Cansada de escuchar que no hay dinero, que es imposible hacer más hospitales, contratar a más profesores y profesoras porque los recursos son limitados, y que venimos de una crisis y que claro, hay que sacrificar ciertas cosas. Esas cosas que resultan ser las esenciales, las que te hacen la vida más fácil o por el contrario te ponen todo más difícil.
Me refiero a que no puedas llevar a una guardería pública a tu hija o hijo porque no hay plazas, a que tengas que pagarte un seguro médico privado porque el sistema sanitario público está saturado, me refiero a que las becas de la universidad mengüen cada año y tu familia apenas pueda pagar la matrícula.
Pues permíteme que te cuente una cosa, habría más dinero para esas cosas si se pusieran límites a la existencia y uso de los paraísos fiscales por parte de las grandes empresas y grandes fortunas. El 90 % de las grandes empresas internacionales tienen presencia en estos territorios opacos que ocultan miles de millones.
No es nada nuevo, también deberíamos estar cansados de conocer escándalo tras escándalo a través de las noticias. Lo leemos, lo escuchamos, nos indignamos, o eso quiero pensar y, sin embargo, seguimos sin contar con leyes nacionales e internacionales que pongan fin a ese agujero negro.
Un agujero negro que se traga el dinero que el Estado podría destinar a hacernos la vida más fácil, a todas las personas y especialmente a las que pasan más dificultades. Es el dinero que no se ve, el que huye a otros lugares para no pagar por él lo que corresponde. Los países en desarrollo pierden alrededor de 85.000 millones de euros anuales por la evasión y elusión fiscal de grandes empresas a través de paraísos fiscales.
Los responsables son claros: el Estado que no pone todos los mecanismos necesarios para recaudar lo que nos pertenece y las empresas que hacen sus triquiñuelas para no pagar los impuestos que les corresponde.
Pero todavía sorprende más que se justifique el uso de estos paraísos fiscales, y más por personas que no se benefician en absoluto de su existencia. Quizá es necesario que nos preguntemos ¿en qué podría destinarse los miles de millones de euros que ahora no ves?
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