ZAL: cultura y autogestión ante la crisis argentina

La Zona Autónoma Liberada (ZAL), en la periferia de La Plata, es una de las realidades que intenta sobrevivir a la crisis y los embates neoliberales que vive la Argentina. 


con la colaboración de miembros de la ZAL (@larsenfede)
30 oct 2018 16:18

El barrio de Altos de San Lorenzo, en la periferia de La Plata, es una de las zonas históricamente más castigadas por la falta de políticas sociales en el país. Camino al alejado Cementerio Municipal, la mitad de sus calles están asfaltadas y la otra mitad son de tierra. Casas bajas, de material o chapa se entremezclan entre las calles ralas, luminosas. Suele haber mucho sol. De los pocos edificios que hay la gran mayoría se encuentran en construcción.

Se trata del clásico barrio periférico, que en estas latitudes surgieron al calor de las ocupaciones y asentamientos que acompañaron el crecimiento de la ciudad y sus cambios demográficos. La Plata es la ciudad bonaerense con el mayor número de asentamientos considerados ilegales, y también la que cuenta con el mayor índice de especulación edilicia de Argentina. A causa de esta gentrificación, las familias con menos recursos se autoconstruyen viviendas en los márgenes de la ciudad y se crean los barrios popularmente conocidos como villas.

En ellas, habitan familias, que por lo general son numerosas y en todas hay niños y niñas. Es muy común el fenómeno en donde abuelas, madres e hijas comparten la misma vivienda, que muchas veces se traslada de generación en generación, si el barrio no es desalojado para dar espacio a emprendimientos inmobiliarios. A pesar de tratarse de terrenos ocupados, la compra-venta entre vecinos es pan de cada día. Es un código no escrito que todo el mundo cumple aunque no existan papeles que lo acrediten.

Y con el crecimiento del barrio la vida social también resulta muy activa. Hay una escuela a la que asisten la gran mayoría de los niños. El club Deportivo Fletes en donde juegan al fútbol. La murga Atrapando Sueños, una peluquería, varios kioscos —en donde solo atienden por ventanilla—, un supermercado chino, un cotillón, una pollajería —término exquisitamente platense—, una pizzería. En fin, varios comercios que pueden suplir las necesidades cotidianas del vecindario y de esta forma evitar tener que trasladarse al casco urbano. Durante los fines de semana es cuando hay más movimiento y la escena parece un dejavú de otros barrios argentinos, como si todos tuviesen una modalidad común: los niños y las niñas jugando en la calle, las mujeres haciendo los mandados, los hombres reparando algo o lavando el auto, los perros acompañando todo lo que suceda.

La historia de la Zona Autónoma Liberada comienza en 2017 con la compra por 130.000 pesos argentinos, unos 3.000 euros aproximadamente, de uno de los terrenos tomados del barrio. Había estado ocupado durante más de una década. Numerosas familias han pasado por él, y se encuentra al final de un pasillo que durante años ha estado muy estigmatizado por las prácticas y el ambiente generado por sus habitantes: kilos de basura estaban acumulados por todas partes, dos fosas sépticas a rebosar, las ratas y cucarachas hacían del espacio su hogar. Las 20 personas de la asamblea de la ZAL que trabajaron bajo los 36 grados del verano platense tuvieron que entregarse a fondo durante un mes para transformar completamente el espacio y hacerlo habitable.

El objetivo siempre fue el de enfrentar una necesidad preexistente, que es silenciosa, que no parece necesaria, pero lo es: la falta de actividad cultural en el territorio. Desde su nacimiento, la ZAL da la posibilidad de asistir a recitales, obras de teatro o varietés de circo a la vecindad. En el barrio el consumo cultural llega a las personas a través de la pantalla (la televisión, el celular o la tablet), pero no existe la posibilidad de disfrutar cultura en vivo. O mejor aún, de ser parte. De poder participar en un taller; formarse en circo, música o danza. Y de forma gratuita. “Como espacio cultural estamos haciendo un aporte muy grande a esa transformación y a esa propuesta de tener una nueva alternativa que es el circo que abarca muchísimas cosas o que es la murga”.

Generando nuevas propuestas también en el laburo constante con la escuela y la comunidad, con espacios de comedores y demás”, explica Fidel Fernández, integrante de la asamblea de la ZAL y de Circo al Fondo, una realidad que existía antes y que permitía a los niños del barrio dar sus primeros pasos en las artes circenses.

Hoy, quienes forman parte de la asamblea, son entre 15 y 20 personas de entre 19 y 37 años, pero la ZAL la habitan muchas más. A los niños de Circo al Fondo —que van desde los 5-6 años hasta los 15 aproximadamente—, se suman los de la murga y a las personas adultas, otro grupo de 30-40 personas más. Los grupos de música que allí ensayan, las mujeres que participaban del círculo de empoderamiento, las que venían a los talleres de autodefensa, quienes acudieron al cine de verano, al carnaval. Más de 200 personas en total que han transitado el espacio en estos meses y que en invierno cayeron drásticamente hasta la desaparición de las actividades por las condiciones edilicias de la ZAL.

Como sucedió en casi todos los barrios periféricos del país, los espacios de cultura y autogestión han perdido cierta gravitación. Las prioridades empiezan a pasar por la satisfacción de necesidades básicas, cada vez más difíciles de enfrentar. La Ma-crisis, como ya se la conoce informalmente en Argentina, arrasó con los clubes de barrio, las sociedades de fomento, las asociaciones deportivas, las escuelas populares, incapaces de enfrentar costos cada vez más altos para construir espacios de agregación en una sociedad cada vez más tensa, empobrecida y en crisis.

Autogestión ante la crisis

La situación social y política de Argentina afecta principalmente a estas zonas más vulnerables como son las villas, zonas en las que sus gentes están acostumbradas a rebuscársela, donde los servicios y las ayudas públicas apenas llegan y no queda otro remedio que unirse entre vecinos y vecinas para cubrir las necesidades. “El laburo cooperativo de esa gente se ve, se siente, se ve en las calles, creo que el barrio ha evolucionado muchísimo en ese sentido”, nos comenta Fidel Fernández, vecino del barrio desde hace 30 años.

El autoempleo y la economía sumergida es el principal modo de sustento de quienes habitan Altos de San Lorenzo y la manera que encuentran para enfrentar la tasa de desempleo más alta de los últimos 12 años. Estas formas de subsistencia no les garantizan, sin embargo, sobrevivir a la famosa inflación argentina de más del 40% anual. El consumo de productos de primera necesidad pasa cada vez más a ser un lujo. “En el barrio algunas personas tratan incluso de tomarse con humor el hecho de no poder comprar pimientos morrones”, dice Rodri, murguero del barrio.

Las dificultades económicas no terminan ahí. La devaluación en picada del peso ha sido tremenda y repercutió en las economías hogareñas. La moneda nacional perdió más del 50% de su valor en 2018, con picos inusitados. Si el primero de septiembre se podía comprar 1 euro con 34 pesos, dos semanas más tarde hacían falta 44. Todo ello se une con los tarifazos que el actual Gobierno macrista lleva haciendo desde que entró en el poder. Los precios de los servicios básicos de gas y luz son insostibles, así como los del transporte que en poco más de dos años se han cuadruplicado.

El invierno fue duro este año para la población argentina. El anuncio de la petición de Macri de un rescate al FMI de 50.000 millones de dólares, el intento de despenalizar del aborto que el Senado frenó… palos directos que sufre la vecindad de Altos de San Lorenzo y tantos barrios de la Argentina, donde la mayor parte de la población es joven, sin estudios secundarios completos (11 millones de argentinos no tienen la ESO), con pocos recursos, y no son pocas las muchachas de entre 15 y 17 años que encima deben enfrentar todo esto con hijos.

Frente a ello el barrio crea y cocina Ollas Populares y Copas de Leche que hacen frente al hambre, organizan asambleas de estrategias de supervivencia, se coordinan con otras villas y preparan manifestaciones bajo el lema “el hambre es un crimen”, lucha por instaurar en el barrio una Conserjería de Salud Sexual Integral para que las mujeres puedan acceder a abortos no punibles y a una atención sexual de calidad. En definitiva una capacidad de resiliencia, supervivencia y unión que hace posible la ZAL y la alimenta.

Varios partidos políticos realizan sus tareas barriales en Altos de San Lorenzo. Hacen jornadas para distintas fechas como el día de la niñez, vacaciones de invierno, Día de Reyes, etc. También colaboran con los comedores y otras agrupaciones barriales. Existe un comedor infantil que le da de comer a 200 menores a diario y hasta un bachiller popular.

La ZAL, sin embargo, ha tomado la decisión de autogestionarse y evitar lazos con cualquier partido político. Se hace política, pero no partidaria. Hay preferencias y tendencias, opiniones formadas con respecto a realidades, bajo las cuales se rige el colectivo y se deciden en asamblea. El consenso del espacio es que se considera antipatriarcal, anticolonialista, autogesitva y antiadultocentrista.

Pero la crisis ha llegado también puertas adentro. La finca donde surgió ha sido comprada por dos personas del equipo de la ZAL que han tenido que endeudarse con el objetivo de que esa deuda se salde de forma colectiva y liberar de propiedad privada el espacio. Se trata de colectivizarlo y habitarlo desde lo común, un objetivo que se vuelve tremendamente difícil en tiempos de crisis, cuando cada mes todo cuesta mas, y el trabajo se paga cada vez menos.

Según relatan sus participantes, el proyecto surgió de la convicción de que es posible lograr objetivos con el trabajo mismo que se realiza sin acudir a subsidios, aunque abrieron la posibilidad a donaciones que apoyen el proyecto sin otros intereses más que la buena voluntad como es la campaña de crowdfunding en Goteo que se está llevando a cabo desde hace un mes. Por el momento se han recaudado poco más de 1.000 euros de los más de 3.000 necesarios, así que aún les queda un 70% por conseguir. Si no logran avanzar en pocas semanas lo perderán todo: es la primera fase de recaudación en la que es o todo o nada. “Pero no es solo el dinero para saldar esa deuda del terreno lo que nos gustaría recolectar”, aseguró Álvaro Jugo miembro de la asamblea coordinadora. “La ZAL era un basural que fuimos levantando y haciéndolo lo más habitable posible, pero aún no tiene baños, y eso es fundamental para que podamos generar un lugar de encuentro con el barrio”.

A la campaña se suman eventos, la venta de comida o las rifas, además de colaboraciones no monetarias, como la participación del vecindario en las mingas, las aportaciones de materiales de construcción que les hayan sobrado, muebles, etc.

“La ZAL puede llegar a cambiar la vida de muchísimas personas. Le da un protagonismo y un valor a personas que tal vez nunca en su vida se hubiesen imaginado y genera ese antecedente para las futuras generaciones que tengan ese ánimo de decir que existe un grupo de personas que se animaron a hacer un proyecto como es la ZAL”, concluyó Fidel Fernandez, convencido de que la ZAL y lo que representa para estos barrios de la periferia, llegaron para quedarse.

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