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Melilla
Saltar era su única salida
Miraron hacia arriba, corrieron gritando, corrieron juntos sumando las pocas fuerzas que tenía cada uno, gritaron para desenredar los nervios, para calmar la angustia, para desahogar la espera de años, para sentir el aire en la garganta y el grito de sus compañeros que les decían: a pesar de todo no estamos solos.
Miraron hacia arriba y esos seis metros de alambre era esperanza, un fin y un comienzo. El único fin que vieron posible y el único comienzo que les dejaron.
Después de la más terrible de las travesías, después de años de espera, después de todas las despedidas, de todos los llantos, de todas las mentiras, de todos los esfuerzos, los amigos perdidos, los hijos perdidos, las madres perdidas, las mujeres que quedaron solas, después de todo aquello solo quedaban seis metros de altura de alambre.
Saltaron porque saltar era la única salida, porque esta Europa cerrada a cal y canto por el sur, les puso seis metros de valla delante de su futuro y no tenían otro remedio que saltarlo siendo el último y más terrible y doloroso obstáculo
Y saltaron, claro que saltaron, porque saltar era la única salida, porque esta Europa cerrada a cal y canto por el sur, metida hacia dentro con su trocito de mediterráneo y sus bares con sus camareros negros, sus huertecitas con hortelanos negros, sus hotelitos con limpiadoras negras, esa parte de Europa con acento a campesino emigrante, les puso seis metros de valla delante de su futuro y no tenían otro remedio que saltarlo siendo el último y más terrible y doloroso obstáculo.
Y ése alambre se llenó de vergüenza en el primer disparo de los sicarios marroquíes. Mali, Burkina, Sudán, Senegal, Bissao cayó mutilada y amontada en la frontera de alambre. Cuerpos jóvenes y negros yacían amontonados sin auxilio en un silencio agonizante , rodeados de personas uniformadas de acuerdos internacionales esperando que la muerte hiciera su ejemplar trabajo.
Trabajo ejemplar, así se dijo. Así fue descrita esta hazaña de asesinato masivo, así, este paisito de pobres en el sur de Europa, este país de precariado, de socialdemócratas adalides de la justicia y la libertad de izquierditas burguesas, tuvo el cuajo de calificar este nuevo capítulo de muerte en la puerta del continente por el que no se puede sentir más que vergüenza por más gente buena que guarde en su seno. El más cruel de los episodios de racismo institucional junto con los asesinados en Tarajal, acompaña y es parte irremediable del declive de la humanidad.
Porque no, esos seis metros de alambre, ese estrecho de mar vigilado como una cárcel, la negación de auxilio, las devoluciones en caliente, los Centros de Internamiento de Extranjeros, los años de papeleos para conseguir una regularización, el rechazo sistemático de visado negando el derecho internacional que nos ampara, la asquerosa declaración de ejemplaridad por parte del Gobierno Español que, queramos o no, nos representa en términos democráticos, no tiene otro nombre más que RACISMO.
Despedir con amor y espiritualidad a los muertos es una condición obligatoria de los vivos, todas las culturas tienen sus propios ritos funerarios, todo el mundo tiene derecho de despedirse
—Seis metros de altura— , pensaron algunos en una décima de segundo antes de comenzar la escalada sin imaginar siquiera que apenas un solo día después estarían dos metros bajo tierra, sin nombre, sin identidad, sin el rezo de su madre, sin el cántico de su familia, sin la despedida. Quizá lo pensaron antes, pero no en ése momento. Quizá aprendieron a no pensar y tan solo caminar, esperar, saltar.
Los funerales, en muchos países africanos, son quizá la ceremonia más importante que se celebre. Despedir con amor y espiritualidad a los muertos es una condición obligatoria de los vivos, todas las culturas tienen sus propios ritos funerarios, todo el mundo tiene derecho de despedirse.
No sabemos la religión y las creencias de los hermanos enterrados en la frontera, como eran los ritos funerarios de su pueblo, qué hubieran necesitado esas almas que trascienden a lo infinito, pero sí sabemos , aún hoy, tras haber cumplido un año, con sus 365 días de duelo, que hay una madre en alguno de los países del continente africano que no ha rezado a su hijo, que no sabe de él y que seguramente le esperará hasta el día de su muerte.
Porque sí, pobre paisito blanco con acento emigrante, las madres negras también sienten y tienen los mismos derechos internacionales que nuestras madres blancas, preocupadas porque nuestros hijos llegan tarde, porque están viajando al extranjero con una beca erasmus, porque no llegan del instituto y no han mandado un mensaje al móvil, y si eso, presidentito blanco de este paisito con acento emigrante, no lo tienes claro y no te quita el sueño pensar en ello, es que tienes una valla en las venas.