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Antiespecismo
La granja de los horrores: cuando el sistema falla, pero el sistema es el fallo

Las imágenes documentadas por las entidades ARDE y Satya Animal entre el 21 y 29 de abril en la granja avícola de Llucmajor (Mallorca) revelaron una realidad que contrasta con los certificados oficiales: gallinas conviviendo con cadáveres en descomposición, presencia de pequeños animales salvajes y condiciones sanitarias deficientes. La instalación, que contaba con el sello de bienestar animal Welfair vigente hasta noviembre de 2025, había superado una inspección oficial apenas una semana antes. Este caso, que generó una amplia cobertura mediática, plantea interrogantes sobre el funcionamiento del sistema de producción avícola español y los mecanismos de control establecidos.
La aritmética del sufrimiento: cuando los datos hablan más que las imágenes
Vidas medidas en semanas
El contraste resulta brutal cuando comparamos la realidad con la naturaleza. En condiciones naturales, una gallina puede vivir entre 5 y 10 años, alcanzando en algunos casos los 15. Sin embargo, la industria ha reescrito su biografía: a las 72 semanas de vida —apenas año y medio— ya no son “económicamente viables”. Este eufemismo esconde una realidad cruda: son enviadas al matadero tras apenas 12 meses produciendo huevos.
La manipulación genética va mucho más allá de acortar vidas. La gallina salvaje asiática de la que descienden todas las actuales pone unos 24 huevos al año, siguiendo los ritmos naturales de primavera y verano. La industria ha convertido a sus descendientes en “máquinas” que producen hasta 300 huevos anuales, y el precio lo pagan con sus propios cuerpos: sufren descalcificación, prolapsos, tumores ováricos.
El espacio vital: menos que una hoja de papel
Los datos oficiales dibujan un panorama desolador que pocas personas conocen:
- 32 millones de gallinas viven hacinadas en jaulas en España, lo que representa más del 80% del total.
- El espacio legal por gallina en jaula es menor que una hoja A4.
- La “densidad” permitida en granjas de pollos puede alcanzar hasta 33 kg por metro cuadrado.
Para visualizarlo mejor: 15 pollos adultos compartiendo un metro cuadrado. Esa es la realidad legal, normalizada y certificada por las autoridades competentes.
La industria de la muerte: números que marean
En 2021, las cifras de la industria española revelan una magnitud que cuesta procesar:
- 900 millones de animales terrestres fueron sacrificados.
- 695 millones de pollos fueron matados para carne.
- 34 millones de gallinas llamadas “de desvieje” se enviaron a mataderos.
- 38 millones de pollitos fueron triturados al nacer (estimación del MAPA).
- 41 millones de aves murieron en las propias granjas antes de llegar al matadero.
Cada número es un individuo con capacidad de sentir. Cada cifra esconde una vida truncada por un sistema que los considera meros recursos productivos.
Mallorca: la punta del iceberg que nadie quiere ver
Anatomía de un escándalo predecible
La granja de Llucmajor no es una anomalía: es el sistema sin tapujos. Los hechos documentados revelan contradicciones que deberían hacernos reflexionar:
- Poseía certificación de bienestar animal vigente hasta noviembre de 2025.
- AENOR le ofreció “acordar” la fecha de auditoría, que curiosamente resultó favorable.
- El 20 de mayo de 2025 pasó una inspección oficial sin que se detectaran irregularidades.
- Una semana después, las imágenes mostraban condiciones de vida deplorables, insalubres y, algunas, incluso ilegales.
El conseller Joan Simonet admitió no haber visto nunca “imágenes como estas en Mallorca”, pero el Govern se negó a clausurar la granja argumentando que necesitaba “actuar con pruebas”. Mientras tanto, 20.000 gallinas seguían viviendo entre cadáveres en estado de descomposición.
El negocio continúa
La respuesta del mercado fue tan reveladora como previsible:
- Mercadona, Eroski y Alcampo retiraron únicamente los huevos conocidos como “camperos” de esta granja.
- Los huevos de gallinas en jaulas continuaron vendiéndose sin problema.
- La “solución” propuesta fue exterminar las 20.000 gallinas de la nave afectada.
- La granja continúa operando mientras escribo estas líneas.
La industria deja clara su posición: el problema no es el sistema, sino las imágenes que evidencian el maltrato que este implica. Su reacción es ocuparse estrictamente de una de las naves mostradas, no de todas (aunque estén en situaciones muy similares).
El sistema no está roto: funciona exactamente como fue diseñado
La genética del horror
El 27% de los pollos que viven en granjas intensivas sufren deformidades que les impiden caminar correctamente. No estamos ante un fallo del sistema: es el resultado calculado de décadas de selección genética para maximizar el crecimiento. Hablamos de pollos que alcanzan el peso de sacrificio en apenas 40 días, cuando naturalmente tardarían varios meses. Sus cuerpos crecen tan rápido que sus patas no pueden sostenerlos, condenándolos a agonizar en el suelo de las naves hasta la muerte, al no poder alcanzar un comedero.
La certificación del engaño
Los sellos de bienestar animal funcionan como perfectas cortinas de humo para tranquilizar conciencias. La investigación de Mallorca lo demuestra de forma contundente: AENOR ofreció “pactar” fechas de auditoría con la empresa, las inspecciones oficiales no detectaron lo que era evidente, y los certificados de bienestar convivían con el horror más absoluto. Hablar de bienestar animal en la industria de la explotación animal es perpetuar un oxímoron certificado.
La coherencia tiene un precio: reconocer la verdad
Los datos no dejan dudas ni admiten interpretaciones románticas. Si aceptamos que el sufrimiento de los animales importa —como sugiere nuestra indignación selectiva ante casos como el de Mallorca— entonces debemos reconocer que el problema no son las granjas que incumplen las normas. El problema son las propias normas que legalizan el encierro, la selección genética y la muerte sistemática de millones de seres sintientes.
No existe la explotación ética. No hay jaulas lo suficientemente grandes como para respetar su libertad. No hay sacrificio humanitario porque ni un solo animal quiere morir en un matadero. No puede haber bienestar en un sistema que considera a los animales meras unidades de producción con fecha de caducidad programada.
La granja de Mallorca no es “de los horrores” en sentido excepcional. Es simplemente una granja sin el marketing habitual, una ventana a lo que vemos cuando dejamos de creernos las mentiras que nos cuenta la publicidad del sector. Cada granja es un horror normalizado, legalizado y hasta subvencionado con dinero público. Cada una encierra, manipula genéticamente y mata sistemáticamente. La única diferencia real es el grado de maltrato aplicado y la estrategia de márketing escogida para hacérselo digerible a la sociedad.
Si de verdad nos importa el sufrimiento animal, la respuesta no puede limitarse a pedir inspecciones más frecuentes o jaulas más grandes. La única respuesta coherente es dejar de financiar este sistema con nuestras decisiones de consumo. Dejar de comprar sus productos. Dejar de ser cómplices activos de esta industria de explotación extrema.
Porque mientras sigamos creyendo que el problema son las excepciones, seguiremos perpetuando la regla. Y la regla, como demuestran todos los datos expuestos, es el horror cotidiano y sistemático.
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