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Con 26 años, el guitarrista Paco Soto ya se ha abierto camino en el flamenco. Pelo largo, ojos grandes, carácter fuerte e indeciso. Tiene clavada en la frente la costa de Barbate y Tarifa pero desde el otro lado, desde África.
Cuando sus manos bailan con las cuerdas se acuerda, y mucho. Humilde y risueño, este murciano de Águilas criado en Marruecos busca su lugar en el mundo acompañado siempre por su bajañí.
Paco Soto llegó a Madrid con 19 años. No conocía a nadie. Una noche entró a comprar tabaco en un sitio que resultó ser Casa Patas y en la puerta se fumó un cigarro con Manuel Molina. Hablando con él, Molina acabó invitándole a cenar y le presentó a su familia. Rápidamente se dio cuenta de que allí había flamenco.
La idea que tenía en la cabeza al llegar a Madrid era aprender bien, aprender de verdad. Su maestro fue Enrique Vargas —un guitarrista nacido en Moscú y de padres andaluces— que, además de dedicarse a la enseñanza, ha trabajado mucho para transcribir la música flamenca en un intento de preservar en las partituras un arte del que no hay mucho escrito. Para Paco Soto, Vargas ha sido fundamental en su vida no solo por enseñarle sino también por abrirle alguna que otra puerta.
Presente, futuro y pasado
Hoy tiene 26 años, un disco y cientos de conciertos y fiestas a la espalda. Reconoce que es muy joven y que encontrar su propia voz es un camino largo que probablemente ocupe el resto de su vida. Sin embargo, tiene algo claro: caminar hacia el norte de África, hacia el mundo árabe. Para él, las fusiones que están bien hechas con la música latina o con el jazz tienen mucho valor pero cree que el flamenco se entiende mejor con otros aires. Él lo resume así: “Joder, yo creo que el flamenco casa mucho más con la música árabe y sefardí”.
La conclusión es que su próximo disco camina por esa senda y, como adelanto, el tema central es la infancia. Dos recuerdos definen a esta actitud: la llamada al rezo musulmán y la vista del Estrecho desde Marruecos.
Hay un tema que se llama “El Mirlo” que son unas alegrías que navegan entre África y Europa y que alumbran una imagen. Desde la playa de Tánger se puede ver toda la bahía de Algeciras y, a la izquierda, Tarifa. En el pueblo del levante está la playa del Mirlo, lugar que observaba de pequeño a 18 kilómetros de distancia.
El tiempo pasa y las vueltas de la vida han hecho que ahora Paco veranee en la playa del Mirlo de cara a la ciudad de Tánger.
La segunda imagen es de la misma época. Cuando era niño, en Marruecos, y ya con la guitarra en la mano, recuerda la llamada al rezo desde los alminares de las mezquitas. Esas voces que suben hacia arriba para luego bajar como un torrente que anega plazas y callejones. Sentado cerca de la ventana abierta, buscaba con la guitarra aquellas voces por seguiriyas y soleares. Y es ahí, en ese imaginario, en la cultura árabe, donde Paco Soto destaca.
Guitarra flamenca y jerarquía
Tradicionalmente, en la guitarra flamenca existía la idea de que se perdía la pureza si se aprendía música, si se aprendía solfeo. Para él, es un dilema un poco tonto y zanja: “Todos los tocaores deberían saber música”. Paco sabe leer partituras pero reconoce que muy lentamente, como si tuviera que deletrear las negras y corcheas sílaba por sílaba.
Relacionado con esto, cuenta una anécdota que de alguna forma define esta jerarquía. Una vez, después de asistir a un concierto de música clásica, se fue a cenar con los propios músicos de la orquesta. En un momento de la cena, le comentó a uno de ellos lo mucho que le había gustado el concierto. Este respondió con un agradecimiento y le preguntó cuál era su oficio. Paco le dijo que también era músico a lo que el otro respondió —con interés— por el instrumento que tocaba. Cuando dijo que era guitarrista flamenco, inmediatamente el interés se convirtió en un gesto de desprecio.
La escena ocurrió hace ya unos años y ahora, más que nada, evoca una sonrisa. Sin embargo, dentro de la música existe una especie de jerarquía. Esta no es una realidad medible pero si miramos hacia atrás y comprobamos las fechas en las que el flamenco comenzó a entrar en los grandes teatros, esa jerarquía cobra sentido. En España, no fue hasta el año 1975 cuando la primera guitarra flamenca —de Paco de Lucía— pudo escucharse en el Teatro Real de Madrid y en Barcelona ocurrió de forma similar con el cante de Gerena en el Palau de la Música un año antes, en 1974. Mucho se ha hablado y escrito sobre la cuestión “popular” del flamenco, un debate abierto en el presente y que no será aquí donde concluya.
Sobre el disco Vida
Se le metió en la cabeza porque ha estado a punto de morir tres veces y la idea de no dejar nada detrás de sí la odiaba. Tuvo cáncer a los 18, sepsis y un accidente de coche bastante grave. “Vida” está dedicada al doctor que le operó el tumor y que le salvó contra todo pronóstico, “Lucha” a la doctora que le trató la infección en la sangre y el accidente de coche fue como un aviso para que se diera prisa.
“Los discos no dan dinero, más bien te hacen perderlo”, sonríe mientras habla. Suele pasar con los músicos en general —y por supuesto también los flamencos— que los discos ya no significan una fuente importante de ingresos. Es con las giras y conciertos con lo que se mantienen. De hecho, cada vez más, las obras discográficas en el flamenco suponen una forma de dejar constancia de un estilo, de una personalidad, de un mensaje. Cada vez más, se busca la satisfacción de los propios artistas al ánimo de lucro.
Dentro del disco, uno de los temas que quizás tiene más fuerza es “Muerte”. Esta seguiriya, interpretada por Guadiana, trata de reflejar el dolor de la muerte. Pero no habla de la muerte como concepto, sino de la que surge de las guerras injustas como en Siria. Paco agria el gesto y dice: “Me da rabia porque si pasara en Francia habría una intervención mundial pero pasa en Siria y no se hace nada porque son árabes… Y los árabes son mis hermanos”.
Dice que le gusta mucho cantar, que se lleva todo el día canturreando. Las letras que se oyen en el disco son todas suyas. A la hora de escribirlas no se impone un horario. Es más sencillo, simplemente en momentos determinados aparece una idea, una melodía y listo. Ahora bien, dice que para el siguiente disco las trabajará más en un afán de mejorar.
Se dice de muchos tocaores que lo que realmente querrían es cantar, que hacen con la guitarra lo que no pueden con sus gargantas. Paco ni lo afirma ni lo desmiente y termina la frase pidiendo respeto para los cantaores. Sin embargo, en un arranque de gracia durante la entrevista, este murciano nos regaló una pincelada:
“Ay qué pena,
que la vida se acabara
y no estuvieras a mi vera”.
Rasgueos en la cárcel y en la UCI
Una vez, le ofrecieron tocar junto con otros artistas en la cárcel de mujeres de Alcalá-Meco. Dice que nunca había tocado ante un público tan entregado. Con la memoria fresca de ver Walk the Line, Paco recuerda que la acogida que tuvieron entre las presas casi llegó al nivel de acoso.
En este sentido tiene otra experiencia, esta vez en un hospital. Durante más de cuatro meses y dentro de un proyecto de investigación, estuvo tocando junto con otros artistas a pacientes de la UCI. La idea era mejorar la estancia de los hospitalizados con música y aunque él asegura que lo volvería a hacer, las imágenes y las sensaciones fueron muy duras.
Nueva York
Un año viviendo allí. Llegó con una gira y perdió, a propósito, el billete de vuelta. Empezó a trabajar en un supermercado vendiendo muestras de comida para comenzar. Poco después encontró lugares para tocar y en menos de dos meses ya cerró actuaciones para un año. Un mundo dentro de una ciudad que nada o muy poco tiene que ver con los Estados Unidos, así define Paco a esa gran ciudad al otro lado del océano.
Dice que espera volver algún día a ese lugar, a la ciudad en la que el niño de las habicas y Carmen Amaya —entre otros muchos— encontraron asilo en tiempos oscuros y que tanto lugar ha dado a esta música tan nuestra y visceral.
El Flamenco y las instituciones, una relación complicada
El debate sobre si el flamenco está debidamente protegido por las instituciones oficiales lleva abierto desde hace décadas. Pocos artistas dicen sentirse amparados por la Administración no solo en un sentido estrictamente laboral sino cultural. El hecho de que se declarase Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el año 2010 no cambió mucho las cosas. Para concretar, por un lado están los festivales y conciertos organizados por entes públicos y por otro, la tarea cultural, quizás la más importante.
Paco Soto opina que el problema se basa en la educación. Según dice, valorar colectivamente algo intangible como el flamenco pasa necesariamente por una concepción diferente de la cultura. Hay que enseñar a expresarse desde pequeño, hay que poner en valor la música como parte fundamental de la vida, cosa que a su modo de ver no está ocurriendo por parte de ninguna administración o institución pública. “Creo que es muy importante la educación sensitiva”, concluye Paco mientras sonríe y se aparta el pelo de la cara.
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Es cierto que el flamenco tiene influencias árabes y sefardíes, pero también ha influido en él la música del África Subsahariana, desde el siglo XV hasta el XVII hubo mucha población de origen africano en Andalucía, llegando a constituir más del 10% en algunas zonas. Creo que es bueno reivindicar las raíces africanas de este arte.
Increible artista. Tiene un don especial... le deseo toda la suerte que se merece y mas
escondidos entre los pliegues de la vida, están miles de personas, que a pesar de haber descubierto su don, y desarrollarlo, si una mirada sensible no los destaca, serán ignorados por siempre. Aplaudo esta labor.
Gran decubrimiento para mí que no conocía a Pablo Soto ¡que gusto!