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Cooperación internacional
La cooperación en tiempos del cólera
Necesitamos seguir cooperando internacionalmente para construir el derecho humano a la salud. Sin él, no hay posibilidad de vencer pandemia alguna.
Hay una idea muy extendida en nuestra sociedad sobre la naturaleza de la cooperación internacional y su condición de excedente que, bajo cualquier punto de vista ético y moral, es imposible no poner a disposición de los parias de la Tierra para que recosan sus harapos y coman algo caliente al final del día. Claro, siempre que sobre; si no, para nuestros pobres.
Es una explicación de esta especie de cenicienta de las políticas públicas, de la que no logramos escapar. Superada la crisis económica en nuestro país (entre todas las comillas posibles, por favor), parecía que por fin había llegado el momento de reconstruirla y adaptarla a un mundo que poco tiene que ver con 1998, el año en que nuestro país se dotó de una Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Por cambiar, hasta ha cambiado la idea que tenemos de las bondades de un desarrollo redentor e ilimitado, cada día más en cuestionado por los achaques del propio planeta.
De aquellos excesos, estos lodos. A la gente también le gusta reconfortarse con la idea de que la naturaleza es sabia y que nos ha enviado el Covid-19 para ponernos en nuestro sitio, así, de un plumazo. Y cuando pensábamos que por fin íbamos a reconstruir una herramienta imprescindible para intentar redistribuir algo de justicia global, los productores de la serie nos plantean un giro drástico de guión. Como diría Serrat, con aquella voz tan bien aprovechada, todos contra el coronavirus, no hay más mañana que ese.
Hay dos escenarios posibles. Por un lado nos podemos encontrar en una tesitura como la de principios de la década que acaba, en el que aquel eslogan de ‘primero los de casa’, desarticuló la cooperación, salvo en un puñado de administraciones locales. Es muy plausible que volvamos a escenarios económicos draconianos, pero con una derecha aplaudiendo la inversión masiva en servicios sociales, públicos incluso, en España y drenando hasta el último céntimo de la cooperación. Puede generarse un consenso muy opuesto a cualquier tipo de acción exterior, primero mis enfermos, oiga.
O podemos pensar que, al igual que el cambio climático, la salud tiene que ser global o no será y que, como dice Andrés Amayuela, presidente de la Coordinadora estatal de ONGD, no podremos contener la pandemia quedándonos en nuestras casas sin hacerlo también en América Latina y en África. Por lo menos la nueva Secretaria de Estado al cargo, Ángeles Moreno Bau, ya ha venido a decir que se cuenta con la cooperación en esta crisis, dentro del repertorio de política públicas, y que en todo caso habrá que reorientarla hacia la lucha contra el virus, fortaleciendo los sistemas públicos. Muchos pensamos que en realidad esa siempre tuvo que ser la visión de la cooperación: inventar vacunas está muy bien y es necesario, científicos manos a la obra; pero tanto como crear las condiciones y los sistemas que reduzcan la vulnerabilidad en salud, a través de hospitales y ambulatorios, así como a través de los determinantes sociales que acaban dictando cuántos años vivimos y cómo. Eso lo sabemos bien en nuestro país, la esperanza de vida va por barrios.
Y en esa misión entran desde ministerios y consejerías de sanidad, hasta municipios, encargados de activar la salud pública en mercados, escuelas, fábricas, a pie de calle. Durante décadas hemos construido programas verticales de salud, llevados por la necesidad de mostrar nuestra eficacia, y la conveniencia de focalizarnos en las enfermedades que copaban los grandes titulares y las posibilidades de recaudar fondos. Que las noticias no nos cieguen esta vez, tomemos el camino largo y tortuoso de construir salud pública sin etiquetas.
Esta crisis nos ha enseñado el valor de lo público y la fuerza que tenemos cuando actuamos como comunidad. Ahora sólo hay que darse cuenta de que la comunidad va más allá de los límites de nuestro confinamiento administrativo, permítanme utilizar la palabra de moda estos días y semanas. Cuando oigan que alguien propone negar el acceso a la sanidad a los inmigrantes, piensen por favor que es exactamente la misma estupidez que no seguir construyendo el derecho a la salud en todo el mundo. Ahí vamos a estar las ONG, algunas ya se han puesto al servicio de las administraciones, aquí mismo, aprovechando la experiencia atesorada en otras muchas crisis habidas en el mundo. Pero son estas últimas las que deben seguir apostando por la cooperación, aún más en los tiempos del cólera.
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y quitar material sanitario a los sanitarios españoles para regalarselo a Marruecos como esta haciendo Sanches ·alias "el sepulturero" te parece correcto