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Migración
Una crónica para el derribo inesperado de una gran frontera
Carlos Martínez, periodista del diario digital salvadoreño El Faro, acompañó a la caravana migrante centroamericana que hace un año se dirigía hacia Estados Unidos de manera irreverente.
A mediados de octubre de 2018, unas 200 personas se juntaron en la estación de autobuses de San Pedro Sula, en Honduras, para emprender un viaje al norte. El objetivo, como tantísimas otras veces, cruzar el río Bravo e ingresar a Estados Unidos. Pero por primera vez iban juntos, visibles. En pocos días se fueron sumando más y más migrantes a esta marcha y nadie sabe cuántas personas caminaron a la vez. Familias enteras, gente que ya hacía la ruta por su cuenta y se acercó. Los números concretos contribuirían a contar la magnitud, pero nadie sabe si fueron 5.000, 7.000 o 10.000 quienes avanzaron en piña.
La caravana migrante centroamericana supuso un antes y un después en la manera de atravesar México. Dejó perplejos a gobernantes, organizaciones de Derechos Humanos y medios de comunicación de todo el mundo. El periodista Carlos Martínez (San Salvador, 1979), redactor del diario salvadoreño El Faro acompañó a esta riada de personas en su ruta durante un mes y medio. La recopilación de sus crónicas acaba de ser publicada en España por la editorial Pepitas de calabaza bajo el título Juntos, todos juntos. Hablamos con Martínez a su paso por Madrid. De periodismo, de migraciones, de cómo contar lo que nos deja perplejos.
Pienso en el detonante de la caravana migrante, en la mecha que la prendió y en cómo creció, casi por contagio, de manera tan rápida.
Hay un tipo que se llama Fuentes. Un exdiputado y experiodista hondureño. Bartolo Fuentes. A sabiendas de que ya había gente con intención de partir —todos los días está saliendo gente hacia esa ruta—, publicó un cartelito en Facebook. Y se congregaron 200 personas.
Un chico que vendía golosinas en los autobuses, otro que asistía a un tendero en el mercado, familias con niños, gente que lo había intentado otras veces antes... se animaron. Pero, claro, eso implica echar mano de algunos ahorros y se considera una especie de inversión.
De ese montón de historias llegó a Ciudad de Guatemala un número más considerable de gente y en ese punto tomaron una decisión estratégica. Hay una ruta que utilizan normalmente los hondureños por el este: entran a México por un paso llamado Frontera Corozal. Es una ruta invisible. Pero se desviaron al oeste, hicieron largo el camino y pasaron por Ciudad de Guatemala. Los pequeños medios de comunicación chapines —guatemaltecos— hicieron una cobertura cuando probablemente no se hubieran animado a mandar un corresponsal a una hora de avioneta.
A Bartolo Fuentes le arrestaron en Guatemala. Pensaron que decapitando la caravana el resto del cuerpo se iba a morir. Pero en ese hecho se revela una cosa hermosa. Esa caravana en realidad caminó sin cabeza hasta llegar a Tijuana.
Se volvieron a ver todos las caras en el municipio de Ayutla. Y ahí se vieron y se gustaron. Mucha gente les vio ahí por televisión y eso engrosó todavía más las filas, porque estuvieron estacionados casi tres días en el propio puente que cruza el río Suchiate [en la frontera con México]. Además parecía que era ingobernable y de pronto se gobernaba. La caravana estaba siempre al borde de sí misma, de explosionar y de repente había una solución. Eran luminosos, eran poderosos.
Para entonces no solo eran hondureños, sino que se unió gente de otros muchos lugares.
Salvadoreños. Había nicaragüenses. Muy pocos guatemaltecos. En ese orden. La composición era una fiel representación de los números regulares de ese corredor migratorio. Luego en México, que siempre hay un montón de gente emprendiendo el camino, ¡por tontos se iban a quedar solos a merced de los espantos que espantan ahí!
Una vez en Chiapas y de ahí en adelante empieza a haber una cobertura mediática importante y se suman organizaciones defensoras de Derechos Humanos. ¿Ese acompañamiento cambia las cosas?
Cambia definitivamente. Sobre todo por la gente de Pueblos Sin Fronteras (PSF), que eran cuatro personas. Los vi hacer hazañas. Lidiaban entre los bríos de los muchachos y el paso de quienes llevaban bebés en carriolas. Y ordenaban a la caravana para avanzar al ritmo del más lento. Eran muy conscientes: si se estira como un chicle y se desgrana, pierde fuerza, habilidad y pierde contenido político. Sabían que tenía un potencial explosivo complicado.
Mucha gente ha cuestionado a PSF. Los responsabilizaron de querer desestabilizar al gobierno. Pero la caravana no avanzaba con ninguna noción del timing político.
Al paso de la caravana, los municipios recogían víveres, comida, mantas, tiendas de campaña, carriolas, comida de bebés, zapatos. Cada vez era más latente la necesidad de médicos. Se dispuso una serie de canales absolutamente novedosos para que las mujeres pudieran denunciar casos de acoso. Y eso fue muy cabrón porque esta gente viene de unos de los países más violentos del mundo. Una región terrible, machista, homófoba hasta no poder más. Y el recurso de la violencia está a la mano siempre.
¿Por qué Tijuana era el objetivo a alcanzar desde el inicio?, ¿por qué lo tenían tan claro?
Tijuana hacía que pasar a Estados Unidos fuera claramente imposible. No hubo forma de convencer a la caravana de que la frontera no se llama Tijuana. Somos sociedades migrantes desde hace muchas décadas. Seguramente habían escuchado de un familiar que pasó hace unos años e hizo base ahí. Una vez que llega [a la costa pacífica], la gente comienza a caminar hacia el Atlántico. Encuentran un montón de ejidos y pueblos que son lugar de paso. Finalmente PSF decidió acompañarlos. Ya desde Ciudad de México estaban planificando jornadas de orientación jurídica y moviendo abogados gringos para asesorar caso por caso.
Esta hazaña fue repudiada por Estados y establishment, pero da la sensación de que lo que lo que más ofuscaba no era que fueran tantas personas, sino que fueran sin permiso y sin pedirlo. Con descaro y con la cabeza bien alta.
No se parecían a lo que hasta entonces habían entendido como migrantes. En la migración [Instituto Nacional de Migración] de México hay gente siniestra. Los migrantes eran normalmente la carne de cañón. Porque no llevan plata para pagar, porque no llevan coyote [traficante] y porque no llevan dinero para hacer acuerdos con las organizaciones criminales. Cuando hay más presión desde Ciudad de México son quienes que pagan el pato. “Necesitamos que suban las cifras de aseguramientos”. No les llaman “capturas”, les llaman “aseguramientos”. Ya está, vas al tren y pasas todo el día agarrando gente. Pero ahora no. Arrasaban las garitas migratorias.
México temió que esto se convirtiera en un modelo migratorio irreverente. Y ¿quién quiere a las hormigas empoderadas? Se prefieren calladas, mendicantes, heridas de los pies, suplicantes, débiles. Antes de entrar a Oaxaca llegaron 600 agentes, más helicópteros y aviones, todos disfrazados de tortugas ninja. Cuando vieron el monstruo, nada más atinaron a decir que ellos estaban ahí para explicar el plan Hermano Bienvenido a Casa.
¿Cómo cuentas un sujeto colectivo de esta magnitud? ¿cómo seguir este acordeón de gente que se expande y se junta?
Llega un momento que se convierte en rutina: caminan, duermen, se levantan temprano, hacen una asamblea, deciden cosas y caminan. Yo no quería caer en contar historias de vida o retratar alguna cosita mínima de ese contexto mayor. Esta era la historia de una gesta y de un personaje colectivo. En la medida que íbamos caminando, la rutina se empezó a desvanecer cuando la política intervino. Había que saberlo ver: ahora el problema es que no hay agua o que los niños están enfermos o que llovió y se convirtió en un barrizal. Ahora el problema es que tal gobernador de tal Estado no los quiere recibir. O que el presidente Peña Nieto se pronunció por tercera vez.
Tú avanzas siempre en tu papel de reportero y sabes cuál es, pero ¿no se difumina por momentos al convivir tantas semanas con la caravana?
Mezclarse es difícil. Soy muy consciente de que yo tengo un pasaporte con una visa gringa, que estoy legal en México. Y que además necesito estar lo más lúcido posible. En el camino iba ubicando gente. Al cuarto día nos conocían por nuestros nombres y nos buscaban para contarnos cosas.
Lo difícil es mantener una distancia, que es una cosa con la que al principio peleás, simplemente porque tenés metido el método en la cabeza. Intenté cuidarme todo lo que pude de que no se me viera el plumero de una cosa que nos pasaba a todos desde Ayutla, y es “yo estoy con ellos”. Y eso no puede ser siempre así. Hay que buscar una distancia sana. Se escribe desde unos ojos, desde una mirada, desde unas percepciones e intento que queden lo más honestamente puestas en el texto. Es un ejercicio y una pelea constante con el teclado y con la cabeza, de no usar un adjetivo de más, no intentar anticiparse al futuro.
Y elegiste la crónica para contarlo.
¿Se te ocurre alguna otra manera de decir esto? Aquello de esa realidad que chispea, que brilla no es atajable cuantitativamente. Solo, pienso yo, es atajable desde la percepción subjetiva del que mira. Habría hecho un flaco servicio desapareciendo, en lugar de sentarme con el lector calmadamente a contarle un cuento y a decirle las anécdotas que me partieron el alma, o que me parecieron chistosas, o llenas de valentía, o de humanidad. De vida, pues. De una cosa caudalosa que es difícil agarrar con letritas pequeñas. Todo el resto del ejercicio es una entelequia y una postura falsa de una pretendida neutralidad.
Para la prensa internacional, en Tijuana se acaba la caravana. Hay un momento de desvanecimiento del fenómeno. Pero hay 5.000 o 10.000 personas que siguen ahí. ¿Qué pasa con ellos? No se esfuman, no se disuelven, no se desvanecen.
Hace poco estuve en Ciudad de México hablando justamente de esto. Conocí a unos académicos de FLACSO Honduras, que han diseñado un instrumento, entiendo que junto con Pueblos Sin Fronteras, para dar seguimiento a la mayor cantidad de casos. Nunca vi que censaran a la caravana, entonces es bien difícil saber qué es representativo estadísticamente y qué no. Aseguran que el 80% de la gente entró a EE UU. Al cabo del tiempo y bajo distintos estatus. Otra cosa es que hayan conseguido permanecer en EE UU, pero la mayoría entró con coyotes o entregándose en el puente fronterizo, pidiendo asilo en la frontera. Muchos se quedaron en México trabajando el Ciudad de México o en las rancherías del norte.
Andrés Manuel López Obrador toma posesión de la presidencia mexicana poco después del final en Tijuana. Al momento y como coletazo mediático de lo que supuso la caravana, México entregó en torno a 14.000 visas de residencia, trabajo, derecho a escuela y sanidad pública, a transitar por México durante un año de forma renovable. Al tiempo esa política se cortó de golpe. ¿Cómo es la situación a día de hoy en la frontera entre Guatemala y México?
Es terrorífica. Estados Unidos presionó al gobierno de López Obrador con sanciones económicas y él cedió de inmediato sin mayores peleas. Pasaron de dar la bienvenida a militarizar la frontera sur. Si llegas al sur de Chiapas, de verdad que da miedo. Hay ametralladoras de las que se instalan en los vehículos, helicópteros, policías federales.
Y, al mismo tiempo, los países centroamericanos se portaron de una forma indigna. Guatemala se convirtió en “tercer país seguro” [para pedir asilo]. Asociar Centroamérica con “país seguro” es… chistosito. Lo que pasa es que el camino hacia el norte no va a parar. Esta gente volvió al principio del cuento. A estar escondidos en matorrales, a subirse al tren de la muerte y a ser, eso, pasto del crimen y de la corrupción.
Y no solo hay un viraje en el gobierno mexicano, sino en tradicionales defensores de Derechos Humanos, como el padre Alejandro Solalinde que actualmente defiende que “los migrantes centroamericanos son importantes, pero la prioridad es México”.
No lo comprendo. A Alejandro lo he visto hacer hazañas. A este señor lo arrestaron, lo encarcelaron, lo apalizaron, lo amenazaron los Zetas.
Estoy convencido que cree que hay que darle margen de maniobra a López Obrador, que no hay que obstaculizar. Pero es que con los gobernantes, los ciudadanos no podemos y no debemos hacer actos de fe. Nunca. Porque hay pruebas de lo que pasa cuando se cierran los ojos y se voltea a ver para otro lado.