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Es un hecho. De las guerras y los conflictos sociales se extraen grandes beneficios económicos, oportunidades para las empresas y la inversión. Sobre todo, en aquellos países que mantienen continuos enfrentamientos por problemas políticos o la explotación de determinada materia prima. Lo único malo de una situación tan buena son los emigrantes.
Por algún motivo que se nos escapa, la población de estos lugares quiere huir a otros sitios, y eso provoca innumerables problemas y molestias a quienes viven en los países de destino. Las personas con nuestra sensibilidad, educación y patrimonio nos sentimos invadidas, temerosas de que esta gente sin nada de lo anterior venga a hacernos a algo y nos quite las cosas.
Otra consecuencia de los movimientos de emigrantes por el mundo es la mezcla cultural, concretamente, la musical. La consecuencia de la escucha y la ejecución en un mismo país de ritmos y melodías que provienen de diferentes lugares y continentes. Este desagradable efecto llamada tampoco respeta la pureza de nuestros sonidos.
Los emigrantes musicales del siglo XX
España, aunque no nos lo parezca, ha jugado un papel muy importante en la historia de la música popular. La presencia española en el continente americano y las oleadas migratorias en ambas direcciones han dado lugar a lo que se conoce como “sonido latino”, que es mucho más complejo y relevante que un chiste o la gala de los premios homónimos.
La presencia de afroamericanos en España viene de las colonias, cuya música y cultura dejan su impronta en nuestro teatro, ya por el siglo XVII, cuando las comedias incluían shows muy parecidos al minstrel. En América, de norte a sur, la influencia española cruza la historia del jazz y el pop. Y estos sonidos “vuelven” a España, re-interpretados por los artistas en el siglo XX, a causa de las dos guerras mundiales y la posterior cabalgata de revoluciones y golpes de estado.
Sucede tres cuartos de lo mismo con los africanos, especialmente, los que proceden de los antiguos Protectorados y la anteriormente conocida como “Region Ecuatorial Española”.
Antes de que llegara el jazz, España estaba impregnada por la música americana, para disgusto de censores, críticos y expertos, que condenaban con vehemencia esta manía de las personas por bailar ritmos ejecutados por salvajes. Qué digo salvajes, directamente animales. No estoy exagerando: hay textos de la época, publicados por respetables periodistas, escritores de cierta fama y autoridades políticas de Madrid y Barcelona, en los que expresan su repugnancia hacia los negros (y de paso, por los sudamericanos y los orientales), con tal detalle y vehemencia que los comentarios de Twitter de hoy son una broma de educación inclusiva.
Sin embargo, muchos compositores, algunos de los más prestigiosos, como había sucedido en Francia, ya incluían ritmos de esos tan reprobables en sus obras. El maestro Jacinto Guerrero añadía tangos, charlestón y ragtimes a sus espectáculos (La reina de las praderas, El sobre verde…), y el dúo Vives-Giménez estrena varias revistas picantes (La gatita blanca), con ritmos y letras inspiradas en los ritmos del cake walk. Este es un fragmento de la película mexicana Las abandonadas (1947, Indio Fernández), donde interpretan un número de una de estas revistas, La gatita blanca:
Pronto llegaron a España los artistas originales, especialmente, las cantantes: Myrthe Warttlynk, Herminia “La Negrita”, Mercedes Blanco y Carlotita Bilbao. Aquí podemos escuchar a la mexicana:
A las vedetes españolas se sumaron las europeas, que recalaban en los puertos del Mediterráneo, huyendo de la I Guerra Mundial y las consecuencias tras su fin. Barcelona fue durante bastante tiempo el lugar más cosmopolita del país. En torno a los clubs, bares y teatros del Paralelo, se reunió un ambiente musical centrado en la revista europea y la música del otro lado del Atlántico. Curioso contraste social, el público chic que frecuentaba las actuaciones del teatro Novedades o el Apolo, y la canalla que se buscaba la vida en locales del Paralelo, como el famoso La Criolla.
La ley seca, la primera guerra mundial y el crack económico del 1929 provocan dos grandes movimientos de huida. Entre los emigrantes, hay músicos, bailarines, actores, deportistas, etc., quienes deciden embarcarse hacia Europa en pos de trabajo y un ambiente social más propicio, especialmente los excombatientes negros y las artistas del mundo del jazz y el vodevil. El “efecto llamada” consistía simplemente en salir corriendo del paro y las persecuciones, para llegar a la Europa de “los años locos”, donde “la negritud”, tras la Exposición Universal de París, se había convertido en una moda exótica y mejor tolerada que en el lugar de origen, además de por la pujanza de clubs, cabarets y teatros, de Londres a San Petersburgo, Berlín, París, Marsella… y sí, también Bilbao, San Sebastián, Sevilla, Barcelona y Madrid.
A principios de siglo, el jazz no llega a España directamente, sino a través del cine. De las filmaciones de Cab Calloway, Duke Ellington y los dibujos de Betty Boop, lo copian los músicos españoles, que lo mezclan con tangos, sones y rumbas, aparte de las zarzuelas y las piezas folclóricas.
Pero las orquestas catalanas (sobre todo, estas) y las madrileñas se americanizan muy pronto en los nombres y sonidos (Demon’s Jazz Orquesta, Original Dixieland Jass Band) e incluyen versiones de éxitos, además de sus propias composiciones, creadas para el batallón de canzonetistas que abarrotan los teatros. Dentro de los espectáculos circenses, llegan las primeras parejas de baile de cake walk, rag y claqué, en fechas tan tempranas como 1905: el Circo Alegría de Barcelona presenta al dúo Mister Johnson & Miss Bertha.
La historiografía y la leyenda se unen para fechar la primera visita a España de una banda de jazz formada por músicos negros norteamericanos. Habría sido en Madrid en 1919. No he encontrado detalles sobre quiénes eran esos músicos, pese a que varios estudios lo mencionan, sino porque la actuación, de haberse producido, tuvo lugar en el Parisiana de Madrid. El cual, eso sí está contrastado, fue uno de los clubs más singulares del entretenimiento de la ciudad, y donde todo era posible.
El jazz era entretenimiento de los jóvenes de las clases altas, que lo escuchaban en salones de dancing exclusivos. Gómez de la Serna abraza el jazzbandismo como sinónimo de futuro y los jóvenes autores de la Generación del 27 redescubren América a la luz del nuevo estilo y sus ejecutantes. En las revistas de Madrid, las divettes cantan y bailan charles, jigs y shimmys, rodeadas de músicos que golpean y atizan “cacharros” (bombos, banjo, campanas, botellas, cacerolas…). Son espectáculos al estilo de la Revue negre de Joséphine Baker, con nombres jazz y pop como Las niñas del serrucho, Ric-Rac, Kiss me y Yes yes.
Tras la Expo de París, la del 29 en Barcelona es la que propicia el desembarco de músicos con un nombre en su país de origen. Antes de esta fecha, destacan las visitas del famoso bailarín Harry Pilcer, rey del vodevil en París y Broadway. En 1925 llegan desde sus giras de Francia orquestas como la del trompetista Crickett Smith o la de Rollin R. Smith, que venía de haber tocado en Nueva York con los artistas más populares del género (De Will Vodery a Fats Waller), y terminó actuando para Alfonso XII. Sabemos por los libros de historia del jazz (escritos en Francia), que Sidney Bechet actuó en España entre 1926 o 1927. Lo mismo hicieron Eddie South y Leon Abbey.
El primer jazzman que se establece en nuestro país por una serie de avatares logísticos es el pianista Sam Wooding. Llega a Europa con un show carísimo y circense titulado The chocolate kiddies, que actúa por varias ciudades en 1926. Durante la gira, la compañía de espectáculo (saltimbanquis, bailarines y cantantes, entre ellos Adelaida Hall) decide abandonar, y la orquesta de Wooding queda en solitario, trabajando un año entero. En el año 1929 vuelven a España: eran tan populares que no se limitaron a tocar en casinos y locales suntuosos. De Bilbao a Madrid, actuaron en clubs de aficionados al hot jazz y tuvieron una de sus mejores experiencias como músicos jóvenes, dejando grabadas diez placas para Parlophone en Barcelona.
En 1929 llega a España la troupe del bailarín Harry Flemming. Dos años trabaja en Madrid, en diferentes locales, el teatro Zarzuela y el Avenida, con sus revistas Blue Bird y Symphonic Jazz, en donde tocan más de una docena de músicos (algunos, muy conocidos, como el trompetista Tommy Ladnier y el argentino Oscar Alemán, famoso guitarrista, alumno de Django Reindhart). Alemán se queda en España actuando por su cuenta y con su propio espectáculo de rumba en el teatro Alcázar, hasta el año 32, cuando Joséphine Baker lo reclama para actuar en París. La Baker, a su vez, debutó en España a comienzos de 1930, en una gira sonadísima y de enorme éxito.
Ella fue la principal responsable del reconocimiento de los artistas negros en este continente y de la migración de otros muchos, buscando el mismo reconocimiento obtenido por la bailarina y cantante. Otros bailarines de renombre que visitaron España en 1929 fueron Eddie Brown y Louis Douglas, especialista en black bottom (en su orquesta de acompañamiento tocaba y cantaba Robert Juice Wilson, un violinista de talento, que formaría una orquesta muy conocida en Barcelona, con músicos como Thomas Chase, Joe Jones y el abisinio Lewy Wine, estrellas de La Criolla entre 1932 y 1934).
Ruth Bayton, espectacular bailarina de hot, que había trabajado con la Baker, pasó casi una década (1927-37) de su carrera en los teatros españoles, entre las actuaciones en París y la huida a Buenos Aires cuando comenzó la guerra. Muy popular en toda Europa, películas incluidas, Wayton causó sensación entre el público madrileño que acudía al Maipu Pigall’s, el cabaret más fastuoso de la ciudad, un sueño iluminado en art déco de la calle Aduana donde actuaron otras artistas del baile, como Ruth Walker. Los registros de la época dejan entrever que Alfonso XII tuvo un lío con Wayton, pero este dato es irrelevante, porque, ¿con qué bailarina, y además de estas características, no tuvo un lío este señor?
No era solo el jazz. La música cubana vive entonces un momento dulcísimo, gracias a la influencia de los artistas extranjeros, las visitas a la isla para empaparse del sonido e importarlo en los espectáculos, incluyendo guarachas, sones, mambos, caprichos… Por encima de todas, la rumba. El “meneo” y las letras ingeniosas de este estilo arrasan en Barcelona, donde llegan a creer que la rumba la han inventado en el Barrio Chino, por la cantidad de intérpretes y compositores de chuchumbé y calenda. Las agrupaciones propiamente dichas de danzón y jazz cubanas llegan en estos días de esplendor de la música y de las ciudades.
Ellos también había mezclado su estilo con el jazz (si es que esto no había sido al revés en un principio): la Havaine Cubains Jazz se presenta en San Sebastián a mediados de los años veinte. Poco después, la Expo Iberoamericana de Sevilla, que coincide con la Exposición de Barcelona, reúne a diversos y grandes talentos de un país y de otro. Por ejemplo, el Septeto Nacional Cubano (antes Sexteto Habanero, aunque perdieran al cantante en la travesía hacia Sevilla) aprovechó el viaje para tocar y también grabar varias canciones en Madrid con el sello Sedeca:
En 1932, Ernesto Lecuona llega a España para dar un recital de piano. No es la primera vez, el maestro llevaba años trabajando y componiendo éxitos para shows en Madrid y Valencia como Levántate… y anda (1924). Esta vez no viene solo, le acompaña su orquesta. Debutan en octubre en el Teatro Fígaro de Madrid con un show titulado Rapsodia tropical. Lecuona y sus músicos tienen tanto éxito que enseguida graban cinco placas, acompañados de varios cantantes, como la intérprete de ópera Carmen Burguete:
Don Ernesto se vuelve a Cuba al año siguiente, para curarse una neumonía. Su orquesta se queda, ahora dirigida por el pianista Armando Oréfiche, que emprende una gira por Europa. Es cuando se cambian el nombre, para darle un toque americano y jazz: ahora son los Lecuona Cuban Boys, y su nombre y prestigio se extenderá por todo el planeta. En el año 34, vuelven a España y graban de nuevo varias canciones, esta vez, con el sello Regal. En esta conga, el cantante solista es el español Alfonso Vizcaíno:
Bajo la dirección de Oréfiche, los Lecuona Cuban Boys se consolidan como un grupo reconocido y admirado por méritos propios. Don Armando, que terminó por formar su propio combo, los Havana Cuban Boys, vivió en Madrid a lo largo de los años 40 y 50, retirándose definitivamente en Canarias hasta su muerte en 2000. Lo mismo hizo don Ernesto Lecuona, que murió en Tenerife en 1963. El público había olvidado a estos gigantes, hasta que a comienzos de la década de los 90 se puso en marcha un revival de la música cubana, que reunió a músicos veteranos en La Vieja Trova Santiaguera.
No fueron los únicos músicos de Centroamérica que se trasladaron a España, bien por las circunstancias económicas o por las políticas. El trompetista y compositor Julio Cueva trabajaba en París, pero una gira por España le sorprendió en Madrid durante el levantamiento del 36. Cueva se unió a los republicanos y dirigió la banda de la 46 División (El Campesino). Fue deportado tras pasar por el campo de concentración de Argelès-sur-Mer.
El dominicano Napoleón Zayas, embajador del merengue, llegó después de haberla liado en los cabarets de Nueva York y París, para establecerse en Barcelona definitivamente y ser una de las primeras figuras del hot jazz en español. Desde Puerto Rico, Elsie Bayrón, con una carrera en Estados Unidos, llegó como bailarina de la troupe de Harry Flemming, y se convirtió en la voz del swing de los años treinta en nuestro país, con la Orquesta de Luis Rovira, el gran clarinetista catalán (entre otras). Aquí canta acompañada por la del maestro Tejada:
Con esta primera oleada de músicos venidos de Europa y América, España tuvo la oportunidad de modernizar su sonido, cultura e ideas. La huella de su trabajo, ejemplo de talento y dignidad, está casi borrada de la historia de la música, pero sí arraigó entre la vida y las costumbres de la sociedad, aunque por desgracia, la música sigue siendo considerada más un adorno que un arte en sí mismo.
En 2018, a pesar de las circunstancias, este momento de infracultura y contrarrealidad en el que nos movemos, hay cientos de artistas, nacidos o descendientes de africanos, sudamericanos y europeos, que luchan por hacer sonar sus canciones, sin apoyo de nadie, ni clubs populares y cabarets exquisitos. Mientras los nuestros, los “buenos”, las grandes voces españolas de OT y La Voz están “afincados en Miami y Panamá”. El efecto llamada diferente. Aprovechemos la ocasión.
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Ojala todos los que escriben en " El Salto " escribiesen como Grace Morales .👍👌😎
En mi opinión, el mejor ejemplo de esa mezcla se encuentra en Canarias. Solo hay que echar un vistazo al repertorio de grupos como los Gofiones o los Sabandeños donde encuentras desde pasodrobles, rancheras, cumbias, o el propio folclore canario, fruto de influencias llegadas de ambos lados del charco.