Los suicidios, la pandemia silenciosa en México

El país es el territorio de América Latina donde más ha crecido el número de suicidios en el último lustro. El difícil acceso a la atención psicológica y los complicados factores sociodemográficos como el drama migratorio lo han convertido en un asunto de emergencia nacional.
21 sep 2025 06:00

“Hace tanta soledad / que las palabras se suicidan”. Son versos de la escritora argentina Alejandra Pizarnik. Decidió acabar con su vida un 25 de septiembre de 1972. Murió de una sobredosis de Seconal y en el pizarrón de su espacio de trabajo, entre otros, hallaron este texto: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Sufrió varios episodios depresivos durante su vida e incluso llegó a afirmar que el sufrimiento era necesario para la creación de su poesía.

El suicidio se ha abierto paso en el debate público, empujado por dolorosas cifras. Según un estudio de la Universidad de Washington, unas 740.000 personas se quitan la vida en el mundo cada año. Cada 43 segundos alguien decide poner fin a su existencia. El mapa global muestra tendencias dispares y llama la atención América Latina, donde los suicidios aumentaron un 39% en los últimos cinco años. El país con la curva más ascendente es México.

Los servicios de salud mexicanos reportan que el 41% de las personas que se autolesionan tienen entre 10 a 19 años, y son mayoritariamente mujeres

Es preocupantemente llamativo que las tasas de suicidio mexicanas aumenten exponencialmente en los grupos de edad más jóvenes. Se ha convertido en la cuarta causa de muerte entre personas de 19 a 29 años. Y asciende especialmente entre las mujeres: en el tramo de edad de 10 a 19 años aumentó un 126% y en el de las mujeres de entre 20 a 29 años subió un 144%.

La radiografía del suicidio es compleja, hay que atender a una serie de variables en las que influyen — según los expertos— tanto el medio y condiciones sociales como las condiciones genéticas heredadas. Así, señalan que las víctimas de pobreza, desigualdad, violencia, agresiones sexuales y traumas infantiles presentan un mayor riesgo de cometer suicidio.

Y estos factores sociodemográficos son especialmente reseñables en México, un país donde el 12% de la población no tiene acceso a los productos de la cesta básica de la compra y donde el 43% de la población no puede satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, salud, educación, vestido, calzado, vivienda o transporte, según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

“Los suicidios son prevenibles con intervenciones oportunas, basadas en la evidencia y a menudo de bajo costo”. Así reza la campaña global que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó para prevenir la escalada de suicidios y la crisis de salud mental tras la pandemia de covid-19. La realidad es que, en países como México, el acceso a profesionales de la salud mental es un privilegio que no todo el mundo se puede permitir.

Según un reciente estudio de la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), el 70% de los mexicanos con problemas de salud mental no recibe ayuda. Y un 90% de las personas encuestadas opinaron que pueden superar sus problemas psicológicos o psiquiátricos solos.

Esporas, el proyecto universitario salvavidas

En esa misma facultad se gestó en 2011 un proyecto pionero para brindar terapia psicoanalítica gratuita al alumnado. Se llama Esporas y su nombre alude a esta forma de reproducción singular. “Le puse el nombre pensando en esos seres vivos que consiguen tener descendencia en contextos hostiles. Una metáfora de que la vida puede y debe seguir en condiciones adversas”, explica Rodrigo Sánchez Vega, su creador. Se licenció en Psicología Clínica y dedicó su tesis doctoral a diseñar este sistema de atención integral. Indica que observaron que en algunas facultades los docentes señalaban que muchos de sus alumnos estaban medicados y requerían seguimiento psicológico.

En sus 14 años de atención ha visto casos de personas que presentaban los indicios clásicos que podrían llevar al suicidio, pero advierte que en algunos perfiles es un cuadro complejo y difícil de clasificar en un protocolo concreto. “Principalmente vemos dos tendencias: personas con ideas suicidas bien por cuadros de ansiedad claros o bien precedidos de episodios depresivos repetidos. Creo que lo más importante es que haya profesionales formados y capaces de derivar los casos más graves a la atención interna y externa a la universidad”, reconoce Rodrigo.

Habla de uno de esos pacientes en los que observaron nítidamente cómo reunía los indicadores de alerta. Se llamaba Gabriel, era licenciado en Física con un posgrado y tenía 27 años cuando acudió a consulta. “Presentaba ataques de ansiedad con síntomas típicos como sudoración, palpitaciones, hormigueos e irascibilidad. En su caso también observamos hipersensibilidad sensorial, es decir, la luz le molestaba e incluso escuchaba voces perturbadoras”, relata. “Le costaba mucho hablar de ello porque ni siquiera era capaz de identificar bien sus emociones, no sabía que estaba transitando algo grave. También tenía una relación destructiva y violenta y ahí es donde aparecían los rasgos de autolesión. Golpeaba objetos e incluso se llegó a golpear la cabeza después de tener discusiones violentas”, explica Rodrigo.

Cuatro de cada diez migrantes presentan síntomas de estrés agudo y postraumático agravados con ansiedad, y dos de cada diez padecen depresión

“Estaba claramente atentando contra él mismo, cuando le preguntaba por esos episodios me contestaba que estaba fuera de sí. No se autolesionaba para llamar la atención, sino que era como consecuencia del dolor que estaba sintiendo. No podía gestionarlo”, apunta. “Le pedimos que hiciera una valoración externa y un seguimiento que, meses después, descubrimos que no realizó, junto con la triste noticia de que terminó ahorcándose”, cuenta.

El censo universitario concita el grueso de la población más afectada por las ideas suicidas. “En la población de 14 a 24 años la principal causa de discapacidad son problemas psicoemocionales. El sistema que planteé en mi tesis fue también innovador en el sentido de que propuse usar datos estadísticos del alumnado para poder acercarnos a ellos y a sus intereses con actividades que realmente llamasen su atención o respondieran a sus necesidades, como charlas apoyadas en cine”, comenta. “Actualmente se han sumado 25 sedes de la UNAM, se optó por que fuera gratuita y gracias al análisis estadístico nos consta que ha ayudado a que su calidad de vida mejore y, sobre todo, que tengan acceso a un tratamiento psicológico”.

Retrato de las supervivientes

Alicia pertenece al grupo de mayor incidencia. Vive en la Ciudad de México, tiene 26 años y cuenta que las ideas suicidas comenzaron con solo 13 años. “Yo nunca había ido a un psicólogo y empecé a tener problemas con mi imagen. Me cuesta explicar por qué, pero me hacía cortes en brazos y piernas y mis papás comenzaron a preocuparse”, relata con cierto pudor. “Es algo que aún hoy me cuesta mucho trabajo contar”, añade.

“Cuando empecé la universidad cualquier motivo me llevaba a tener un bajón anímico. Una discusión con mi pareja o una temporada de estrés en las entregas de trabajos y exámenes eran como hundirme en un pozo del que no sabía salir. Realmente no tenía ilusión por vivir y un día decidí tomarme pastillas y acabar con todo ese sufrimiento”, cuenta. Tuvo que ser hospitalizada de urgencia y sometida a un lavado de estómago. Hoy puede hablar de lo sucedido.

Los servicios de salud mexicanos reportan que el 41% de las personas que se autolesionan tienen entre 10 y 19 años y son mayoritariamente mujeres como en el caso de Alicia. “Yo siempre he sido muy reacia a tomar cualquier píldora, pero en ese momento me pusieron un tratamiento antidepresivo que me sigue acompañando —cuenta—. Desde el primer momento noté como si hiciera de red que me permitía no caer en el pozo, me ayudó muchísimo junto con la terapia que sigo haciendo hasta el día de hoy”.

Según los expertos, la conducta suicida tiene componentes multifactoriales. En algunos casos puede venir precedida de crisis de ansiedad o depresión y en otros de un componente genético que opera como una predisposición a sufrir una especie de cortocircuito que empuja a las personas a acabar con su vida. Alicia cuenta que padeció mucho estigma social cuando tuvo que retomar su vida. “Sentía esa mirada de compadecencia, y sobre todo con mi familia y amigos me sentía muy culpable y hasta cobarde y egoísta. Es algo que me persigue y que es muy difícil de perdonarse. Tenemos que tener una empatía extrema con las personas que llegan hasta ese punto”, reclama.

Nos presenta a una amiga que conoció precisamente en unas jornadas de concienciación. Se llama Carolina  y tiene 25 años, tenía solo 20 cuando intentó suicidarse. “Creo que mi cabeza ha borrado ese día, no tengo un recuerdo claro de lo ocurrido. Pero sí recuerdo lo que me llevó hasta ahí, no quería levantarme de la cama ni ducharme y me sentía sola e incomprendida. No tenía fuerzas para seguir”, cuenta entre lágrimas.

“Mi hermana entró al baño y estaba intentando hacerme un corte en la muñeca. La sensación de culpa por el trauma de lo que tuvo que presenciar me acompaña, pero a la vez ella me salvó la vida, una vida que en ese momento no sabía o no podía valorar”, comenta. “No tenía trabajo, la situación en casa era complicada y por supuesto ni sabíamos lo que era un psicólogo, pero tras el episodio comencé un tratamiento y una terapia que siento que me rescataron de esa oscuridad”.

El (otro) reto en la salud mental mexicana: la población migrante

No se puede hablar de México sin mencionar una característica intrínseca que lo atraviesa. Es un país de paso en la ruta migratoria hacia Estados Unidos, la puerta de entrada. Y está azotado por el crimen organizado. Estos condicionantes hacen que por aquí pasen temporalmente o de manera estable población que presenta unos niveles de trauma sin precedentes. Según un estudio reciente de la estrategia de salud mental Salud UNAM: Espíritu en Acción Migrante, cuatro de cada diez migrantes presentan síntomas de estrés agudo y postraumático agravados con ansiedad y dos de cada diez padecen depresión.

A ellos (y principalmente a ellas) miran con preocupación ONG como Movimiento Raíz, que lleva desde 2019 atendiendo a la población mexicana con escasos recursos y también a las personas migrantes. Ofrecen terapia en varios albergues de la ciudad y aseguran que hay casos extremos que sobrepasan la estadística. “Yo creo que ese 40% se queda bastante corto. Aquí llegan sobre todo mujeres que han llegado caminando a lo largo de varios países de Centroamérica, han tenido que cruzar a pie la selva del Darién —de la que algunas personas ni logran salir con vida— en algunos casos con bebés y niños”, relata Paola Cassaigne Ramos, la presidenta ejecutiva de la ONG. “Y lo peor de esa ruta es precisamente atravesar México, muchas son violadas y asaltadas, les roban todo lo que tienen encima y lo que vemos cuando las recibimos en la ciudad son situaciones límite, con traumas tan agudizados que ni son capaces de expresarlo en terapia”, añade.

Así las cosas, reconoce que es muy difícil detectar casos de suicidios potenciales porque muchas mujeres siguen su camino hacia la frontera con Estados Unidos y no se les puede dar seguimiento. Pero resalta que están encontrándose con mujeres totalmente devastadas y desesperanzadas que podrían llegar a querer quitarse la vida con el agravante de que están fuera del sistema y de una red familiar o personal que las contenga.

“Recuerdo un caso de una mujer haitiana, tendría unos 40 años. Después de todo lo que tuvo que pasar hasta llegar a la Ciudad de México fue violada por un taxista, que la tiró del coche cuando la llevaba al albergue. Su caso era de extrema gravedad porque al no conocer el idioma ni podía comunicarse”, relata Cassaigne Ramos. “Cuando llegó tuvimos que comunicarnos con ella con un traductor del móvil”. Reconoce que, de no haber recibido ayuda, quizá era un perfil que podría haber optado por quitarse la vida dada la gravedad de su caso y la desesperanza que transmitía.

También observaron una tendencia potencialmente suicida en otra mujer de 33 años que presentaba además problemas neurológicos. Derivó en una crisis que le provocó epilepsia y la necesidad de ser ingresada de urgencia en el hospital. “Son casos extremos en los que ves que difícilmente pueden sostener lo que les ocurre y ahí donde actuamos con más contundencia”, señala la directiva de esta organización. También tuvieron que hacer seguimiento a un tercer caso grave, en el que en medio de la terapia una mujer venezolana de 27 años sufrió una crisis aguda de ansiedad. Observaron cierto sentimiento de que expresaba no poder continuar e hicieron seguimiento del caso.

Cuenta que no hay, como tal, un protocolo antisuicidio pero que creen que es de gran ayuda las terapias comunitarias integrativas que están implementando en los albergues de migrantes. Están basadas en una filosofía que promovió en los años 70 el psiquiatra brasileño Adalberto Baretto. Quiso llevar la terapia a las favelas y se dio cuenta de que era inabarcable ante miles de personas en situación de extrema necesidad. En sus estudios dio con la terapia psicosensorial, que consistió en desactivar la conexión neurológica que queda aprehendida en el cuerpo a consecuencia de un trauma severo y prolongado.

La terapia se basa en desarticular las consecuencias del trauma con movimientos que provocan sensaciones en el cuerpo y también en hablar de las emociones que ha provocado ese choque. “Hemos visto cómo en estas mujeres migrantes esta terapia es altamente efectiva. Uno de los pilares fundamentales en los que se sustenta es hablar de esas emociones que ha provocado la situación traumática, en algunas mujeres es tristeza, en otras es ira extrema y en otras puede ser esa desesperanza. Al usar estas técnicas en grupo, se produce una especie de efecto espejo en la que muchas se pueden ver reflejadas, y se crea además una red de apoyo mutuo que es fundamental en estas personas que en muchos casos son itinerantes”, explica Cassaigne Ramos.

Paola Cassaigne Ramos reconoce que es muy difícil detectar casos de suicidios potenciales porque muchas mujeres siguen su camino hacia la frontera con Estados Unidos y no se les puede dar seguimiento

En la actualidad tienen 13 grupos de mujeres, algunos fijos y otros que van cambiando conforme siguen su ruta hacia la frontera. Han acompañado en este proceso terapéutico innovador a más de 1.500 mujeres y seguramente habrán evitado que muchas de ellas que no veían salida opten por no terminar con su vida. “Se crea un tejido social muy bonito y fuerte, en el que sienten el apoyo las unas de las otras. Es el mensaje, dice, que intentan lanzar a la sociedad porque “lo que más les duele a estas mujeres migrantes es esa xenofobia con la que se encuentran. Muchas pasan de tener una vida estructurada con trabajo y casa a dormir en la calle, incluso tener que hacer sus necesidades en la calle; y se encuentran con el odio de las personas de aquí y nos reconocen que piensan ‘yo no era esto’, se ponen a llorar y se lamentan de cómo han llegado hasta aquí. Con estos grupos tienen un espacio seguro y de acompañamiento donde sentirse apoyadas y comprendidas”, cuenta.

Cassaigne Ramos explica que intentan dar seguimiento a esas mujeres que continúan itinerantes hacia el norte y que están desarrollando una app basada en esos mismos valores de los grupos de terapia comunitaria integrativa. “Proponemos que se llame Buencamino, si a ellas les gusta, y queremos que sea como una especie de Waze [app de tráfico] donde puedan ir volcando qué peligros se han ido encontrando en su ruta y que nos pueda servir también para rastrear y poder dar con los casos más extremos de mujeres cuyo estado de salud mental era preocupante”, cuenta. Prevén que pueda lanzarse en las próximas semanas y que sea otra herramienta para poder ayudar a esos casos que podrían terminar en suicidio.

Cada vez más asociaciones intentan contribuir a mejorar la atención psicológica de locales y migrantes. Organizaciones como Suicidología.mx llevan años tratando de concienciar a la población y actores sociales como los medios de comunicación sobre la importancia de la salud mental como antídoto para atajar los crecientes casos y darles soporte y ayuda psiquiátrica a los casos potenciales. También desde organismos gubernamentales se ha promovido el Primer Congreso de Suicidología, que tendrá lugar el próximo agosto en Guanajuato (León, México). En él se reunirán investigadores y profesionales de toda América Latina para tratar de aunar esfuerzos en torno a la prevención e intervención del suicidio en el Sur Global. Una epidemia creciente y silenciosa que se cobra cada vez más víctimas.

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