13 dic 2019 13:41

“Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Con estas palabras retransmitidas por Radio Magallanes, Salvador Allende se dirigió por última vez al pueblo chileno. Era el 11 de septiembre de 1973, día en que los golpistas de Pinochet bombardearon el palacio presidencial de La Moneda, poniendo brutalmente fin al gobierno de izquierda de la Unidad Popular y a la propia vida de Allende. El viernes 25 de octubre, 46 años después, entre uno y dos millones de chilenos marcaron la historia del país ocupando masivamente “las grandes avenidas” de Santiago.

el Viernes 25 de octubre está escrito con la V de Victoria

Teatro callejero, batucada, sonidos estrepitosos de ollas y sartenes, carteles con consignas y protestas muy bien definidas contra la opresión estimulada por el gobierno actual, la multitud se precipitó por las calles de la capital chilena hasta tragársela como nunca antes desde la enorme manifestación que se realizó para exigir el fin de la dictadura militar (1973-1990) previa al referéndum de Pinochet de 1988. Más decididos que nunca, las chilenas y los chilenos, todas las generaciones y las clases sociales unidas en un solo haz —con la excepción del 1% de los más ricos, que poseen más del 25% de la riqueza del país y a quienes pertenece el presidente Sebastián Piñera— han desafiado al poder actual, en masa en las calles de las principales ciudades.

Primero, cientos de automovilistas y camioneros bloquearon las carreteras que unen Santiago con el resto del país para protestar contra los precios de los peajes. Después de una semana de protestas y antes de la séptima noche de la aplicación del toque de queda, entre uno y dos millones de personas (1.200.000 según cifras oficiales) se manifestaron en las calles de Santiago, hasta la Alameda, la avenida que conduce al Palacio presidencial y a la Plaza Italia. Una grandiosa riqueza que unió a la gente como nunca antes durante décadas y el retorno de la llamada “democracia” en 1990. En la misma plaza Baquedano, comúnmente conocida como Plaza Italia, la estatua del soldado chileno Manuel Baquedano, quien luchó durante la Guerra del Pacífico (1879-1884) y contra la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839), luego será puesta a tierra por manifestantes. La plaza, epicentro de las manifestaciones de Santiago, pasará a llamarse “Plaza de la Dignidad”.

Por iniciativa del Colectivo Mil Guitarras para Víctor Jara, músicos y guitarristas reunidos frente a la Biblioteca Nacional de Santiago, llamaron la atención tocando el repertorio del famoso cantante, uno de los primeros mártires de la dictadura de Pinochet, asesinado por la junta a la edad de 41 años en septiembre de 1973. Una de las canciones del hombre que se convirtió en la encarnación de la cultura chilena aplastada por el fascismo, El derecho de vivir en paz, compuesta en 1969 para denunciar la intervención estadounidense en Vietnam, se cantó muchas veces este viernes 25 de octubre. El Teatro Municipal de Santiago, que se había convertido en el himno de la rebelión, símbolo de la lucha contra la injusticia, lo transmitió a través de sus altavoces la noche del 21 de octubre para desafiar el toque de queda. Durante una semana de toque de queda en la capital, desde su inicio el 19 hasta su suspensión el 27 de octubre, tan pronto como se instalaba al caer la noche, la gente rugió desde una multitud de ventanas y balcones. Miles de ollas y sartenes resonaban contra el espectro de la dictadura militar. En la noche del 22 de octubre, desafiando el toque de queda, la joven soprano Ayleen Jovita Romero cantó El derecho a vivir en paz de Víctor Jara desde su ventana, moviendo todo el barrio y recibiendo un estruendoso aplauso. Al día siguiente, una orquesta filarmónica se instala en la calle de La Serena, una ciudad al norte de Santiago, y ofrece esta misma canción con gran emoción. Un video de Víctor Jara cantando El derecho a vivir en paz fue proyectado en las paredes de un edificio en el centro de Santiago durante el toque de queda, finalmente levantado el 27 de octubre.

El rapero mapuche Portavoz denuncia las desigualdades producidas por un llamado régimen democrático que no ha puesto en tela de juicio el legado económico y social de la dictadura. Su canción El otro Chile, parece expresar lo que el pueblo chileno siente después de los discursos de Piñera: “Sus discursos de ‘unidad nacional’ son sólo eso —discursos— porque otra es la realidad. Vivimos en una sociedad segregada. Y no es casualidad: siempre lo quiso así la clase acomoda'a. Porque eso cuando en Chile pienso. No te hablo de banderas y emblemas, te hablo del Chile que vengo. Lo siento, pero si algún día grito ‘Viva Chile’ será el día en que realmente Chile sea del pueblo y libre”.


En el Chile de hoy, la profunda cultura popular de la música comprometida, cuyos muchos iconos han sido confrontados con la censura, el exilio, la tortura o la desaparición, resurge con fuerza frente a la revuelta.

“Si no puedo bailar, no me interesa tu revolución”, dijo Emma Goldman. En el Chile de Pablo Neruda y Salvador Allende, donde no parecen saber hacer una revolución sin canciones, todavía hay mucho que bailar.

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