Monarquía
La despedida de Isabel II, un show que refuerza a las monarquías

El funeral de la reina ofrece un balón de oxígeno al resto de monarquías occidentales, entre ellas la española. Un extremadamente largo velatorio para justificar y reforzar la anomalía histórica de su institución.
Reina Isabel II
La Reina Isabel II del Reino Unido en un acto el 2015, en Alemania. Foto: Dirk Vorderstraße

@jocasas78

Historiador y periodista

26 sep 2022 07:01

Once días después de su fallecimiento, hace una semana fue enterrada la reina de Inglaterra Isabel II, la monarca británica que más duró en el trono; sin duda, uno de los mayores símbolos de poder antidemocrático y ejercido desde las élites. En este caso, las más rancias y medievales élites. Isabel II ha gozado de un funeral a la altura de los faraones egipcios y ha pasado a la posteridad, asimismo, como una figura capaz de arrastrar a una nada desdeñable parte de su pueblo; con su funeral, la Corona británica trata de consolidar su existencia ante lo que pueda pasar a partir de ahora y, a la vez, ofrece un balón de oxígeno al resto de monarquías occidentales, entre ellas la española. Un extremadamente largo velatorio para justificar y reforzar la anomalía histórica de su institución.

El fallecimiento de Isabel II ha supuesto una idealización de esta monarquía como espejo en el que mirarse el resto de monarquías parlamentarias, también la nuestra, tan necesitada además de inputs positivos. Acompañada de una inmensa fortuna y de mucho merchandising,  incluyendo series exitosas consumidas en medio mundo, la monarquía británica durante el reinado de Isabel II parece haber capeado la teórica caída de su Imperio —del que en una parte siguió siendo reina— y sobrevivido a episodios puntuales de supuesta impopularidad fruto de sus propias contradicciones, frente a un todavía débil elemento republicano en la isla. Un asidero para el resto de monárquicos del mundo unidos. Si en Gran Bretaña dura la pompa es que el modelo no está muerto, piensan, en medio de su irreversible decadencia. 

El fallecimiento de Isabel II ha supuesto una idealización de esta monarquía como espejo en el que mirarse el resto de monarquías parlamentarias, también la nuestra, tan necesitada además de inputs positivos

Sigamos retirando capas a la cebolla. El fallecimiento de Isabel II no se ha quedado solo en una idealización gratuita y profundamente aberrante de la Corona como tal, que también; nos han vendido su supuesta neutralidad como elemento de continuidad del Estado ante cualquier devenir. ¿Les suena la idea? A mí sí: es el mismo argumento que enunciaba en su crónica oficial de la Transición española Victoria Prego, quizá la mayor apologeta de la monarquía pretendidamente moderna post-Franco. Una neutralidad alabada por el sistema, incluso, desde voces supuestamente progresistas: rescatemos aquí a Paul Preston, que publicaba estos días en El País sin inmutarse: “La utilidad de reinar. Las democracias necesitan un jefe del Estado neutral e Isabel II ha cumplido sus obligaciones meticulosamente a este respecto”. Imposible resumir en menos palabras más doctrina del stablishment.

Cabría preguntarse cómo es posible que la sociedad británica siga comprando de esta forma el show. No tenemos datos de cuántos republicanos hay en el Reino Unido —casi lo desconocemos de nuestro propio país— ni resulta sencillo ser republicano allí: estos días hubo tímidas protestas que se toparon con el acoso policial y varias detenciones. Lo que sí parece evidente es que, al igual que ocurre en España, la monarquía se erige en la clave de bóveda de su arquitectura institucional, en su caso mucho más apuntalada que en el nuestro, sin tanto espacio para los nuevos ricos pero con un arraigo considerable de los mayores depredadores y fondos de inversión. Y, conviene recordarlo aquí, con la peculiaridad de que el monarca o la monarca son, además, “gobernadores supremos” de la iglesia anglicana.

No tenemos datos de cuántos republicanos hay en el Reino Unido —casi lo desconocemos de nuestro propio país— ni resulta sencillo ser republicano allí: estos días hubo tímidas protestas que se toparon con el acoso policial y varias detenciones

Hay otro elemento clave para intentar comprender por qué tanta gente fue a despedir a esta mujer. Buena parte de británicos conservan un nacionalismo pacato que enlaza con el mismo sentimiento que muchos tenían cuando votaron sí al Brexit. Bajos instintos imperiales y nostalgia de unos tiempos que resuenan hasta el presente, ya que el nuevo rey ejercerá de soberano también en una quincena de países si bien algunos, como Australia o Canadá, se plantean cada vez más en serio ser una república. Este complejo por lo que un día fuimos no es exclusivo del Reino Unido, les pasa a todos los ultraderechistas y en España presenciamos estos pervertidos tics historicistas a diario con apelaciones a Pelayo o Blas de Lezo.

Todo este espectáculo nos afecta en España

Mucha gente en nuestro país seguro que ha tenido cierta curiosidad por el show. Han sido once días de espectáculo non-stop que ya quisiera para sí cualquier parque temático recreacionista. Pero la cosa tiene poca guasa si reparamos en la tímida reafirmación de nuestra propia monarquía que han intentado desde el primer día los acólitos de nuestro particular ‘partido monárquico radical’, que es transversal y no pierde tiempo en tratar de apuntalar su particular involución reaccionaria. Diputadas de Vox poniendo tuits tan anglófilos que harían desmayar a su referente, el dictador Franco, y que luego borraron; el bochornoso luto de tres días decretado por Isabel Díaz Ayuso; o el tratamiento de la monarquía británica como icono pop con una reina convertida en personaje sin defectos, eludiendo recordar el papel vergonzante de esta institución en innumerables momentos del siglo XX, en especial los episodios bélicos que afectaron a sus colonias. A todo esto, semejante curiosidad empática apesta a colonialismo y a racismo.

La idealización de la monarquía británica como ejemplo para otras monarquías actúa estos días, precisamente, como un extraño generador gratuito de legitimidad de una Corona moribunda y de parte como es la española

La idealización de la monarquía británica como ejemplo para otras monarquías actúa estos días, precisamente, como un extraño generador gratuito de legitimidad de una Corona moribunda y de parte como es la española. Seguro que no para muchos republicanos, que la vemos tan inservible hoy como ayer, pero sí para quienes creen razonable la perorata de Paul Preston o se la han gozado con las conexiones infumables de estos días de programas de La Sexta o especiales de la Cadena Ser.

En cualquier caso, el fallecimiento de Isabel II y su trayectoria han supuesto un cierto balón de oxígeno para la familia real española, rota y llena de problemas. La retrospectiva que exige un momento así juega a favor del resto de familias reales porque les aporta una suerte de seriedad no buscada e inmerecida. Como si de pronto pasasen a ser familias respetables, pasando sus escándalos a un segundo plano. Incluso la comentada aparición de Juan Carlos I, fotografiado en el funeral y legitimado como rey por la propia Corona británica, refuerza en alguna medida la figura de su hijo como pretendida némesis de su padre, estrategia en la que están empeñadas desde hace años las élites de nuestro país y que puede verse claramente en el último documental sobre el emérito de HBO. Les urge dignificar y dar sentido a Felipe VI, lo saben y qué mejor manera que poner encima de la mesa, una tras otra, todas las sinvergonzonerías de su padre frente a la imagen inmaculada del actual monarca, quien encima tiene que soportar sus carcajadas en funerales televisados.

Llamada a la democracia, llamada a la cordura

“Las repúblicas vinieron al mundo para decirle a la monarquía que no existe más el derecho divino, que los reyes no son descendientes de dios y que no hay diferencias nobiliarias, de sangre. Las repúblicas vinieron para suscribir el principio de que básicamente somos iguales en lo fundamental”, decía José Mujica. Todavía hace falta mucha pedagogía sobre algo tan sencillo como la inexistencia del derecho divino. Nos han intoxicado, sin preguntar, con un espectáculo medieval y de lo más ‘kitsch’ que, lejos de ser divertido, debería indignarnos.

Apelamos a la cordura, a la democracia y a caminar hacia un horizonte donde un show así sea precisamente eso, la recreación de una excéntrica anomalía temporal.

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