We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Literatura
El universo que hizo a Vonnegut
Kurt Vonnegut descubrió de crío que una broma es la única manera que tiene un niño de entrar en una conversación de adultos. Seis años menor que su hermana y nueve más pequeño que su hermano, era casi un mecanismo de supervivencia. De mayor siguió recurriendo al humor para explicar a adultos y no tan adultos las cuestiones fundamentales de la existencia humana, un mundo que no entendía. Un humanista que consideraba las ideas como causa y cura de las enfermedades del mundo; un ludita que desconfiaba del progreso porque por mucho progreso que haya siempre habrá personas detrás; un socialista convencido; Vonnegut nos enseñó, sin dar ninguna lección, que la vida puede ser dolorosa, incluso infernal, pero, sobre todo, no es seria.
“El mundo se ha vuelto demasiado serio de repente y necesitamos un poco de sentido del humor”, comenta la periodista y novelista Laura Fernández. “Es necesario no tomarse en serio a uno mismo. Lo que aprendemos con Vonnegut, y en general con la literatura posmoderna americana, es el juego con el absurdo. Que somos ridículos y que el mundo es aún más ridículo. En el ambiente cada vez más limitado que tenemos, reírnos de nosotros mismos es un placer y una necesidad”, reflexiona. Humor, que no comedia, porque la comedia, decía, no toca temas preocupantes.
Vonnegut fue especialmente crítico con los efectos de la nueva sociedad de consumo que surgía en su país (“ningún otro abraza el dinero como hacemos nosotros”, aseguraba), o la devastación del medio ambiente
Vonnegut fue especialmente crítico con los efectos de la nueva sociedad de consumo que surgía en su país (“ningún otro abraza el dinero como hacemos nosotros”, aseguraba), o la devastación del medio ambiente. “Para mí, su visión es siempre la de un marciano que viene a la Tierra y explica cómo viven los humanos a través de sus novelas, que son divertidísimos tratados. Vonnegut ve el mundo como un niño grande, lucidísimo, que lo ha entendido todo muy bien, que se fija en aquello que nos hace ridículos, o en nuestras debilidades, que es lo que en realidad nos hace humanos”, explica Fernández.
Kurt Vonnegut Junior (1922-2007) firmó catorce novelas, numerosos relatos cortos y otras obras. Bisnieto e hijo de arquitectos, nieto de un científico, la huella de los Vonnegut se extiende todavía hoy en Indianápolis. Creció en los tiempos de la Gran Depresión, cuando los años de bonanza de su familia habían quedado atrás y vio cómo su madre, como aquel personaje no tan ficticio de Pájaro de celda, renunciaba a seguir viviendo porque ya no podía ser lo que había sido en la época de su boda, una de las mujeres más ricas de la ciudad. Sus vivencias alimentaron su obra del primer al último día.
Hombre de aspecto alborotado, bigote, pelo andrajoso y sonrisa afable, fumador compulsivo de Pall Mall desde los doce años, se convertiría en un icono de la contracultura americana en tiempos de Vietnam, conflicto bélico, de clase, racial y cultural. Admirador de Mark Twain —un ferviente defensor de la abolición de la esclavitud, de los derechos de las mujeres y del movimiento obrero que, con el paso de los años, hizo cada vez más radicales sus ideas políticas—, las referencias al autor de Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn son constantes. Junto a Twain, en el imaginario de Vonnegut, Abraham Lincoln, el presidente que acabó con la esclavitud, y Eugene V. Debs, cinco veces candidato a la presidencia por el Partido Socialista de América, compartían el escalón más alto. Cuando falleció a los 84 años, George Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que representaban todo aquello a lo que se oponía, seguían manejando el cotarro.
“Una tormenta de fuego es algo increíble”
Blackie Books rescató a principios de marzo la obra de cabecera Matadero cinco. La Cruzada de los Niños, publicado en 1969. “Un sueño hecho realidad” para la editorial barcelonesa, con un plan de publicación de los trabajos de Vonnegut para los próximos cinco o seis años sobre la mesa. Por el momento, en otoño llegará Desayuno de campeones, al que seguirán Cuna de gato y Las sirenas de Titán.
Vonnegut se alistó al ejército con apenas veinte años y regresó de la Segunda Guerra Mundial como se regresa siempre del campo de batalla: mutilado, física o mentalmente. En su caso, las magulladuras solo fueron espirituales. Tardó 23 años en poder poner en palabras lo vivido en Europa, especialmente en Dresde, a través de la odisea intergaláctica de uno de sus alter ego, el soldado —posteriormente optometrista y bombero voluntario— Billy Pilgrim, protagonista de Matadero cinco. Quería desromantizar el relato bélico y, por encima de todo, visualizar que las guerras de las clases dirigentes las libran niños.
Consideraba el humor como respuesta casi fisiológica al miedo. Como el que pasó tras ser detenido en la batalla de las Ardenas, la mayor derrota de las fuerzas estadounidenses de la historia, la última bala de Hitler, y trasladado a Dresde, posiblemente la ciudad más bonita del mundo, decía. El bombardeo de Dresde, el 13 de febrero de 1945, fue mucho peor que Hiroshima. 135.000 personas desaparecieron, literalmente, en cuestión de horas. “Saltó la sirena. Bajamos dos pisos bajo el pavimento para meternos en un gran almacén (bajo el Matadero Cinco). Hacía frío y había cadáveres colgando por todas partes. Cuando volvimos a subir, la ciudad había desaparecido”, recordaba Vonnegut en una de las casi autoentrevistas recogidas en las antologías de The Paris Review. “Una tormenta de fuego es algo increíble”, sentenciaba.
Sostenía que Dresde fue la mayor masacre de la historia. Estaban Auschwitz y el resto de campos de exterminio, que acabarían con la vida de millones de personas, pero una masacre es algo que pasa repentinamente y mata a mucha gente en muy poco tiempo. “En los campos de exterminio acabaron matando a millones de personas. Mucha gente cree que la masacre de Dresde fue una venganza correcta y bastante mínima por lo que habían hecho en los campos. El ataque no acortó la guerra ni medio segundo, no debilitó ninguna defensa ni ataque alemán en ninguna parte, no liberó a una sola persona del campo de exterminio”. Solo una persona se benefició en Dresde, decía Vonnegut: “Yo, que saqué tres dólares por cada persona muerta”.
A finales de 2020, Matadero cinco fue llevada al cómic por Albert Monteys y Ryan North. Una adaptación, de entrada “imposible”, pero a la que Monteys se lanzó con la red de seguridad del guion ya cerrado de Ryan North. “Se habla de este libro como antibelicista, pero creo que solo lo es de una manera superficial. Es un libro sobre nuestra capacidad de decisión, su protagonista, esencialmente, no toma ninguna decisión. Estamos en un momento en que esta idea es más poderosa, resalta más que nunca”, explica el historietista.
Monteys, como la gran mayoría de los lectores en el país y al contrario de lo que sucede en los países anglosajones en los que es un autor adolescente o juvenil de referencia, llegó a Vonnegut bien superada la adolescencia. “Tenía unos 25 años y me voló la cabeza. En los siguientes dos años me lo leí todo, me obsesioné. Es una referencia que incorporé a mi obra, especialmente cuando escribo. Su tono satírico y triste, pero al mismo tiempo con cierta esperanza me tocó mucho. Hay una compasión en sus personajes que hace que te sientas muy identificado con ellos”.
Vonnegut vs establishment
Vonnegut ya había publicado hasta cinco libros cuando Matadero cinco se editó. Estudió química en Cornell y antropología en la Universidad de Chicago. Realizó toda clase de trabajos antes de dedicarse a la literatura. Tenía 32 años cuando enloqueció con William Blake, 40 cuando empezó a leer Madame Bovary y 45 cuando oyó hablar por primera vez del ahora controvertido Céline, para el que ningún arte es posible sin un baile con la muerte. Vonnegut lo tuvo en Dresde. “En realidad, el espíritu de Vonnegut es inocente, humanista. Siempre se definió como un humanista, creía en el ser humano, porque el ser humano puede hacer cosas terribles, pero en porcentaje, la especie humana hemos hecho cosas increíbles”, explica Laura Fernández. El mundo de Aristóteles y Hitler. Un buen pensador y un mal pensador, sostenía el autor.
La imaginación siempre encuentra la manera de saltar los muros que imponen géneros y disciplinas. Vonnegut creía en la imaginación porque durante mucho tiempo, decía, fue la única fuente de entretenimiento. Nunca se consideró a sí mismo un autor de ciencia ficción, aunque sus obras fueran rápidamente encasilladas y algunas incluso compartieran estante con Garganta profunda o la revista Hustler, por pornográficas. Personajes recurrentes como Kilgore Trout, fracasadísimo autor de ciencia ficción, autor de más de un centenar de novelas, (“libros demenciales”, decía) con un solo seguidor (el ricachón Eilot Rosewater) dan forma a su universo particular. Un universo de hombres-máquina (La pianola, 1952), perros viajeros del tiempo (Las sirenas de Titán, 1959), iluminados vendedores de coches como Dwayne Hoover, protagonista de Desayuno de campeones (1973), americanos-nazis (Howard W. Campbell, personaje principal de Madre noche, 1962), miedo atómico (Cuna de gato, 1963) y sociedades postapocalípticas, como en Galápagos (1985), en la que están todos los problemas de su tiempo: Reagan y la URSS, la crisis climática, la pandemia del sida, el auge de las sectas.
Sorteando la estructura narrativa y la puntuación habituales
Vonnegut amplió el horizonte de posibilidades del género con su irreverencia formal. Una nueva fórmula para descubrir cómo son la política, el sexo, el arte, la vida y la muerte en el planeta Tierra al que la crítica, y el establishment, también en gran medida por su origen no academicista, dio la espalda. “Creo que les pasó a todos los escritores posmodernos norteamericanos”, explica Fernández. “En realidad jugaban a romper cualquier límite narrativo, incluido los géneros, romper las normas, destruir y reconstruir, jugar con la alta y la baja literatura. Vonnegut no se veía como un escritor de ciencia ficción, ninguno de ellos. Tiene elementos fantásticos, pero no es la intención. Estaba en la mediana de la autopista, por un lado iba la narrativa seria y por otro la ciencia ficción. Los cánones no han acabado de entender esto, no lo han querido asimilar, porque los cánones son rígidos, no entienden de grises, solo de blanco y negro”.
La actual, a través de Blackie Books, es una oportunidad para poner orden y actualizar una obra, en español, disgregada en un montón de editoriales y mucha de ella descatalogada. Miguel Temprano se ha encargado de la nueva traducción de Matadero cinco, no revisada desde la edición en Anagrama en los años 70. “Sonaba muy extraño, no reflejaba el espíritu de Vonnegut, esa facilidad para tener una escritura accesible y a la vez decir cosas importantísimas. La nueva traducción consigue exactamente eso: reflejar el espíritu, la ironía y el tono original”, asegura Jan Martí, editor de Blackie Books que, con su sello, espera acercar a Vonnegut a un nuevo público. “Cuando lees a Vonnegut, de repente el mundo es como Vonnegut lo explica y eso no se te quita nunca de la cabeza. Confío totalmente en que con esta nueva colección puede llegar a nuevas generaciones y seguir siendo esa lectura iniciática cambia-vidas. No queremos que se viva como una recuperación solo para quienes ya lo conocen, sino que pueden llegar a él un montón de nuevos lectores”. La portada de la nueva edición es obra de la ilustradora María Medem, de 24 años.
Referente imperecedero
El rastro de Vonnegut es fácilmente detectable en autores noveles. Francisco Guerrero ganó el premio de la Universitat Politècnica de Catalunya de novela corta de ciencia ficción 2018 con Gutterson (Apache Libros), un día en la vida de un agente de policía con una rutina laboral dirigida por inteligencias artificiales y algoritmos en la que es fácil encontrar los rasgos del americano en su prosa, casi oral, escepticismo tecnológico, fatalismo y unos personajes que se ven atrapados en situaciones absurdas mientras persiguen la libertad.
“La fórmula de Vonnegut consiste en poner el género al servicio de la historia y no al revés”, explica el autor barcelonés. “Utiliza esos elementos de ciencia ficción para situar a los personajes en situaciones extremas, para revelar las verdades que le interesan como autor, pero también se aleja de las convenciones del género cuando le conviene. Vonnegut es un escritor total, en el sentido de que puede abordar grandes temas de la literatura y la humanidad. Cómo una civilización se resiste a corregir el rumbo, aunque el desastre se vea venir de lejos. La desconfianza ante el mal uso que se puede hacer de cualquier gran avance científico o tecnológico. La alienación del individuo en la sociedad moderna y su incapacidad para controlar o comprender las fuerzas que rigen su destino”, comenta Guerrero.
Para Laura Fernández, “lo mejor de leer a Vonnegut es que te recuerda que las cosas eran más fáciles antes, antes de ponerte todas estas máscaras que te pones cuando vas creciendo y vas adoptando los roles adultos. Sus personajes son transparentes, van directos, están en un mundo que no comprenden y que tampoco les comprende a ellos y quizá esa transparencia hace que habiten el mundo de una forma menos dolorosa. Todos tienen una forma de narrativizar el caos, cada uno se construye a si mismo y no tiene nada que ver con la narrativa global. Son personajes que, aunque no escriban, son escritores, porque crean su propia visión del mundo. El mundo es una cosa y luego están ellos adaptando su visión. En que te pasen cosas horribles también hay una experiencia estética. De todo puede salir algo”.
“Vivimos momentos de gran incerteza”, concluye Jan Martí. “Contemplamos desesperanzados el fracaso o el cansancio de todas las ideologías. Vemos cómo la confianza en la ciencia y en el progreso se diluye ante la fuerza de la naturaleza, ante los estragos de una pandemia. Y, paradójicamente, cada vez hay más gente que dice tener razón, que vocifera pero que no escucha, y más se enconan los enfrentamientos. Nos viene a recordar que, por muy endiosados que estemos, no somos más que motas de polvo perdidas en el universo, simples juguetes del destino, y que reírnos de nosotros mismos es la mayor, quizá la única, muestra de inteligencia”.
Lev Grossman se despidió de Vonnegut en Time afirmando que podía haberse convertido fácilmente en un cascarrabias, pero era demasiado listo. Podía haberse convertido en un cínico, pero había ternura en su naturaleza. Podía haber sido un tipo aburrido, pero incluso en sus momentos de mayor desesperanza tenía la infinita voluntad de entretener a sus lectores. Más necesario que nunca, cuando se encara el centenario de su nacimiento el año que viene, sus ideas permanecen vigentes y ahora otra vez al alcance de la mano para que lectores fieles y novatos, y fans, porque es un autor de fans, se pregunten, como hacía él, por qué nunca recibió el premio Nobel si era la persona que más coches Saab había vendido en el mundo.
Relacionadas
Literatura
Luis Carlos Barragán “Lo más preciado que tenemos, las memorias que atesoramos, de repente son solo un producto más”
Notas a pie de página
Notas a pie de página La fantasía de las esposas perfectas
Palestina
Semana de Lectura por Palestina Literatura palestina toma el Metro de Madrid
Gracias y felicidades, Cesc, porque te acabas de mandar un señor gran répor. Y al Salto, por supuesto.
Me alegraste este tramos del domingo.