We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Derecho a la ciudad
Los comunes urbanos y el derecho a la ciudad
La gente es la sangre que late por las venas de la urbe.
Sara Escribano (Granada, 1989) escribe y traduce sobre procomún, feminismo interseccional y colaboración radical en Guerrilla Translation/Guerrilla Media Collective y es miembro de DisCO.coop.
El derecho a la ciudad es una idea que ha despertado un renovado interés en multitud de movimientos sociales a lo largo de los últimos años. Este slogan nos anima a reclamar la ciudad como un espacio co-creado, comunitario, un espacio de todos, un espacio para la vida.
Los espacios públicos de nuestras ciudades son uno de los escenarios más amenazados por los cercamientos comerciales. La férrea alianza de corporaciones, políticos, promotores inmobiliarios, arquitectos y planificadores urbanos está apropiándose de nuestras plazas, parques, playas, paseos, recintos deportivos e incluso la mismísima imagen e identidad de nuestras ciudades. Aunque pueda parecer que la venta de derechos sobre el nombre o la imposición digital de logos en estadios son hechos triviales, en realidad revelan una tendencia preocupante: la de borrar nuestra identidad social. Los espacios públicos comunes son los que con el paso del tiempo dotan de “alma” a nuestras ciudades, aunque según la lógica de mercado, no son más que otra mercancía que puede comprarse o venderse.
Es importante que comprendamos que los espacios públicos físicos desempeñan un papel crucial a la hora de ejercer la democracia. Se mire por donde se mire, el cercamiento y mercantilización de los espacios comunes es un acto esencialmente antidemocrático. Sin estos espacios, nos vemos despojados de lugares de reunión y creatividad ciudadana y obligados a interpretar el rol que nos dictan los mercados y el Estado: el de consumidores materialistas y ciudadanos dóciles. Más concretamente, las plazas han servido de escenario para numerosas protestas y levantamientos populares en pos de nuestros derechos. La desaparición de estos espacios de congregación nos aísla y nos aliena.
“Es importante que comprendamos que los espacios públicos físicos desempeñan un papel crucial a la hora de ejercer la democracia. Sin estos espacios, nos vemos despojados de lugares de reunión y creatividad ciudadana y obligados a interpretar el rol que nos dictan los mercados y el Estado: el de consumidores materialistas y ciudadanos dóciles.”
Uno de los ejemplos que irremediablemente se me vienen a la cabeza es el caso del parque Gezi en Estambul. He pasado muchos años yendo y viniendo de esa compleja y hermosa megalópolis, llena de vida y de espacios públicos que bullen con artistas callejeros, música, gatos, fuentes y caminantes. Muchos de los espacios más emblemáticos de la antigua Constantinopla se encuentran en peligro de privatización. Las políticas urbanísticas del AKP (el partido político en el poder, liderado por Erdogan) arrasan, a pasos agigantados, con edificios y espacios que forman parte de la memoria colectiva de sus habitantes y que ningún parking ni centro comercial puede reemplazar. Estambul se ha ido convirtiendo poco a poco en una de las principales capitales de la especulación inmobiliaria. Algunos de los barrios más antiguos e históricos del corazón de la ciudad (habitados por población marginal), tales como Sulukule o Tarlabaşı han sido desalojados para construir fríos bloques de apartamentos y oficinas, restaurantes, hoteles y rascacielos. En 2013, los ciudadanos de Estambul se levantaron contra este abuso cuando el gobierno anunció su intención de demoler el parque Gezi para construir un cuartel militar y un gigantesco centro comercial. Muchas otras ciudades siguieron el ejemplo, sublevándose ante los planes urbanísticos que estaban destrozando el alma de las ciudades.
Sin ir más lejos, el centro cultural de referencia internacional Medialab-Prado (conocido entre otras cosas por su amplia oferta de cursos abiertos y gratuitos) ha sido recientemente desmantelado, reubicado y reconvertido en una pieza más del circuito de museos de Madrid.
Tras los ostensibles esfuerzos de determinados medios por vender a los ciudadanos madrileños las ventajas de disponer de un nuevo museo, no es difícil vislumbrar los motivos (no sólo lucrativos, sino también estratégicos) por los que el Ayuntamiento de Madrid querría desmontar lo que ha sido un queridísimo centro pionero de innovación y experimentación comunitaria. El evidente desprecio por toda esa riqueza intangible y participativa que Medialab genera retumbará a lo largo y ancho del tejido social y urbano de Madrid, dejando tras de sí un reguero de saberes y aprendizaje colectivo justo en un momento en el que no podemos permitirnos sacrificar algo tan valioso.
Otro ejemplo muy inspirador es el de Jane Jacobs, que encabezó una revolución contra el “zar de la planificación urbana” Robert Moses para salvar un barrio neoyorquino del desalojamiento y la demolición. El proyecto de la Autopista del Bajo Manhattan prometía progreso y el barrio de Greenwich se interponía en sus planes. Cual David contra Goliat, Jacobs ganó la batalla por la ciudad, y reflexionó sobre la esterilidad de la planificación urbana, que sólo se preocupaba de procurar espacios para la actividad comercial y que consideraba a los barrios bajos como tumores urbanos que deben ser “extirpados”. Los espacios comunes han de ser inclusivos: no son sólo para los ricos. La gente es la sangre que late por las venas de la urbe.
"El derecho a la ciudad insiste en la necesidad de rescatar a las personas ciudadanas como protagonistas de la ciudad que ellas mismas han construido y transformar los espacios urbanos en puntos de encuentro para construir vivencias colectivas”.
El escalofriante poder del capitalismo ha alterado para siempre nuestras dinámicas sociales y ha dado lugar a desigualdades espaciales en ciudades de todo el mundo. El derecho a la ciudad insiste en la necesidad de “rescatar a las personas ciudadanas como protagonistas de la ciudad que ellas mismas han construido y transformar los espacios urbanos en puntos de encuentro para construir vivencias colectivas”.
¡Recuperemos nuestras ciudades!
Relacionadas
Personas sin hogar
Personas sin hogar El Ayuntamiento de Granada, APDHA y ‘La Calle Mata’ acuerdan un Plan de urgencia para las personas sin hogar
Personas sin hogar
Personas sin hogar Encierro en el Ayuntamiento de Granada para reclamar albergues para las personas sin hogar
Opinión
Opinión La distopía no es un género literario
Gracias por el artículo. Sin embargo, disiento con esa visión de los comunes urbanos "pluralista". Si los comunes sirven de algo, en relación a su origen histórico, es para garantizar la producción y reproducción autogestionadas de la clase obrera (y de otros grupos oprimidos), no simplemente para mantener públicos (libres de interferencias comerciales) ciertos espacios de la ciudad. Salud!