso’. Así y todo, Miguel aceptó el premio Viscardi con alegría, y lo tiene en su casa. De más está decir que aprendemos todo el tiempo de él y su actitud marcial. Y respecto de la inclusión, no es algo unilateral, sino un proceso recíproco: nosotros lo incluimos, pero él también nos incluye a nosotros. Sin esta reciprocidad, nada hubiera sido posible”.

El primer encuentro

Antes de conocer a Tomasín, Roberto y Alan tenían un grupo con Christian Dergarabedian (integrante únicamente hasta 1994) cuya intención primordial era la de “irritar al público” y “borrar los límites entre la psicodelia y la psicosis”. Se hacían llamar Burt Reynolds Ensamble y sus referencias “de cabecera” iban desde Pere Ubu, The Residents y Sun Ra a Albert Ayler, Tony Conrad o Chrome.

Actuaban muchos domingos en Plaza Francia de Buenos Aires. Deliberadamente ruidosos y molestos, provocaban todo tipo de reacciones. A veces la policía los desalojaba; en otras ocasiones, los viandantes les amenazaban con pegarles una paliza. Cuentan que una vez llegaron a congregar a su alrededor una enigmática audiencia de perros callejeros, atraídos por las frecuencias extremadamente agudas que emitía la banda.

La misión de Burt Reynolds Ensamble alcanzó nuevas cotas cuando integraron a Tomasín, para quien las fronteras entre la música y la no música están naturalmente desdibujadas. La aparición de Miguel marcó un antes y un después: “Es como si nos hubiésemos muerto y resucitado; Miguel nos hizo resucitar”, dijo Roberto Conlazo en su momento.

El trío argentino Reynols
El trío Reynols, desde Buenos Aires. Foto: Nikinoto.

El primer encuentro se produjo en la escuela de música que regentaban Roberto y su hermano Patricio. Miguel llegó al centro acompañado de sus padres, quienes querían fomentar el interés que su hijo había demostrado por la música desde bien pequeño. Tomasín, que había recibido su primera batería a los tres años, también había hecho sus pinitos tocando el órgano, instrumento que aprendió a tocar en el Conservatorio de Flores. Es decir, cuando llegó a Reynolds ya tenía nociones musicales, aunque nunca había formado parte de una banda.

En su vocación influyó sin duda el hecho de que en su casa se escuchaba música constantemente. De ahí, también, sus variopintas influencias, entre las que cita a Gal Costa, Lou Reed, Elvis, la cantante brasileña María Creuza y el dúo español Azúcar Moreno. Por supuesto, ninguna de las obras de Reynols guarda relación aparente con ninguno de estos artistas, porque Reynols no se parece a nada.

“No hay proyecto mental”

No hizo falta más que un primer ensayo. Alan, Roberto y Christian descubrieron en Tomasín una horma perfecta para su proyecto, porque conseguía dar una dimensión espiritual a la música, sin intelectualizarla. “No hay proyecto mental. Hay una forma de control, pero sin controlar nada”, afirmaba Alan en el documental Buscando a Reynols (Néstor Frenkel, 2004), al que se dio continuidad en 2019 con otro reportaje audiovisual, Encontrando a Reynols. “Sabemos lo que estamos haciendo, sin saberlo. Miguel es el que tiene claro todo, porque no le interesa tener claro nada”.

Según explican, en la mente de Tomasín la organización de sonidos que definen los cánones de belleza normativa pierde todo su peso. El valor estético llega al oyente por otros cauces, que no son transitables para todo el mundo. “Ese es uno de los puntos donde las palabras no alcanzan para definir bien nada. Por eso preferimos decir que somos una suerte de antenas de Minecxio y lo dejamos, entonces, a la libre interpretación del oyente. Esto sería lo más parecido a estar contemplando una pintura de Philip Guston, pero con los oídos”.

Es imposible hablar de Reynols sin aludir al humor, por supuesto. Su anecdotario está lleno de travesuras, bromas mediáticas, performances que vienen a subrayar el carácter iconoclasta y desmitificador del grupo

Es imposible hablar de Reynols sin aludir al humor, por supuesto. Su anecdotario está lleno de travesuras, bromas mediáticas, performances que vienen a subrayar el carácter iconoclasta y desmitificador del grupo. Sin ir más lejos, la elección del nombre de la banda se puso en manos (o en patas, habría que decir) de un gato. Cuentan que dejaron pasear al felino por encima de un mando a distancia de un televisor; la primera imagen que apareció al azar en la pantalla fue la del actor Burt Reynolds.

Efectivamente, los animales jugaron un papel importante en la carrera del grupo, cuyo mánager era un hámster que los miembros de Renolys llevaron a alguna que otra entrevista televisiva. La presencia de la banda en medios de masas —particularmente en la televisión pública argentina— añade puntos de surrealismo a la ya de por sí peculiar biografía del grupo. Durante un año fueron contratados como la banda residente de un famoso espacio televisivo llamado La salud de nuestros hijos, conducido por el Dr. Socolinksky y cuya audiencia estaba formada esencialmente por amas de casa. El popular presentador sentía sincera devoción por el grupo, y no solo les contrató para amenizar el programa a diario, sino que les entrevistaba con frecuencia y les daba carta blanca para expresarse como quisieran.

El primer disco desmaterializado de la historia

Preguntamos a Alan y Roberto si la conexión entre los miembros del grupo a la hora de improvisar nace de la anarquía absoluta, o si por el contrario hay una línea vertebral “invisible” alrededor de la cual se construye lo demás, como ocurre en el jazz. “Es una forma de combustión espontánea o de catarsis, que puede cambiar de un momento a otro, pero que nos permite llegar a terrenos inexplorados —responden—. Preferimos no saber del todo lo que va a pasar y sorprendernos a nosotros mismos, por eso no hay fórmula. Pero claro, siempre tiene mucha importancia la conexión con Miguel, así que si hay una línea invisible habría que buscarla por ese lado”.

El caudal de sorpresas de la trayectoria de Reynols es casi inagotable, porque cualquier grabación de campo u objeto cotidiano es una herramienta musical en potencia, aunque sea una bolsa de basura arrastrándose por el suelo

El caudal de sorpresas de la trayectoria de Reynols es casi inagotable, porque cualquier grabación de campo u objeto cotidiano es una herramienta musical en potencia, aunque sea una bolsa de basura arrastrándose por el suelo. De Tomasín fue la idea de publicar el primer disco desmaterializado de la historia, Gordura Vegetal Hidrogenada. Conocido también como “el disco sin disco”, se trataba de una caja que al abrirse estaba vacía y mostraba la leyenda: “Este CD se desmaterializó hace 15 segundos”.

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Dentro de sus obras más conocidas figura también una sinfonía grabada en un criadero de pollos —“10.000 Chickens Symphony”—; un collage de ruido blanco montado con el sonido de cintas vírgenes —“Blank tapes”—; un “Concierto para plantas” en el que ninguna persona humana estaba autorizada a entrar (se filmó y se realizó una edición limitadísima de cinco copias en VHS, dos de las cuales regalaron a Lou Reed y a Yoko Ono) o un álbum que integraba los sonidos de los cacerolazos del Corralito de 2001...

“Hay que escuchar de todos los modos posibles, todo lo que es posible oír”. El lema de Pauline Oliveros le va como anillo al dedo a este grupo en el que todo es impreciso e impredecible. Un grupo que, treinta años después, sigue cautivando —o aterrando— a cualquiera que se acerque a su discografía.

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