El proceso creativo de los artistas de Beirut en tiempos de guerra

En medio de los recurrentes bombardeos israelíes, una pequeña comunidad de artistas libaneses encuentra la manera de poner palabras, sonido y arte a la incertidumbre y el dolor.
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Compañía libanesa Zoukak Theatre durante el espectáculo Stop Calling Beirut. Foto: Randa Mirza
Beirut, Líbano.
22 nov 2025 06:00

¿Cómo se puede pensar en el arte en un país constantemente amenazado por guerras y crisis? Según algunos artistas libaneses, en Beirut es una necesidad. Centro artístico y de experimentación cultural en Medio Oriente a lo largo de la historia, el arte ha acompañado siempre a la ciudad y se ha convertido en una herramienta de reconstrucción y reafirmación de la identidad colectiva.

Arte frente a la guerra

La guerra de Israel en Líbano ha dejado en la destrucción y la inseguridad a un país ya frágil. El conflicto ha provocado más de 3.000 muertos y más de 15.000 heridos y ha obligado a aproximadamente un millón de personas a huir de sus hogares. Incluso con un alto el fuego teóricamente vigente desde noviembre de 2024, Israel ha continuado bombardeando, a veces en la capital, pero sobre todo en el sur del país, donde los ataques se han ido intensificando a lo largo de los meses, lo que ha generado un renovado sentido de miedo y precariedad en todo el territorio.

Esta situación, sin embargo, no ha frenado a personas como Lamia Abi Azar, cofundadora de la compañía libanesa Zoukak Theatre, de continuar creando. Lamia fundó Zoukak en 2006, en un momento de intenso fervor cultural en Beirut, una energía creativa que, poco después, daría paso a un clima no muy distinto del otoño de 2024, caracterizado por los bombardeos israelíes generalizados en todo el país, la llegada de desplazados y desplazadas internas desde el sur y una capital, Beirut, en plena emergencia. Lamia cuenta que, en momentos de crisis, el arte se transforma y adopta una función social capaz de dar voz, cuidado y presencia cuando todo lo demás se derrumba.

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Edificio dañado en las afueras de Beirut (no se puede verificar que el daño sea por un bombardeo, pero es sabido que hubo ataques en la zona) Giulia Bernacchi

Así, el año pasado, la compañía se encontró una vez más pasando de la experimentación artística a la drama-terapia a través del trabajo con las personas desplazadas y la ciudadanía de Beirut, afectada por el conflicto. Lamia explica que los talleres sirven, ante todo, para reencontrarse con el cuerpo. “Es una manera de recordar que estamos vivos y de descubrir que aún existe una fuerza interior capaz de regenerarse. Porque la guerra desgasta, y es necesario crear un espacio compartido que acompañe a recuperar la energía para seguir enfrentando cada nuevo día”, asegura.

En ese mismo período, la compañía, tras verse obligada a cancelar un festival con artistas internacionales en el que había trabajado durante más de un año a causa de la guerra, comenzó a desarrollar Stop Calling Beirut, un espectáculo que explora el dolor personal y colectivo de los libaneses, marcados por conflictos y crisis sin fin que se repiten cíclicamente. La obra es también un homenaje a Ziyad, su hermano fallecido años atrás, un duelo nunca del todo aceptado que se entrelaza con los recuerdos de una ciudad que cambia constantemente entre revoluciones políticas y culturales, la guerra civil y la crisis económica; y que obliga a quienes la habitan a aceptar transformaciones duras y repentinas.

Stop Calling Beirut llega en un momento de un dolor que nadie ha tenido tiempo de procesar. Hemos perdido a nuestros seres queridos y seguimos perdiéndolos, si no lo aceptamos, permanecemos ciegos, mirando al pasado sin vivir en el presente”. Ese “aquí y ahora” del que habla Lamia sigue siendo hoy una realidad difícil, marcada por un profundo sentimiento de injusticia. Según Lamia, en el Líbano es imposible hacer valer las propias causas porque no hay a quién dirigirse, y la guerra representa el enésimo pico de una crisis constante.

Resistir con poesía

Zoukak se encuentra en el barrio de Karantina, cerca del puerto de Beirut, donde en agosto de 2020, en plena epidemia por Covid 19,  explotó un almacén de nitrato de amonio acumulado durante años sin controles, y que provocó la muerte de  200 personas. También dejó a 300.000 ciudadanos y ciudadanas sin hogar. Entre los presuntos responsables figuran políticos y funcionarios que aún hoy permanecen en el poder, impunes.

Antes del desastre del puerto, en octubre de 2019, el país había sido protagonista de una serie de protestas masivas que llenaron las plazas de rabia y de deseo de cambio frente a un sistema político percibido como corrupto e incapaz de garantizar los servicios básicos. Las manifestaciones estallaron tras el anuncio de nuevos impuestos sobre bienes esenciales, en un país ya asfixiado por la deuda, la corrupción y las desigualdades.

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Galería de arte contemporáneo Sfeir-Semler en el barrio Karantina, Beirut, cerca del puerto afectado por la explosión Giulia Bernacchi

A pesar de ello, la élite política se aferró al poder y arrastró al país hacia el colapso. En los últimos años, la pobreza se ha más que triplicado: según un informe del Banco Mundial, pasó del 12 % en 2012 al 44 % en 2022. Una crisis económica sin precedentes ha erosionado el valor de la libra libanesa, que según el Fondo Monetario Internacional ha perdido casi el 98% de su valor frente al dólar, contrayendo el PIB y reduciendo drásticamente el poder adquisitivo de las familias. En este contexto, millones de libaneses viven con un acceso limitado a la electricidad, garantizada casi exclusivamente por generadores privados, costosos y contaminantes, mientras el Estado sigue ausente.

En medio del torbellino de estos acontecimientos, el colectivo de jóvenes mujeres poetas Shatr comenzó a organizar sus primeras actuaciones. Era 2022, en un momento que Sara Huneidi, una de sus integrantes, define como una “era post-destrucción”. “Precios por las nubes, colas infinitas en las gasolineras, padres que perdían su trabajo, amigos que emigraban uno tras otro... Todo eso se volvió una rutina. Nos habíamos acostumbrado a un caos en el que un dolor apenas terminaba cuando ya llegaba otro”, recuerda Sarah. En esos años, las chicas de Shatr sintieron la necesidad de cambiar de lenguaje. Ante un contexto abrumador que insensibiliza frente al shock, las palabras de antes ya no bastaban para describir lo que ocurría, y así se acercaron a la poesía.

Ante un contexto abrumador que insensibiliza frente al shock, las palabras de antes ya no bastaban para describir lo que ocurría, y así se acercaron a la poesía

El colectivo empezó a organizar eventos participativos para volver a acercar al público al lenguaje expresivo. Contactaron con músicos y crearon actuaciones en las que los espectadores podían intervenir, leer un texto en voz alta mientras los artistas adaptaban la música y los efectos visuales en simultáneo, e incluso improvisar un poema. “La gente se aleja del lenguaje porque la palabra duele. Nunca se puede abstraer del todo como en el arte visual; las palabras son directas. El público no está acostumbrado a escuchar su propia realidad, o el dolor compartido, devuelto de una manera tan emotiva e inmediata”, explica Sarah, de origen palestino. 

Para la joven, el genocidio en Gaza hizo urgente alzar la voz, impulsándola a transformar el dolor y la rabia en expresión, y a organizar performances y proyectos de arte y poesía en apoyo al pueblo palestino. Luego, Israel comenzó también a atacar el Líbano.

Con el alto el fuego, cerca de las vacaciones de Navidad y las festividades cristianas, recuerda Sarah, la ciudad parecía suspendida entre el alivio y la felicidad, como si el trauma de la guerra recién vivida hubiera sido repentinamente dejado de lado. Para ella, reflexionar sobre las palabras y transformarlas en poesía sirve precisamente para dar sentido, elaborar el dolor y convertir la reflexión en una experiencia compartida.

El arte para denunciar

“Hacer arte también significa sensibilizar”, dice Mohamed Choucair, artista audiovisual que utiliza el sonido como herramienta de denuncia. Con Earshot, una organización sin ánimo de lucro dedicada al estudio del audio para la defensa de los derechos humanos, Mohamed ha colaborado como diseñador de sonido en el proyecto AirPressure, que ha consistido en la grabación de los sonidos del cielo libanés durante 12 años y que ha permitido la creación de un archivo sonoro que documenta las contínuas violaciones sonoras aéreas cometidas por drones y aeronaves israelíes. Parte de esta investigación artística fue presentada en la Bienal de Arquitectura de Venecia, en forma de un índice de órdenes de evacuación, bombardeos y actividades de drones, recopilados directamente por la cudadanía a través de chats vecinales en Telegram y WhatsApp.

Durante la guerra de 2024, con el constante zumbido de los drones israelíes sobre los cielos de la capital, Mohamed creó Unmanned Aerial Instrument: muestreó ese sonido y lo convirtió en un instrumento musical digital interactivo. El proyecto nació como apoyo a una campaña en GoFundMe para proporcionar comidas a las personas desplazadas, y más tarde se convirtió en una obra expuesta en numerosas galerías internacionales.

Mohamed Choucair ha grabado durante 12 años los sonidos del cielo libanés y ha creado un archivo de violaciones sonoras aéreas cometidas por drones y aviones israelíes

La instalación permite a los espectadores “tocar” el zumbido de los drones mediante un teclado conectado a una pantalla, donde los efectos visuales cambian en tiempo real, creando una experiencia inmersiva que involucra directamente al público.

Unmanned Aerial Instrument transforma un símbolo de opresión en una herramienta de expresión, y al mismo tiempo arroja una mirada sobre las vidas de quienes están marcados por el conflicto. El zumbido de los drones, que todavía se escucha de vez en cuando en Beirut, sirve para una sola cosa, explica Mohamed, infundir miedo, recordar que Israel puede atacar de nuevo en cualquier momento y que ningún lugar es realmente seguro. Es un sonido que capta de inmediato la atención, genera ansiedad y reactiva entre los libaneses el sentido de trauma acumulado con el tiempo.

“Hemos aceptado muchas veces el destino de la muerte, en una especie de resignación compartida. Hoy, aunque de manera precaria, existe un impulso por volver a empezar. Sentirse parte de esta tierra también conlleva responsabilidades: construir algo para la colectividad o apoyar a quienes lo hacen”; cuenta Mohamed. El artista nació en 1992, poco después del fin de una guerra civil entre milicias confesionales que duró 15 años y dejó fracturas sociales y divisiones sectarias nunca del todo sanadas. En este contexto, el arte adquiere también un valor político: se convierte en una herramienta de resiliencia y en un medio para crear una nueva identidad compartida.

Choucair: “Hemos aceptado muchas veces el destino de la muerte, en una especie de resignación compartida. Hoy, aunque de manera precaria, existe un impulso por volver a empezar"

El verdadero desafío es hacer que el arte sea accesible. Cuando el costo de una exposición desalienta a gran parte del público, los bares, cafés y galerías independientes que ofrecen eventos gratuitos se vuelven espacios fundamentales de encuentro e intercambio, tanto para quienes crean como para quienes asisten como espectadores.

“En un país en el que la censura está siempre presente, aunque disfrazada de aparente apertura, hablar de ciertas figuras políticas o de conflictos sociales es arriesgado. El arte se convierte así en el único instrumento libre para expresar pensamientos incómodos, crear intervenciones en el espacio urbano y tratar de recomponer los lazos entre comunidades divididas,” concluye el artista.

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