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México
Transformar, prevenir, curar: nuevos verbos contra la violencia en México
“Pazeando mi barrio” es un programa de la organización Cauce Ciudadano para mediar y evitar situaciones de violencia. En Ecatepec, uno de los municipios de México en los que los ciudadanos se sienten más inseguros, ya han evitado 79 episodios graves de violencia.
Para combatir la violencia urbana hace falta algo más que policías y soldados. A eso se dedica la asociación Cauce Ciudadano en Ecatepec, Morelos, un municipio de 1,6 millones de habitantes en la periferia de Ciudad de México que tiene el triste récord de ser el lugar del país donde una mayor proporción de sus ciudadanos se sienten inseguros. Considerado un foco de homicidios, feminicidios, robo, venta de drogas y extorsión, Ecatepec es el escenario de “Pazeando mi barrio”, un programa de la asociación que busca atajar la violencia a través de la promoción comunitaria, el seguimiento de perfiles de riesgo y la mediación en conflictos.
En una noche cualquiera del programa, dos personas discutían sobre el reparto de varias mercancías que habían robado ese día. “Llegó el momento de repartirse las cosas, un güey quería más, un güey quería menos, y los dos se sacaron la pistola”, recuerda Juan Pedro, nombre ficticio — petición de Cauce Ciudadano para salvaguardar su seguridad— de una de las trece personas que trabajan en el proyecto. Él los conocía, estaba cerca y le llamaron para que pudiese intervenir. Logró quitarles las pistolas y meterlos en un cuarto para charlar y poder calmarlos. Es lo que en Cauce Ciudadano llaman una interrupción: intervenir en una situación de riesgo para evitar una agresión o un potencial homicidio, sin recurrir a las fuerzas de seguridad y buscando mediar entre las partes. Tras acciones como esa, los promotores del programa hacen seguimiento a las personas involucradas para buscar dinámicas de mediación, reconciliación y rehabilitación.
Juan Pedro es alcohólico rehabilitado y un promotor de grupos de rehabilitación denominado Cuarto y Quinto Paso. Cuenta que, siendo niño, se trasladó con su familia desde un rancho hasta uno de los barrios bravos del centro de Ciudad de México y pasó muchos años “en la actividad”, refiriéndose a la delincuencia. En Cauce Ciudadano creen que la experiencia acumulada por personas que vienen de entornos vulnerables y la resignificación de sus historias de vida pueden ser herramientas para romper el ciclo de la violencia.
Para la organización, la violencia es un problema de salud pública similar a las epidemias relacionadas con la conducta, como la adicción a las drogas, la mala alimentación o el tabaquismo, algo que contrasta con años de políticas de seguridad basadas en la fuerza del Estado y el despliegue del Ejército en tareas de seguridad pública, en contra de sus funciones constitucionales.
Un grupo de jóvenes involucrados en violencia de bandas en los barrios del norte de Ciudad de México fundó la organización en el año 2000, después de un proceso desencadenado por la muerte de un compañero y el rechazo a vengarlo. A partir de entonces han desarrollado un modelo integral de prevención para replicar la experiencia de los fundadores.
Resignificar procesos de vida
El reconocimiento de los saberes de las personas que fundaron la organización está en la base de su metodología. “Los procesos de violencia sí tienen curvas de aprendizaje, no tienen que ser suprimidos”, explica Miguel López, supervisor de los proyectos de Cauce en Ecatepec. “No se trata de eliminar los saberes, sino cambiar las conductas de riesgo que con esos saberes uno genera”. “Poder intervenir en situaciones de violencia es una cualidad que se no se aprende académicamente, es un contexto de vida”, añade Erika Llanos, directora de la organización.Las trece personas que trabajan en el proyecto en Ecatepec, promotores y mediadores en situaciones de violencia, son parte de los barrios donde se desarrolla la intervención y compatibilizan ese trabajo con sus actividades precedentes, que van desde pequeños negocios a empleos asalariados en la función pública.
Varios tienen un pasado violento. Justo antes de entrar en contacto con Cauce, Daniel trabajaba como mecánico de motos y transmisiones automáticas, pero entre los doce y los diecinueve años “hacía vida de calle” y llegó a formar parte de un grupo de delincuencia organizada. ¿Qué hacían? “Robo de autos, extorsión, venta de drogas y otras cosas más fuertes”, dice sin cambiar la voz.
En Ecatepec operan grupos locales del crimen organizado que trabajan para organizaciones más fuertes. En los mercados de Ciudad Cuauhtémoc, el área del municipio donde se implementa el proyecto “Pazeando mi barrio”, muchos puestos permanecen cerrados porque no quieren o no pueden pagar la 'renta', como se nombra a la práctica de extorsionar a los comercios locales. Una economía dependiente de la capital mexicana que hace que muchos adultos pasen el día lejos de casa y una urbanización clientelar con pocos servicios públicos son otros factores que debilitan los vínculos comunitarios y hacen a la población local vulnerable a dinámicas de violencia, explica López.
De brazos fuertes, vestido con vaqueros, camiseta y gorra, Daniel cuenta que se presentó al proceso de selección para el proyecto y se identificó inmediatamente con sus métodos. Cree que sus años en la delincuencia le dan respeto y credibilidad, una palabra que todas las personas involucradas repiten una y otra vez para enfatizar la importancia de que los promotores sean personas del barrio que entienden las situaciones de conflicto porque forman parte de la comunidad y ellos mismos las han vivido.
Daniel y sus compañeros recibieron formaciones intensivas antes de comenzar al trabajo, en las que discutieron sobre justicia restaurativa y el desarrollo de la empatía, toma de decisiones y otras de las denominadas habilidades para la vida. Repite que la empatía es clave en su trabajo. “Hay muchas veces que a uno lo juzgan, pero no están para preguntarle cómo estás o qué tienes”.
Para poner en marcha “Pazeando mi barrio”, programa que cuenta con financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), sus responsables adaptaron una metodología diseñada por la ONG de Chicago Cure Violence, que usa métodos de control epidémico para detectar conflictos, identificar y tratar a los individuos de alto riesgo y cambiar las normas sociales. En “Pazeando mi barrio” identifican a jóvenes que potencialmente podrían cometer un homicidio o alguna otra agresión de gravedad, y trabajan con ellos de manera continua para inhibir las conductas de riesgo. Según un recuento de la propia organización, durante los primeros siete meses de proyecto hicieron seguimiento de 40 de estos individuos y contribuyeron a evitar 79 episodios graves de violencia. Además, prestan apoyo a víctimas de violencia o jóvenes con problemas de adicciones.
Parte de la comunidad
“Yo aquí, en el cerro, conozco a mucha gente, desde los más buenos hasta los más malos”, dice Daniel, casi presumiendo. Cuando comenzó el proyecto, fue retomando esas relaciones. A veces su trabajo consiste en acompañar a un grupo de amigos durante días, por las noches, para estar allí si pasa algo.Una vez apuñalaron a un amigo suyo que había estado vinculado con una organización criminal de la capital. “Él mismo no quería decir quién fue porque él sabe que podía escalar la situación”. Daniel tuvo que guardarse la identidad del agresor para que el entorno de la víctima no respondiese. Hizo que se centraran en buscar asistencia médica para el herido y luego trataran de arreglar las cosas. Dice Daniel que el chico se salvó y él tuvo que estar pegado al grupo cinco días. “Esos estaban tomando en la casa de él, nada más esperando a ver quién se les quedaba mirando”, recuerda. “Todavía se acuerdan, pero sí logré calmar a la banda”.
En otras ocasiones, un joven está envuelto en algún problema y una llamada al padre o la madre sirve para evitar males mayores. Otras veces es al contrario: hacer pensar a un padre de familia que sus hijos dependen de él puede servir para que esa persona piense mejor las consecuencias de cometer una agresión. También le ha tocado velar el cuerpo de una persona asesinada con el fin de evitar que familiares y amigos busquen una respuesta violenta. “Es una situación de lo más difícil porque literalmente son horas de estar hablando con la familia y estar chequeando a todos”, relata.
La base metodológica de Cauce es el Proceso Salud Enfermedad, donde se asume que las personas oscilan entre los dos estados de acuerdo a sus procesos físicos, mentales y sociales. Para orientar a las personas hacia el lado óptimo, trabajan en los ámbitos de la promoción de la salud, prevención de riesgos, atención del daño y rehabilitación, que se concretan en acciones a niveles socioeducativo, comunitario, sociolaboral y de incidencia en la política pública, explica Llanos.
Buena parte de su trabajo en años anteriores se ha concentrado en escuelas secundarias, en las que han promovido formaciones en derechos humanos o talleres sobre equidad de género. Un estudio que realizaron en el marco de esa experiencia arroja una extrema familiaridad de los adolescentes con la violencia: de casi 1.400 estudiantes de secundaria encuestados, el 46% escuchaba disparos en su barrio de manera frecuente o muy frecuente, una estadística que se suma a una media de más de un homicidio diario en el municipio durante los últimos cinco años.
“Pazeando mi barrio” abarca desde las cárceles —uno de los implicados en el proyecto es un pastor evangélico que lleva años trabajando en dinámicas de rehabilitación para los reclusos y exreclusos— hasta el fomento de actividades comunitarias, ya que la inclusión de los jóvenes en el espacio público de manera pacífica es un pilar de su metodología. Rosa, una de las promotoras en el proyecto, explica que las experiencias de sus cuatro hijos y sus amigos le hicieron ver que muchos jóvenes viven abandonados. Contra ese abandono han promovido actividades comunitarias como proyecciones de cine, teatro, pintas de grafiti, micrófono abierto para improvisación de rap o eventos para recaudar juguetes, algo que “al menos les saca dos horas de su entorno de riesgo”. A veces se generan dinámicas que van más allá, como un taller de autodefensa que derivó en la organización de un grupo de mujeres. Al mismo tiempo, el seguimiento de los sujetos de riesgo también implica todo tipo de ayudas a ellos y las familias que pueden abarcar desde trámites burocráticos a la atención de adicciones.
Los límites del trabajo social
Julio, coordinador del proyecto “Pazeando mi barrio”, explica que su actuación encuentra un límite en las formas de violencia que generar beneficio económico para el crimen organizado como la venta de droga, la extorsión o las redes de prostitución. “No lo podemos tocar porque no tenemos la credibilidad ni tampoco argumentos para hacerlo”, lamenta, aunque señala que existen casos en los que se mantiene la relación con personas que se han involucrado en el crimen organizado cuando el contacto comenzó antes.“Sí hay procesos individuales donde sí se tratan conflictos que se relacionan con negocio. Pueden tocar el desmantelamiento de bases sociales e integrar a personas en procesos psicosociales de mejor solución de conflictos”, explica Miguel López, que añade que el trabajo de prevención en tiempos tan cortos no puede medirse en datos macro. “Hay una clara posición que le toca al Estado en términos de construcción de paz. Nosotros como organización somos una parte cuyo límite tiene que ver con el desmantelamiento de la base social”, zanja.
Desde el comienzo del sexenio de Felipe Calderón en diciembre de 2006, la situación de inseguridad en México y la respuesta militarizada del Estado contra los cárteles del narcotráfico y el crimen organizado en general han dejado más de 270.000 homicidios y al menos 37.000 personas desaparecidas en el país.
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