Migración
Huir de la miseria a través de un cementerio flotante

IG @asieraldea
“¿Por qué tengo que jugarme la vida? ¿Por qué no puedo venir legalmente?”, se preguntaba Aymen [nombre ficticio] en medio del mar. El grupo conformado por 13 personas, del cual dos eran niñas de 12 y 11 años, llevaban varados más de dos días en el Mediterráneo central. El motor se había estropeado y la poca agua que quedaba en el bote estaba reservada para las dos menores, mientras el resto intentaba engañar al cuerpo con azúcar.
Alguien había mandado la localización por satélite en busca de que algún barco respondiera. Nada. Aymen había intentado no subirse a una patera hasta agotar todas las opciones. Primero, solicitó visado para Francia. Denegado. Luego a Alemania, Denegado. Parecía que la vía por mar le iba a dar la misma respuesta, pero esta vez cobrándose el precio más alto. Hasta que el 19 de agosto, pasadas las dos de la tarde, Aymen volvió a la vida.

Cogió su teléfono y capturó la resurrección. “SMH Rescue”, rezaba en el costado del barco Aita Mari, de la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH). Pocos minutos después, el equipo de rescate, a bordo de la RHIB Donosti, trasladaba a las 13 personas hasta el barco. Ya a salvo, pusieron rumbo hacia Bari, Italia, a cuatro días de distancia de la zona SAR maltesa, donde se produjo el rescate.
El Túnez que no conocen los turistas
La vida de Aymen forma parte del Túnez oculto a los turistas. “En las zonas turísticas, Túnez es un sitio bueno y es cierto que hay partes así, pero cuando conoces en profundidad encuentras lo que no muestra la televisión”, explica Aymen. Es en esta cara oculta, donde la gente puede trabajar 8, 9 o 10 horas por 5, 6 o 7 euros, cuenta. Aymen ha probado todo tipo de trabajos, desde camarero en una cafetería hasta peón en la construcción, sin contrato, ni derechos laborales ni medidas de seguridad. Pero la precariedad laboral es solo la punta del iceberg de un país que desde hace cuatro años vive sumido en la deriva autoritaria de su presidente, Kaïs Saied.
En el año 2021, el líder tunecino cesó al primer ministro, Hichem Mechichi, suspendió la actividad parlamentaria y la inmunidad de sus miembros, actos que los partidos de la oposición calificaron de golpe de Estado. Saied invocó el artículo 80 de la Constitución de 2014, por el que se le concedían poderes extraordinarios para ejecutar cualquier medida necesaria en defensa de la nación que, a su juicio, peligraba. La primera flor de las revueltas árabes comenzó a marchitarse. Los avances logrados tras las manifestaciones y levantamientos populares entre 2010 y 2012 peligraban una década después en Túnez, donde todo había comenzado. Tras esta jugada de Saied, se contenía el aire ante la duda de cuál iba a ser su próximo movimiento: devolver el poder o quedárselo. Optó por lo segundo.
“Desde que tomó el poder en julio de 2021, decreto a decreto, golpe a golpe, el presidente Saied y su gobierno han debilitado dramáticamente el respeto a los derechos humanos en Túnez"
En 2023, Amnistía Internacional alertaba del peligro que corrían los derechos humanos tras dos años del autogolpe de Saied. “Desde que tomó el poder en julio de 2021, decreto a decreto, golpe a golpe, el presidente Saied y su gobierno han debilitado dramáticamente el respeto a los derechos humanos en Túnez eliminando libertades fundamentales duramente conseguidas por la ciudadanía y alimentando un clima de represión e impunidad”, afirmó Heba Morayef, directora regional de Amnistía Internacional para Oriente Medio y el Norte de África. La entidad se hacía eco de casos de represión política y detenciones arbitrarias y alegaba que se estaba “asfixiando a la oposición política” a base de “acusaciones infundadas de conspiración contra el Estado”. Uno de los casos más sonados fue la detención de Rached Ghannouchi, líder del partido islamista Ennahda y expresidente del desmantelado Parlamento tunecino. El juicio fue llevado a cabo por un tribunal antiterrorista, que lo condenó a un año de prisión por incitar a la violencia y a la guerra civil a raíz de unos comentarios públicos durante un funeral de un compañero de partido del que dijo que “no temía a un gobernante o tirano”. Ghannouchi había advertido a Saied con anterioridad sobre los riesgos de apartar a la izquierda islamista y la oposición.

En los últimos años, el presidente tunecino también ha radicalizado el discurso contra la población migrante, como incide Amnistía Internacional. Agresiones, desalojos, expulsiones y desplazamientos forzados son algunos de los desencadenantes de una ola racista que ha provocado que más de 840 personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo hayan sido detenidas, ha contabilizado la organización. Se estima que el año pasado más de 12.000 personas de origen subsahariano fueron expulsadas después de que la Guardia Nacional de Túnez arrasara dos campamentos de migrantes, en Jbeniana y El Amra.
En el plano económico, el país no anda mucho mejor, ya que se enfrenta a una deuda pública que desde 2010 no ha dejado de crecer y que se situó el año pasado en 40.767 millones de euro, lo que representa el 83,13% del PIB del páis.
Sin perspectivas de futuro, Aymen metió su vida en una mochila y se lanzó al mar con 100 euros en el bolsillo y el recuerdo de su familia. “Pienso en ellos. Es difícil cuando dejas a la familia, pero quedándome no tengo futuro”. Porque si por él dependiera nunca los hubiera dejado, reconoce: “Si las cosas en mi país no fueran así, me quedaría”. No tiene un sueño concreto, simplemente una vida mejor y, sobre todo, en libertad.
Historias que se repiten: el caso de Marruecos
Cuatro jóvenes marroquíes que salieron en la misma embarcación aceptan también contar sus relatos. Al igual que Aymen, prefieren no dar sus nombres reales. Cuando se les pregunta sobre la situación de su país todos giran sobre la misma cuestión: la policía. “No tiene ningún respeto”, insisten varios. Todos ellos coinciden en la inseguridad con la que viven y la necesidad de viajar a Europa para dejar atrás todo este contexto de abusos de la autoridad.
Dos de ellos provienen de la misma ciudad, Mequinez. La escuela queda a 15 kilómetros de sus hogares y se desplazan a pie ida y vuelta. Imad tuvo que abandonar los estudios por problemas económicos y no pudo continuar con sus estudios. Su pasión es la historia, en concreto la de Alemania; por eso sueña con viajar al país y trabajar como historiador. “Me fascina su historia, en especial, su papel en las Guerras Mundiales”, cuenta. También admira la figura de Angela Merkel, uno de los motivos por el cual chapurrea alemán.
Según el ranking de Reporteros sin Fronteras, Marruecos se sitúa en el puesto 120 de 180 en materia de libertad de prensa
Marruecos ocupa el puesto 99 de los 180 países cotejados por la ONG Transparencia Internacional en lo que se refiere al índice de percepción de la corrupción, a fecha de 2024. La organización alertó de que el país se encontraba "sumido en una corrupción sistémica y endémica que amenaza la estabilidad social, económica y política”. En cuanto a la libertad de expresión, esta languidece. Según el ranking de Reporteros sin Fronteras, Marruecos se sitúa en el puesto 120 de 180 en materia de libertad de prensa.
El patrón tuneecido, en lo económico, se repite. A la crisis de derechos humanos se le suma una economía sumergida que representa un 67%. Trabajar al margen de la legalidad se trata de una práctica normalizada. El informe proporcionado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a fecha de 2024 aseguraba que “Marruecos tiene una población joven y en crecimiento, pero la informalidad en el mercado laboral está generalizada, el desempleo juvenil es alto, en particular para los trabajadores jóvenes cualificados, y la participación de las mujeres en el mercado laboral es baja”. La informalidad laboral se extendiende especialmente en las zonas rurales. “Venimos aquí por una mejor vida, en Marruecos no hay nada”, asegura Ahmed.
Un cementerio flotante
En la última década, se estima que más de 1.008.616 personas se han lanzado al mar para escapar de las guerras, miseria y crisis humanitarias de sus países de origen. Subidos en embarcaciones sobrecargadas, sin apenas agua, comida y sabiendo poco o nada sobre cómo funciona un bote, se convierten en presas fáciles del mar.
De enero a junio de este año el mar se ha cobrado 588 vidas, denuncia Alarm Phone. En su informe semestral se constata el drama de miles personas que se ven atrapadas en países como Túnez y Libia a la espera de embarcarse para Europa. A diferencia de otros países, el cerrojo de las administraciones con las personas africanas les impide acceder a un visado, por lo que se ven obligados a buscar otras alternativas.
“El nuevo Pacto Migratorio Europeo es un fracaso. La realidad es que las leyes que salen de Europa son injustas, sádicas y van en contra de cualquier principio de solidaridad"
La ONG SMH condena la deshumanización a la que se enfrentan estas personas por parte de diferentes grupos, especialmente de ultraderecha. “La coartada es siempre deshumanizar. Dejan de ser personas, son migrantes, ya no son menores, son delincuentes, una amenaza. Esa es la semilla del racismo que se está sembrando, pero nada más lejos de la realidad”, comparte Iñigo Mijangos, jefe de la misión 16 a bordo del Aita Mari y presidente de SMH.
SMH también señala a Europa como responsable directo de este drama. “El nuevo Pacto Migratorio Europeo es un fracaso. La realidad es que las leyes que salen de Europa son injustas, sádicas y van en contra de cualquier principio de solidaridad, donde se permite que las personas que hayan entrado irregularmente en Europa se les puede aplicar en cualquier momento y lugar los principios fronterizos, lo que genera una inseguridad jurídica absolutamente intolerable”, reclama el presidente de la entidad.

Para Mijangos, hablar del Mediterráneo es hablar de una frontera líquida, dura e inhóspita, donde se ejerce violencia aprovechándose del espacio de aguas internacionales: “Para los que somos marinos, el Mediterráneo ha sido un lugar de unión, una mezcla entre culturas. Ahora se ha convertido en separaciones. Desde mi punto de vista, es un espacio de vergüenza”.
Una Europa que no acoge
Una vez que estas personas llegan a Europa comienza otra travesía. Eva Aranguren, voluntaria del Aita Mari, psicóloga y educadora de calle en Donostia, trabaja con casos como los de este grupo de rescatados. “Se podría definir como una fantasía que se les ha inculcado tanto de Europa o desde sus propias comunidades. El que Europa es la salvación de todo, en donde hay más derechos y trabajo”, analiza Aranguren.
“Si son capaces de atravesar un mar poniendo en riesgo su vida, es que no hay otra opción para ellos, ya lo han intentado por la vía legal, ya han gastado todo el dinero que podían, quien lo ha tenido, claro”
Sin embargo, a las dificultades por la barrera del idioma y el tener que asimilar una nueva cultura se les añade una legislación con mucho recorrido todavía que mejorar. “Por ejemplo, la ley de extranjería, por mucho que se haya mejorado en esta renovación, les deja sin ningún derecho durante dos años, es decir, tienes que estar durante ese periodo a la espera sin tener ningún antecedente penal en tu país o en el país de llegada para poder luego regularizar tu situación”, señala la profesional. Dos años de espera, en muchas ocasiones, en situación de calle por las trabas de las políticas sociales. Aranguren remarca la negación sistemática de los visados como el origen: “Si son capaces de atravesar un mar poniendo en riesgo su vida, es que no hay otra opción para ellos, ya lo han intentado por la vía legal, ya han gastado todo el dinero que podían, quien lo ha tenido, claro”, concluye.
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