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La progresiva reevaluación crítica de la trayectoria discográfica de Mecano, iniciada el día en que la revista Rockdelux incluyó Entre el cielo y el suelo (1986) como el 92 de los 100 mejores discos nacionales del siglo XX, invita a una reflexión sobre el valor de su legado artístico, más allá de la desorbitante cifra de ventas que cosecharon durante la segunda mitad de los años 80. No en vano, entre el álbum anteriormente mencionado y el archiconocido Descanso dominical (1988), llegaron a superar los dos millones, convirtiéndose en el grupo más exitoso en la historia del pop español.
Al plantear estos dos álbumes como la cúspide comercial y creativa de Mecano, siempre surgen las voces que recurren a su primera etapa como la más provechosa, rechazando la segunda por confundir pretencioso con ambiciones más cercanas al aura atemporal de los años 70 que a la aparente fugacidad de los new romantics.
En sus comienzos, Mecano fueron adalides del synthpop de principios de los años 80. De su primer elepé, Mecano (1982), la periodista Grace Morales, colaboradora de El Salto, llegó a decir en su fabuloso ensayo Mecano 82 (Lengua de Trapo, 2013), que ““Hoy no me puedo levantar” sigue siendo muy significativo de los Mecano jóvenes, cuya única duda existencial era la indolencia y la apatía, signo de una generación de españoles”.
De interpretación bipolar, lo cierto es que el vacío existencial aludido se filtra bajo la apariencia moñas de canciones como “No me enseñen la lección” y “Perdido en mi habitación”, cuyos paralelismos se acercan más a los retratos de aparente frivolidad que remiten al John Foxx de los primeros 80 que a la algarabía juvenil de los Depeche Mode adolescentes. Cortes que, libres de maquillaje ochentero (o quizás por eso mismo), hoy en día siguen siendo tan representativos como lo fueron en su momento.
Aquellos primeros años de Mecano incluyen un ramillete de creaciones repletas de caras, como la fantasiosa “Barco a Venus” o el tecno pop antártico de “El amante de fuego”, la cual interpretaron el 17 de enero de 1984 en Tocata, bajo un escenario macabro, digno de una actuación de Soft Cell en su etapa de The Art of the Falling Apart (1983).
Tanto “Barco a Venus” como “El amante de fuego” definen la ambivalencia de una banda que jugaba con el estereotipo de la superficialidad, pero que en el fondo escondía intenciones repletas de aristas. De hecho, los hermanos Cano contaban con ansias proggys en sus gustos musicales, y únicamente contemplaban la vía synthpop como forma más fácil de alcanzar el éxito. Más allá de la honestidad de sus fines, su capacidad de trascender géneros estaba en sintonía con genios como ABBA, donde el fin último era tan subjetivo como vibrante: moldear la canción pop perfecta.
Pese a quien pese, Mecano invadieron el círculo de la excelencia en varias ocasiones. Y lo consiguieron empatizando desde esa extraña forma de cantar en primera persona del masculino de Ana Torroja que tanto extrañaba a Carmen Santonja: “Siempre nos ha chocado en Mecano que una mujer cantara como si fuera un hombre...”.
Precisamente, con la explosión comercial de Mecano, Jose María Cano dejó aflorar la inspiración de Vainica Doble en composiciones de poso clásico, tipo “Me cuesta tanto olvidarte”, aunque también a través de su gusto para jugar con géneros musicales prohibidos para el pop, caso de la marcha fúnebre integrada en “No es serio este cementerio”.
Siempre salvando las distancias, al igual que Vainica Doble con sus repetidas referencias literarias cervantinas y al Siglo de Oro, Mecano tradujeron lo culto en materia pop para todos los públicos. Como en “Héroes de la Antártida”, donde transforman en delicatessen pop el capítulo dedicado en Momentos estelares de la humanidad (1927), de Stefan Zweig, a la expedición realizada al Polo Sur en 1912.
Desde un prisma de más actualidad, no se cortaban a la hora de abordar temas como el sida con desigual fortuna, ya fuera desde la lucidez del “Fallo positivo” o la ciertamente fallida “Una rosa es una rosa”. Siguiendo esta línea de acción, no deja de ser tremendamente revelador tocar un tema como el lesbianismo en pleno 1988, así como hicieron en “Mujer contra mujer”, y traducirlo en un éxito incontestable, incluso traspasando fronteras hasta países vecinos como Francia e Italia.
A partir de Entre el cielo y el suelo, el tránsito entre fábula, costumbrismo y crítica social se impregnó en un cancionero que, a pesar de los brotes épicos recurrentes a toda producción encaminada a las zonas regias de las listas, germinó en frutos exóticos dilapidados a lo largo de los años por la crítica especializada de este país.
En aquellos tiempos de límites definidos entre mainstream y música independiente, que un álbum superase el millón de ventas era una invitación directa al pozo de los prejuicios. A mayores, contaban con el odio tatuado en la frente de todo fan de Alaska y Dinarama, con quienes se produjo una brecha, más motivada por términos estéticos que musicales, amparada en una realidad: la grandilocuencia kitsch de los Berlanga y compañía contra la ausencia de carisma que desprendían Nacho, Jose y Ana.
En una época donde ser fan de un grupo de estrellas del pop estaba dictaminado por la herencia del “Beatles o Stones”, Mecano y Alaska partieron a la juventud española en dos. Si bien es cierto que Alaska solo tuvieron más popularidad que Mecano en la época de Deseo carnal (1984), su eco en las siguientes generaciones fue instantáneo. Decir que te gustaban resultaba hasta cool. Sin embargo, con Mecano ocurrió como con los votantes del PP: son millones, pero pocos lo reconocen. Dicha omisión es perfectamente aplicable a la gran cantidad de músicos que han bebido de su fuente, pero no lo expresan.
El paso del tiempo ha ido cambiando esta dinámica, apoyada por las comparaciones que surgían de medir méritos con supuestos sucesores tan inofensivos como La Oreja de Van Gogh y Alejandro Sanz.
Desde la orilla de sus herederos reales, hace años que figuras del indie nacional como Joe Crepúsculo, La Casa Azul o Meteosat no han dejado de enunciar las virtudes de un grupo que, en palabras de Guille Mostaza para Mecano 82, “no tiene una actitud atractiva, vamos, que no tiene actitud de nada, y eso hay gente a la que le molesta tanto como a otros les gusta. Esas cosas propician el éxito masivo, ya que tanta neutralidad hace que a nadie le parezcan excesivamente raros o freaks. Era un grupo que se preocupaba en hacer las mejores canciones posibles y ya está. De hecho, siempre he considerado tanto su lírica como su estética algo torpe, pero a nivel compositivo son de lo mejorcito que ha dado el país (...) Hay dos cosas que me marcaron mucho: el uso de los sintetizadores y la fonética”.
Alabanzas como las de Guille arman de razones a quienes la distancia del tiempo ha permitido ahogar prejuicios a la hora de decantarse por la segunda opción de la pregunta implícita ante la mera enunciación de la palabra “Mecano”: ¿fraude o genio? Parafraseando a mi editor en El Salto, Jose Durán Rodríguez, para fraude el de Ana Torroja con Hacienda.
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El pecado de Mecano fue no ser pretenciosos, como iban Alaska y las Canut, pero la voz única, inimitable, inconfundible e inigualable de Ana Torroja consiguió uno de los mayores hitos del pop español.
Me pregunto cuantos de los seudo musicologos que leyeron esto sabrán quien es John Foxx. Lord John Foxx, el verdadero padre de la música electrónica inglesa.
Mecano daban vergüenza en los 80, pena en los 90, desde el 2000 hasta hoy dan risa y miedo a la vez. Letras ridiculas patrocinadas por cocacola y musica pesima para pijorros recalcitrantes .
Plantearse dudas a estas alturas de los méritos más q conocidos y merecidos de MECANO, es más bien no tener, ni saber de qué escribir...
Fraude Alaska y su séquito. El único pecado de Mecano fue ser mejores que la media y gustar a tanto a madres y padres como sus hijos e hijas,.
Tanto Mecano como Alejandro Sanz hacen sangrar mis oídos.
Vaya horror más grandes!!!