Literatura
Pan, cumbia y resistencia en el supermercado

En ‘Panaderos’, la primera novela (que no última) del escritor chileno Nicolás Meneses, el autor se despedaza por hacer apología del amor incondicional y la resistencia en la panadería.
Panaderos, de Nicolás Meneses
El escritor chileno Nicolás Meneses, en una panadería como la de su novela. Foto cortesía de Barbarie Editora.

Una mano perdida en la maquinaria que trata el pan. Un supermercado: la oportunidad de toda una vida. ¿Colo-colo salió campeón? No, perdieron contra el Pachuca. En Buin no pasa el tiempo. La mami trabaja de temporera para unos que se creen que toda la fruta es suya, los dioses de la fruta. El Kano, el Pipe, el Yona. Y Cristián y alguno más. “Harto pan, harto pan, harto pan”, dice. “El sodio va a extinguir a los chilenos”. Al final, no muere, pero tampoco se salva de todo esto del trabajo de mierda.

“Trabajar es autodestructivo. Cualquier movimiento dentro de un horario es autodestructivo”. William Fuentes ahora es panadero y miembro del Comité Paritario de Higiene y Seguridad. La obsesión, el miedo, se le aparece en la cara a cada rato como una mancha. Su padre se quedó sin mano haciendo lo que él ahora hace y siente un poco de culpabilidad pasajera. A ratos. Eso sí, el silencio será el mayor afecto que unirá al manco con su hijo. La madre está furiosa. Prefiere la nevera vacía a un hijo también manco. La Coni, hermana pequeña de William, se pasa el día en otro mundo. Ahora solo responderá ante él, que es quien le paga los estudios.

Todo esto es Panaderos (Barbarie Editora, 2022), la primera novela de Nicolás Meneses (Buin, Chile, 1992). De ella, Alejandro Zambra dijo: “Una novela cruda, amarga, y al mismo tiempo cálida y generosa; de una belleza sobria y una melancolía feroz. Sin aspavientos ni redobles de tambores, Nicolás Meneses hace visible un mundo que para nadie debería seguir siendo invisible”. Hasta El Mercurio —la principal cabecera mediática chilena, conservadora y, en su momento, pinochetista— tuvo que admitir su gran obra como poeta, novelista y editor, a pesar de su constante crítica política a este mundo de desvergonzados explotadores. Destaca Throguel Online (Emecé, 2020), su segunda novela, así como los libros de poemas Camarote (Balmaceda Arte Joven, 2015) y Manejo integral de residuos (Ediciones Overol, 2019), y la crónica Restos de harina (Pez Espiral, 2020).

Ahora Meneses trabaja con Provincianos Editores. El nombre de la publicación, al pelo: creen que la provincia, desde el interior de la Región de Valparaíso, es un buen lugar para la producción editorial chilena. Desde el mismo lugar, este sello se ha unido en el impulso de Mangaline, una franquicia de manga que, como hito, publicará, por primera vez, este género con licencias japonesas en Chile, con traducciones propias. “Siento que mi relación con el trabajo es ambivalente. El trabajo me sostiene en mi rutina, pero también siento que me quitó mucho. Lo importante para mí es regular la relación, poner límites”, explica el autor. “Creo y sigo creyendo en el aforismo que propongo en la novela: el trabajo es autodestructivo. El trabajo siempre quita años de vida. Es masoquismo”, apunta Meneses.

¿Odio de clase?

La madre del joven panadero trabaja en el packing de kiwis, donde se accidenta. Y luego pelando nueces. “Como trabaja de temporera, quedará sin sueldo este invierno. Tampoco tiene seguro médico porque, como trabaja de temporera, no tiene contrato. El contratista solo cumplió con llevarla al hospital y traerla a casa. Cuando se fue, me imaginé un camión chocándolo y llevándose toda la cabina delantera de su furgón escolar en desuso. No entendí por qué mi mami, antes de partir, le dio las gracias”, escribe Meneses en Panaderos. Aunque él no lo quiera, el poso de este cuento es un odio de clase visceral, totalmente justificado ante la violencia diaria desde bien temprano hasta bien entrada la noche.

El relato sigue: “La plata en la casa no sobra, pero podemos mantenernos con lo que tenemos. Mejor eso a que le pase otra cosa de nuevo. Además, no le llamaron para la cosecha de duraznos y esa pega es aún más pesada que los kiwis. La otra vez se comió uno con herbicida y se intoxicó. Los contratistas no le avisaron que no se podía comer y querían probar a los temporeros. Se creen los dueños de la fruta”.

Meneses escribe que estremece en cada coma por su pegajosidad: en este momento puede estar pasando. Y solo queda dar las gracias. O coger la puerta. Un cartel con un lema inventado, “Mejor pobre que explotado”, parece emerger de los párrafos de Panaderos en boca de la madre de esta familia chilena.

“Las relaciones se van tercerizando. Otros ponen la cara para que el empleado se descargue. Como decimos acá: el explotador explota desde la comodidad de su casa”, argumenta el escritor chileno

En Panaderos el protagonista solo se encuentra con trabajadores y parados, explotados, necesitados todos. No aparecen los jefes y dueños del supermercado y, a juicio de Nicolás Meneses, “esa impersonalización trunca la relación de la asimetría de clases”. Los grandes poderes nunca se muestran. “Las relaciones se van tercerizando. Otros ponen la cara para que el empleado se descargue. Como decimos acá: el explotador explota desde la comodidad de su casa”, argumenta el escritor chileno.

Pero, ¿hay capacidad para montar un boicot, una revancha ficticia, una búsqueda de justicia? Ni eso, no es posible. “No creo que el odio de clase sea un motor en Panaderos. Porque la desigualdad de clase no es directa. Y lamentablemente no se da. Es un mecanismo muy sofisticado del capital”, responde Meneses.

En la panadería, con contrato, también la gente queda tirada. Si estás enfermo pierdes el jornal o acudes jodido a empaquetar pan de molde. “Yo ni cagando vendría enfermo. [...] Pero luego lo pienso. La mensualidad del instituto de la Coni es cara. [...] Tal vez no me arriesgaría a enfermar. Nadie me manda a enfermarme, como dice mi papá. No erí un máquina, como dice mi mamá”.

El supermercado como lugar para la resistencia

Cuando empieza en la panadería industrial del supermercado, William se lo pasa incluso bien y se siente culpable. Dice: “Si no tuviera en la retina la mano de mi papá, pensaría que el trabajo no es tan jodido como a veces lo pintan”. Por suerte, la memoria le salva de caer de rodillas. Resiste. La pega es la pega. El trabajo es el trabajo. Pero menos mal que viene el recuerdo a su rescate. El padre, panadero. La madre, temporera. “Ese es el acervo del protagonista de Panaderos. La memoria inmediata es fundamental”, puntualiza el escritor.

¿Y por qué escribir un cuento con el pan en el centro? “Como para cualquier chileno, el pan para mí es un alimento trascendental en la dieta. Culturalmente tiene una carga muy potente, sobre todo para la clase trabajadora. Es el centro de la dieta de la gente pobre aquí en Chile. El pan en sí tiene toda una historia. Es importante rescatarlo. Cuando consume pan, el chileno consume toda la cultura que conlleva”. Meneses lleva toda su vida comiendo hallulla y marraqueta. “Es una cuestión de clase”, asevera.

“Atención personal de supermercado, Clave 100, atención personal de supermercado, Clave 100”, se oye por los altavoces: “La señal de que han depositado el sueldo del mes correspondiente y podemos pagar las cuentas, venir a gastar al mismo supermercado, cubrir las cuotas de créditos que el mismo banco de la empresa del supermercado presta, de la misma tarjeta que ofrecen y sirve para tantos comercios”.

En ese espacio William Fuentes suda la gota gorda y se enzarza en un reto personal: que nadie se haga daño. Pero también se hacen uno, en formación de piña, diríamos, todos los compañeros. Bailan cumbia cuando los jefes no miran. Y comen. Incluso roban comida cuando el resto del supermercado cierra. Los chistes sobrevuelan y a veces, de la risa, se quedan a la mitad, sin contar, en el aire, planeando.

“Los supermercados son espacios que están concentrando gran carga de trabajo y de trabajadores. Todo el flujo económico y humano. El comercio antiguo de la persona y su negocio. La globalización y el capital están destruyendo poco a poco la diversidad de los ecosistemas comerciales, muy importantes para la historia de una comunidad”, exterioriza Meneses como vecino. “El supermercado que aparece en Panaderos tiene una tradición rural, aunque termina siendo vendido a una transnacional. Tiene cierta mística para la región de Buin. Este era un centro de convergencia para mucha gente”, puntualiza el Meneses novelista.

Escribir en la casa de la abuela

Panaderos lo escribí entre la casa de mi abuela y la casa donde viví durante un par de meses”, apunta. “Hace unos dos años que no escribo por el continuo cambio de casa, la cantidad de trabajo y el hecho de que todo lo que he escrito lo escribí durante un periodo muy corto de tiempo, de forma muy intensa”, explica. “Nunca salí de Buin. Siempre escribí desde Buin”, sigue. “En casa de mi abuela lo hacía en el comedor y de madrugada. Allí escribí mucho. Durante el día la casa estaba siempre ocupada”, termina.

Cuando haces la búsqueda en Google de la palabra “Buin” el resultado por imágenes son casas no muy altas, plazas, mapas, una marca de crema bronceadora, niños y niñas en un colegio. En el mapa se ve claro: Buin está fuera del centro, pero en el interior de todo. Toda la comuna tiene más de 100.000 habitantes. Según Wikipedia, además, se trata de una ciudad ubicada en la Región Metropolitana, en el sector sur de la conurbación de Santiago. “Tiene harta influencia de la capital, con tres estaciones de tren. Una de ellas para el zoológico. Vivo muy cerca. Es el más grande de Chile”, indica desde allí Nicolás Meneses.

Cuando lanzas el monigote del Street View en mitad de la comuna, la cara de un concejal en una farola te da la bienvenida con una sonrisa de anuncio de clínica dental. Se trata del candidato a alcalde por el Partido por la Democracia. La última actualización es de 2015. Ahora allí gobierna un derechista.

Si avanzas por la carretera principal llegas a un McDonald's y también a un gran campo poco fértil, parece. Una especie de descampado. Por fin, en la Avenida José Balmaceda la gente hace compras, se agarra del brazo y parecen vecinos entre sí. “Balmaceda, la calle comercial más grande del centro de Buin, está quedando chica de tantos locales que han instalado. Ni siquiera queda vereda”, escribe Meneses en Panaderos.

Y ahora el autor de Buin sigue con la explicación: “La economía con más presencia es la agrícola —frutos congelados, conservas…— a lo que se unen los fundos. Esta es una zona muy fuerte en frutas y hortalizas”. De hecho, la Viña Santa Rita, una de las más prestigiosas a nivel internacional, está allí desde hace 140 años. Cerca de Viña Concha y Toro, responsable de la producción del vino Casillero del Diablo. Se contaba la leyenda que el fundador de la viña, ante el robo de sus botellas, difundió la leyenda de que allí habitaba el mismo diablo. Cuando por la noche abandonaba el lugar, soltaba un toro para que, en caso de intento de robo, embistiera a los ladrones. Los que osaban entrar en la viña oían las carreras del toro en la oscuridad y asumían que era el diablo.

En ese mismo sector, cuenta Meneses, vivió la familia de Vicente Huidobro, poeta, hijo de la escritora y pensadora de la vanguardia feminista María Luisa Fernández. Huidobro era un convencido comunista que llamó a su hijo Vladimir y, hermanado con la España republicana, le escribió grandes poemas desconocidos. En uno publicado en el 36 empieza: “Traidores nocturnos con alma pantanosa / Hermanos de la víbora y las ropas de luto / Apuñalearon tu hermosa estrella esperanzada / Entre algas y tinieblas entre ríos difuntos”. Y termina: “Laureles y laureles y truenos y relámpagos / Y vienen los lamentos y los ramos de gloria / Ya no podréis jamás olvidar esos soldados / Sus esqueletos vivos debajo de la tierra / Serán los clavecines de una música eterna”. Ese mismo año publicó un poema dedicado a Dolores Ibárruri: “Cruzada de palomas y de truenos / Vas y te acercas y todas las alas llegan / Y todas las bocas cantan en la marea que sube / El dolor de los tiempos pasados / Para crear la alegría de los tiempos futuros”. Por su poema “Fuera de aquí” contra los fascistas italianos que ayudaban a los golpistas españoles fue agredido. También peleó, pero intelectualmente, con Buñuel y Neruda.

Wikipedia dice que uno de los principales atractivos de Buin es Plaza de Armas. El monigote del Street View no puede entrar a ese parque, pero lo admira desde fuera hasta que se topa con una iglesia blanca con una gran cruz al lado de una señal de PARE mucho más educada que el STOP que habituamos a cruzarnos a este lado del océano.

La ciudad está llena de minimarkets, supermercados, hipermercados. Al pasear por sus inmediaciones desde Maps te preguntas si dentro harán pan y si algún panadero se habrá dejado la mano dentro alguna mañana, medio dormido, cansado.

La comuna y su representación

En estas calles debió de criarse el portero Claudio Bravo —Club Deportivo Las Acacias, Colo-Colo, Real Sociedad, F. C. Barcelona, Manchester City, Real Betis Balompié—, uno de los buinenses con más fama. Allí tiene una de sus casas aún. Y de ese pan habrá comido. A Nicolás Meneses le interesa mucho más, no obstante, la figura del también futbolista Mauricio Isla. Representa más a la comuna: se le ve ir a comprar al supermercado sin aspavientos. La generación dorada del fútbol chileno fue muy importante para los jóvenes de la comuna. Políticamente, su representación desborda también lo institucional. En el despacho del alcalde cuelgan las camisetas de estos dos jugadores.

Meneses admite con sorna que no puede disputar la hegemonía de la representación a dos futbolistas internacionales. “Además, aunque la literatura nunca llegaría ahí, no me relaciono con los espacios de poder actuales de Buin. Tampoco tengo la validación de quien gobierna la comuna. Lo hace la derecha”, comenta. “Panderos proyecta un Buin particular que una figura del fútbol no logra encarnar como tal. No obstante, Mauricio Isla y Claudio Bravo consiguen manifestar qué tan importante es el fútbol de las ligas barriales de comunas rurales como Buin. De ahí han salido los mejores de los últimos tiempos”, concluye la reflexión el escritor y editor.

La maldición y la culpabilidad

“Se han naturalizado la explotación y las condiciones precarias de trabajo en Chile. Los sueldos, particularmente”, piensa Nicolás Meneses. La enquistada situación social, desoladora, que sufren, sobre todo, los jóvenes chilenos, se plasma en el personaje de William Fuentes. Muchos William Fuentes juntos, hastiados, hartos, hicieron posible el estallido social: la primera piedra, dicen algunos, para marcar un cambio de rumbo. No obstante, tras el estallido social, William Fuentes podría volver a ser escrito en una novela como Panaderos: casi nada ha cambiado. “El estallido social fue catártico, pero en términos políticos se ha avanzado poco”, comenta el escritor. “El plebiscito da una muestra de ello”, sigue. “Los cambios van a ser muy lentos”, lamenta.

Al joven panadero William Fuentes le reconcome tener parte de la culpa del accidente en el que su padre perdió la mano en una máquina panificadora. Pero poco a poco, se hace “fanático del PlayStation” y deja de pensar tanto en eso. Además, tampoco es para tanto. Su padre puede conducir con una sola mano: le han renovado la licencia previa exigencia de uso de una prótesis que se niega a utilizar.

No obstante, la mano perdida se convierte en paranoia. La paranoia de la seguridad en el trabajo es la maldición del protagonista de Panaderos, según explica su creador. “El peligro lo ronda todo y a todos”, comenta. William Fuentes tiene que lidiar con la imposibilidad de “desenvolverse libremente en cualquier espacio de trabajo”. “Cuidado con apretarte, con cortarte, con quemarte, con aplastarte, con agarrarte, con electrocutarse, con esguinzarte, con amputarte, con quebrarte, con pegarte, con morirte”, escribe.

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